A las cinco y media de la tarde del  19 de febrero de 2017, Lenín Moreno entró a un salón del Hotel Quito, en la capital del Ecuador, se acomodó frente a un manojo de micrófonos y un pelotón de cámaras y dijo que era el nuevo Presidente del Ecuador: “Hemos ganado las elecciones en justa ley” —dijo con su voz sin exabruptos y entonación de orador cívico— “La idea es que se debe ganar con humildad y perder con dignidad”, continuó en referencia a su contrincante el opositor Guillermo Lasso. 

A esa hora el Consejo Nacional Electoral aún no había pronunciado los resultados oficiales:  todavía faltaba escrutar más el 40% de los votos de Manabí, una de las provincias con mayor cantidad de votantes, y de los ecuatorianos que viven en el extranjero. 

En la sede de Alianza País —el partido en el poder desde hace diez años de la mano de Rafael Correa— en la avenida de los Shyris en Quito, la prensa se instaló desde temprano frente a un escenario preparado con luces de concierto, máquinas de humo, pantalla gigante e instrumentos musicales para la fiesta de celebración, en la que las figuras centrales serían Lenín Moreno y Rafael Correa. Serían ellos los encargados de dar  los discursos vencedores. Sus simpatizantes —vestidos con el fosforescente verde flex del partido y banderas a tono que ondeaban— gritaban consignas que ensordecían las transmisiones. Iban dirigidas especialmente a los equipos de los medios privados, a quienes acusaban de respaldar a Guillermo Lasso, el candidato con el que Moreno se enfrentará en segunda vuelta. 

A las cinco de la tarde una sirena replicada en todo el país anunció que las urnas se cerraban, y en la pantalla gigante del gran escenario de la avenida Shyris, el medio estatal Ecuador TV reportaba que la encuesta a boca de urna de la encuestadora Opinión Pública le daba un triunfo al binomio Moreno-Glas con más del cuarenta por ciento del total de votos válidos y una diferencia de más de diez puntos sobre el segundo, el opositor Guillermo Lasso. Ese margen, según la ley ecuatoriana, le daba la presidencia automáticamente a Moreno. Las más de cien personas que esperaban frente a la tarima estallaron en aplausos y gritos pero fue el inicio de una fiesta anticipada: pasada la medianoche, un dirigente de Alianza País anunció que la fiesta se cancelaba porque los votos aún no eran suficientes para celebrar. Al día siguiente, Lenín Moreno —la piel morena, los ojos pequeños y el pelo entrecano— apareció más cauto, pero le hizo una advertencia a su contrincante con su voz de barítono: “Ahora somos usted y yo, señor Lasso”.

El 2 de abril de 2017 serán Lenín Moreno versus Guillermo Lasso. “Cuando le faltaron esas poquísmas décimas para ganar en primera vuelta, lo vio con mucho entusiasmo” —dice Diego Guzmán, su colaborador y amigo desde hace tres décadas— “Dijo que era una gran oportunidad de estar con la gente. En ningún momento reclamó a nadie”. Guzmán fue Secretario de Transparencia y miembro de la Comisión gubernamental creada para investigar lo ocurrido el 30 de septiembre de 2010 cuando el presidente Correa estuvo retenido en un hospital policial durante una sublevación de policías. Cuando habla de Moreno parece hablar de un prócer, de una figura pasada por el tamiz romántico de los libros de Historia.

Le pregunto cuál es el mayor defecto de Moreno. “No he visto una debilidad que sea tan grande como para notarla” —dice después de una larga pausa—“Para mí, el defecto es que no se toma un trago y que sólo canta él, pero no son cosas que dañen”, y se ríe. Es una visión que otros colaboradores del candidato de Alianza País repiten. Rosangela Adoum, su amiga y asesora entre 2007 y 2013, cuando Moreno (un hombre que está en una silla desde 1998, cuando el disparo de un delincuente lo dejó paralítico) fue vicepresidente de Rafael Correa, contó en un programa de televisión del Estado que Moreno le dijo que cuando él ve a una persona en la calle, decide amarla. “Y eso es lo que sentimos todos los que trabajamos con él, que de verdad él nos amó” —dice Adoum— “Se preocupaba cómo estaba mi marido, mis hijos, mis nietos, se preocupaba por mi estado de salud, pero legítimamente, no como un buen gerente, si no realmente como este buen hombre”. En el mismo programa, Hugo Álvarez, su exedecán dijo: “Siempre fue una persona de iniciativas, que siempre estaba buscando qué hacer, pero todo esto orientado al resto de las personas, a servir”.

Según Guzmán, esa voluntad de servicio explica el retorno de Lenín Moreno a la política. “Eso de incorporarse a una función tan exigente como es desempeñarse como mandatario es una demostración muy clara de su generosidad y desprendimiento y su vocación de servicio”. Cree además, que haberse retirado de la Vicepresidencia en 2012 demostró que no tiene ambiciones, sino una responsabilidad con el país. “Cuando vio que más del sesenta por ciento del país lo quería como presidente, tuvo que aceptar”. Le pregunto si Moreno no extrañaba el poder. “Lo que él extrañaba era abrazar a la gente”, me contesta. Es el discurso oficial de campaña: un hombre bueno, buenísimo, que hace el sacrificio de volver porque su país lo necesita, porque es un patriota.

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La idea de que Moreno es un patriota es repetida por sus seguidores y pulida por su equipo de campaña. Hay un cerco estricto que hace muy difícil llegar a él y verlo fuera de la imagen heroica que presentan sus asesores. La distancia ha generado tensiones con los periodistas de los que alguna vez fue el mimado, incluso de los medios más críticos con el gobierno. Moreno se forjó una reputación de buen tipo durante su Vicepresidencia: nunca se le vio perder la calma, dar una respuesta grosera o impacientarse ante un periodista, por el contrario solía ser gracioso, evadir preguntas con habilidad, y responder con amabilidad.

Esa imagen se ha resquebrajado en la campaña de 2017. El 10 de marzo, en campaña ante la inminente segunda vuelta electoral, a la periodista Andrea Samaniego de Teleamazonas, le respondió de mala gana cuando ella le preguntó sobre Pedro Delgado, primo de Rafael Correa, presidente del directorio del Banco Central que confesó que su título de economista era falso, salió del país hacia Miami supuestamente para asistir a la boda de su hijo en diciembre de 2012 y desde entonces no ha regresado a cumplir una sentencia de ocho años de prisión por peculado bancario en el caso Cofiec, entidad que otorgó un préstamo de cerca de 800 mil dólares al ciudadano argentino Gastón Duzac sin exigir las debidas garantías. En los últimos años del gobierno de Alianza País, los casos de corrupción se han multiplicado y alcanzado niveles de escándalo, en especial los relacionados a la estatal petrolera Petroecuador. Cuando Samaniego  insistió, extendiendo el micrófono hacia el candidato, él tocó la mano de la reportera para alejar el micrófono de su boca y le dijo: “Usted ya preguntó”. Después, el 27 de marzo,  tras un conversatorio con empresarios, realizado en Quito durante su campaña, Moreno se presentó ante los medios para hacer una declaración pero no aceptó preguntas.

El cerco de Lenín Moreno lo vuelve casi inasequible. La periodista Ana María Cañizares que lo ha seguido durante la campaña de la segunda vuelta, dice que varios reporteros han tenido encontrones con gente del equipo de comunicaciones del oficialista. Cuenta que se les ha vuelto una costumbre llamar a los jefes de los medio de comunicación para quejarse porque quisieron hacer tomas o preguntas o insistir en obtener información. “Tratan de que Moreno tenga el mínimo contacto con nosotros, se vuelven hostiles” —dice Cañizares — “Es un bloqueo, agresión y posición a la defensiva con la que tratan a la prensa”. Andrés Michelena, asesor de Moreno en la época de la vicepresidencia y hoy a cargo de la comunicación de campaña,  lo niega. “No, para nada” —me dice por WhatsApp— “Siempre hay acceso a agenda de Lenín.  Para entrevistas no hay mucho espacio porque se ha priorizado territorio”. 

Cuando le pregunto si alguien del equipo de campaña de Lenín Moreno ha llamado a algún gerente, jefe de noticias, coordinador o jefe de información de uno o varios medios para quejarse de algún reportero, su respuesta fue: “No te puedo responder por otros”. Sin embargo luego ofreció averiguar si alguien de su personal lo había hecho y confirmó: “no ha habido tales llamadas, no ha sido necesario”, dijo, pero agregó que “en algún momento yo en persona hice una llamada por un camarógrafo por no respetar lugares privados”, sin dar más detalles al respecto.

Lo cierto es que hay una larga lista de medios que han solicitado entrevistas sin respuesta alguna. Andrés Carrión de Teleamazonas dijo que Moreno había cancelado la entrevista pocos minutos antes de que empezara la transmisión en vivo de su programa, Carlos Rojas de Ecuavisa confirmó que lo había invitado en reiteradas ocasiones sin que aceptara asistir, en Gkillcity fue el único candidato que nunca dio respuesta a la  invitación reiterada desde noviembre de 2016. Dos más no dieron la entrevista, pero al menos dijeron “no”. Moreno, en cambio, hasta dos semanas antes de que terminase la segunda vuelta, seguía diciendo a través de su equipo que lo estaba evaluando.

Cuando fue invitado a debatir con sus oponentes también quedó en literal falta: en el debate que organizó la Cámara de Comercio de Guayaquil el 25 de enero previo a la primera vuelta, asistieron todos, excepto él. Sí fue al que organizó diario El Comercio, pero el encuentro no era propiamente un debate. Se hizo el 5 de febrero de 2017 y se llamó Diálogo Presidencial. El formato exigía que los candidatos expusieron sus ideas, sin derecho a mencionarse entre sí o a exigir respuestas unos a otros. A pesar de que no hubo ninguna contradicción de posturas y propuestas, al día siguiente el diario estatal El Telégrafo publicó en primera plana: “Un diálogo de siete contra uno deja mejor posicionado a Moreno”. 

La Red de Maestros, una organización de profesores afín al correismo convocó a un diálogo entre Lasso y Moreno. La organización docente es tan cercana al oficialismo, que el exministro de Educación del régimen fue propuesto por la Red como candidato a la Asamblea. Después de que Guillermo Lasso aceptara ir a una conversación con árbitro y cancha ajena, fue cancelado por sus organizadores. La Cámara de Comercio de Guayaquil organizó un segundo debate para el 27 de marzo. El encuentro se hizo: la moderadora Andrea Bernal y el candidato opositor Guillermo Lasso se sentaron a dialogar junto a la silla que debía ocupar Moreno. El cuadro retrataba a la candidatura de Alianza País pero también al estado del debate público del Ecuador.

Ha sido una época tensa, en la que ambas partes se acusan de hacer campaña sucia. Ha habido especulaciones sobre las relaciones entre los candidatos a presidente y sus vicepresidentes. De Moreno, se ha especulado mucho sobre su relación con su binomio, Jorge Glas. Antes y durante la campaña, Glas ha sido duramente criticado porque funcionarios cercanos a él (su exasesor Marcos Párraga, el gerente de Petroecuador Álex Bravo, el ministro de Hidrocarburos Carlos Pareja Yanuzzelli) están acusados de casos corrupción relacionados con la venta internacional de petróleo, los contratos con la constructora brasileña Odebrecht y sobornos para la obtención de frecuencias radiales. 

Algunos periodistas y comentaristas políticos dijeron que Glas era una imposición del partido a Moreno —un hombre que, por su popularidad, sigue con menos rigurosidad la disciplina partidista—, que no se llevan bien, que Moreno estuvo a punto de declinar su candidatura, un rumor que surgió por el retraso en la inscripción del binomio en el Consejo Nacional Electoral, prevista para el 14 de noviembre de 2016 y que se hizo dos días después. “La relación con Jorge Glas es muy buena”, dice Diego Guzmán, a la vez que asegura que no es una candidatura obligada. “Lenín no se deja imponer”. Admite, eso sí, que quizás habría sido mejor elegir a otra figura de Alianza País. “Pero escogió a quien sin duda será un gran aporte de la gestión gubernamental”, dice Guzmán. Según él, Moreno confía plenamente en Glas, a quien dice, no le interesa ser Presidente de la República.

Pero los críticos de Moreno no están convencidos. Un empresario que lo conoce desde sus épocas de vicepresidente cree que no está preparado para gobernar, que no tiene conocimientos para manejar un país, que no entiende de economía.

A esos cuestionamientos, Moreno responde con la Misión Manuela Espejo. “La carta de presentación del señor Lasso es el feriado bancario” —ha repetido en la segunda vuelta electoral de 2017— “La mía, la Misión Manuela Espejo”. En 2009, por impulso de Moreno, el Ecuador firmó un convenio con Cuba para realizar un estudio biopsicosocial clínico genético y el registro georeferencial de todas las personas con discapacidad en el país. 

Milton Jijón es un médico genetista clínico y pediatra con casi cuarenta años de experiencia en salud pública y que fue la contraparte ecuatoriana de la Misión, en la que participaron más de doscientos médicos cubanos y un centenar de ecuatorianos. Para Jijón, la iniciativa se quedó en la etapa del diagnóstico y no se ofrecieron tratamientos médicos. Dice que más del noventa por ciento de los pacientes con discapacidades de origen genético no fueron atendidos. Según él, Moreno incumplió la promesa de crear un Centro Nacional de Genética que habría permitido investigar y tratar enfermedades cuyo origen está en los genes. “Las ayudas que se dieron con la misión como sillas de ruedas, bastones, colchones y la ayuda económica a través del bono, como su nombre lo indica, ayudan a las personas que lo necesitan pero no ha resuelto el problema en su base” —dice en su consultorio de Quito— “Las ayudas técnicas se han convertido en un instrumento clientelar político”. Cree además que la inversión en el proyecto pudo haber sido más eficiente: “Muchos de los resultados de la Misión Manuela Espejo pudieron haberse obtenido con menos costo”. Una excolaboradora de Moreno en la Vicepresidencia que prefiere no dar su nombre, coincide en que la debilidad de la Misión fue la dificultad para mantenerse en el tiempo: “Nunca fue sostenible”. Cuando Moreno terminó su período como Vicepresidente, los proyectos que desarrolló quedaron en nada, al punto que una de sus promesas de campaña en 2017 es reactivar la Misión.

A pesar de esos reproches, la Misión Manuela Espejo trajo a la luz pública el problema de tener una discapacidad en el Ecuador, un tema antes invisible. Quizás por su condición personal, Moreno logró visibilizar un sector que había sido marginado durante décadas. “A él realmente le apasiona el tema de las discapacidades. Lo que él ha hecho por este país, nadie, nunca” me dice una persona que fue parte de su equipo en el último año de su vicepresidencia. Guzmán lo corrobora en el tono épico con el que habla de Moreno: “La gente se le acerca para agradecerle, con lágrimas en los ojos”. Recuerda que una señora se le acercó durante un recorrido de la campaña y le dijo: “Gracias a usted mi hijo sigue vivo”. El niño había nacido con una enfermedad catastrófica que Guzmán no recuerda, y fue atendido por uno de los programas creados por la Vicepresidencia. 

Guzmán dice, además, que no solo se trató de la asistencia material sino también de la narrativa que Moreno le dio al tema de discapacidades: el discurso en torno a una población olvidada creó, sin duda, mucha empatía en una sociedad que no conocía, no hablaba, no trataba y no veía a las personas con discapacidad. “Durante esa época, Lenín era el intocable, incluso por parte de la propia prensa de oposición”, dice su excolaboradora y recuerda que en marzo de 2012, la inauguración del Circo Social (una iniciativa para rescatar a niños y jóvenes en situación de riesgo, utilizando el arte como herramienta de integración) fue un desastre. El evento se haría en Loja, una provincia de la sierra sur del Ecuador, pero la apertura del circo no se hizo en la carpa contratada porque unas horas antes se cayó. Para cualquier otro funcionario habría sido el inicio de una crisis. “Había comisiones de todo el mundo invitadas, y nosotros los servidores públicos, y no había carpa”, dice su excolaboradora. “Fuimos a un coliseo horroroso para que la gente se presente” —recuerda— “A mí me pareció un escándalo, yo no lo podía creer, decía cómo es que esto no está en las noticias, por qué no hay nadie cubriendo esto, esto no es normal. Yo sabía que la inversión era millonaria ¿Dónde estaba la oposición, dónde estaba la prensa?”. Pocos medios reseñaron el hecho. Diario El Mercurio de Cuenca publicó una nota en la que recogía las explicaciones del Coordinador Nacional del Circo Social: que la carpa se rompió por el mal tiempo. Lo mismo hizo diario El Universo

Más de dos años después, diario La Hora reportó que la carpa seguía en el olvido. La estructura metálica de la carpa aún existía, pero estaba cubierta por maleza, y el techo de lona hacía mucho que se había caído.  El programa de investigación Visión 360 reportó que el Circo Social invirtió más un millón y medio de dólares carpas, programa de televisión, infraestructura, vestuario, logística, entre otros rubros, pero el proyecto nunca despegó: según el reportaje, la carpa de Cuenca fue la única que se instaló. “La carpa está caída, carpa de millón de dólares, los sistemas de audio no sirven”, dice la exfuncionaria de la Vicepresidencia. Por ese reportaje, en agosto de 2016, la Contraloría del Estado (el organismo que supervisa los recursos públicos y su uso) notificó a Jorge Glas, sucesor de Moreno en la Vicepresidencia,  que haría  un examen especial a la Vicepresidencia por el periodo comprendido entre el 1 de enero de 2011 y el 31 de julio de 2016.

Pocos meses antes de terminar su último año en Carondelet, la Misión Manuela Espejo lo puso entre los elegibles para el premio Nobel de la Paz de 2012. Un grupo de ecuatorianos residentes en Noruega, apoyados por el asambleísta de Alianza País Celso Maldonado solicitaron al Instituto Nobel que se considerara a Moreno. Aunque no ganó (ese año, se llevó el galardón la Unión Europea, no sin polémicas) la nominación fortaleció su imagen a nivel internacional: cuando dejó la vicepresidencia, se mudó a Ginebra como enviado especial del Secretario General de las Naciones Unidas para Personas con Discapacidad y Movilidad.

Ahí se inició la paradoja de Lenín Moreno: es un político que fue más popular mientras estuvo en su cargo que cuando lo dejó. Moreno terminó su período en la Vicepresidencia del Ecuador el 24 de mayo de 2013 con más del 95% de aceptación, pero fue su vida en el extranjero y la poca transparencia en cuanto al financiamiento de su labor en Europa,  lo que le ha costado más de la mitad de su aceptación. Cuando trascendió la información sobre su estilo de vida en Ginebra, surgió también la duda sobre su financiamiento. En una entrevista a Diario La Hora, Diego Zorrilla, coordinador residente de las Naciones Unidas en Ecuador aclaró que el organismo internacional no cubría los gastos de residencia y labores de Moreno.

Esa manutención ascendía, según el propio Moreno, a más de un millón de dólares en los tres años que estuvo en esas funciones. El canciller Guillaume Long negó que Ecuador cubriera sus gastos, pero después admitió que sí lo hacía. Según el portal Mil Hojas, el monto que recibió Moreno es muy superior al de toda la misión diplomática en Suiza encabezada por María Fernanda Espinosa, hoy parte de la campaña del exvicepresidente. En esa misma publicación se decía que una de sus hijas, Irina Moreno González, se desempeñaba como su consejera con un sueldo de casi siete mil dólares mensuales. En una entrevista a radio FM Mundo, Moreno aclaró que ella trabajó en el Ministerio de Relaciones Exteriores hacía diez años y que “por delicadeza” renunció cuando él fue electo vicepresidente, pero que regresó al servicio exterior —y asignada justamente a Suiza— por pedido del canciller Long. “A veces me daba una mano como hija pero nunca se le pagó un centavo por eso”.

La explicación no ha sido suficiente para muchos ecuatorianos, pero a Guzmán le entusiasma la idea de que no una, sino las tres hijas de Moreno participen en la vida política del país. “Sería fantástico que aporten dentro del gobierno porque son chicas sumamente inteligentes” —dice — “Es una decisión de Lenín, pero ellas están perfectamente capacitadas para desarrollarse en cualquier ambiente de la vida pública del Ecuador”. La excolaboradora de Moreno tiene una visión diferente. “Las hijas son un horror. Les cogió la fama y el poder rapidito. Una de ellas incluso es maltratante, grosera, caprichosa”, dice. Guzmán lo duda. “Son chicas bien ubicadas, en ellas jamás hemos visto ningún tipo de poses, siguieron siendo las mismas de siempre” —responde con convencimiento— “más bien para ellas, antes que encontrar beneficios de que su papá sea vicepresidente, se sentían perjudicadas porque no podían disfrutar de su padre en las mismas condiciones que lo hacían antes”. Moreno ya  ha dicho que en su eventual gobierno no participarían: “Mis familiares no participarán en la política, no participarán en puestos políticos de ninguna forma. En esa afirmación queda excluida la participación como primera dama de su esposa, Rocío González.

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El 3 de enero de 1998 la vida del matrimonio Moreno González cambió para siempre. A las siete de la noche, Lenín Moreno estaba sentado en su auto, esperando que su esposa saliera de comprar pan en una panadería sobre la avenida América en el norte de Quito. Dos asaltantes le dispararon a quemarropa. Una de las balas le destrozó la columna vertebral. Moreno quedó paralítico. Lo que vino después lo ha contado muchas veces: el asalto, la noticia de que no volvería a caminar, los cuatro años que pasó en cama, con dolores, el resentimiento con la vida, la idea de que era mejor morir, hasta que un día llegó a visitarlo un amigo de toda la vida. El amigo le dijo que había una muchacha a la que amaba y ella le correspondía, pero que su familia se oponía. Moreno, sorprendido le preguntó “¿Cómo? Si ahora ya las familias no se meten”. Su amigo le contestó con rapidez “¿Cómo que no? Mi esposa y mis hijos no la pueden ver”. Moreno recuerda que se rió como hacía mucho no se reía, y el dolor físico y emocional se le redujo. Entonces empezó a investigar sobre los efectos de la risa y el humor en las personas. Se convirtió en un motivador de la risa. Luego, dice, vino el perdón. Lenín Moreno dice que ambos fueron los remedios para reinventar su vida, que pudo haber quedado truncada y amargada.

En ese largo proceso su compañía constante ha sido su esposa. Lenín Moreno conoció a Rocío González a través de una amiga en común cuando tenía veinte años. Él ha dicho en varias entrevistas que fue amor a primera vista. Están casados hace 42 años y tienen tres hijas: Irina, Cristina y Carina. González dice que él la conquistó con serenatas. Se casaron al cabo de un año de noviazgo. La colaboradora de su época en la vicepresidencia recuerda que una vez la esposa de Moreno contó lo que pasó en las semanas posteriores al asalto. Ella se estaba convirtiendo en la enfermera de su esposo. Su hermana le aconsejó que buscara a alguien que la ayudase en tareas como bañarlo o llevarlo al sanitario, porque de lo contrario su matrimonio podía terminar. Rocío siguió el consejo. Desde entonces Moreno y González son inseparables. “Conoció profundamente el sufrimiento, sentir que no podía jugar al tenis como hacía antes, bailar, jugar con sus hijas, obviamente le afectó mucho” —dice Diego Guzmán— “Pero ese dolor profundo físico, psicológico fue lo que le enseñó a aceptar. Es eso lo que le dio la visión de vida que hoy tiene”.

Él ha dicho que ella lo acompaña a todo lado. Mientras fue vicepresidente, ella aparecía constantemente junto a él, en la entrega de colchones, sillas de rueda o bastones. “Lo que Rocío hace en su vida privada y pública, el respaldo que le dará como esposa del Presidente de la República y el trabajo que ella puede desempeñar y que desde ya lo está haciendo con las Manuelas, va a ser sumamente importante” —dice Diego Guzmán— “Nunca en Ecuador hemos tenido una mujer del talante de esta mujer, con el entendimiento que tiene sobre la problemática social”. La excolaboradora de Moreno en la Vicepresidencia corrobora lo unidos que son:  “Son bondadosos, son generosos. Tienen una sensibilidad muy especial por las discapacidades. Es genuino”, dice. Recuerda que en una ocasión, Rocío estaba de visita en un orfanato y alguien les contó que cerca del lugar, había una niña con discapacidad que estaba atada a un árbol. Rocío González decidió ir de inmediato a ver qué sucedía. “En efecto llegamos y había una niña atada. Ese rato le sacamos de ahí, Rocío hizo que los papás nos acompañen y yo sé que hasta el día de hoy ella se hace cargo”. 

Sin embargo, la excolaboradora dice que esa relación tiene un peso determinante en la vida de Moreno. “Ella tiene muchísimo poder sobre Lenín y sobre lo que se hace”. Cree, además, que se ha endulzado con las ventajas que otorga el poder. “A ella le fascina la cartera cara, la moda” —dice—“Ellos empezaron a tener relaciones amistosas que no hubieran tenido si es que no era por el cargo. Empezaron a ser íntimos de familias millonarias, dueñas del país. Entonces si había un evento, una le prestaba el avión a otro”. Una vez, dice, Lenín —ya fuera de la vicepresidencia— fue invitado a un evento en Los Ángeles. Él asistió con su esposa y su hija Carina, y ellos quisieron ir al Beverly Hills Hotel, el mismo en el que estaba hospedada la cantante estadounidense Katy Perry. Los organizadores del evento les invitaron a un desayuno que costaba ochenta dólares por persona. Rocío dio un mordisco a algo, se tomó un sorbo de algo y se fue. “Tenían ya una vida que no es real”—dice su excolaboradora— “Él es tranquilo, sin poses, pero es como que la vida de lujos ya les gustó”. 

El empresario que lo conoce y pidió no ser nombrado coincide: “Ella ejerce influencia sobre él. En público es muy tranquila, muy buena gente, pero le notas que tiene un colmillo ahí”. Una idea similar tiene otro empresario que habló conmigo: “Ella quiere ser una aristócrata quiteña, quiere jugar un rol fuerte”. Pero Diego Guzmán no cree que sea así. “Yo no veo que sea una influencia para tomar decisiones en políticas de estado” —dice— “sino una influencia que le puede dar a uno la mujer que lo ama, la persona que más lo entiende”.

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La Vicepresidencia del Ecuador funciona en un edificio en la calle Benalcázar, entre las calles Espejo y Chile. Sobre la Benalcázar hay varios puestos de venta de empanadas, sánduches, tortas, cevichochos, quesadillas, caramelos, fotocopias o duplicados de llaves. En uno de esos, trabaja Jenny, una mujer de unos treinta años. Mientras da lactar a su hija de pocos meses de vida, recuerda que cuando Lenín Moreno era vicepresidente “de repente” entraba por la puerta que da a la calle donde está su puesto de caramelos. “A veces saludaba, conversaba, sonreía, sí era buena gente. El otro, el de ahora, ese es odioso” —alude a Jorge Glas—“Nunca saluda, nunca asoma, trompudo sabe andar cuando se le ve”. Recuerda haberlo visto un par de veces bajando de su auto, acompañado por su gente de seguridad. “Siempre andaba sonriente”. Le pregunto si va a votar por él. Responde tajante: “No, no, no, eso sí no. Era carismático, pero ya hay que cambiar. Ahora voto por Lasso”, dice mientras mueve a su bebé de un lado a otro. “No tiene idea del tema económico, no se da cuenta de la magnitud de lo que es”, dice el empresario que lo conoce. En eso coincide su excolaboradora en la Vicepresidencia: “Lo de él no es la economía, no es la administración, a él no le gusta. En el fondo del alma de él yo creo que él dice ojalá no gane, porque no creo que esté listo para enfrentar la situación en la que estamos”. 

Durante su mandato como vicepresidente, Lenín Moreno tuvo a Rafael Correa, una figura mucho más fuerte para hablar de ese tema que hoy está obligado a afrontar. “Lenín es un tipo que sabe un poquito de muchas cosas” —dice el empresario— “No es un tipo conceptual. Correa tiene una formación. Lenín no ha leído nada; no sé si eso sea bueno o malo”. Guzmán, el hombre que no le conoce defectos a Lenín Moreno, discrepa: “Tiene una gran visión del manejo de cada una de las instancias en la sociedad, incluida la del Estado”.

Otra de las dudas que ha generado la candidatura de Lenín Moreno es su salud. Ya en 2008 era un tema de interés nacional e internacional: en los cables del Departamento de Estado de Estados Unidos revelados por Wikileaks se menciona una posible renuncia del entonces Vicepresidente por la carga física que representaba su trabajo. En el despacho se menciona también un quebranto en su salud por el que estuvo hospitalizado, y a la que se refirió el presidente Correa en el enlace ciudadana del 10 de mayo de 2008. En ese documento también se mencionaba que Moreno no tenía interés alguno en lanzarse nuevamente como vicepresidente y menos aún como presidente. Ninguna de las dos proyecciones se cumplió: Moreno corrió nuevamente con Correa en 2009 y ocho años después busca reemplazarlo.

Hay una hipótesis ineludible en cualquier discusión sobre las elecciones de 2017: que la salud de Moreno sea un pretexto para hacerlo de lado y que, en su lugar, ascienda Jorge Glas, pero Guzmán lo niega. “Jorge es un hombre de lealtades, muy bien ubicado en el mundo, con los pies en la Tierra”. Desvirtúa, además, las discusiones que se han generado en torno  a la salud del candidato presidencial de Alianza País. Dice que eso es una campaña sucia y que en los recorridos que han hecho por el país se ha demostrado que Lenín Moreno está en las mejores condiciones. Su excolaboradora da una versión que corroboraría lo dicho por los diplomáticos estadounidenses: “Él no estaba bien cuando salió de la vicepresidencia”—dice—“Cuando había la posibilidad de que se postule, la esposa le amenazó que la presidencia o su familia. Y él tampoco quería. Él estaba bien, viviendo como rey en otro país.”

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Una tarde de 2005, una de las hijas Moreno González le comentó a su padre que había sido alumna del economista Rafael Correa Delgado en la prestigiosa Universidad San Francisco de Quito. Correa era parte del gabinete del cardiólogo Alfredo Palacio, que había reemplazado al décimo presidente que había sido derrocado en el Ecuador entre 1996 y 2006. Según una nota de prensa, Moreno había militado durante un tiempo en la Izquierda Democrática. Andrés Michelena, su director de comunicación en 2017, niega que Moreno haya jamás militado en cualquier otro partido que no sea Alianza País.

Moreno empezó a prestarle atención a Correa: sus posturas sobre la deuda externa y el gasto social le parecían acertadas. “Creí que podía ser presidenciable”, dijo Moreno en una entrevista con EcuadorInmediato. Se lo comentó a su amigo de la época universitaria, el político Gustavo Larrea que se contactó con los economistas y activistas de izquierda Fander Falconí y Alberto Acosta. “Fui a visitar al joven Rafael en su oficina pero no lo encontré” ha contado Moreno. Sin embargo, unas semanas después se encontraron en una concentración política. Lenín Moreno le dijo: “Rafael, cuentas conmigo”.

Cuando se definió la candidatura presidencial de Correa, les faltaba un compañero de fórmula. A Moreno le pidieron un consejo: “¿A quién ponemos de vicepresidente?”. Después de discutir varios nombres —algunos sugeridos por Moreno—, Larrea le propuso que fuera él. Lenín dijo que no. Fander Falconí le insistió. Moreno respondió con una evasiva: consultaría con su esposa. Ella  le dio la luz verde final:  “Lo que tú decidas, yo te respaldo”. Moreno aceptó.

Pocos días antes de lanzar la candidatura, Correa lo invitó a su casa a almorzar, conoció a su familia y se sumó al movimiento que gobernaría al país por lo menos durante diez años más. Ese día, Correa le pidió discreción: quería que su candidatura fuese una sorpresa. El lanzamiento se haría en el pequeño cantón de Palestina, en la provincia del Guayas. Ahí el país sabría que un hombre sin vinculación o pasado político, que estaba en silla de ruedas por un ataque de delincuentes, llamado Lenín Moreno correría como binomio de Alianza País. Moreno y su esposa viajaron en carro las más de siete horas entre Quito y su destino. A medio camino, a la altura de la ciudad de Santo Domingo de los Tsáchilas, les dio miedo. Era un reto inmenso, y ella dudó por su condición física, por los dolores, por el esfuerzo que implicaría no el cargo al que aspira, sino toda la campaña que se avecinaba. Él llamó a Correa para dar marcha atrás, pero él ya no le respondió el teléfono.

La fecha ha quedado marcada en la historia: El 5 de agosto de 2006 se lanzó la meteórica campaña que llevaría en tres meses a Correa y a Moreno a gobernar el país. Alfredo Vera, un dirigente del tradicional partido Izquierda Democrática que sería Ministro del Interior de Correa, cuestionó la elección de Lenín Moreno como binomio: según Vera, se estaba utilizando la discapacidad como un gancho electoral. “Me siento afectado y ofendido, porque soy discapacitado y nunca he usado mi condición para merecer un estímulo en la vida”.

Más de diez años después, Lenín Moreno está cerca de llegar a la Presidencia de la República. Para lograrlo, deberá vencer al empresario y exbanquero Guillermo Lasso, con quien la mayoría de encuestas lo ponen en un empate técnico, aunque unas pocas —consideradas cercanas al gobierno— le dan a Moreno ventajas de más de diez puntos sobre Lasso.

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Más de medio siglo antes, una partera y un enfermero recibieron a Lenín Boltaire Moreno Garcés. Era el 19 de marzo de 1953 en Nuevo Rocafuerte, un pequeño pueblo de la selva amazónica, el último pueblo al pie del río Napo, casi en la frontera con Perú. El río es la angosta puerta de entrada al parque nacional Yasuní, una zona que protagonizó en 2013 la gran ruptura de Rafael Correa con los colectivos ecologistas que lo apoyaron para llegar a la Presidencia. El parque, una reserva de la biósfera, tiene también petróleo en las entrañas y Correa había prometido no explotarlo si la comunidad internacional acordaba pagarle al Ecuador 350 millones de dólares por no explotarlo. La iniciativa internacional Yasuní ITT se lanzó en 2007 y seis años después fue cancelada. “El mundo nos ha fallado” dijo Correa y ordenó extraer el crudo. Los activistas ambientales criticaron duramente la decisión.  

Pero para eso faltaba aún toda una vida cuando Moreno vivió en Nuevo Rocafuerte. En 1956 su familia se mudó a Quito.  Sin embargo, según le dijo su papá, Servio, a un programa de televisión estatal, la familia regresaba con frecuencia “especialmente a caminar en las riberas de los ríos, especialmente del Yasuní, en donde se bañaba con su hermano”. En Quito, vivía junto a su familia en el tradicional barrio de San Juan, en el centro histórico. Era la casa de los padres de Miguel Carvajal, que aún no nacía, pero que hoy es asambleísta de Alianza País y fue ministro de Rafael Correa. Moreno estudió en el Colegio Municipal Sebastián de Benalcázar y luego en la Universidad Central donde empezó Medicina, pero luego se cambió a Administración. “Fui el mejor egresado”, dijo en una entrevista en 2006 a Ecuavisa. Su título fue registrado el 14 de noviembre de 2016, dos días antes de inscribir su candidatura a la presidencia ante el Consejo Nacional Electoral.

De su vida profesional antes de llegar al poder se sabe poco. Trabajó en la Cámara de Turismo de Pichincha, en la que fue Secretario Ejecutivo. Su esposa contó en un video de la Vicepresidencia que Lenín creó una empresa promotora de turismo de la cual no hay mayor registro. En varias notas de prensa de la época de su primera candidatura —e incluso algunas ya cuando ejercía su cargo — se lo menciona como director académico de la Fundación Eventa, creada para la investigación y promoción del humor. Un cargo que, en 2016, le traería polémica cuando salió a la luz que a través de esa organización, Moreno daba charlas motivacionales en entidades públicas, por las que cobraba valores cercanos a los diez mil dólares. Una de ellas es la que habría dado a la Empresa Pública Metropolitana de Movilidad y Obras Públicas, EPMMOP, en la alcaldía de Augusto Barrera, militante de Alianza País. Según la resolución de la empresa, firmada por su gerente, Germánico Pinto, la Fundación Eventa fue contratada para dos charlas en septiembre de 2013 y pagó 20 mil dólares por ellas. Fue un episodio más en la paradoja de Lenín Moreno, que siempre fue más durante su cargo, y mucho menos después de él.

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El mensaje entre líneas que Lenín Moreno trata de comunicar a muchos de sus detractores es que él no es Rafael Correa. En estos diez años, Moreno y Correa han sido como dos lados de una misma moneda. En su discurso de despedida en 2012 ante la Asamblea Nacional,  Moreno llamó a la reconciliación con quienes se alejaron del gobierno—entre ellos, su amigo de toda la vida, Gustavo Larrea—: “No importa que se hayan equivocado, regresen a la revolución ciudadana”. Sentado a pocos metros de él, Rafael Correa sonrió con una mueca de ironía. Cuando le tocó su turno, el Presidente no dejó pasar el comentario de Moreno. “Y aquí somos un movimiento democrático, nuevamente me permito discrepar con mi querido vice… los que se fueron, por favor que no vuelvan”—dijo y remató con su estilo confrontacional—“Siempre se puede confiar en los traidores, no cambian nunca”. Lenín fue siempre la cara buena del correísmo, avalada además por los proyectos en los que se involucró mientras fue Vicepresidente: temas sociales, de discapacidades, de sectores vulnerables y olvidados.

Sin embargo, nada existe en Alianza País demasiado lejos de Rafael Correa. Ni siquiera un hombre tan popular como Moreno, que siempre se ha declarado un seguidor más del líder de la autoproclamada Revolución Ciudadana. “Rafael es uno de los mejores hombres que ha tenido la patria”, dijo Lenín Moreno en una entrevista a un medio público. Nunca le han faltado palabras complacientes para el presidente. “Ese hombre es extraordinariamente cariñoso con su familia, ama profundamente al Ecuador, es inteligente, es valiente, es frontal, a veces demasiado frontal para mi gusto, pero si un hombre no tiene virtudes, no hay cómo perdonarle defectos. Este proceso se convertirá en leyenda”, dijo en esa entrevista. Diego Guzmán dice que se llevan muy bien.“Ha sido una relación de inmenso cariño, de gran respeto. También de desacuerdos, también de consensos”. 

A pesar de que en el último año de su período juntos hubo rumores de un distanciamiento, ya fuera del poder, en febrero de 2016, Lenín Moreno le escribió una carta al presidente reiterándole su apoyo. En ella decía que se había enterado que se estaba usando su nombre con fines políticos y aclaró que él no autorizó que se recogieran firmas de adhesión para una candidatura por fuera de Alianza País. Le decía, además, que ratificaba su “indeclinable lealtad y compromiso” con el proyecto político. A pesar de ello, un mes después, Moreno escribió otra carta. Iba dirigida a la Secretaría del Movimiento País cuestionando al movimiento. Preguntaba si su partido falló en el proceso de selección de sus cuadros, haciendo alusión a la derrota de varios candidatos del movimiento en las elecciones seccionales de 2014 —cuando, entre otras, perdieron la alcaldía de Quito, la primera gran derrota electoral correista—. Era un texto de 23 reflexiones que invitaba a una autocrítica sobre las relaciones de País con las mujeres, los médicos, los indígenas, entre otros opositores del gobierno de Rafael Correa. «Escuchar y comprender es fundamental para el fortalecimiento democrático de nuestro proyecto político» escribía. Analistas políticos de todo el espectro de la prensa —oficialistas, opositores y hasta los más sensatos— vieron en esas palabras la definición de un territorio: por primera vez Moreno asumía su individualidad.

Siete meses después, Moreno fue postulado a la Presidencia por Alianza País. En ese momento lanzó una crítica directa a la gestión de Correa: “Para que no volvamos a cometer el error de hacer elefantes blancos con el dinero que podíamos haber hecho diez escuelas, si se ven muy bonitas, el presidente lo ha dicho pero con el dinero que cuesta una escuela del milenio, podíamos haber hecho diez escuelas”. Correa no atacó directamente a su potencial sucesor, pero sí se mostró molesto con la declaración y contestó con su lengua afilada por la intolerancia de una década: “Vendrá un demagogo y dirá yo voy a hacer escuelas más pequeñas de cincuenta chicos con todos los servicios. Lo que se ahorra en inversión se va a gastar en costo operativo” —y remató con una línea que es casi una marca suya— “No nos dejemos engañar por los mismos de siempre”.

En su época de Vicepresidente, Lenín Moreno fue siempre un hombre de opiniones prudentes. Incluso, llegó a oponerse a ciertos gestos y actitudes de Correa. Algo que a ningún otro militante de Alianza País le ha sido tolerado. En una entrevista a la BBC británica publicada el 23 de mayo de 2013 (un día antes de la posesión de su reemplazo) Moreno dijo que el millonario juicio que planteó Rafael Correa contra el diario El Universo por una columna del periodista Emilio Palacio debió ser solo contra el columnista. Dijo, también, que la actitud de Rafael Correa y su confrontación con los medios había “llegado demasiado lejos”. Enseguida, matizaba lo que quería decir: la reacción del presidente no era justificable pero era explicable: “ya que los medios de comunicación lo golpean permanentemente”. Moreno tampoco fue un gran entusiasta de la Ley de Comunicación, aunque creía que los medios debían ser regulados. Aún así, solía ser muy cauto y evasivo para confrontar alguna declaración o propuesta de Rafael Correa. Su perfil moderado y conciliador se lo impedía.

Pero algo ha cambiado en Lenín Moreno en esta campaña. Su tono ya no es tanto de conciliación y moderación. El que había dicho que su esposa era su compañía en todo momento, y que lo acompañó a entregar sillas de ruedas, colchones y asistencia, criticó que Guillermo Lasso tenga siempre a su a su esposa junto a él en los actos campaña. Ironizó —en un humor un poco retorcido, extraño en él— que tal vez lo hacía porque ella no confiaba en él, según lo reportó diario El Universo. Dijo que para él amor no significa que el hombre “ande arrastrando de los pelos, de las manos” a las mujeres. Su esposa, Rocío González, estaba trabajando en la campaña, pero en otro sitio. Según el mismo reporte de prensa, Moreno pidió a la audiencia que investigase el lugar de nacimiento de los hijos de Lasso, diciendo que las familias ricas del Ecuador prefieren que sus hijos nazcan en Miami, y no en Ecuador. Moreno contó que su hija Cristina le pidió que sus trillizos nacieran en el país, en una clínica privada de La Puntilla, en Samborondón. Lenín Moreno ha adoptado una actitud más confrontativa. “La campaña lo ha energizado”, dice su excolaboradora. Ha hecho una campaña completa, extenuante. Pero la imagen de buen tipo que construyó durante su vicepresidencia se ha diluido: ha dejado de ser el hombre bonachón, que “sabe un poquito de muchas cosas, pero nada en profundidad, como si hubiese leído muchos libros para principiantes, como esos manuales for dummies” como me dijo el empresario, y se ha convertido en un hombre distante y hasta impaciente con la prensa; fue imposible conseguir apenas diez minutos con él para escribir este perfil. 

Ahora critica a la familia de su contrincante, es a ratos más parecido a Rafael Correa que al Lenín Moreno del 2009, ha aparecido poco en los medios y ha preferido lo que su equipo llama “estar en el territorio”. La construcción de la imagen de Lenín Moreno ha evolucionado: ya no es la del orador de charlas de autoayuda para superar la adversidad a través del humor y la risa. Ahora es un patriota. No. Ahora es el patriota, el que aguanta críticas, arriesga su salud, olvida su comodidad por el bien de la patria, el que no tiene defectos. Al menos eso es lo que nos presenta, sin derecho a repreguntas, el equipo de comunicación que tan celosamente lo cuida. 

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María Sol Borja
Periodista. Ha publicado en New York Times y Washington Post. Fue parte del equipo finalista en los premios Gabo 2019 por Frontera Cautiva y fue finalista en los premios Jorge Mantilla Ortega, en 2021, en categoría Opinión. Tiene experiencia en televisión y prensa escrita. Máster en Comunicación Política e Imagen (UPSA, España) y en Periodismo (UDLA, Ecuador). Ex editora asociada y editora política en GK.
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  1. Cropped Favicon GK 2 66x66
    Jose 31 marzo, 2017 a 9:58 am

    Lenin Moreno, más alla de lo que es como persona, cumple el papel del policía bueno (o buenoide) del correato infame y corrupto.

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