La liberación de Jorge Glas el domingo 10 de abril de 2022 había sido anunciada o sospechada por periodistas y en redes sociales  desde hacía meses. Era el giro predecible de una película con demasiados vaticinios: primero se discutió durante las primeras semanas de gobierno del presidente Guillermo Lasso, cuando se planteaba un pacto entre el oficialismo, el Partido Social Cristiano (PSC) y el correísmo que en la Asamblea está bajo el paraguas de la Unión por la Esperanza (UNES). En noviembre de 2021, se volvió a mencionar cuando UNES se abstuvo de votar en la moción de Pachakutik para archivar el proyecto de reforma tributaria del gobierno. Se dijo entonces que la liberación de Glas era parte del acuerdo para la abstención. Esa vez, hasta Rafael Correa acudió a las redes para enfatizar la urgencia de sacar a su ex vicepresidente de la cárcel (y sugerir con indirectas que un pacto era justificable).

Glas recuperó su libertad después de permanecer encarcelado durante 1.645 días. El juez Javier Moscoso de la Unidad Judicial Multicompetente con sede en Manglaralto, una pequeña parroquia del cantón Santa Elena, le concedió el sábado 9 un hábeas corpus, una acción legal para proteger la vida o la integridad física de quienes se encuentren privados de libertad. 

Ahora, por más que Francisco Jiménez, el recién llegado ministro de gobierno, lo niegue, las sospechas sobre un pacto aumentan. Hay muchos que creen que el acuerdo entre el gobierno y el correísmo se dio, la justicia fue intervenida y Glas salió a cambio de los 50 votos del correísmo en la Asamblea (o, al menos, más gobernabilidad). 

No se sabe, por supuesto, con certeza si hubo un acuerdo o no. Pero este desenlace fue advertido demasiadas veces, no solo por las votaciones en la Asamblea, sino por la indecisión y evidente parálisis del gobierno en el plano legislativo —algo que el mismo ministro Jimenez reconoció cuando aún era asambleísta. Sin el apoyo que consiguió inicialmente de la Izquierda Democrática y de Pachakutik y con una aceptación demasiado a la baja para plantearse la muerte cruzada, el gobierno  se quedó sin opciones y, creen muchos, volvió al pacto que abandonó hace un año. 

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En ese sentido, no importa si fue un pacto o no: la desconfianza que genera la salida de Glas es un síntoma de la sostenida incapacidad del oficialismo de marcar un camino o un discurso que cale en la ciudadanía y de diferenciarse de la forma de hacer política como se acostumbra en Ecuador y que este gobierno, como tantos otros, ofreció no practicar. La sospecha de un acuerdo hecho en las sombras sólo puede complicar más al gobierno. La percepción es la de un presidente maniatado, por un lado, pero con capacidad para echar mano de la justicia, por otro. 

Es difícil que haya algún provecho político de esto para ambas partes, pero quien tiene mucho más que perder es el gobierno: sus viejos aliados, los socialcristianos, ya salieron a pescar a río revuelto y se  adelantaron a la especulación y las acusaciones que crecerán desde ahora.

El escenario se enloda: todos se acusan entre todos —Lasso también dijo que el PSC, UNES y la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) habían creado un “triunvirato de la conspiración”. Según un comunicado oficial del PSC, la libertad de Glas es solo una de algunas pruebas de un pacto entre el gobierno y el correísmo. En negritas subrayan: “Todo esto a hurtadillas; en días feriados, tarde en la noche o temprano en la madrugada; en jurisdicciones impropias; y a una velocidad que contrasta con la lentitud de la justicia”. 

¿Resulta temprano afirmar que el hábeas corpus es el resultado de un pacto? Quizá. No queda más que atenerse a los hechos políticos. Los antecedentes son la apertura de Jiménez a negociar indultos con el correísmo y la renuncia de la ministra Vela, “al no coincidir con la línea política establecida por el presidente”. Ha sido, además, una posibilidad que Lasso jamás descartó del todo. 

Así como fue él quien rompió las discusiones para formar un acuerdo con el PSC y UNES, fue él quien —según Nebot y Correa— hizo los acercamientos iniciales. El nombre de Glas como un factor de negociación ha sido susurrado desde hace un año. 

El gobierno, por supuesto, lo niega. Lo negará también el correísmo. El éxito de estos pactos depende, precisamente, de que no salgan a la luz. Cómo el adagio de Kaizer Sosa, el villano de la película Los sospechosos de siempre: “El mejor truco jamás logrado por el diablo es haber convencido al mundo de que no existe”. 

Pero que no sepamos a ciencia cierta si hubo pacto o no no disipará las dudas. Las huellas de su existencia tendrá que ser buscadas no en el pasado, sino en el futuro: habrá que ver cómo se vota en la Asamblea e intentar leer entre línea los comunicados del gobierno y su oposición. 

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Ese tipo de nube no es beneficiosa para ninguno de los dos: es su bautizo y confirmación como actores comunes y corrientes del establishment partidista del Ecuador —el mismo que hace décadas padeció el “pacto de la regalada gana” de 1994, cuando el roldosismo de Abdalá Bucaram y el PSC que hoy se da golpes en el pecho se repartieron las dignidades del Congreso Nacional.

Pero por supuesto que quien más pierde es el presidente Lasso. Se muestra cada vez con menos iniciativa o espacio de acción. Es un síntoma y el fruto de un año en el que no ha podido sustentar sus alianzas iniciales, ni desmarcarse del todo del tipo de quehacer político que juró desmontar. El gobierno es un sospechoso más. 

La liberación de Glas solo encierra al Presidente. 

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Iván Ulchur-Rota
Eescribe y hace comedia. Como periodista ha colaborado con medios nacionales e internacionales como 4P, Mundo Diners, Vice y el New York Times. Como comediante de standup ha dado vueltas por Ecuador y Colombia hablando sobre la voz nasal de Dios y las adicciones de los colibríes. Cuando no está distraído, escribe otras cosas —cuentos, guiones, publicidad– para quiénes se animen a publicarlo.

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