Que haya 16 candidatos presidenciales no es solamente la demostración de un país dividido, polarizado y en el que cualquier político promedio tiene la aspiración de gobernarlo. También nos presenta serias dificultades logísticas a la hora de difundir sus planes de gobierno, su historial político y, sobre todo, de ponerlos a debatir.   

El debate —llamado así aunque realmente fue un desfile de intervenciones individuales sin ninguna posibilidad de contraponer ideas, discutirlas y rebatirlas— fue organizado por diario El Comercio, Televicentro, y las emisoras Radio Quito y Platinum. Por el número de candidatos, se optó por dividirlo en dos partes. 

La primera fue el sábado 9 de enero y en ella participaron Guillermo Lasso (CREO), Ximena Peña (Alianza País), Paúl Carrasco (Podemos), Geovanni Andrade (Unión Ecuatoriana), Carlos Sagnay (FE), Gustavo Larrea (Democracia Sí) e Isidro Romero (Avanza). La segunda, el domingo 10 de enero. Participaron Juan Fernando Velasco (Construye), Pedro José Freile (), Guillermo Celi (SUMA), Xavier Hervas (Izquierda Democrática), César Montúfar (Alianza Honestidad), Gerson Almeida (Ecuatoriano Unido) y Lucio Gutiérrez (Partido Sociedad Patriótica). 

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Los candidatos debían explicar, en un minuto y medio, sus propuestas en salud y pandemia, economía y empleo, seguridad, y transparencia. Tuvieron, además, la posibilidad de hacer una intervención inicial en la que debían explicar por qué se postulan para la Presidencia de la República. 

Isidro Romero aprovechó ese espacio para cuestionar a Guillermo Lasso. “El único que no me quiso saludar fue el muchachito Lasso”, dijo. La transmisión enfocó de inmediato al candidato de CREO, que sonreía. “La próxima vez te castigaré como a un muchacho malcriado. A mí nadie me deja de saludar”, dijo Romero. Le quedaron apenas 13 segundos para exponer sus razones para correr por la presidencia. 

Los otros candidatos también tuvieron dificultades para manejar los tiempos. Era predecible que algo así podía pasar pues los temas que se plantearon requerían de mayor profundidad y detalle. Parecía que, además, los candidatos estaban muy poco preparados. Mostraron también una gran dificultad de síntesis. Muchos, desperdiciaban valiosos segundos repitiendo obviedades —la corrupción es un mal terrible, dijo Juan Fernando Velasco y lugares comunes —Xavier Hervas dijo que el suyo, será un gobierno diferente—, perdiendo la oportunidad de enviar mensajes contundentes o, por lo menos, claros. Los micrófonos se silenciaron en medio de varias de las intervenciones de los candidatos cuando se excedieron del tiempo que les correspondía

Fue evidente qué candidatos tenían mejor preparación: Gustavo Larrea, Ximena Peña y Guillermo Lasso mostraron aplomo. Hablaron con pausas y lograron transmitir con mayor claridad sus ideas. Montúfar, Hervas y Freile también lograron comunicar mensajes. 

Además, Larrea y Peña mencionaron con claridad dos cuestiones clave: la violencia contra las mujeres y la prevención del embarazo adolescente. En el primero, Peña dijo que no está de acuerdo con el libre porte de armas, porque en un hogar donde hay violencia contra las mujeres, un arma incrementa 7 veces el riesgo de que ella termine asesinada. Sobre la prevención del embarazo adolescente, Peña dijo que destinará 50 millones de dólares para prevenirlo. Larrea dijo que las niñas violadas n pueden ser doblemente victimizadas al ser obligadas a parir al hijo de su violador. Montúfar mencionó brevemente los femicidios y la violencia hacia las personas transgénero como parte de los problemas que el país debe resolver. 

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Los otros candidatos no tocaron asuntos sobre derechos de mujeres, niñas o a la comunidad LGBTI —o lo hicieron con lugares comunes y sin profundidad ni concreción—, si bien no fue parte de los temas del debate, es de interés fundamental en el debate público. 

Hubo resbalones evidentes también. El candidato Giovanny Andrade (cuyo plan de gobierno fue, en su mayoría, un copiar-pegar directo de la Wikipedia) habló sobre la necesidad de que haya “honestidad y transparencia” en la función pública. Dijo también que “poner un arma en manos de los ciudadanos es un error catastral» (una mezcla aparente entre catastrófico y garrafal). Un desliz de lenguaje también tuvo Guillermo Lasso cuando invitó “a votar en homenaje a aquellos muertos que fallecieron en la pandemia”, e Isidro Romero cuando, atropelladamente dijo “nunca permitiremos que los ecuatorianos no coman tres veces al día” y el “no” casi no se entendió. Hervas dijo que se necesitan políticos “que no necesiten robar”, como si el nivel económico garantizara honestidad. 


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En el cierre del segundo debate, Juan Fernando Velasco recitó parte de la letra la canción Yo nací en Ecuador, un tema que Velazco popularizó en un dúo con la también cantante Pamela Cortés. “Me preguntan permanentemente que por qué soy candidato, la respuesta es muy sencilla porque yo nací en este país que se ilumina antes de que salga el sol, yo nací en este país de niños pobres y almidón”. 

El cierre de Pedro José Freile también fue poco usual. Dijo que los ecuatorianos “están hartos que durante 40 años nos han metido el…” y con su índice derecho alzado subió y bajó su mano para luego señalar su cabeza y decir “ideas en la cabeza”. La discordancia entre artículo y sustantivo no pareció molestarle. 

Los grandes ausentes fueron Andrés Arauz, candidato de Unión por la Esperanza (UNES), y Yaku Pérez, por Pachakutik. Araúz dijo que solo asistirá al debate organizado por el Consejo Nacional Electoral —no tiene otra opción: es obligatorio. Pérez  tuiteó: “La oligarquía y la partidocracia no quieren debatir con el pueblo. Si no quieren debatir conmigo, mejor no me convoquen. Gracias.”

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Lo que nos queda tras el foro es una escena recurrente en la política ecuatoriana: mucho ruido y pocas nueces. Candidatos atolondrados, con mensajes y conceptos pocos claros, declaraciones demagógicas (y alejadas de normas legales, constitucionales y estándares mínimos de derechos humanos, como la pena de muerte propuesta por Isidro Romero) que intentan convencernos de que son mejores, nuevos, diferentes. 

Sobre lo que poco —o nada— reflexionamos, es que esos candidatos son la representación variopinta del país: inexpertos que no se despeinan en el intento de asumir un rol tan delicado como el de gobernar una nación, charlatanes que gritan y ofrecen bala, dinero, castigo, lo que sea que les permita despertar a un electorado apático, religiosos que pretenden imponer sus creencias personales, ególatras que sueñan con alardear de un logro personal, oportunistas que no han construido bases políticas sólidas y se valen de cualquier organización política por más opaca que sea. Quizás la única lección que debería interesarnos es esa: quien gobierne —o quien pretende hacerlo— no puede ser muy diferente a quienes lo elegimos.