El 18 de agosto de 2020, Andrés Arauz —un nombre que no le decía nada a la mayoría de ecuatorianos— aparecía, en una transmisión vía Zoom, sentado en una mesa de vidrio. Llevaba un pantalón beige, una camisa celeste, una chaqueta azul y tenis negros con suela blanca —la epítome del joven tecnócrata. En otro de los recuadros de la llamada estaba el expresidente del Ecuador, Rafael Correa.
En esa llamada se anunció que ambos serían el binomio de la llamada coalición Unión por la Esperanza (UNES) —aunque, después, Correa tendría que relegar su puesto a Carlos Rabascall, pues para inscribir su candidatura debía presentarse en persona al Consejo Nacional Electoral (CNE). Pero eso vendría después.
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En ese momento, Correa se enfocaba en el economista de 35 años que intentaría ganar la presidencia con su respaldo: brillante y con experiencia, lo llamó. Recorrió la hoja de vida de Arauz, su paso por la función pública —desde los 22 años—, su título en Economía de la Universidad de Michigan, su posgrado en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), los “cuatro idiomas que domina”, dijo el expresidente. “ Ojalá aquel odio y mediocridad no intenten destruir a Andrés”, dijo.
La imagen de Correa, enfocado del pecho hacia arriba, en el recuadro de una videollamada contrastaba con aquella que dejó la última vez que el correísmo se reunió para anunciar a su binomio. Fue en octubre de 2016. Lenín Moreno era aplaudido por una multitud que llenaba el estadio del Aucas, al sur de Quito, que coreaba consignas y aplaudía, entre tambores, silbatos y vuvuzelas.
En ambas, Rafael Correa, el hombre que gobernó Ecuador durante una década, entregaba a su sucesor la tarea de continuar su legado. Ese encargo no se materializará. A las nueve de la noche del 11 de abril, Andrés Arauz admitió los resultados y dijo que es hora de hacer otra forma de política en Ecuador. En un inesperado discurso de derrota, el candidato que creía que podía ganar en primera vuelta, prometió seguir trabajando para que sus propuestas de gobierno se hagan realidad.
Con sus palabras aceptaba que Alianza País, el movimiento fundado por Rafael Correa para llevar a cabo su proyecto de gobierno, ya no gobernaría los próximos años. El inicio de ese fin se había dado cinco años antes, cuando Rafael Correa ungió como heredero político a un personaje que gobernó con él durante 6 años y que estaba posicionado como la cara amable del correísmo. En 2020, Correa ungió a un perfecto desconocido, como el propio Andrés Arauz se definió, al anunciar su candidatura.
Arauz usaba esas palabras para ironizar sobre la respuesta general a su candidatura: ¿Quién es? ¿Quién lo conoce? ¿De dónde surgió? Las respuestas eran tan vagas que incluso los medios utilizaban viejas fotografías para anunciar su candidatura. Ni su rostro ni su nombre se asociaban a las figuras más visibles del correísmo. Era claro que no era suficiente haber tenido una carrera ascendente en la función pública durante el gobierno de Rafael Correa.
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Su aceptación de la derrota debe ser resaltada, especialmente después de la virulenta campaña presidencial de 2021.
En esos diez años fue asesor, director, funcionario y ministro. Pasó por el Banco Central, la Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo (Senplades), el Servicio Nacional de Contratación Pública (Sercop). Joven y con una carrera ascendente, Arauz era el arquetipo del funcionario público preferido durante el gobierno de la llamada Revolución Ciudadana. “Necesitamos liberar nuestras mentes de ese colonialismo que se resignifica de nuevas formas de cultura hegemónica, magnificada por los medios mercantilistas y su publicidad”, dijo en 2015, cuando rendía cuentas como ministro coordinador de conocimiento y talento humano.
Ocho años antes había empezado su carrera ascendente en los rangos de la burocracia local: empezó en 2007 como asesor de Pedro Paéz, entonces ministro coordinador de la política económica. Terminó en 2017 como ministro de cultura encargado por un período tan breve (entre el 25 de abril y el 24 de mayo de 2017, cuando Correa entregó el poder a Moreno) que Arauz ni siquiera lo incluyó en su hoja de vida. Ahora, gracias al vendaval político que aún es Rafael Correa no podrá sumarle el cargo de Presidente de la República. Al menos no por ahora.
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Cuando Andrés Arauz era un adolescente y asistía a la academia Cotopaxi —uno de los colegios más caros y privilegiados de Quito, la capital de Ecuador— tenía un profesor que lo llamaba Mr. President. “Me enteré de su campaña por las noticias. Aunque fue un poco un shock, yo sabía que quizás, en algún momento, él iba a ocupar cargos importantes”, dice Kimrey Anna Batts, una amiga muy cercana a la que Arauz conoció en 2002, cuando, con 17 años, llegó a Michigan a estudiar la universidad.
En un correo electrónico, Batts dice que no recuerda haberlo escuchado decir que quería ser Presidente de la República. “Más bien hubiera pensado que iba a llegar a trabajar en un think tank o como investigador en una universidad o en alguna institución del gobierno”, dice su amiga.En general, quienes lo han conocido en distintos ámbitos, coinciden. Una antigua compañera de trabajo que no quiere que su nombre sea revelado, dice que Arauz siempre tuvo una “vocación de servicio” pero duda de que haya hecho su camino profesional pensando en llegar a Carondelet. “Yo creo que fue más espontáneo”, dice Andrés Chiriboga, uno de sus amigos más cercanos y hoy parte de su campaña presidencial. “Yo nunca le escuché decir algo como ‘quiero ser presidente’.”, dice Chiriboga.
En un video promocional del candidato, colgado en su canal de Youtube, Arauz admite que la propuesta lo tomó por sorpresa. “Yo tenía otros planes en mi vida pero también con la conciencia histórica de que este era el momento de asumir el reto”, dice el candidato que perdió. “Juntos, junto al pueblo ecuatoriano, vamos a vencer”, dice mientras la cámara abre la toma, y aparece Carlos Rabascall, el hombre que reemplazó a Rafael Correa como su binomio.
Mientras la cámara registra los abrazos, los aplausos, y las manos de ambos que se juntan y se alzan en señal de victoria, en el fondo se escucha una melodía que, en Ecuador, ya la conocíamos: es el mismo jingle que Rafael Correa utilizó en las elecciones de 2013, cuyo coro repite: “Ya tenemos presidente, tenemos a Rafael”. En 2021, la letra fue adaptada para encajar a la fuerza el nombre del candidato: “Ya tenemos presidente, mi presidente Andrés”.
Ese intento forzado de adaptar el mismo jingle a un candidato diferente, que participa en un contexto histórico diferente, parece el retrato de un político que debe proyectar la imagen de otro. Arauz intenta emular las características de Correa, reírse igual, usar expresiones similares, responder con el mismo sarcasmo —parecerse a aquel joven que, en 2006, también se había formado en Estados Unidos, había sido ministro fugazmente, y se había catapultado al poder político. “Cada vez que le veo con esa sonrisa falsa, esa que te recomiendan los asesores políticos, me da ganas de putearle”, dice un antiguo funcionario público, amigo suyo, que trabajó de cerca con él y que tampoco quiere que su nombre se publique.
No es lo único que esta campaña recicla de las anteriores. Una de las ofertas que más repiten Arauz y otros voceros del correísmo es la de “recuperar la patria”, la misma que usó Correa para su campaña de 2006.
Pabel Muñoz, asambleísta reelecto (ahora con la alianza Unión por la Esperanza) cree que Rafael Correa y Andrés Arauz tienen características similares. Dice que el momento histórico en que ambos aparecieron en el panorama político nacional también es parecido. “Es el mismo estado anímico: en 2006 la gente veía su situación de forma sombría, había mucho pesimismo social, exactamente lo mismo que ahora”, dice.
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En ese intento de recrear dos narrativas similares, la imagen menos potente, menos carismática y más impostada de Andrés Arauz, se eclipsa ante el monstruo que le hace sombra pero, que a la vez, es la razón primordial para que Arauz haya sido derrotado. Por eso, eslóganes como “Arauz es Correa” —que se leen en paredes pintadas en las carreteras del país— lo encierran en un rol del que no se puede salir. Es Correa. Tiene que ser Correa. No puede no ser Correa. Porque el voto duro, ese que no le bastó a Arauz para ganar, le será entregado únicamente si su figura, su rostro y su nombre logran encarnar en el imaginario de esos votantes a Correa, aquel por el que quisieran realmente votar, pero no está.
En una entrevista en GK, Arauz —ganador de la primera vuelta con más del 32% de los votos válidos— dijo que el uso de ese eslogan era un instrumento de promoción política que permitía hacer una síntesis de los “logros de la Revolución Ciudadana y de Rafael Correa” para lograr una identificación rápida. Pero antes, tuvo que aclarar lo obvio: que él no es Rafael Correa. La contradicción radica en eso: tiene que ser Correa pero no puede ser solamente Correa porque los votos de ese padre político que le hace sombra no fueron suficientes en primera vuelta. Ahora en segunda, tampoco lo fueron porque Correa, ese Neptuno que lo devoraba, no pudo bajar su perfil para permitirle a Andrés Arauz sumar los votos que le faltaban y para los que Correa era un personaje incómodo.
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Su mamá, Lola Galarza, habla de su hijo Andrés para un video propagandístico. “Se pasaba investigando, construyendo ciudades, buscando soluciones, leyendo”, dice. Su esposa lo llama un hombre leal para quien su familia es prioridad; para su hermano, Andrés Arauz es su guía. Luis Arce, el Presidente de Bolivia, lo llama un hombre con enorme potencial. Para Pepe Mujíca, el expresidente de Uruguay, es un representante de la generación que le está levantando el ánimo a los pueblos latinoamericanos. Pablo Iglesias, líder de Unidas Podemos de España, es un “fuera de serie”. Para Laura, una señora que limpia casas en Quito, es el candidato de Correa. Para Pily, una manicurista en Portoviejo, él es la única esperanza para el país. Para Flavio, un guardia de seguridad en Ibarra, es un muchacho desconocido. Arauz aparece en el video promocional como un sujeto tridimensional: depende de quién lo mire y desde dónde.
Andrés Delgado, que lo conoció cuando ambos fueron funcionarios públicos, dice que Arauz es una persona muy inteligente que tiene un conocimiento profundo sobre asuntos difíciles de entender. “Uno de esos es la economía heterodoxa”, dice Delgado. El economista Sebastián Carvajal explica que la economía heterodoxa es el planteamiento de conceptos y formas de entender la realidad y las relaciones económicas de una forma distinta a la que tradicionalmente se enseña.
“Una especie de pensar fuera de la caja de la economía”, dice Caravajal. Explica que algunas diferencias fundamentales están en la mirada que cada corriente económica tiene sobre asuntos como el rol del Estado como actor regulador o no del mercado, la necesidad de que haya más o menos impuestos para el sector productivo o la forma en que se crea el dinero. Carvajal explica que los países nórdicos, por ejemplo, aplican ciertas políticas que podrían considerarse de economía heterodoxa como tasas impositivas muy altas que se traducen en educación y salud de calidad, provistas por el Estado. “Es difícil entender a Andrés sin entender conceptos de la economía heterodoxa porque su motivación política deriva de su idea de que existe un divorcio entre la economía clásica y la realidad de la gente, la realidad del planeta”, dice Andrés Delgado.
El tema es, dice Delgado, que Arauz hablaba desde un conocimiento que no todos tienen: economía heterodoxa y creación de dinero. Ahí entraba la discusión, nuevamente, entre los economistas heterodoxos y los ortodoxos. En términos muy simples, para los primeros, dice Sebastián Carvajal, la cantidad de dinero que circula en la economía está definida por el Banco Central (la entidad que emite billetes y monedas). En dolarización, agrega, Ecuador no puede hacerlo y, por lo tanto, según los ortodoxos, no tiene la posibilidad de afectar la cantidad de dinero que circula en una economía. Andrés Arauz, para gente como Delgado y Carvajal, es un hombre que se preocupa por algo que a casi nadie le importa: teorías económicas abstractas. “Quizás por eso el Andrés que he visto en campaña no es el Andrés que yo conozco, porque la simplificación de una campaña electoral merma parte de lo que él es”, dice Delgado.
La simplificación se ve en los ataques entre los simpatizantes de las dos campañas: la de Arauz y la de Guillermo Lasso, su rival en estas elecciones. Uno de los más fuertes en contra de Arauz es que supuestamente quiere desdolarizar la economía. La economista Gabriela Montalvo considera que esas acusaciones responden a un uso político electoral más que a una posibilidad real.
Un documento firmado por Arauz y colgado en el Observatorio de la Dolarización —creado por Arauz para hacer análisis y reflexiones sobre dolarización y política económica— sirvió para que sus detractores lo acusaran de querer desdolarizar al Ecuador. Se titula “Desdolarización mala y desdolarización buena”. Montalvo cree que es, en realidad, un artículo pensado políticamente. Para ella, su autor quería despertar el miedo de que, eventualmente, la aplicación de las medidas impuestas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) pudieran desembocar en una desdolarización. “El tiro le salió por la culata porque finalmente sus detractores lo utilizaron para decir exactamente lo contrario, que Arauz quiere desdolarizar pero el artículo no dice eso”, opina Montalvo.
Arauz también tuvo que aclararlo reiteradamente a través de sus redes sociales y en medios de comunicación. En medio de la virulencia de la campaña electoral, esos intentos de Arauz de explicar conceptos de economía difíciles de entender —inclusos para muchos economistas, dicen Carvajal y Montalvo— le dieron a sus enemigos una apertura para mostrarlo como tonto. “De lelo, nada”, dice Andrés Chiriboga. “Él es un tipo brillante, que no se acomodaba en el gobierno, que incomodaba”, dice. Otra persona que también pide que no se lo nombre y que lo conoció en el ámbito académico, coincide con Chiriboga: dice que Arauz tiene una gran capacidad de leer e interiorizar el conocimiento de temas complejos. Que haya cursado sus estudios superiores en tres años, dice su mamá, fue posible porque “cuando entró a la universidad aprobó algunos créditos por el conocimiento avanzado de matemáticas que tenía”.
Esa podría ser la imagen de un “nerd”. Su amiga Kimrey dice que en algunas notas de prensa ha visto que esa es la imagen que se quiere crear de él: “que tenía pocos amigos, sufría de bullying y se quedaba los viernes en su cuarto estudiando en vez de ir a una fiesta”. “Cuando eres muy inteligente, te llueven becas y todo el mundo te reconoce, te puedes dar el lujo de no tener muchas habilidades sociales”, dice otro funcionario público que trabajó de cerca con él.
La pregunta surgió porque algunas personas que lo han entrevistado o han compartido espacios de discusión con él, han tenido la sensación de que no es muy “amigable”. Roberto*, un periodista que lo entrevistó cuenta que: “Arauz miraba su celular y otra persona del equipo intentaba hacerle conversación pero él apenas respondía, sonreía, rápido y regresaba a su celular”.
Tuve una impresión similar el día que fue a la entrevista a GK. Parecía tenso, distraído y distante; evitó intercambiar cualquier frase antes de empezar la entrevista, en la breve pausa que hicimos antes del segundo bloque, y al final cuando terminamos la entrevista. Su amiga Kimrey dice que “distante no es la palabra que usaría para ilustrar su carácter; si no más bien alegre y abierto”. Jalal Dubois, copresentador de De leva y a fondo, un popular programa cómico que se transmite en Youtube, también lo entrevistó. “Con nosotros estuvo relajado”, dice Dubois, y cuenta que le dio buena impresión que se riera de las bromas que le hicieron. “Pasaste de Wolverine a puma y ahora eres borrego”, le dijo Dubois en el programa y Arauz se rió. Dubois se refería al animal que le da nombre al equipo de fútbol de la Universidad de Michigan, donde Arauz estudi, puma por el equipo de fútbol de la Universidad Autónoma de México, en donde Arauz cursa un doctorado, y borrego, el apelativo despectivo que sus detractores utilizan para referirse a los seguidores de Rafael Correa.
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Su amigo Andrés Chiriboga también lo define como “alegre, con mucha capacidad de escucha”. Quise conversar con más personas cercanas a él pero fue muy difícil conseguirlas. Intenté contactar con tres personas que fueron sus profesores en la Flacso para saber si estarían interesados en hablar para este perfil, ninguno me respondió.
A pesar de que pedí a su equipo de campaña que me permitiera conversar con alguien de su círculo cercano —su familia, amigos o esposa—, tampoco hubo respuesta. Intenté, a través de intermediarios, hablar con excompañeros de colegio y familiares; cuatro se negaron. Esa dificultad de acceder a fuentes cercanas —que lo aprecian o no tanto— ha dificultado la posibilidad de entender mejor quién es el hombre que no ha cumplido la profecía de su profesor colegial y ahora no pudo ser Mr. President.
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Aquel 18 de agosto, Rafael Correa ungió a su segundo delfín. “Dios te bendiga ante este inmenso desafío que tienes con tanta juventud, con tanta capacidad, con tanto entusiasmo, hasta la victoria siempre, compatriotas”, le dijo a Andrés Arauz.
La primera vez que le fue tan bien con su elección. Su amigo y coideario, Lenín Moreno, el hombre que compartió seis años el poder como su vicepresidente y que debía continuar con el proyecto político, tras ser electo en 2017, lo traicionó.
Las diferencias empezaron menos de dos meses después de la posesión y fueron rápidamente en aumento hasta terminar en una ruptura irreversible llena de epítetos y acusaciones mutuas.
Las diferencias fueron varias: el proceso de diálogo que Moreno convocó apenas llegó al poder —y que a Correa le pareció ofensivo—, la decisión que tomó Moreno de devolverle al movimiento indígena la sede en la que funcionaba la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) —que Correa les había quitado.; y el proceso judicial que se abrió en contra de Jorge Glas, vicepresidente electo junto a Moreno —que Correa siempre ha tildado de una persecución política.
Esto produjo, en menos de ocho meses, lo que la oposición no había logrado en una década: que Alianza País, la organización política que Correa había construido en 2006 para llegar al poder, se quebrara por completo. En enero de 2018 Rafael Correa se desafilió del movimiento después de que la justicia electoral le entregara el control a Lenín Moreno y la militancia que se quedó con él. “El fantasma de la traición sí está ahí. De lado de nuestra militancia ha habido la constante pregunta de si nos podría volver a pasar lo mismo que con Moreno. Era una pregunta que existía previo a la definición de la candidatura”, dice Pabel Muñoz, una de las figuras más visibles del gobierno de Rafael Correa: fue el hombre duro de la planificación gubernamental frente a Senplades, donde también fue jefe directo de Andrés Arauz.. Muñoz dice, también, que una vez que se decidió que Arauz sería candidato, esa preocupación de una eventual traición se evaporó.
Antes de saber que él sería candidato, el correísmo pensaba en otros nombres, entre los que estaba el propio Muñoz, además de la legisladora Marcela Aguiñaga —ministra del Ambiente y asambleísta durante el gobierno de Correa—, la hermana del expresidente, Pierina Correa el comunicador Xavier Lasso (hermana de Guillermo Lasso) Jimmy Jairala, exprefecto del Guayas y fundador de Centro Democrático, movimiento que permitió que el correísmo pudiera inscribirse para elecciones y Gustavo Jalkh, exsecretario particular de Rafael Correa y expresidente del Consejo de la Judicatura.
Muñoz dice que para estas elecciones tuvieron más perfiles al interior de la organización para conformar un posible binomio presidencial. Explica que el binomio se pensó para que hubiera un candidato que viniera de las filas internas del correísmo y otro de fuera. También dice que se consideró la necesidad de renovar sus cuadros políticos y que era necesario un candidato que cumpliera con ciertos atributos: una persona con vitalidad, con conocimiento en las materias necesarias para superar la crisis, experiencia, voluntad, capacidad y condiciones para “dejarlo todo en la cancha”, dice Muñoz.
Quise hablar con Marcela Aguiñaga pero no tuvo espacio en su agenda, según lo que me dijo su equipo. También pacté una entrevista con el expresidente Rafael Correa pero fue cancelada en dos ocasiones. Solicité también una entrevista con Carlos Rabascall pero tampoco obtuve respuesta.
El fantasma de la traición no es el único que ha rondado la campaña política, también lo han sido las supuestas fracturas que existen, desde ya, entre Carlos Rabascall y Andrés Arauz. Una persona cercana a la campaña que pidió la reserva de su nombre, me dijo que hay algunas discrepancias relevantes. Ella es cercana al correísmo desde el gobierno de Rafael Correa y confirma que, muy en silencio, sí hay una preocupación de que una vez en el gobierno, el binomio tenga facilidades para trabajar.
Pabel Muñoz lo niega con firmeza. Dice que podría ser una estrategia de sus oponentes políticos para sembrar dudas en la militancia.“Dentro del movimiento, sabemos, constatamos y verificamos la gran relación que existe entre todos los liderazgos; el binomio; el binomio y la dirigencia; el binomio y Rafael Correa; el binomio y el buró político. La relación es grata, cordial, comprometida y fluida”, dice Muñoz.
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En julio de 2017, cuando Rafael Correa abandonó el país para irse a vivir a Bélgica y, supuestamente, distanciarse de la política, era poco predecible pensar que su sucesor político, Lenín Moreno, causaría la implosión de Alianza País.
Esa organización fue sepultada en las urnas en las últimas elecciones: después de haber sido la mayor fuerza política en la Asamblea Nacional —al punto de ser apodada “la aplanadora”— no logró ni una sola curul en 2021. Su candidata presidencial, Ximena Peña, obtuvo apenas el 1,54% de votos.
Quienes se separaron de ella, a principios de 2018, apoyando la decisión de Rafael Correa de desafiliarse —y como rechazo a lo que consideraban la traición de Moreno— se quedaron sin ninguna organización política que los respaldara. Faltaba un año para las elecciones seccionales de febrero de 2019 y el correísmo necesitaba participar.
A pesar de sus intentos, no lograron consolidar una organización propia —el CNE rechazó todas sus propuestas— tuvieron que buscar una que los respaldara. Fuerza Compromiso Social (FCS), el movimiento político creado por Iván Espinel (candidato presidencial en 2017 y el primer ministro de Inclusión Económica y Social (MIES)del gobierno de Moreno que hoy cumple una condena por lavado de activos) los respaldó. Los resultados dieron cuenta del golpe que había sufrido el correísmo ya sin organización propia pero demostraban también que aún había un voto duro. Paola Pabón ganó la Prefectura de Pichincha y Leonardo Orlando, la de Manabí. Luisa Maldonado quedó segunda en la alcaldía de Quito, superando a Paco Moncayo, exalcalde y favorito en las encuestas que quedó tercero (Jorge Yunda ganó).
La organización de Espinel tenía, sin embargo, varios cuestionamientos que la ponían en riesgo de ser eliminada y eso debilitó al correísmo que pretendía apoyarse en ella para las presidenciales de 2021. Para garantizar su participación, optaron entonces por apoyarse en Centro Democrátic y aunque el paraguas que se agrupa en Unión por la Esperanza (UNES) incluye a otras organizaciones políticas, es CD el que avala, legalmente, su participación en elecciones.
La del partido no fue la única barrera a superar: varios de los exfuncionarios de alto rango y de mayor exposición mediática —y, por lo tanto, más reconocidos— enfrentaban procesos judiciales, cumplían sentencias, estaban prófugos o autoexiliados.
No es algo que se haya dicho públicamente, pero una de las razones por las que Arauz pudo haber sido elegido es su bajo perfil. Gabriela Ortega, especialista en comunicación política y profesora de la Universidad Camilo José Cela de España, dice que la intención del correísmo, desde la comunicación, pudo haber sido crear un competidor hecho a la medida de Guillermo Lasso, su oponente. “Un criterio pudo haber sido encontrar a la persona a la que pueda acuñar los valores que, en comparativa, permitan a la gente distinguir y decidir entre uno y otro”, dice Ortega, y agrega que al ser una persona que no tiene un pasado pesado —es decir que no tiene un posicionamiento ni positivo, ni negativo— pudo ser fácilmente encasillado. Sus oponentes no desperdiciaron la oportunidad de escribir toda clase de epítetos y cuestionamientos sobre el lienzo blanco que era, para bien y para mal, Andrés Arauz.
Además, dice Ortega, las elecciones polarizadas obligaban a que haya características lo suficientemente definidas que permitan, rápidamente, identificar a un candidato. En el caso de Arauz, no las hubo o no se las pudo ver durante la campaña.
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El fardo que cargará no es ligero. Arauz representa a una organización política que gobernó la mayor parte del tiempo bajo la marca de Rafael Correa. Durante los diez años que estuvo en Carondelet, el economista guayaquileño aglutinó suficiente poder para tener injerencia sobre la justicia, entablar demandas millonarias en contra de medios de comunicación, construir un aparato de propaganda que era utilizado para cuestionar a medios de comunicación críticos y a opositores, y enfrentarse a todo aquel que cuestionara su proyecto político.
Desde las sabatinas —el espacio semanal que instauró, de al menos cuatro horas de duración— el Presidente opinaba sobre los procesos judiciales, los reportajes periodísticos y las inconformidades de los activistas que cuestionaban su política extractivista, su relación con los movimientos sociales, entre otros.
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Sobre la avenida Juan León Mera, en Quito, un grupo de cuatro o cinco personas intentaban detener el tráfico el mediodía de un día de marzo. Era pasado el mediodía y lo que buscaban era que Andrés Arauz y una pequeña comitiva que lo seguía, cruzara la calle hacia un hotel. Allí, el candidato presidencial se iba a encontrar con representantes del Consejo Nacional de Gobiernos Parroquiales Rurales del Ecuador (Conagopare).
Andrés Arauz avanzaba a paso apresurado. Acababa de salir de un encuentro en la sede de la Federación de Choferes Profesionales, en el centro de Quito. La agenda en campaña era apretada. Unos pocos pasos detrás de él, una mujer joven intentaba alcanzarlo, llevando un armador en el que colgaba la ropa que Arauz iba a usar en la reunión.
Como esas, tuvo cientos de reuniones durante la campaña. En la segunda vuelta sabía que el voto duro del correísmo no le alcanzaba y necesitaba abrirse espacios en donde Correa cerró puertas: movimientos de mujeres, ambientalistas, líderes sociales. Por eso, el apoyo de Jaime Vargas, dirigente indígena, no fue algo menor, dice Gabriela Ortega, experta en comunicación política. “El apoyo que dio un ala del movimiento indígena lo potenció muchísimo justo en el momento en el que estaba perdiendo el control de su campaña”, dice
Ortega, en referencia a los cuestionamientos públicos que Arauz tuvo con respecto a su salida del Banco Central, en donde era funcionario de carrera. En medio de la pandemia fue separado de la institución y cobró cerca de 27 mil dólares. El señalamiento mayor fue que, de los 12 años que estuvo en relación de dependencia con la institución, diez utilizó figuras legales para ocupar otros cargos en la función pública y una licencia de estudios.
“Andrés logró lo que yo no pude”, tuiteó Correa tras el anuncio del respaldo de Jaime Vargas, en un aparente reconocimiento de su imposibilidad de dialogar con el movimiento indígena. El problema es que en sus palabras no cabe el alcance de lo que su gobierno significó para la protesta indígena: 197 líderes indígenas criminalizados (incluido Vargas), según la Conaie.
Ese legado también se traslada al candidato Arauz, que tuvo que convencer a sus posibles votantes en segunda vuelta que, con él, esas prácticas terminarían. Pero, ¿tendrá la suficiente fuerza política para distanciarse de Correa? “Lo que está en juego es la recuperación de la Patria y si eso está en juego, te obliga a un aprendizaje de lo que pudieron ser tus errores”, dice Pabel Muñoz. Una excolega en la función pública que tampoco quiere ser nombrada está segura que desde el primer día de su gobierno estará claro quién es Andrés Arauz y cuál es su propuesta, su personalidad, sus convicciones. No cree que, en caso de discrepancias, la sombra del expresidente le impida tomar las decisiones que él cree que deba tomar.”Él siempre se va a distanciar de todo que le aleje de su propuesta política”, dice, ante la pregunta sobre la posibilidad de que la sombra de Correa no le deje gobernar.
María José Arauz dice en el video de campaña que su hermano siempre tuvo una visión de país específica y que “cuando llegó la revolución ciudadana, fue como una visión que encajaba con la de él, fue un momento para encontrar su puesto, en el sector público, para aplicar sus conocimientos”. Él lo confirma en el mismo video y dice que “estaba totalmente sincronizado con las necesidades de transformación estructural que tenía el Ecuador” y con el vehículo que Alianza País proponía para ello: la Asamblea Constituyente de Montecristi. Se autocalifica como “un ferviente seguidor de la Constitución de Montecristi y del liderazgo de Rafael Correa para implementarla”.
Ya en diciembre de 2015, Arauz, entonces Ministro de Talento Humano, respaldaba algunas de las políticas impulsadas por Correa, como la polémica Ley de Comunicación que se había aprobado dos años antes y había servido como mecanismo de sanción direccionada hacia los medios críticos con el gobierno. Que haya sido funcionario del correísmo durante prácticamente toda la década que gobernó también habla de su cercanía política con el proceso.
Andrés Chiriboga, su amigo, dice que Arauz siempre fue crítico, que muchas veces en el gabinete la mayoría de ministros aceptaban lo que decía Correa pero no él. “Él nunca se guardó nada y creo que Correa respeta mucho lo que piensa Andrés y su frontalidad”, recuerda.
Clara, una exfuncionaria de gobierno, cuenta que el 30 de septiembre de 2010, cuando una revuelta policial hizo tambalear al gobierno de Correa, muchos funcionarios salieron a las calles. “Algunos salían por quedar bien con el gobierno, otros porque realmente creían que había algo que salir a defender”, cuenta. Dice, que un funcionario superior en rango a Arauz, le dijo a él: “Vamos, salgamos”. Y cuenta que Arauz respondió: “No. Yo no voy a salir, yo soy un técnico, no un político y no hay nada que defender”. Hice un pedido de información a una persona de su equipo de campaña para tener una versión del candidato sobre esa escena que recuerda su excompañera de trabajo, pero nunca tuve respuesta.
Su esposa, Mariana Véliz, dice en el video de campaña que “Andrés conoce muy bien este país y lo ha estudiado a profundidad” y, para muchos su plan de gobierno refleja que hay un análisis de las necesidades del país. Como parte del proyecto Guayacademia del Observatorio de Políticas Públicas de Guayaquil, un grupo de estudiantes de Sociología de la Universidad de Guayaquil analizó las propuestas de 16 candidatos a la presidencia y cuánto se alinean a estos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) planteados por la ONU. El de Arauz es el que más se alinea. Sin embargo, el papel todo lo aguanta. Que el plan esté alineado con los ODS no significa que, necesariamente, una vez en el gobierno, la política siga el mismo camino. Tampoco es suficiente haber estudiado un país: hay que recorrerlo y comprenderlo desde el ejercicio político y de gobierno.
Hoy Arauz se ha convertido en el hombre que no logró alcanzar la fuerza electoral suficiente para dar continuidad al proyecto político que se truncó cuando Rafael Correa eligió mal a su heredero político. Su intento por mimetizarse con la leyenda de Correa y a la vez mantener la distancia, fracasó. Con ese fracaso, sin embargo, se abre una puerta para que Arauz —y la propuesta política que representa— se haga preguntas incómodas y se las responda con honestidad y evalúe si el la sombra de Rafael Correa es un yunque y no un trampolín.