¡Hola, terrícolaEste newsletter se trata sobre el futuro que, de cierta forma, es el reino de lo desconocido

Es una reflexión semanal de lo que sabemos sobre ese porvenir. Y, en otros sentidos, se trata de lo que no sabemos. Pero el libro del matemático Marcus Du Satoy Lo que no podemos saber: exploraciones al límite del conocimiento me ha llevado a pensar en estas preguntas en otro nivel: un nivel infinitesimal.

flecha celesteOTROS HAMACAS

El mundo, no te lo tengo que decir, es un lugar despiadado. No solo en su dimensión humana, sino en su propia dimensión natural y cósmica

Es un sitio que no está guiado por un propósito develado a punta de “manifestar” o “decretar”, sino por una serie de eventos aleatorios —o como se dice ahora randómicos. “Durante mucho tiempo la gente imaginó que el universo era un lugar perfecto, que la Tierra era un refugio para la vida, especialmente la vida humana”, dijo alguna vez nuestro astrofísico favorito, Neil deGrasse Tyson. Pero el registro fósil, dice el buen Neil, demuestra lo contrario: más del 97% de la vida que existió en la Tierra está extinta. 

“Ese no es el signo de un planeta que ama su vida, es un signo de un planeta que quiera quitarse de encima esa vida”, dijo deGrasse Tyson. “Estamos vivos no por él, sino a pesar de él”, explicó, enumerando todos los cataclismos que año a año, desde tiempos inmemoriales, han asesinado a decenas de seres vivos: tsunamis, terremotos, tornados, huracanes, sequías, inundaciones. 

“Sin mencionar el impacto de asteroides. Liquidaron a los dinosaurios hace 65 millones de años, La Tierra está en una zona de tiro. ¿Crees que hay un propósito [en el Universo]? Sí: la intención es matarnos”, concluyó deGrasse Tyson.  

Eso ya lo hemos conversado varias veces aquí. Pero la pregunta que no hemos abordado es esa belleza que se resume en dos palabras: entonces qué.

Ya pues: entonces qué

Entonces, es el caos. 

Pero caos es una palabra que usamos con demasiada frecuencia —tanta, que la hemos desnaturalizado brutalmente producto de esa repetición constante e insaciable.

(Una digresión y consejo de editor y contador de historias: cuando repiten una frase una y otra vez, en cualquier contexto, pierde su valor. Se vuelve hueca como un coco sin agua, vacía como una tumba saqueada. Tengan eso presente).

En su libro, Du Sautoy se pregunta si hay búsquedas que nunca serán resueltas. “¿Hay  límites a lo que podemos descubrir sobre nuestro universo físico? ¿Hay regiones del futuro más allá de los poderes predictivos de la ciencia y las matemáticas?”, se pregunta en una seguidilla de cuestionamientos en uno de los párrafos iniciales de su obra. “¿Hay ideas tan complejas que están más allá de la concepción de nuestros finitos cerebros humanos?”, escribe el genio que ostenta la prestigiosa Cátedra para la Comprensión Pública de la Ciencia de la Universidad de Oxford.

La belleza del libro de Du Sautoy es que le devuelve la complejidad y llena de sentido nuevamente al caos para que nos hagamos las preguntas más fundamentales. Entre ellas, la aproximación que hemos tenido durante siglos y milenios a la idea de lo desconocido: a lo que no sabíamos, a lo que no entendíamos, le llamábamos Dios, dioses, divinidades.

No importa si eran la lava del volcán, o representaciones fantásticas de reinos invisibles, o seres imaginarios que vivían en una alta montaña o en un paraíso legendario. Nuestra respuesta  a lo incomprensible durante milenios fue: dioses.  

Esos seres y voluntades, por supuesto, no existen. La prueba de su inexistencia es el simple hecho de que sabemos demasiado de ellos. Son, por ende, creaciones de nuestra imaginación. Sabemos, por ejemplo, que hay un dios que hizo a los humanos a su imagen y semejanza. Pero hay otro que tiene un martillo que solo él puede levantar. También hay otro dios que vive en la selva y hay otra que es la propia Tierra. Otra es la encarnación de la vacuidad

De hecho, no hay mucho enigma en esas figuras. Unos son compasivos, otros temperamentales. Hay unos que podrían matar por una mujer, y otros que te ayudan a pasar de plano cuando te mueren. 

Hay tanta información sobre estos dioses que es sospechoso. Tienen tantas respuestas como un vendedor de ungüento cura todo. Y por supuesto, todos reclaman para sí la verdad. Ninguno ofrece, lamentablemente, evidencia sobre esas verdades. Unos afirman que cuando te mueres te vas al cielo. Otros que vas a reencarnar ¿Dónde y cómo? Pues dependerá de si le hiciste caso a sus agentes humanos.

Curioso, ¿no? Ahora puedo decirlo con esta franqueza porque vivo aún en una frágil democracia occidental. Pero hace siglos la sola publicación de estas líneas podría haber activado a la Santa Inquisición en mi contra. En algunas partes del mundo, donde las teocracias islamistas siguen mezclando religión y poder político, me podrían matar legalmente. En el mismísimo 2022. Como le pasó hace poco a Salman Rushdie.

Du Sautoy no habla de estos dioses. Su único equivalente a estas deidades, dice, es el Arsenal Football Club y su único templo es el estadio Emirates: ir a cantar y apoyar a su equipo le da el sentido de comunidad y pertenencia que ofrecen las religiones.  “¿Qué tal si se define a Dios como aquellas cosas que no podemos saber?”, se pregunta Du Sautoy en su libro, abriendo un hilo de pensamiento que se desarrolla en las páginas siguientes de su gran obra. 

“Afirmar la existencia de Dios es decir que hay una pregunta no contestada sobre el universo”, dijo el teólogo Herbert McCabe, citado por Du Sautoy. “La ciencia ha empujado fuertemente esos límites. Entonces, ¿queda algo? ¿Existe algo que siempre estará más allá del límite? ¿Existe aquel dios de McCabe?”, se pregunta. 

El caos nos define

El caos impone los límites de lo que podemos saber. Lo descubrió el matemático francés Henri Poincaré en el siglo XIX cuando cometió un error tratando de establecer si el sistema solar era estable

Resulta que Poincaré primero concluyó que sí, pero cometió un error de cálculo y, cuando lo notó, se dio cuenta de que era todo lo contrario: “las más mínimas diferencias en las condiciones iniciales producen unas muy grandes en el fenómeno inicial”, escribió al explicar su error. “Un pequeño error en las primeras producirá un error gigante en las segundas. Las predicciones se vuelven imposibles”, dijo. 

Esa es la marca del caos, dice Du Sautoy: la sensibilidad a pequeños cambios en las condiciones iniciales de cualquier cosa. Imagínense en cualquier circunstancia. Supongan que un político no toma una decisión estúpida y alocada una madrugada. O que sí la toma. Y piensen en lo que se desencadena

O en cualquier otro aspecto. Imagínense que el núcleo de hierro de Marte no se apagaba, su atmósfera no se pulverizaba y albergaba vida porque, simplemente, un asteroide se desvió apenas unos kilómetros de su trayectoria. 

¿Sería como la de la Tierra? Y la vida en nuestro planeta, ¿sería igual? Si todo seguía igual acá en la Tierra, ¿estaríamos invadiendo un planeta ajeno con Perseverance y otros rovers, y habría eso causado un conflicto intergaláctico? ¿Es usted, senador Palpatine?

Pero más allá de mis fantasías de ficción, el verdadero drama sucede a un nivel tan diminuto —infinitesimal, dije al principio— que es casi inverosímil que cambios tan dramáticos se produzcan por cosas tan pequeñas.

Pero es verdad. Lo sabemos gracias a Edward Lorenz, un científico del Massachusetts Institute of Technology (MIT). Lorenz estaba corriendo, allá 1963, “unas ecuaciones sobre cambios de temperatura en fluidos dinámicos en su computadora cuando decidió que tenía que correr uno de sus modelos por más tiempo”, cuenta Du Sautoy. Ahí vio que el más mínimo cambio en los decimales de la data que había puesto en la máquina eran distintos. 

Al principio, el modelo tenía los mismos patrones, pero con el correr del tiempo, las variaciones eran dramáticas.  Cuando Lorenz le explicó sus hallazgos a un colega, éste le dijo: “si tu teoría es correcta, el aleteo de una gaviota puede alterar el curso de la historia”. Unos años después, Lorenz presentó su ya famoso paper ¿Puede el aleteo de las alas de una mariposa en Brasil desatar un tornado en Texas?

Y aunque una mariposa en Brasil no puede desatar un tornado en Texas, la idea de la impredictibilidad que generan las condiciones iniciales es una realidad. En el principio, no fue el verbo: fue el caos.

Entonces, me pregunto: si los cambios más mínimos producen efectos gigantescos, ¿qué pasa cuando aquellas variaciones se dan a nivel cuántico, es decir, al nivel de las partículas subatómicas?

Si existe una dimensión demasiado pequeña donde no podemos configurar la medición de las condiciones iniciales (por definición: el mundo cuántico, donde rige el principio de la incertidumbre sobre las partículas), ¿llegaremos a saberlo todo?

Stephen Hawkings pensaba que estábamos cerca de desentrañar esos mecanismos fundamentales de la realidad. El Nobel de física de 2022 fue para tres científicos que trabajaron sobre la explicación cuántica del universo que, resulta, es completa, a pesar de los cuestionamientos que sufrió en el siglo XX. 

Sobre todos estos avances, varios de ellos de naturaleza improbable, como la química del click, cuyos desarrolladores han recibido el Nobel de Química este año, y que permite generar de forma  más sencilla y eficiente nuevas moléculas, nos invitan a pensar que podremos saber muchísimo.

También nos demuestran que en un universo de posibilidades casi infinitas, todo es posible, porque todo puede pasar. Si la creación de vida fue producto del azar, explica Du Sautoy, la naturaleza habría tenido que lanzar 36 veces los proverbiales dados de la existencia hasta lograr el resultado necesario para dar con la vida

Eso ha hecho que cierta gente vea una voluntad y un diseño.  Pero lo que no toma en cuenta es el tiempo que tuvo la naturaleza para hacerlo: miles y miles de millones de años. “Los milagros suceden… si es que les das suficiente tiempo”, dice Du Sautoy. Es decir, en un mundo de miles de millones de años, en algún rato, el caos iba a producir lo que conocemos o lo que vemos

Esa es quizá la naturaleza propia de la existencia. La entropía y el caos nos rigen. Es una oportunidad maravillosa para hacer de nuestras vidas lo que nuestros sueños, voluntad y determinación nos permita. 

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José María León Cabrera
(Ecuador, 1982) Editor fundador de GK. Su trabajo aparece en el New York Times, Etiqueta Negra, Etiqueta Verde, SoHo Colombia y Ecuador, entre otros. Es productor ejecutivo y director de contenidos de La Foca.

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