Ecuador es un gran exportador de absurdos. Nunca faltan: los dos alcaldes que en 2021 ejercían funciones a la vez, los comentarios del expresidente Moreno sobre los átomos de Hitler (entre otros), los insultos en redes sociales de Rafael Correa a quienes lo cuestionan. La vara de realismo mágico es alta, excepto para Cynthia Viteri, la alcaldesa de Guayaquil, quien ha hecho del desacato descarado su modus operandi. Esta vez, después de clausurar nueve instituciones educativas que volvieron a dar clases presenciales, de acuerdo a lo dispuesto por el Ministerio de Educación.
Viteri ha demostrado que para ella gobernar no significa administrar lo público, sino imponer, por sobre todas las cosas, sus necedades personales.
Ha sido un show de días El Ministerio de Educación había determinado que desde el 24 de enero, las escuelas que cumplían con los protocolos de seguridad y salud adecuados podrían volver a recibir estudiantes. Cynthia Viteri no solo ignoró la disposición ministerial, sino que ordenó la clausura de las instituciones educativas que la acataron.
El Municipio de Guayaquil sabe armar drama y volverse el centro de atención. Mientras el Ministerio de Educación invitaba a los medios a la inauguración de un colegio, los funcionarios municipales se dedicaban a cerrarlo ante las miradas confundidas de los alumnos. En el colegio Guayaquil, los agentes municipales esperaron apenas a que la ministra Brown se fuera para imponer la orden municipal.
El exceso del ejercicio de la autoridad es evidente. Ya no es ni sorpresa: la alcaldesa Viteri pasará a la historia no solo como la mujer que ordenó impedir el aterrizaje de un vuelo humanitario y obstruyó la pista del aeropuerto internacional de su ciudad, sino como la mujer que clausuraba colegios. Eso sí, en un revelador acto populista se lavó las manos y dijo que la responsabilidad de que haya fútbol en Guayaquil era de la intendencia; es decir: del gobierno central. Claro: con los hinchas no hay cómo meterse, porque votan y porque el fútbol es popular, pero ¿niños en las escuelas? Eso sí que no.
Y esa es la vara de la alcaldesa guayaquileña. Más que una vara es un termómetro, el de la popularidad. La institucionalidad, no. Porque el Ministerio tenía la facultad de disponer el regreso presencial. Según la Corte Constitucional del Ecuador, el Ejecutivo (léase, el Ministerio) tiene la competencia de regular las clases presenciales, incluso en el contexto de la pandemia: “lo relativo a la regulación de las clases presenciales y en general todo lo relacionado con educación, le corresponde al Ejecutivo”. Eso significa, que la decisión está —o debería estar— en manos del Ministerio de Educación.
Al igual que en anteriores ocasiones, Viteri hizo una puesta en escena. Es una gran representante del Partido Social Cristiano. Lo suyo es el golpe de efecto, la alharaca. Clausuró los colegios y escuelas que acataron la orden ministerial, en lugar de manejar el asunto mediante canales oficiales como correspondería. En twitter escribió: “CLAUSURADOS los colegios Guayaquil, Simón Bolívar y Velasco Ibarra por INCUMPLIR CON LA ORDEN DE PROHIBICIÓN DE CLASES PRESENCIALES EN LA CIUDAD.” Luego, en su propio Twitt, se justificó: “DEBEMOS PROTEGER LA SALUD DE NUESTROS NIÑOS Y JÓVENES, por lo que reiteramos que hasta que no estén vacunados masivamente continuaremos con estos operativos de clausura.”
OTRAS COLUMNAS DE OPINIÓN
Pero no hay nada que proteger que no sea el cálculo político de la alcaldesa. Porque en realidad, si le importara la salud de los niños y adolescentes, reconocería que, como ha dicho el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), los niños necesitan volver a las aulas. Por su aprendizaje y por los efectos que el encierro y la teleeducación tienen en su mente y desarrollo. Y en términos de la salud física: apenas el 8% de los contagiados son personas menores de 18 años. Unicef además dice que el índice de contagios en los alumnos es del 0,14%; entre profesores, es del 1,53%.
Y aún si hubiera debate sobre los posibles efectos del retorno a clases presenciales, el accionar de Viteri no responde a criterios técnicos. Lo demuestra su tiempo como alcaldesa, marcado por decisiones irresponsables y muy mediáticas. El acto de clausura es un mensaje al Ejecutivo, a los medios y sus críticos —al igual que cuando intensificó los operativos del Cuerpo de Agentes de Control Metropolitano en respuesta a un fallo del juez Geovanny Suárez en contra de los desplazamientos de esa agencia.
La actuación de la alcaldesa de Guayaquil es inadmisible en una democracia. Ha ignorado no solo al gobierno central, sino a la Corte Constitucional, sin ningún empacho o vergüenza. Ella acude a sus redes sociales, escribe sus anuncios con mayúsculas y deja que las noticias y la demagogia le den pase libre.
Todos los lunes, las mejores historias. Suscríbete a este newsletter y recibe el contenido más reciente de GK
Todos los lunes, las mejores historias. Suscríbete a este newsletter y recibe el contenido más reciente de GK
Todos los lunes, las mejores historias. Suscríbete a este newsletter y recibe el contenido más reciente de GK
Al igual que en las anteriores ocasiones, las extralimitaciones de competencia de la alcaldesa son muy graves. Reflejan, por un lado, su poco interés en respetar la institucionalidad democrática del país. Por otro, evidencian la impotencia de las instituciones para ponerle freno. Ella hace lo que quiere y no hay quien la detenga.
Lo intentó la ministra de Educación, María Brown, quien interpuso una acción de medidas cautelares, una acción de protección y acciones administrativas por cada institución clausurada. Nada está garantizado, sin embargo. Según Roberto Acosta, coordinador jurídico del Ministerio de Ecuador “todavía queda un largo camino para impugnar estas decisiones improcedentes.”
¿Y todo para qué? Para la tarde del 30 de enero el Comité de Operaciones de Emergencia (COE) guayaquileño decidió que habrá retorno presencial a clases en la ciudad. Una semana de un frenesí de clausuras y de actitud justiciera para terminar, incluso, condenando las multas y levantando las clausuras que, desde un inicio, la alcaldesa impulsó con la fuerza del capricho y su desdén por las instituciones.
El que se haya levantado la prohibición, condonado las multas y deshecho las clausuras no cambia en nada lo que ha sucedido. La gran lección es que para Cynthia Viteri el gobierno es ella: no hay limitaciones de ninguna índole —ni ministeriales, ni judiciales, ni científicas.
No. Ella cree que manda quién grita más fuerte: la ley de la demagogia, evidente en los golpes de efecto, las campañas mediáticas y los anuncios emitidos por la alcaldesa. Viteri se ha acostumbrado a confiar en su capacidad de arenga para convertir el Municipio de Guayaquil en su pequeño reino. No solo ella se ha acostumbrado: el hecho de que haya podido cometer desacato en repetidas ocasiones desnuda la fragilidad de la institucionalidad nacional y la apatía de todos nosotros.