¡Hola, terrícola! El viernes 12 de agosto de 2022, el gran novelista Salman Rushdie fue atacado durante un festival literario. Un hombre llamado Hadi Matar le asestó varias puñaladas antes de ser detenido. Rushdie tuvo severas heridas y, en un momento, parecía que no sobreviviría. Ahora se sabe que sigue delicado, aunque ya no está conectado a un respirador y ha hablado. La brutal agresión me recordó las preocupaciones recurrentes sobre el futuro de la democracia y la plena vigencia de los derechos humanos

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Las autoridades aún no han dicho cuáles fueron las motivaciones del sujeto para agredir a Rushdie. Sin embargo, The Guardian reportó que el hombre, un estadounidense de 24 años de padres libaneses, mostraba en sus redes sociales su “atracción por Irán y el extremismo shíita”.  

Esto sugeriría que el individuo actuó para cumplir un absurdo y violento decreto expedido en 1989 por el ayatolá Jomeiní, primer líder supremo de Irán tras la revolución que lo convirtió en una teocracia islámica. 

Esta orden, llamada fetua (o fatwa) disponía el asesinato de Rusdhie por haber escrito un libro: Los versos satánicos. La obra era considerada “blasfema” por muchos musulmanes porque ficcionalizaba ciertas partes de la vida de Mahoma, el profeta de esa religión. Publicar un libro, para el ayatolá y sus seguidores islámicos, era suficiente motivo para matar a su aturo. 

Aunque el gobierno iraní ha dicho hace algunos años que el cumplimiento de la fetua no era “una prioridad”, la orden seguía —sigue— técnicamente vigente. “El imán ha disparado una flecha y no fallará hasta que dé en el blanco. Creo que dará en el blanco”, dijo el sucesor de Jomeini y actual líder supremo iraní, Alí Jamenei, dice The Guardian. 

Si se confirma el vínculo entre esa fetua y el ataque a Rusdhie, será claro que es un atentado contra la libertad de expresión y pensamiento. Las reacciones en Irán al ataque muestran el nivel de fanatismo al que se puede llegar cuando los dogmas obnubilan a las personas y a las naciones. “El mal camino del infierno: Salman Rushdie, el autor renegado de Los versos satánicos, fue atacado en Nueva York”, dijo la publicación iraní Khorasan, según The Guardian. El fanatismo religioso sigue siendo uno de los grandes enemigos del progreso humano.

Pero, en general, el dogmatismo parece crecer peligrosamente. En Estados Unidos, es sorprendente escuchar a los seguidores del ex presidente Donald Trump cuando les presentan evidencia que desafía su fe ciega en su líder. “Quizá es un clon”, le dice uno de estos fanáticos al reportero Jordan Keppler, quien le muestra un video de Ivanka Trump diciendo que ella había aceptado que la elección de 2021 no le fue robada a su padre. Otra, le dice que no son un culto, pero que ella ama todo lo que Trump “arroja por su boca”

Como Trump, cientos de demagogos populistas están apelando a las emociones más básicas de los ciudadanos de todo el mundo. Intentan —y lo logran, en ciertos casos— convencerlos de que el nacionalismo, la concentración del poder, la pseudociencia y la pureza racial son mejores que la libertad, el cosmopolitismo, la democracia republicana, la ciencia y el mestizaje. 

Es muy peligroso, porque son estas condiciones esenciales —sumadas al libre comercio— las que nos han permitido crear un mundo más sano, más equitativo y próspero. Ninguna pureza racial es mejor que el más leve de los mestizajes. Cuando las personas emigran a otros países, muchas veces por extrema necesidad, enriquecen los lugares a los que van —en todos los sentidos, desde lo cultural hasta genéticamente. 

Lo hemos visto en España, donde millones de ecuatorianos emigraron. Lo hemos visto aquí, en Ecuador, donde hemos acogido a cientos de miles de colombianos y venezolanos que se vieron forzados a irse. Y, por supuesto, se ha visto en Estados Unidos, donde la riqueza de la inmigración ayudó a crear uno de los países más diversos y prósperos de la historia. 

Pero peligrosas fuerzas nos quieren convencer de lo contrario. Vivimos un momento en el que varios historiadores le han advertido al presidente estadounidense, Joe Biden, que la democracia de su país tambalea.

La situación en Estados Unidos, le explicaron, evoca a la época previa a la Guerra Civil y a los años anteriores a la elección de 1940, cuando el presidente  Franklin D. Roosevelt “luchó contra la creciente simpatía interna por el fascismo europeo y la resistencia a que Estados Unidos se uniera a la Segunda Guerra Mundial”. La advertencia de los historiadores no era solo sobre el estado de la democracia estadounidense, sino en muchas otras partes. 

En Guatemala, José Ruben Zamora, director de elPeriodico uno de los grandes medios de su país, fue arrestado a finales de julio. Es, dijo The Economist, parte del creciente autoritarismo en Centroamérica

“El gobierno de Alejandro Giammattei, un conservador que ganó en 2019, ha asaltado el poder judicial guatemalteco. Los aliados del gobierno en el congreso han obstaculizado la Corte Constitucional e instalado a una fiscal general dócil, Consuelo Porras. Dos docenas de fiscales y jueces, así como varios periodistas, se han visto obligados a exiliarse; otros han sido arrestados”. Cualquier parecido con su líder mesiánico local, no es coincidencia. 

Ni hablar de lo que pasa en la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua. Ni en el crecimiento exponencial del autoritarismo del “dictador más cool del mundo mundial”, como se ha autoproclamado Nayib Bukele de El Salvador. Ni del desprecio por la Amazonía del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. En Ecuador, recientemente, la Asamblea Nacional trató de pasar una peligrosa reforma a la ley de comunicación

No ha sido solo en el plano político. La libertad de expresión se ha visto socavada hasta en los escenarios de Hollywood. Todos recordamos el lamentable golpe de Will Smith a Chris Rock en los premios Oscar. El genio de la comedia Dave Chappelle también fue atacado en el escenario: un hombre dijo que sus chistes “lo gatillaron”. La intolerancia parece crecer cada vez más, y lo peor es que hay gente intentando justificar la acción violenta. 

Esta postura me ha recordado un gran episodio de Los Simpsons, cuando Marge y otras personas del pueblo quieren quemar una casa de burlesque. “Ah no hay justicia como la de una turba iracunda”, dice el profesor Skinner mientras camina con una antorcha hacia la casa. Parece que para muchos en el mundo es válido convertirse en “turba iracunda” porque alguien ha ofendido un set de valores personal y subjetivo, o el sistema ha fallado, o porque ciertas exigencias no han sido escuchadas. 

Pero en realidad, son soluciones que regresan a los tiempos del ojo por ojo. Peligrosas y cortoplacistas. Y ponen en riesgo a la democracia.

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José María León Cabrera
(Ecuador, 1982) Editor fundador de GK. Su trabajo aparece en el New York Times, Etiqueta Negra, Etiqueta Verde, SoHo Colombia y Ecuador, entre otros. Es productor ejecutivo y director de contenidos de La Foca.

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