Testamento de año viejo (versión ensayo fotográfico)
Los puentes de la gran avenida quiteña no solo conectan barrios: son referencias geográficas y culturales.
Ya me voy, ya no vuelvo,
apaleado, tullido traumático
[y traumatizado]
soy el 2025; alguna vez fui joven,
hoy soy
el Año Viejo.
Y antes de arder hasta volverme
polvo de estrellas
dejo escrita mi última voluntad,
este testamento, para que lo
lean en mi entierro,
y brinden todos
porque a rey muerto, rey puesto.
A mi Quito bien amado,
le dejo todo porque se lo merece,
ya mucho padece
bajo tanto tallarín aireado,
que no termina
de soterrar el que sabemos.
A mi carita de Dios también le heredo
en este año de mundial y no bisiesto
menos pasos elevados,
más respeto para el peatón y menos
conductores emputados.
También a Quito le deseo,
espectros de mejor talante
caminando por sus calles,
y que regresen los locales
debajo del Palacio de Gobierno
y al Arzobispo le aconsejo,
que se dé una vuelta en metro
a ver si se le aclara la moteta
y los locales de la plaza no nos cierra.
Ay, mi Quito, mi capital, mi cielo predilecto
mi valle de neblinas y lluvias sin previo aviso,
yo me voy pero tú te quedas,
con tus avenidas tan a menos venidas
tus viejas zonas nobles hoy dolidas
donde pican hierros las costillas,
tus ciclovías invadidas,
pero también
con tus puestitos en el centro,tus agaves en el Chaquiñán
y esos señores que ven el mundo pasar.
Con tus terrazas de perritos, tus perritos pastoreados
tus dos que tres gárgolas, tus cometas en verano
(qué lindo fue ser año en tus parques),
esos arupos maduros que,
quién diría, florecen primero
en los barrios donde siempre hay ropa tendida
(¡ya deje el chisme vecina!)
y una que otra hermosa casa patrimonial
con la que tropezar
de camino al prisma de San Juan
(pero antes, ¿una fotito en el pasaje Amador?)
Que en 2026 te cuiden y no te llenes
de edificios cebrados o de vidrio azulado,
¡Ay mi dios!
Si algo bueno tiene morirse es no llegar
a ver tanto bodrio monumental,
y que sigas creciendo
[porque a medio crecer estás]
[porque a medio crecer a veces quedas]
pero sin olvidar quién eres:
tus farmacias de barrio, tu tienda barrial
y las ligas vecinales que enfrentan
a norteñas y sureñas en buen plan.
Ahí te dejo más plantas
y si te faltan
no dudes en bajar a tu esquina más florida
a comprar enredaderas y begonias,
margaritas y rosas.
Quito mío, donde nací y donde me adoptaron,
un gran consejo yo te dejo
si en peligro te sientes, te me encomiendas
a las señoras que con yerbas curan la envidia
y protegen del mal,
y si alguna mano divina te falta, no olvides
que en tus mercados abundan los niños dios
(aunque vaya de chapita, cocinero o algo camp).
Ya me voy, ya me queman,
¡Virgencita del Quinche!, consuélame
en esta la hora de mi muerte
y muéstrame antes del suspiro final
a Quito desde el Pichincha, majestuoso ventanal.
Ya dejame ir, escalerita divina,
que a veces tú no sabes cuánto soltar,
se me va el bus a la eternidad
y de este sí no se va uno a volver,
por favor, no me llames, ¡ya no alcanzo a contestar!
que ya dan la campanada,
y aunque viva diciéndolo este man,
el tiempo no parece relativo cuando
ya te van las patas a incendiar.
Ya solo queda pedir un deseo
—como quien cruza la riel del tren—,
ensayar un verso popular,
poner una cruz en la Simón con mi nombre
“2025 2025-2025”
porque eso, sí, no me vayas a olvidar
que para esos son estos ensayos,
que también te dejo para el 2026
porque la memoria hay que cuidar.
¡Feliz año!