Por seis horas, tres el sábado 16 de enero y tres el domingo 17, los 16 candidatos presidenciales respondieron preguntas elaboradas por un comité nombrado por el Consejo Nacional Electoral (CNE). Es el único debate obligatorio, según la reforma al Código de la Democracia. Los dos candidatos que se habían ausentado a los anteriores, organizados por medios de comunicación y por la Cámara de Comercio de Guayaquil, Yaku Pérez y Andrés Arauz no tenían cómo evitar el de este fin de semana. La conclusión más clara que dejaron los debates —que tampoco fueron debates; es evidente que la cantidad de candidatos imposibilita ese formato— es una línea infranqueable que los divide en dos categorías. Por un lado, aquellos que tienen nociones mínimas de lo que un candidato presidencial debería ser y proponer y, por otro, aquellos que parecen caricaturas de sí mismos.
Giovanny Andrade, el candidato por Unión Ecuatoriana, dijo, al cierre de su intervención el sábado: “Quiero mandarle un abrazo a mi esposa, a mi amor, feliz cumpleaños mi amor, te quiero mucho». Este candidato, cuyo plan de gobierno tiene tres cuartas partes copiadas de Wikipedia —él dijo que no era su responsabilidad sino de alguien de la organización política— fue uno de los que menos respondió a los temas planteados en el debate.
Su organización política, creada y liderada por el exfiscal general Washington Pesántez, fue acusada de pedir dinero a cambio de auspiciar candidaturas. Andrade dijo que a él no le habían pedido nada para luego desdecirse y asegurar que le quitaron el respaldo por no querer pagar. En el debate, la moderadora, Ruth del Salto, tuvo que insistirle para que respondiera sobre cuál sería su política pública sobre salud reproductiva y el presupuesto asignado luego de que respondiera con vaguedades. «Debemos ver cómo está cada familia regularizada, debemos ver esos niños que tienen relaciones sexuales tan tempranas», dijo Andrade. En gran parte de sus respuestas, demostró que no tiene las nociones básicas de asuntos cruciales de un ciudadano medianamente informado —peor aún las que debería tener un candidato presidencial.
Lucio Gutiérrez, expresidente derrocado que pretende candidatizarse nuevamente por el Partido Sociedad Patriótica, también demuestra, constantemente, su desconocimiento profundo en ámbitos económicos sociales y legales. Repitió lo que ya dijo en la entrevista en GK: que meterá preso al “entorno cercano” de quien cometa actos de corrupción. Su declaración demagoga y populista —como buena parte de su discurso— evidencia su desprecio hacia una justicia independiente. ¿Qué demostración más evidente que las decisiones que tomó en su gobierno (junto con la mayoría legislativa que incluía a diputados de su partido) para instalar la llamada Pichi Corte, cuyo propósito más evidente fue el de anular los procesos en contra del expresidente Abdalá Bucaram para permitirle regresar de Panamá a Ecuador?
Gutiérrez parece no recordar eso, ni las acusaciones de nepotismo y abuso de poder que denunció la prensa durante su mandato. Solo repite un discurso memorizado sobre las cifras económicas de su período, debidas, en buena medida, a una bonanza petrolera que benefició a toda región. Se olvida (o flagrantemente ignora) que fue derrocado por una protesta popular que desconoce y minimiza: insiste en que los forajidos, como se llamó el movimiento ciudadano que lo depuso, nunca existieron.
Carlos Sagnay, el candidato presidencial por FE, da tantas vueltas en su discurso que parece que no quiere que el público le entienda. Cuando Andrés Jungbluth, el otro moderador del debate, le preguntó si es que el respaldo de FE y los procesos penales de sus dirigentes podrían afectar su candidatura, Sagnay se molestó. “No veo que haya sacado el sobre con la pregunta”, le dijo. El moderador tuvo que explicarle que se trataba de una repregunta. Sagnay divagó. Habló de la fuerza de los pobres —el viejo slogan del Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE) que llevó a la presidencia a Abdalá Bucaram en los años noventa y que luego se convirtió en FE— y evitó dar una respuesta.
Isidro Romero, el candidato presidencial por Avanza, dio tropezón tras tropezón. Como si no hubiera sido suficiente decirlo una vez en rueda de prensa, lo repitió: “el primer día me pegaré una borrachera del carajo pero el segundo vamos a meter a mucha gente en la cárcel”. Eso resume su estilo: ofrece castigos, mano dura y control.
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En sus intervenciones también demostró poco conocimiento sobre, por ejemplo, los pueblos indígenas en aislamiento. Una de las preguntas se refería a los Tagaeri y Taromenane. Romero respondió: «Ecuador se ha olvidado del mundo indígena. Hoy, en Latacunga me dieron el bastón de mando”. Después divagó durante más de un minuto y medio. Como si eso fuera poco, sus nociones sobre derechos humanos son casi inexistentes y sus declaraciones denotan criterios xenófobos. “Al venezolano que no tiene ninguna actividad le daré 24 horas a que salga por el norte o por el sur de la frontera», dijo.
Paúl Carrasco, candidato por Juntos Podemos, no se fue muy lejos de eso al advertir que deportará a todos los venezolanos que sean “delincuentes”, cayendo en un simplismo indigno de quien pretende gobernar un Estado. “Ustedes están primero, ecuatorianos”, sentenció como si la seguridad interna de un país se resolviera así. Esas declaraciones provenientes de un candidato que gobernó durante 16 años la provincia de Azuay, parecen un intento desesperado por apelar al miedo de los votantes.
Las encuestas le dan cifras inferiores al 5% y sus propuestas económicas que podrían parecer sensatas, se caen ante planteamientos así. No es lo único. Dedicó casi un minuto —la mitad del tiempo de las intervenciones más largas en el debate— para decir que los trolls le han atacado por sus “manillas” —tiene unas pulseras en las muñecas— y que le han dicho que tiene un “estilo Montañita”, haciendo referencia a una conocido destino turístico ecuatoriano.
Pidió también a la cámara que le enfoque los tobillos, en un acto teatral que pretendía demostrar que no lleva grillete electrónico. Increpó además a los candidatos Andrés Arauz y Yaku Pérez: “Andresito tendrá que gastar mucho en wifi y en datos para comunicarse con Bélgica. El señor Pérez tendrá que depender del buró de Pachakutik, yo no dependo de nada», dijo.
Gerson Almeida, pastor evangélico y candidato presidencial por Ecuatoriano Unido, dijo en los debates lo que se negó a decir claramente en la entrevista a GK: que es provida y que el aborto debe mantenerse penalizado.
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Cuando fue cosultado sobre qué haría si durante un eventual gobierno suyo la Asamblea Nacional reabre el debate sobre la despenalización del aborto dijo: «Lo mismo que ya hicimos, fuimos, hablamos, hicimos lobby y ganamos, la defensa de las dos vidas, de esa víctima que ha sido ultrajada y de quien está por nacer». Insistió en posicionar ese mensaje ante cualquier tema que se le preguntara. Esto respondió tras ser consultado sobre su propuesta para incentivar la lectura: “la vida es un don de dios y a partir de ahí se desarrollan talentos como la cultura”. Almeida enfatizó que debe haber políticas de estado “sin ideologización”.
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Hay otro grupo de candidatos con algo más de sensatez y coherencia en sus propuestas, cada uno desde su postura ideológica.
Xavier Hervas, candidato por la Izquierda Democrática, fue uno de los que habló sobre embarazo adolescente y violencia contra la mujer. «Tenemos 2 mil nacidos vivos en Ecuador por embarazos de niñas de menos de 14 años, 80% fruto de la violación de su entorno familiar», dijo. Habló además de su estrategia para que llegue la vacuna contra el covid-19 —aprovechó para interceder por la participación de la empresa privada en la vacunación— y aprovechó, pausada y reiterativamente, para intentar posicionarse como un candidato de la renovación.
Ximena Peña, de Alianza País, la única candidata mujer, es la que más ha buscado posicionar sus mensajes sobre derechos reproductivos, violencia contra la mujer, embarazo adolescente, créditos a mujeres, entre otros temas sociales. “Qué bueno que más candidatos hayan incorporado los temas de mujeres”, dijo y planteó su postura en favor de la despenalización del aborto al decir que hay 2 mil niñas menores de 14 años que dan a luz cada año. “No son niñas madres, son víctimas, son abusadas y duele en el alma cómo se quiere confundir al país al decir que es un debate entre la vida y la muerte; todos los ecuatorianos defendemos la vida, lo que se defiende es la posibilidad de que una víctima ultrajada tenga derecho a decidir», dijo Peña.
Guillermo Lasso, de CREO, tuvo un discurso enfocado en la generación de empleo y la lucha contra la corrupción. Aún así, evitó mencionar derechos reproductivos, minorías GLBTI, embarazo adolescente, entre otros. Tampoco los moderadores le preguntaron sobre eso.
Lasso, como muchos otros, se esforzó en reforzar sus mensajes más que responder directamente a las preguntas de los moderadores. Cuando fue cuestionado sobre su propuesta para combatir la desnutrición infantil, se enredó a tal punto que terminó respondiendo que eliminará la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia y Tecnología (Senescyt).
Lasso aprovechó también para plantear un tema importante: la necesidad de reformar el Código de la Democracia «para eliminar partidos que están en venta o de alquiler porque es inaceptable y da lugar a la corrupción», dijo. No son pocas las organizaciones políticas que respaldan a los candidatos y que tienen graves cuestionamientos sobre su origen. «Los partidos no pueden ser una gaveta de una persona que lo renta a cualquier inescrupuloso que quiere ser candidato», dijo.
Yaku Pérez, candidato por Pachakutik, tuvo serias dificultades para plantear con claridad sus propuestas. Al ser cuestionado sobre la repatriación de capitales dijo que creará las condiciones para traerlos, “no con amenazas sino con incentivos”. Luego dijo que la “década ganada nos ha dejado mucho odio” y habló de la reconciliación incluso con la naturaleza. “La naturaleza nos dio el mayor milagro que es el agua. Gracias por esta agüita que nos han convidado, esta agüita por la que daríamos la vida. El agua vale más que el oro, aunque al señor Arauz le gusta más el oro que el agua”, dijo. Fue claro, sin embargo, sobre su postura contraria a las privatizaciones, su propuesta de eliminar ciertos organismos como el Consejo de Participación Ciudadana y Control Social y su pedido a Arauz de que “devuelvan lo robado”.
César Montúfar, candidato por la Alianza Honestidad, tiende a hacer intervenciones claras. Fue uno de los pocos candidatos que habló de la necesidad de erradicar la violencia contra las mujeres y las personas transgénero. Se tropezó, sin embargo, haciendo unas confusas acusaciones a Guillermo Lasso sobre el rol del Banco de Guayaquil en una supuesta trama de corrupción del Instituto de Seguridad Social de la Policía. Perdió tiempo en eso —y quizás seriedad— por lo confuso de su intervención. Propuso, además, formar brigadas para vacunación masiva —en la que participarían estudiantes, militares y profesionales— y darle más presupuesto a la Fiscalía.
Gustavo Larrea, candidato por Democracia Sí, evitó la confrontación con el resto de candidatos, incluso cuando la moderadora le preguntó si podría señalar uno de los panelistas para que colabore con él, quién sería. Él dijo que “no se trata de señalar a una sola persona si no de llegar a un acuerdo nacional”. Reconoció también el “fracaso” del quinto poder: “El CPCCS ha demostrado que es imposible institucionalizar la participación ciudadana» y dijo que sirvió para «meter la mano en distintas funciones del estado».
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Hay también un grupo de candidatos que se quedan en un limbo: aunque no caen en la caricaturización, sus propuestas no son claras o desconocen un contexto específico —lo que les resta seriedad— o no llegan a conectarse con los electores.
Andrés Arauz, candidato por la alianza Unión por la Esperanza (UNES) se centró en su idea de “recuperar la Patria” y “recuperar el futuro”. Repitió, cada vez que pudo, que el gobierno de Rafael Correa ya había hecho las cosas bien —olvidando por completo todos los cuestionamientos que pesan sobre la década de la autodenominada Revolución Ciudadana.
Acusó al gobierno de Moreno de haberles traicionado y robado: «Nos robaron todo, hasta la lista 35 nos robaron, ahora estamos en la lista 1. El pueblo ecuatoriano ya decidió a su Presidente, cuidemos los votos el 7 de febrero», dijo, haciendo una velada referencia a un posible fraude. Continuó, además, con su intento de posicionar a “los banqueros” —en alusión a Guillermo Lasso— como el enemigo a vencer: «No me puedo imaginar cuatro años más entregado a los banqueros», dijo. A pesar de que, en ciertos ámbitos, sus propuestas parecen ser detalladas y elaboradas, su insistencia en presentar al gobierno correísta como un paraíso sin igual, le restan absoluta seriedad y consistencia. Su candidatura parece mirar únicamente a un pasado al que muchos ciudadanos no quieren volver.
Juan Fernando Velasco, candidato por Construye (ex Ruptura), no sucumbe ante la evidente demagogia de los otros candidatos, pero sus intervenciones, en general, son poco claras. Su desconocimiento en economía y empleo fue evidente cuando no pudo responder la primera pregunta sobre las medidas que tomaría para reducir la deuda pública considerando que el Ecuador pagaría sobre los 6 mil millones de dólares en intereses y amortizaciones en los próximos años.
Velasco usó la mitad de los dos minutos para celebrar la participación de todos los candidatos, reclamó al candidato Arauz por presentar una “lámina” que “hace propaganda a tu movimiento político”. Dijo que la deuda se debe pagar, que hay que revisar los compromisos “para lograr que el impacto sea el menor posible”. Aprovechó, en el segundo día, para confrontar con el candidato Arauz sobre supuestas irregularidades en la entrega del contrato para el Festival de Artes Vivas en Loja cuando Arauz fue Ministro de Cultura.
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Pedro Freile, candidato por Amigo, es solvente en sus intervenciones pero su pragmatismo difícilmente se conecta con el electorado acostumbrado a que lo sacudan desde las emociones. Incluso, a pesar de que tiene ciertas propuestas bien elaboradas, su frialdad para comunicarlas puede volverlo irrelevante. Algo similar ocurre con Guillermo Celi, de Suma. Las intervenciones de ambos se olvidan rápidamente a pesar de que Celi se esforzó en repetir un eslogan: “Soy Guillermo Celi y cumplo mi palabra”.
Entre esos 16 candidatos presidenciales tendremos que elegir a quien gobierne los próximos cuatro años pero cuando un manojo de candidatos que hacen ruido y show — aún sabiendo que no tienen ninguna posibilidad de ganar— le restan espacio y tiempo a los debates entre los candidatos que tienen más que proponer y decir, la decisión se hace mucho más complicada.