La segunda vuelta presidencial en Ecuador es un déjà vu. Después de 17 años se reencuentran el correísmo versus Noboa. El evento canónico que cambió el rumbo de la historia política del Ecuador en 2006 se repite ahora en una encrucijada similar. Esta vez se presenta una justicia poética porque el partido Mover (ex Alianza País) hoy auspicia a Daniel Noboa. La misma historia se escribe pero en otra página; el Ecuador de hoy no es el mismo del 2006.
Hay factores paralelos como la inestabilidad política, la salida anticipada del Presidente, la ausencia de gobernabilidad, la débil institucionalidad y el deterioro en la calidad de los ciudadanos.
Sin embargo, la política ecuatoriana cambió mucho desde 2006. El panorama electoral se desarrolla en medio de un cambio demográfico con 3,5 millones de jóvenes entre 16 y 29 años. Es decir, el 30% del padrón electoral creció en un mundo muy distinto al 2006. Los quinceañeros de entonces ahora tienen 35. Y los de 16 apenas nacían en el primer gobierno de Rafael Correa. Esto quiere decir que los votos duros de los «ísmos» e «ístas» se encuentran atravesados por un ciudadano que no se identifica con esas posiciones porque no las vivieron.
Estas son tres variables que marcan el segundo round entre Noboa y el correísmo.
El clivaje nuevo – viejo
En primer lugar, lo obvio. Se enfrentan las nuevas generaciones de ambos bandos. Pero este clivaje va más allá. Se trata de la vieja y nueva política. Ese 30% de jóvenes desesperadamente buscan una política menos conflictiva y más propositiva. Sabemos que la política es un conflicto constante. Sin embargo, la política se trata, justamente, de dar respuestas a esos problemas.
Otra cosa muy distinta es cuando las pugnas por el metro cuadrado de poder es el único norte de nuestros electores.
El sentimiento de “que se vayan todos” se justifica en lo anterior. Se buscan rostros nuevos (de cualquier edad) que puedan escuchar las necesidades de los ciudadanos y darle una solución. Nuestra genética política está incrustada con la búsqueda de un liderazgo fuerte porque sabemos que la institucionalidad no funciona. Estamos en un anhelo constante de mejores políticos.
Los candidatos deben comprender que esto no se trata sólo de estar presente en redes sociales sino de entender, desde la perspectiva de los jóvenes, cómo atraviesan los problemas del país. Por ejemplo: caminar a clases sin que les roben, conseguir un trabajo digno (el desempleo afecta más a este grupo, más aún a las mujeres), acceder a educación de calidad e implementos para su desarrollo profesional, etc.
Es un error decir que los jóvenes votan por el candidato de Tiktok. Votan por quien supo escuchar mejor sus necesidades. Votan por quién aprovechó los canales y símbolos propios de las generaciones para acercarse a ellos.
El clivaje correísmo – anticorreísmo
Este clivaje ha dominado la política ecuatoriana por casi dos décadas. Es vigente y es importante pero no es determinante. El cambio sociodemográfico en el país añade nuevos temas a la agenda pública. Las sociedades modernas tienen nuevos problemas como resultado del progreso humano. Se cierran brechas pero se abren otras. De ahí nacen nuevos temas políticos que los ciudadanos, sobre todo los jóvenes, toman posturas y esperan lo mismo de sus representantes.
Lo interesante es que son transversales. La agenda pública no es maniquea como hace algunos años. No es tan fácil como izquierda versus derecha. O progresismo versus liberalismo. Hay causas como el medioambiente, la igualdad de género, la economía de la creatividad, la diversidad e inclusión, que se encuentran atravesados entre las preferencias electorales de los electores ubicados en diferentes puntos del espectro ideológico.
Por esta razón, no es suficiente presentarse como un “ísta” o un “anti” pues los problemas del país son más complicados que esa división. El tablero electoral es más complejo porque se conforma de más piezas. Hay que ver el panorama político completo, cómo todos los eventos se concatenan y darle una solución integral.
El clivaje de la mano dura – enfoque de bienestar
La violencia en Ecuador aumentó exponencialmente. Y, este 2023 es el año electoral más violento de nuestra historia. En este contexto, surgen dos visiones contrapuestas sobre el manejo de este problema.
Por un lado, la famosa mano dura que básicamente es fortalecer a las fuerzas del orden público, el sistema judicial y la infraestructura carcelaria. Por el otro, abordar la criminalidad desde un punto de vista estructural, es decir enfocándose en el acceso a los servicios públicos y fortaleciendo los derechos sociales.
Ambas narrativas se enfrentan en el mismo tablero electoral y le hablan a diferentes electores. Ahora, a más violencia en las calles, se fortalece el imaginario de un Bukele criollo para controlar el país independiente a las consecuencias institucionales que podría causar. Ello se alimenta, también, con la percepción de algunos ciudadanos que prefieren cualquier otra forma de gobierno a la democracia si sus necesidades son resueltas. Y es entendible. Los políticos le han fallado a la sociedad.
Esta es una historia que se escribe en el mismo libro pero en otra página. Sin embargo, este nuevo capítulo es decisivo para el país porque la paz y tranquilidad están en juego. El nuevo presidente y la nueva Asamblea deberán trabajar juntos por esa gran causa. Esperemos que las elecciones de 2025 no sean un incentivo perverso para boicotear la gobernabilidad y el futuro del país.
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