Daniel Noboa pasó a segunda vuelta y eso ya es un triunfo electoral. El 15 de octubre se enfrentará a la candidata del correísmo, Luisa González. Ambos aspiran llegar a Carondelet y gobernar por el próximo año y medio.

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El nombre de Noboa no estaba en el radar. En las encuestas —hasta una semana antes de las elecciones— aparecía en los últimos puestos, con una intención de voto que no superaba el 5%. Pero el día de las elecciones sorprendió a la mayoría de los ecuatorianos al quedar segundo, detrás de la candidata de la Revolución Ciudadana. 

Ella obtuvo alrededor del 32% de los votos válidos. Él, el 23%, de acuerdo a los datos del Consejo Nacional Electoral (CNE) 

Esto no es un hecho menor. 

Por primera vez, desde que Rafael Correa se coronó como Presidente de la República en 2007, Ecuador enfrenta una segunda vuelta electoral en la que el correísmo se disputa el poder con un candidato que no utilizó el “anticorreísmo” como eje de su discurso electoral.

Ya en 2017, cuando Lenín Moreno se erigía como heredero político de Rafael Correa, su principal rival, Guillermo Lasso, se vendía al electorado como la oposición a Correa. Ser la oposición de Correa y de su gobierno representaba, para una buena parte de los ciudadanos, la metida de mano en la justicia, el hostigamiento a los medios y a la oposición, la intolerancia a la protesta y a las organizaciones sociales, las denuncias de corrupción. 

Lasso perdió en esa ocasión. Tendrían que pasar cuatro años para que se enfrentara nuevamente al correísmo, ya implosionado tras la traición de Moreno. 

Era 2021. Lasso y su campaña anti Correa lograron vencer en segunda vuelta a Andrés Arauz, el candidato de la Revolución Ciudadana. 

Lo que vino después fue un gobierno mediocre, incapaz de concretar acuerdos políticos, establecer mecanismos de diálogos e incluso, ejecutar sus presupuestos adecuadamente. 

Se deterioraron las condiciones de vida de los ecuatorianos, los índices de inseguridad llegaron a niveles históricos y Guillermo Lasso tuvo que echar mano de la muerte cruzada. Ese mecanismo precisamente establecido por la Constitución correísta, que permite al Presidente disolver la Asamblea Nacional y llamar a nuevas elecciones. 

En ese escenario reaparece Daniel Noboa, un joven político que había saltado a la palestra pública en las elecciones de 2021, cuando alcanzó una curul, en representación de la provincia costera de Santa Elena, en la Asamblea Nacional. En esa ocasión lo respaldó el movimiento Ecuatoriano Unido que, en esas mismas elecciones, también respaldó la candidatura presidencial del pastor evangélico Gerson Almeida y la activista autodenominada provida, Martha Cecilia Villafuerte. 

Hoy Noboa ganó con el respaldo de dos organizaciones políticas que conformaron la Alianza Acción Democrática Nacional (ADN). La incluyen Pueblo, Igualdad y Democracia (PID, fundada por Arturo Moreno, primo del ex presidente Lenin Moreno) y Mover (el nombre que hoy tiene lo que antes fue Alianza PAIS).

¿Pero qué significa el triunfo de Noboa?  ¿Significa también que triunfó, finalmente, una propuesta que va más allá del correísmo-anti correísmo?

Es quizás muy apresurado para aventurarse a hacer afirmaciones tan categóricas. Pero sí podemos sacar algunas pistas a partir del desempeño de Noboa durante la campaña: evitó confrontaciones innecesarias, evitó calificativos hacia otros candidatos, evitó acusaciones mutuas. Además, aprovechó el debate de una forma distinta a sus adversarios. Noboa no se dejó llevar a una cancha ajena a la suya. 

Por ejemplo, en el debate, cuando Otto Sonnenholzner le preguntó si apoyaría su plan (el de Otto) de instaurar  “jueces telemáticos en el extranjero”, para que juzguen casos de alto riesgo fuera del país, Noboa no dijo ni sí ni no. Fue directamente a su propuesta: “Lo que tenemos es un plan de seguridad y reforma judicial integral, es importantísimo volver al sistema de jurados”, dijo. 

Dijo, además, con claridad, que su postura era dejar el petróleo en tierra en el Yasuní. Su argumentación fue económica: en menos de un minuto explicó que el dinero que obtendría el país por la explotación petrolera en esa zona sería mínimo comparado con lo que obtendría al no explotarla. 

Por lo tanto, dijo, consideraba que era mejor dejar el petróleo en tierra porque el riesgo de contaminación “aunque mínimo” existe. 

Un argumento económico que no había sido esgrimido por ningún candidato y que probablemente hizo que muchos jóvenes regresaran a ver a este novel candidato que parecía en su centro, distante a las disputas y acusaciones políticas. 

Por supuesto, sería insuficiente decir que únicamente el debate tuvo un rol importante en el ascenso de Noboa. 

El asesinato a Fernando Villavicencio cambió todo el panorama electoral: afectó directamente al correismo —por la narrativa de que había que mirar con sospecha a esta organización por todas las denuncias que Villavicencio había hecho en su contra. Pero, probablemente, también afectó al anti correísmo que quedó, de la noche a la mañana, huérfano de un líder capaz de encarnar ese rechazo al expresidente y su gobierno. 

Noboa supo brillar en medio de una discusión que lleva demasiados años en la política ecuatoriana: o estás con Correa, o estás en contra de él; o estás en contra de Correa, o estás con él. 

No hay mirada política más allá de eso. O eso nos han hecho creer nuestros gobernantes y aquellos que aspiran serlo.

Ya en 2021, Yaku Pérez y Xavier Hervas intentaron salirse de esa narrativa. Les fue bien en las elecciones pero no tan bien como para llegar a segunda vuelta. 

Hoy, Noboa rompe con ese pasado en el que era necesario hablar mal de Correa para ganar. 

¿Eso será suficiente para que el hijo del cinco veces aspirante presidencial, Álvaro Noboa Pontón, pueda convertirse en el Presidente de la República?

No. 

Sin embargo su participación sí puede ser una primera muestra de algo que los ecuatorianos parecen negarse a aceptar: hay política más allá de Rafael Correa y sus partidarios. 

Y eso pasa por aceptar que el correísmo es una fuerza política importante pero tampoco puede ser el centro de las discusiones y propuestas políticas, incluso de aquellas fuerzas que dicen hacer oposición. 

Rafael Correa tiene una responsabilidad política en las decisiones que tomó cuando fue gobierno y en las que, como líder de la Revolución Ciudadana, tome o impulse mientras sea oposición. Pero centrar toda disputa política en lo que hizo, hace o hará, es agotador e impide la renovación de cuadros políticos. 

Que Noboa se aleje de esa discusión es un alivio para el debate polarizado como si únicamente existiesen dos posibilidades en la vida política ecuatoriana: el correísmo o el anti correísmo. 

Esa postura maniquea impide ver toda la gama de grises que hay en la mitad. Todas las causas que les interesan a los jóvenes, a las mujeres, a las diversidades sexuales, a los animalistas, a los defensores de la naturaleza. Y desvirtúa la discusión política para hacerla sobre un puñado de personajes que sí, son relevantes, pero hasta ahí.

Que Noboa se haya convertido en una posible representación de una nueva mirada política no significa tampoco que hay que deslumbrarse por todo lo que brilla. 

No podemos perder de vista que por más que en esta primera vuelta haya logrado un resultado interesante que, además, podría significar el replanteamiento de la discusión política, Noboa sigue siendo un candidato. Es un aspirante a tener en sus manos un enorme poder. 

Eso nos obliga a posar una mirada sumamente crítica sobre él —como deberíamos tenerla sobre cualquier candidato— y a ejercer un escrutinio público implacable.

En esta segunda vuelta ya no pueden pasar desapercibidas las denuncias que hizo su ex esposa, Gabriela Goldbaum, por supuesta violencia psicológica en su contra. Goldbaum es madre de su primera hija, Luisa. 

Tampoco debe pasar desapercibido el perfil de Verónica Abad, su compañera de fórmula: autodenominada provida (con posturas contrarias a derechos de las mujeres como el aborto), contraria a la paridad y partidaria de Vox, la organización política española anti migrantes, intolerante a la prensa y contraria a los derechos reproductivos. 

Incluso si, con este desempeño, Noboa logra que la conversación política —y sus matices— sean llevadas a un mejor nivel de debate, no hay cómo olvidarse de ese escrutinio tan necesario en una democracia.

El espejismo de un candidato joven y con un discurso aparentemente conciliador, con propuestas aparentemente centradas y aterrizadas, no es suficiente para hacernos olvidar quién es quién. 

Maria Sol Borja 100x100
María Sol Borja
Periodista. Ha publicado en New York Times y Washington Post. Fue parte del equipo finalista en los premios Gabo 2019 por Frontera Cautiva y fue finalista en los premios Jorge Mantilla Ortega, en 2021, en categoría Opinión. Tiene experiencia en televisión y prensa escrita. Máster en Comunicación Política e Imagen (UPSA, España) y en Periodismo (UDLA, Ecuador). Ex editora asociada y editora política en GK.
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