Carla*, una joven quiteña, no sabía que el oficio que la vida elegiría para ella estaba marcado por el uniforme de la Policía Nacional del Ecuador. Después de cuatro años de formación en la Escuela Superior de Policía Enríquez Gallo, salió a las calles a trabajar. Ahora, lo ejerce en la Unidad de Policía Comunitaria de una zona costera del país. 

La violencia es parte del cálculo en su trabajo diario en un país que ha llegado a una tasa de más de 20 homicidios por cada 100 mil habitantes. Carla, quien decidió mantener el anonimato en esta entrevista por temor a su seguridad, cumple con sus turnos en medio de la violencia y la credibilidad quebrada de la institución.

Última Actualización: 29 noviembre, 2022
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La reputación de la Policía Nacional se ha resquebrajado aún más por los repliques de casos de agentes vinculados a organizaciones de delincuencia organizada, el ingreso de armas a las cárceles ecuatorianas y el femicidio de la abogada María Belén Bernal en la misma escuela en la que estudió. 

Pero Carla, como muchos de sus colegas, también vive el luto: este año uno de sus compañeros fue asesinado. Él es uno de los 78 policías que han fallecido entre enero y noviembre de 2022, según datos enviados por la Policía a GK. Cinco de ellos fueron alcanzados por las balas de organizaciones criminales en atentados sin precedentes en Esmeraldas, Guayaquil, Durán y Santo Domingo el 1 de noviembre. 

Frente a ello, el gobierno mantiene su promesa de incorporar 30 mil policías hasta 2025. 

Durante dos horas, Carla se sentó a hablar, desde la unidad en la que labora, sobre cómo decidió ser Policía. Cuestionó el escueto proceso de formación de miles de policías y la corrupción de los mandos policiales. Contó, además, qué significa ser mujer en la institución y también ratificó su compromiso con lo que ella llama «vocación de servicio». 

¿Cómo llegó a la Policía? ¿Fue siempre su primera opción de carrera? 

Es un tema controversial en mi vida. 

Como muchos de ustedes, yo también apliqué a un cupo en la Senescyt [Secretaría de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación]. Yo era aún joven y, siendo sincera, no sabía qué carrera escoger. A veces, solo intentas complacer a tus papás, tenerlos contentos. Entonces, ingresé a la carrera de Ingeniería Comercial. Solo estuve hasta tercer semestre porque me di cuenta de que no era lo mío, de que no quería una vida de escritorio. 

Tomé la decisión de salir de la universidad sin saber qué hacer, sin saber qué rumbo tomar. Sabía que no era mi camino. Para mis padres implicó mucho esfuerzo e inversión económica. Se molestaron mucho cuando les conté que ya no iba a ser ingeniera. 

Mi llegada a la Policía fue similar. 

Supe del proceso de convocatoria por mis padres y por mis amigas. Me dijeron: ¿por qué no aplicas? Y pensé que era una buena idea. No sabía que era una labor que ahora sé que quiero ejercer para toda la vida.

Yo no tengo familiares policías, tampoco influencias en la institución, así que hice mi proceso reglamentario: rendí mis pruebas psicológicas, académicas, físicas. Todo lo que abarca el proceso. Gracias a Dios me salió el cupo directamente a la Escuela Superior de Policía Alberto Enríquez Gallo y ahí me formé durante cuatro años antes de salir a las calles. 

En retrospectiva, ¿le parece que las pruebas de ingreso fueron efectivas? 

Todo va de acuerdo al rango y a la situación que vives. Créeme que para mí, el no tener familiares policías —como sí pasa en otros casos en los que ellos mismos te guían o te dicen qué te van a tomar en las pruebas— fue un reto. Es que es un cambio total. Mira, muchos, como civiles, no hacemos ejercicio. El máximo esfuerzo físico que hacíamos es ir con tu familia al parque el fin de semana. Pero para rendir las pruebas físicas, al menos en mi proceso, tenías que prepararte. Y así lo hice. 

En cuanto a las pruebas psicológicas, pues eran las mismas que ustedes daban cuando querían acceder a un cupo en la Senescyt. Lo sé porque yo lo viví. También hubo una evaluación toxicológica y económica. 

¿También hubo pruebas de confianza previas a su ingreso? 

Sí. De hecho, en mi promoción sí hubo el procedimiento de toma de prueba del polígrafo. Esa era la prueba final para poder acceder a los cuatro años de formación que tuve antes de comenzar a trabajar. Y, claro, no tienes ni la mínima idea de lo que te van a preguntar. 

Sí estás nerviosa, sorprendida. 

Pero también debo aceptar que, como en toda institución, existen fallas durante la aplicación de las pruebas. Eso causa que no sean totalmente efectivas. 

Y la situación se complejiza por los anuncios actuales de la misma Policía sobre la incorporación de miles policías porque, si antes ya había deficiencias en los procesos, ahora pienso que podrían crecer por la falta de control. 

Sinceramente, las autoridades se sienten presionadas —como institución— a seguir induciendo más y más policías por los niveles de violencia en el país. Pero yo no estoy de acuerdo. 

[Nota de la redacción: La prueba de confianza es un procedimiento de reacción corporal que se aplicó desde mayo del 2014 con la expedición del acuerdo ministerial 4348. Durante la evaluación, se consultaba por temas vinculados a drogas, participación en ilícitos o  vulneraciones a los Derechos Humanos. Para 2016, solo el 50% de los aspirantes que intentó conseguir uno de los 2.400 cupos habilitados durante ese año, pasaba la prueba.]

El 14 de octubre de 2022, 1.500 policías se graduaron. Semanas después, el 31 de octubre, 8.500 personas ingresaron a 41 escuelas como aspirantes a la Policía. Ellos van a tener un proceso de formación de un año: seis meses virtual y otros seis presencial, ¿por qué no está de acuerdo en seguir formando a más policías

Justamente por eso, porque se debería hacer un procedimiento extenso para la formación de policías, sea para el grado de oficiales o de tropa. Solo para que tengas una idea: en mi promoción el proceso de ingreso fue de seis meses. No de formación, sino solamente de ingreso. Ahora, pretenden que los policías sean formados presencialmente seis meses antes de salir a las calles. Es insuficiente. 

Durante esos seis meses para acceder al ingreso, primero aplicabas a la convocatoria a través de la plataforma virtual. Entonces, te agendaban una cita para que entregaras tu carpeta  —revisaban datos como la estatura, la convivencia familiar, que tus documentos estén en regla, el título de bachillerato—. 

Luego, comenzaban las pruebas psicológicas, académicas, físicas, médicas, toxicológicas y después rendías la prueba del polígrafo. Al finalizar, en la plataforma del Ministerio de Gobierno, durante esos años, te anunciaban si lograste o no un cupo. Te decían, a través de un correo, que debías presentarte con un listado de insumos con materiales específicos. 

Mi proceso fue unificado. Eso quiere decir que los aspirantes con mejores puntajes iban a la escuela de oficiales y los que eran un poco más bajos, en cambio, a la escuela de tropa. 

Recién, después de eso, comienza el proceso de formación de cuatro años en la Escuela. 

Los policías que recién se graduaron [en 2022] ya tienen una falla y es una deficiencia de preparación. Mucho más los que se están formando ahora. Yo tuve una formación de cuatro años. Ellos tendrán un curso de seis meses. Recuerdo cuando cumplí seis meses en la Escuela, ¡recién estás despertando! Sí, apenas entiendes lo que está pasando. 

[Los que recién se graduaron] no saben el manejo básico del arma de dotación. Y en la situación de violencia en la que vivimos, imagínate que un policía no sepa manejarla. Créeme que son cosas básicas. Pero por seguir diciendo: “sí, vamos a seguir incorporando policías, vamos a seguir graduando”, no se dan cuenta del nivel capacitación con el que salen esos policías. 

[Nota de la redacción: los policías de rango oficial son directivos. Su tiempo de formación es de cuatro años y, al salir, salen con una licenciatura en Ciencias Policiales. Los policías de tropa son operativos técnicos y se forman en dos años para ser Técnico Superior en Seguridad Ciudadana. La Policía ha dicho que, para 2022, los ocho mil aspirantes que ingresaron a 41 escuelas de la policía tendrán seis meses de preparación virtual con materias como mediación, investigación científica y del delito, mientras que habrá otros seis meses presenciales] 

El no saber manejar bien un arma, ¿no sería incluso un riesgo para la ciudadanía como para el propio policía? ¿El tiempo de enseñanza es determinante? 

No es tanto el tiempo en el que te demoras en aprender —aunque por supuesto es vital tener un buen instructor—, sino los períodos de la práctica. Para que me entiendan: yo cumplí cuatro años de formación en la Escuela. Mientras nos preparábamos para ser subtenientes, también estudiamos a la par una carrera en la Universidad Central. Es decir, durante mi primer año en la Escuela, cursé dos semestres. Así fue mi proceso. 

Durante esos ocho semestres, nosotros recibimos a diario la materia de Armas y Tiro. Los dos últimos años fueron de práctica en el Polígono de Tiro, instruidos por nuestros profesores, que suelen ser coroneles en servicio pasivo. 

Ni siquiera con los cuatro años que tuve dije “estoy lista”. Porque terminas aprendiendo aquí, afuera, en la experiencia diaria de los auxilios y los procedimientos que se tengan. Además que en cada zona el proceso es distinto, no es unificado. Entonces, no puedes solo decir que ya sabes disparar. No funciona así. 

Por eso nos preocupa lo que está pasando, porque no saber manejar tu arma de dotación es terrible. Peor ahora con las bandas criminales que tienen hasta fusiles

Es algo básico que debemos saber y si no es así, vamos a estar en doble peligro. 

Cuatro años —o dos— frente a seis meses dice mucho. Hoy se cuestiona el tiempo de formación de los policías, pero también el hecho de que cada aspirante debe costear sus colchones, camas, armarios e incluso su alimentación, ¿cómo fue para usted el proceso de formación? 

Cada proceso es distinto y ahora más. Pero en el mío sí nos dieron los uniformes básicos, el colchón, la almohada, el juego de sábanas y las cobijas que necesitas como cadete. Incluso, hasta mi segundo año en la Escuela, nos pagaban un mensual de casi 110 dólares que nos servía para el rancho [es decir, la alimentación] o la necesidad que tuvieras. Creo que antes había más presupuesto, pero puede ser que la situación económica del país tampoco permita eso ahora, ¿no?

Y, bueno, tú ingresas como cadete. Durante los primeros tres meses pasas por un proceso de adaptación que se llama reclutamiento. Nadie podía visitarnos, tampoco podías tener contacto vía telefónica o Zoom con tu familia. Ahí es cuando aprendes a obedecer con lo básico:  la posición firme, la de discreción, por ejemplo.

En ese período también te das cuenta quiénes ingresaron con influencias y quiénes sí cumplieron con el proceso reglamentario. Unos se iban el primer día. Escuchaban los gritos de los instructores —aunque a mí no me afectaban— y no sabían lo que pasaba. No alcanzaban ni a dar una vuelta en la pista. Ahí sabes que no es que se prepararon para las pruebas físicas. 

¿Es común el ingreso de aspirantes a Policías por “influencias” en la Escuela? 

Mucho. Siempre ha habido. Y, como te decía, es fácil percatarse. Hay muchos policías que son lo que son porque se esforzaron, porque son el único sustento económico de su familia. Otros, en cambio, ingresan por conexiones familiares, porque su papá era policía, porque su abuelo era policía.

Las personas con influencias no rinden todas las pruebas, sino que, según vi en algunos casos, entran con el cupo directo. O, por ejemplo, cuando terminas tu proceso de formación, afuera [en las calles] uno no conoce a nadie. Ellos, en cambio, ya están en unidades policiales especializadas y los que no, siguen en servicio urbano, es decir, el comunitario. No puedo generalizar, pero son situaciones que sí ocurren. 

Para mí, los cuatro años de preparación fueron muy estrictos, incluso en la convivencia entre hombres y mujeres. Las formaciones las compartíamos. Pero a partir de cierta hora nosotras ya no podíamos salir de nuestro edificio. Y si alguna instructora o teniente te encontraba, te daban la baja directamente. 

Para nosotras, como mujeres, ha sido complejo también. En la Policía siempre hemos sido una minoría. De mi promoción, solo el 17% de los cadetes éramos mujeres. Es un mundo de hombres. 

¿Y qué ha significado ser una mujer policía en un mundo de hombres? 

El machismo es evidente —como en otras instituciones. Pero a medida que va pasando el tiempo, en nuestras promociones, en las últimas generaciones, hay muchas más mujeres. Antes, en las promociones de mis generales, el 90% eran hombres. Y, sea como sea, nos abrimos caminos para ascender a altos rangos. 

Sé, por mi propia experiencia, que a los hombres no les gusta que les manden las mujeres porque son machistas. Pero yo siempre les digo: “esto es lo que les tocó”. 

Ellos son mi grupo de trabajo. No es que yo soy la jefa y solo yo tengo la razón. También nos podemos equivocar y tiene que existir respeto. Al menos yo acepto otros criterios. Imagínate, yo estoy a cargo de sargentos con una carrera de casi veinte años y llegué aquí, a este cargo, a pocos años de haberme graduado.

Para mí ha sido un desafío grande porque tiene mucho que ver en cómo llegas a congeniar con un grupo de gente con la que trabajamos. Aún así, siento que me ha ido bien. 

En conversaciones con otras policías mujeres, off the récord, me han comentado que incluso hay ciertas propuestas fuera de lugar a cambio de ascensos, ¿usted lo ha constatado? 

Mira, tú como persona sabes hasta dónde puedes llegar. En cada institución hay buenas y malas influencias, incluida la Policía. Y sí, lamentablemente, hay todo tipo de propuestas. Lo importante es no ceder ante ellas y, sobre todo, romper el círculo. 

Hay altos mandos que te dicen: “venga a trabajar acá porque va a tener una mejor estabilidad”. Te ofrecen horarios flexibles y una situación más cómoda, por así decirlo. Nosotras no podemos aceptar eso. Debemos rechazarlo porque son nuestros esfuerzos y nuestros méritos los que deben llevarnos a estar en un buen cargo. 

Varias compañeras han aceptado esas “propuestas” para sentirse más tranquilas. El machismo está presente, sobre todo, cuando las mujeres somos una minoría. Pero démonos valor. No hay de otra forma. 

[Deberían pensar] “Yo soy la que genero que nos vean como un objeto material”. Pero no podemos aceptar eso. Debemos rechazar eso, porque es nuestro esfuerzo y nuestros méritos los que deben llevarnos a un buen cargo. 

¿A usted le han hecho una de esas propuestas? 

Sí, por estabilidad laboral. 

Me dijeron una vez: “venga a trabajar para este departamento, pero usted sabe lo que conlleva el favor que le hago atrayéndola”. Y mira, si yo estoy aquí, a más de ocho horas de mi casa, trabajando en horarios feísimos, en el ‘cae y levanta’ de trabajar un turno, descansar, y luego amanecerte, es porque he intentado hacer las cosas bien y no ceder ante esas propuestas. 

Son ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso. Es difícil. 

Quizá por tratar de salir de ese horario, las compañeras llegan a aceptar ese tipo de propuestas. 

Yo soy policía y puedo ir a donde sea. Y si tú te fijas, la mayoría de mujeres están en “buenas pegas”, en trabajos de oficina, más administrativas, con horarios hasta las cinco de la tarde. Claro que hay compañeras que están allí por su desempeño. Pero también es un secreto a voces que varias personas también están en esos puestos por esa situación. Es muy complicado. 

¿Qué implican esas propuestas?

Son cosas físicas netamente: relaciones sexuales. Las personas que están arriba —los altos mandos— ya tienen sus hogares y sus familias. Entonces, no van a cambiar su vida por eso. Pero es así como se ha manejado esto. 

Es muy grave lo que cuenta. Usted decía que son las mujeres quienes deben “romper el círculo”, que una “persona sabe hasta dónde llegar”. Pero también que ese tipo de propuestas son muy comunes, sobre todo, por la estabilidad laboral y ha explicado que esas propuestas llegan desde altos mandos, ¿no hay una relación de poder ahí? 

Creo que antes la relación de poder era mucho peor. Podría decir que sí, que antes había mucho silencio porque el mando más antiguo siempre tenía la razón, que si abusaban sexualmente de ti, nadie iba a creerte. 

Ahora hay formas de denunciar. Sí, he tenido compañeras y amigas que han sido acosadas. Ellas han denunciado. Las cosas están cambiando ahora. Y con el tema de las mujeres se han vuelto más estrictos. 

Una compañera mía denunció a un mayor. Tenía todas las pruebas en su celular y finalmente le dieron la baja [a él]

Entonces ese silencio sí viene también de una relación de poder. Y lo que mencionaba es peor aún, porque son casos de acoso. 

Así es. Nosotras, como mujeres policías, estamos en contra de eso. 

No solo el machismo ha sido cuestionado en la institución policial, sino también la corrupción, ¿cómo se mira eso a la interna? 

Yo he visto mucho el tema de las coimas, sobre todo, en la zona costera en la que trabajo. Yo cumplo con mi horario, tengo mi sueldo —que la verdad sí es bueno— y el servicio que nosotros brindamos también es por vocación. Es decir, yo no tengo por qué coger dinero porque no estoy haciendo ningún favor. Es mi trabajo. 

Pero hay compañeros que se han acostumbrado a ese tipo de facilidades. Incluso, hay quienes exigen un pago por “darse una vuelta” [patrullar]. En el circuito en el que yo trabajo, la gente es súper humilde y generosa. Suele llegar con agüitas cuando hace mucho calor. Imposible no aceptar. Pero de eso, a aceptar coimas, es otra cosa.  

Yo siempre digo que en la institución hay buenos y malos elementos, como en toda institución, y de a poco van cayendo los malos. Yo no puedo ponerme una venda y decir que aquí no pasa nada, porque pasa, como con los policías que ingresan droga a la cárcel. 

Pero, ¿qué quiere decir que en la Policía hay “buenos y malos” elementos? ¿No hay una responsabilidad institucional en ello? Tristemente, los casos se replican cada vez más: policías vinculados al narcotráfico, al ingreso de armas, a bandas emisoras de violencia. 

Cuando uno ingresa a la Policía no es que dices: voy a hacer cosas malas. Uno se daña en el camino, como se diría. En tu trabajo, del día a día, ves oportunidades que se te presenten. Pero también siento que tiene que ver con un tema de carácter, de saber a lo que viniste. También creo que depende de la situación. 

Por ejemplo, hay muchos policías que tienen juicios de alimentos. Hay muchos que están en una terrible situación económica por diferentes factores. Puede que acepte ese dinero, es decir, una coima, porque realmente lo necesita. Hay muchas cosas de trasfondo.

A eso iba. Entonces, ¿no es un tema solo de “buenos y malos” elementos? 

Pienso, por ejemplo, en que la mayoría de policías no es “correcto” en su hogar. No son todos, pero muchos tienen varios hogares o relaciones fuera de su matrimonio. Ahí sí creo que mucho tiene que ver en cómo funciona la institución, por la distancia de las unidades en las que trabajas, por los pases que a veces también son castigos.

Es difícil que la estabilidad familiar se mantenga. 

A mí me ha parecido curioso y hasta chistoso porque muchas veces han venido las esposas de mis coroneles a hablar con sus jefes a preguntar: ¿por qué permite todo esto”. Pero al final son temas personales. 

También pienso en lo que me decías sobre los casos de los policías que no cumplen con su trabajo. En cuanto a las sanciones, por ejemplo, está el Código de Entidades de Seguridad Ciudadana y Orden Público (Coescoop), que abarca las sanciones leves, graves y muy graves. 

Para nosotros sí es estricto y afecta directamente a tu hoja de vida. Entonces, pueden preguntarte: ¿prefieres que te ponga en la hoja de vida o que te mande lejos? Y claro, cualquiera va a preferir el pase para que no manche tu historial. 

Son cosas que, como tú dices: ni de buenos ni de malos. Mientras yo trabaje de la manera correcta, y desempeñe mis funciones, no tendré problemas. 

También hay policías vinculados a las redes de delincuencia organizada. En diciembre de 2021, el Embajador de Estados Unidos dijo que en Ecuador hay narcogenerales y para agosto de 2022, la Contraloría halló indicios penales contra tres generales. El ex ministro Patricio Carrillo dijo que había que reformar el reglamento del Coescoop para que se viera a los policías no como “servidores públicos normales”, sino como una persona “que puede ser cooptada” por el crimen organizado. Para ustedes, ¿qué ha significado esto?

Parece que cuando los policías están arriba olvidan que ellos también estuvieron abajo, en nuestros puestos. Somos nosotros quienes estamos haciéndole frente a la violencia en las calles y somos quienes más exponemos nuestra vida. 

Nosotros estamos pagando los platos rotos de los altos mandos corruptos. 

No podemos generalizar porque el 100% de la Policía no es corrupta. Tampoco se puede decir que todos los policías estén vinculados a las bandas. 

También creo que deberíamos analizar las circunstancias. Porque sí, puede ser que un general sea corrupto y tenga sus propios intereses. Pueden corromperse y conocer las situaciones en las que están inmersos. Y lo peor es que no solo lleva a la persona que está involucrada, sino a todos los que están abajo, porque las personas de menor jerarquía seguirán haciendo lo mismo cuando vayan ascendiendo. 

Lo que quiero decir es que las cosas vienen desde arriba. Y no solo es responsabilidad de la institución, sino también del gobierno. Quienes están arriba: comandantes generales y generales, están ahí también por un tema político porque, si lamentablemente uno de mis generales trabajó correctamente todos sus años y no se lleva con el gobierno, créeme, no va a estar ahí. Así funciona. Entonces, sí, el gobierno, desde su poder, maneja la situación. 

Pero, también puede existir el otro lado. Si un policía llega a la dirección de las cárceles, en el momento en el que quiera cambiar algo, o quitarle la comodidad a los líderes de las bandas, no va a poder. Porque, te decía, no hay un respaldo de seguridad para la toma de decisiones. Te queda decir: “saben qué, muchas gracias” o ceder ante esas amenazas. 

¿También están pagando los “platos rotos” por el caso del teniente Germán Cáceres, principal sospechoso del femicidio de la abogada María Belén Bernal? 

Sí, todos éramos “los malos” después de eso. Esos son los comentarios que he recibido, incluso me ha causado peleas con mis amigas. Yo convivo con mis policías: yo sé que a algunos les regalaron el puesto, pero también sé que muchos hicieron un gran sacrificio para estar en sus cargos. 

Yo sí quiero decir que jamás estaría de acuerdo con lo que le pasó a la abogada Bernal. Estamos en contra de la violencia. Nada lo justifica. También nos duele. Se ha hablado incluso de encubrimiento, pero también debo decir que en esto no solo está inmersa la Policía, sino también otras instituciones. 

Usted decía que a ustedes les ha tocado hacer frente a la violencia, ¿cuál es la dinámica en la zona en la que trabaja? 

A inicios del año tuvimos los índices más altos de muertes violentas. Ahora, ha comenzado a bajar un poco. En su gran mayoría, los homicidios están vinculados a la violencia de las bandas criminales. Mucho de eso se debe a que esas organizaciones están asentadas aquí. 

Por ejemplo, en esta zona, están Los Choneros y Los Lagartos. Lo triste es que, por ejemplo, hace algunas semanas fueron detenidos varios miembros de una de las organizaciones con municiones, armas y drogas. Sin embargo, la mayoría ya está en libertad por la orden de un juez. Y mira, a veces yo también pienso que sí debe haber corrupción de jueces, pero también creo que hay casos en los que no tienen de otra porque son amenazados.  

Nosotros dimos apoyo a la unidad especializada que ejecutó el operativo. Entonces, ya entenderás, tememos por nuestra vida. Veamos qué repercusión nos trae después.

Aquí también trabajamos con miedo. Al menos, cuando yo recién llegué, la situación aquí me impactó muchísimo porque vine de otra unidad en la Sierra donde lo máximo que tenías era el robo de animales. 

Trabajar aquí me ha hecho entender que esta zona es una de las más olvidadas para los policías. 

¿Por qué lo dice?

Mi primera noche fue terrible: dormí encima de mi maleta porque no tenía lugar. Al siguiente día ya pude acomodarme. A medida que pasó el tiempo fue mucho peor porque vimos que no había presupuesto ni siquiera para un cambio de aceite, que es lo más básico para un patrullero. Toma en cuenta que los patrulleros pasan rodando todo el día, porque hay auxilios y están en constante movimiento. 

Fue tanto así que solo hace unos meses, estaban parados todos los vehículos del distrito porque no había presupuesto. Hasta vergüenza me daba llegar al UPC y ver cómo la gente llegaba y pedía colaboración para un auxilio o alguna situación. Pero no tenía con qué ir porque no teníamos con qué movilizarnos. Y también es un riesgo para nosotros ir en un vehículo particular o ir a pie, sobre todo, por la presencia de las bandas criminales. 

Aquí no hay una buena infraestructura, no hay temas de logística, no tenemos nada de eso. A veces la gente dice que no queremos trabajar, pero no es por eso. Realmente no se ha tenido. 

Y ahora la situación es tensa porque en este año asesinaron a uno de nuestros compañeros. 

¿Cómo ha sido para ustedes, como equipo, enfrentar no solo el luto, sino también el constante peligro? 

Para nosotros es doloroso. 

Estamos tanto tiempo juntos que tus compañeros se convierten en familia. Te acompañan en los momentos importantes, en las fechas especiales. Para mí saber que asesinaron a mi compañero fue una de las peores noticias que he recibido en mi vida. 

Se habla mucho de los vínculos de los policías con las bandas criminales, y no se puede negar que hay varios casos, pero yo conocía a mi compañero. Trabajamos juntos y quienes colaboramos con él sabemos que era un policía con vocación de servicio. 

Él tenía su familia. Vivía para sus hijos. Y de un momento a otro, ya no está. Fue asesinado y aún no existe una hipótesis clara de lo ocurrido. Creo también que hay una percepción errada: la verdad es que cuando muere un policía, pareciera que es una muerte más. 

Hasta hoy no sabemos qué pasó. 

Lo único que conocíamos es que días antes tuvo buenos resultados en procedimientos vinculados a tráfico de drogas. 

Ustedes, como policías, se han convertido en un objetivo, como suele ocurrir cuando la violencia criminal asciende, ¿se siente protegida?, ¿tiene blindaje? 

Tristemente, solo lo básico: nuestros chalecos, nuestras armas de fuego, gas lacrimógeno y el tolete. Y ustedes han visto que las bandas usan fusiles, armas de largo alcance. Para quienes trabajamos en las UPC, lo que tenemos no contrarrestan sus ataques. No podemos comparar la dotación que ellos tienen con lo que tenemos quienes estamos en las calles. 

Pero de ahí no es que haya seguridad. Se supone que nosotros somos la seguridad [la policía ríe]. Aunque, hubo un caso reciente de un policía que disparó a una persona que asesinó al dueño de un local en Quevedo. Él hizo un informe de seguridad donde indicó que su vida estaba en riesgo. Entonces, lo que hicieron fue darle el pase al otro lado. 

La situación es compleja ahora. 

Yo le recuerdo a diario a mi equipo que nuestra vocación es por el servicio a la ciudadanía, pero ellos también tienen su manera de pensar. Con nuestro compañero caído, ellos ya no quieren arriesgar su vida porque primero está su familia. Nadie nos brinda seguridad, ¿quién va a arriesgar su vida sin garantías? 

Hablan de la ley del uso progresivo de la fuerza, pero no la podemos poner en práctica. Nos sentimos limitados. 

Pero la ley ya fue reformada. Y antes, incluso hubo cuestionamiento a la falta de efectividad policial en torno a la aplicación de la norma, además de que hay casos de ejecuciones extrajudiciales. 

Sí, se han hecho reformas, pero luego del caso del policía Santiago Olmedo nosotros también sentimos que no podemos aplicar el uso legítimo de la fuerza. Incluso el presidente dijo que iba a apoyarlo, pero él sigue detenido.

Entonces, uno como policía, viendo el riesgo que vivimos, decimos: prefiero dejar pasar algo a involucrarme en un caso peligroso. Una cosa soy yo, puede pasarme a mí lo que sea en el procedimiento que sea, pero tengo una familia que viene atrás y ellos tampoco tienen por qué pagar por las circunstancias de mi trabajo.

[Nota de la redacción: En junio de 2021, el policía Santiago Olmedo le disparó a tres personas que presuntamente intentaban robar a un adolescente en Riobamba. El agente detonó su arma a 200 metros de distancia y disparó más de una decena de veces por la espalda a los hombres. La Fiscalía lo acusó por no observar ni considerar el uso progresivo o racional de la fuerza en los criterios necesidad y proporcionalidad. El 19 de enero de 2022 fue sentenciado a 3 años y 4 meses de cárcel por extralimitación en la ejecución de un acto de servicio. La condena se ratificó en segunda instancia en agosto de este año]

Compañeros suyos han dicho también que, actualmente, han tenido que pagar por elementos de dotación como chalecos, armas… 

Sobre las armas, pues no ha sido mi caso. Las tenemos todos en el circuito en el que trabajo. Pero en temas de chalecos, gas, sí hemos invertido un poco de nuestros bolsillos porque es por nuestra propia seguridad. 

Decía también que las muertes de los policías se convierten “en solo muertes más”, ¿por qué? 

El caso de mi compañero aún no tiene fin. No se sabe quién fue. Y, con lo que hemos visto, dudo que avance. Cuando murió la compañera Verónica Songor decían, incluso, que, ¿como podían dejar a una mujer en un lugar tan peligroso? Pero siempre ha funcionado así en nuestros turnos. Ella estaba sola abajo, pero sus otros compañeros estaban en el segundo piso. 

Ella, como nosotras, cumplía su turno. Y realmente no habíamos llegado a ese nivel de violencia. 

Yo me siento frustrada, porque entiendo la indignación por la muerte de la abogada Bernal, pero cuando la policía Songor fue asesinada, también todo fue nuestra culpa. 

Las críticas venían porque Socio Vivienda, el sector donde fue asesinada la agente Songor, tiene altos niveles de violencia. 

Claro. Pero intentamos tomar medidas, con lo que podemos, frente al incremento de los índices de violencia. En años pasados, digamos, había un relativo control. Sí, eran barrios completamente peligrosos pero se mantenía el control. Uno nunca podía haber escuchado que disparan en el propio UPC o atentados contra las unidades. 

Necesitamos estar más protegidos pero creo que no solo le concierne a la Policía, sino a más instituciones, comenzando por el gobierno. A veces, por la frustración, te juro que decimos que lanzaríamos granadas a todos. Pero no es el hecho y tampoco es el punto. 

Después de todo lo que hemos conversado, ¿ve aún un futuro en la Policía? 

A pesar de todo lo que te he contado, yo amo mi profesión.

Me encanta lo que hago pese a las injusticias que vivimos. Mi mamá, incluso, me dijo que pida la baja. Pero no. Ella sabe que si en algún momento llega a pasarme algo, será haciendo lo que yo elegí para mi vida. Ahora, espero hacer una maestría el próximo año e ingresar a una unidad especializada de la institución. 

Y sí, si alguna vez me dieran a escoger, yo sí volvería a ser Policía.

Día a día desarrollamos cosas que la gente no entiende. Miren y lean nuestras vivencias. Institucionalmente, podemos ser catalogados de una mala manera. Pero nosotros también somos personas. Lo peor que yo vivo es la distancia con mi familia. No les veo mucho, aunque intento dar lo mejor de mí. 

Para tantos compañeros, este es su único sustento de vida, la forma en la que mantienen a sus hijos. Muchos niños, hijos de policías, han tenido problemas en sus escuelas porque sus papás pasan trabajando. Y, como siempre dije, no podemos negar la corrupción y otros casos, pero no somos todos. 

Si quiero seguir con mi trabajo es porque recuerdo días como el caso de una señora que buscaba a su niño desaparecido de 3 años. Jamás vi a una madre tan desesperada. Logramos encontrarlo y nunca me voy a olvidar de su encuentro. Creo que este oficio debe ser de empatía y yo trato de ejercerlo así.

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Karol E. Noroña
Quito, 1994. Periodista y cronista ecuatoriana. Cuenta historias sobre los derechos de las mujeres, los efectos de las redes de delincuencia organizada en el país, el sistema carcelario y la lucha de las familias que buscan sus desaparecidos en el país. Ha escrito en medios tradicionales e independientes, nacionales e internacionales. Segundo lugar del premio Periodistas por tus derechos 2021, de la Unión Europea en Ecuador. Recibió una Mención de Honor de los Premios Eugenio Espejo por su crónica Los hijos invisibles de la coca. Coautora de los libros 'Periferias: Crónicas del Ecuador invisible' y 'Muros: voces anticarcelarias del Ecuador'.
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