
Retrato de un hombre tomando sol
La quietud de un momento de descanso anónimo.
Está ahí. Quieto. En el exacto punto por donde entra la luz en una intersección de pasillos del mercado de Chiriyacu, en el sur de Quito. Está sentado en una silla morada plástica, absorto en su celular, ajeno a todo lo que existe a su alrededor. El hombre tomando sol parece existir en una dimensión paralela, donde los mercados no son lugares ruidosos, ajetreados, repletos de llamados a comprar, a probarse sin compromiso, a vea el calentador para la niña, lleve los zapatos para el joven.
A su alrededor, el hombre tiene infinitos objetos que no lo inmutan. abrigos, zapatos, maniquíes descabezados, gafas, y letreros que prometen rapidez, inmediatez. Se cose al instante, promete un rótulo verde fosforescente, en el local 111 del pasillo #3. Media 2×1 dice otro cartel. Bividis de niño y niña 3×5 dólares, anuncia otro. Ropita para bebé, ofrece otro.
Descubrimos esta foto mientras revisábamos el material que habíamos hecho para el ensayo de los altares de los mercados de Quito. Enseguida, la simétrica tranquilidad de la imagen nos llamó la atención: ¿quién era este señor de pelo cano que permanecía abstraído del benévolo trajín comercial ¿Qué veía en su celular? ¿Leía una noticia? ¿Veía un video? ¿Leía los mensajes que los hijos que imaginamos tiene, le mandaron por Whatsapp? ¿Cerraba de vez en vez los ojos, cabeceando de sueño?

Sobre todas las preguntas, nos llamó la quietud desubicada de la escena. Entonces, decidimos ir a buscar al hombre que retratamos tomando sol. Llegamos. Caminamos en círculos por el mercado, recorriendo el laberinto de sus pasillos casi idénticos. Cuando dimos con la intersección donde, semanas atrás, el hombre que tomaba el sol rompía con el ritmo del mercado, el sol no entraba como en la foto.
La calma del mercado era menos evidente. Había gente recorriendo los puestos de ropa, zapatos, collares y quién sabe cuántas otras cosas. Las vecinas insistían en que uno se acerque, que vea, que toque la tela de las camisetas y sienta el caucho de los tenis que ofrecen. En la intersección del pasillo #3, no estaba la silla morada plástica.
El hombre, tampoco. El retrato de un hombre tomando el sol había sido un momento único, quizá irrepetible.
La foto se tomó a las 11 de diciembre de 2024, a las 11 de la mañana con 29 minutos y 15 segundos, y no sabemos quién aparece en ese retrato.
En su lugar estaba otro comerciante, que se excusó diciendo que él no era aquel hombre tomando sol. Llegamos a sospechar que sí era, pero tenía vergüenza de admitirlo. Pero, por supuesto, elegimos creerle. Dijo que apenas tenía quince días atendiendo el puesto de libros en medio pasillo, pues era su mujer quien solía estar ahí.
“La silla sí es”, nos dijo, señalando a una pared, donde estaba arrimada, morada, plástica, silente y, por supuesto, sin ocupante.