Se necesitó una alfombra roja para que la gente importante —invitados e invitadas— caminara hacia el auditorio de la Plataforma Gubernamental de Desarrollo Social, al sur de Quito. A falta de Asamblea Nacional —una de esas cosas que pasan cuando se decreta la muerte cruzada— un auditorio de ese edificio era la mejor opción para el informe a la nación de Lasso. Al menos, se supone que era.
Pero además de ministros, policías, y conocidos del Presidente, en esa alfombra también se cruzó un perro callejero, blanquito y curioso. La usó un grupo de niños y niñas disfrazadas —de hadas, médicos, militares, que se ubicaron al inicio de la alfombra, listos para saludar a Lasso cuando llegara.
El Presidente, como demanda una situación como esa, se acercó a los pequeños y los saludó. Hubo foto.
Los invitados caminaron por la alfombra e intentaron hacerse selfies con sus acompañantes. Ministros y funcionarios saludaban a la bandera del Ecuador, sostenida por un soldado con un uniforme de gala: pantalón negro con franjas amarillas a los lados, un saco gris con charreteras —las hombreras militares— y un casco con estilo prusiano. Otros ministros se olvidaron de hacerlo. Justificable, todos querían entrar a ese auditorio que se iba a llenar con apenas 400 personas.
A diferencia de los informes a la nación de otros años, hubo una sensación de tranquilidad. Hasta de quemeimportismo.
Lo primero que saltó a la mente de este informe a la nación, incluso antes del evento, fue la decisión del gobierno de hacerlo en el sur de Quito. Un posible gesto de comunicación política de acercarse a la gente.
Aunque no había mucha gente en la explanada, justo afuera de la Plataforma donde funcionan varios ministerios de sectores sociales. Sí había vallas de seguridad y estaban custodiadas. Pero entrar al lugar no fue complicado.
No hubo revisiones de seguridad, ni perros que chequearan a las personas que iban llegando.
¿Otros tiempos en el país? ¿Una nueva seguridad? Quizás había un mensaje ahí, una especie de conciencia de que, sin Asamblea, la sensación del país es otra. Hay paz para el gobierno de Lasso en este momento. Una forma particular de paz, que fue parte del discurso del Presidente.
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Dentro del auditorio, todo estaba lleno. Quedaban pocos asientos vacíos. Había que estar en un solo sitio, y no moverse. Cuando lo intentamos, la seguridad presidencial dijo que nos podían sacar.
La orquesta militar, pocos minutos antes y afuera, había tocado el himno nacional a mayor velocidad, quizás para que todo pasara más rápido. Es probable que eso que no sonaba afinado fuera un saxofón barítono que luchaba con el sonido. Sus intervenciones adquirieron un tono inquieto.
Dentro del auditorio tocaría luego la sección de cuerdas de la Orquesta Sinfónica Nacional del Ecuador. Esos músicos harían sonar su perfecta y preciosa versión del himno. Todo sonó en su lugar, con afinación precisa. Esta sección de cuerdas sería capaz de incluir una idea de desesperanza gracias a los arreglos de los violines y un sentido de contundencia y resiliencia, gracias a los graves que regalaron los contrabajos.
Es una pequeña lección la que dejó la Orquesta Sinfónica Nacional: la posibilidad de actualizar lo que siempre ha sonado y ha sido común a los ecuatorianos, nuestro himno. Ese que conocemos de memoria y que puede renacer una y otra vez. La lección que a la política ecuatoriana todavía le falta aprender.
Una lección como otras tantas. En el auditorio, por ejemplo, en medio de su gabinete, era claro que Lasso sigue teniendo una deuda de paridad de género.
En primera fila, él y su vicepresidente, Alfredo Borrero. La segunda fila estaba cooptada por solo hombres, entre ellos Juan Zapata, ministro del Interior,
Pablo Arosemena, ministro de Finanzas, Gustavo Manrique, canciller, y Sebastián Corral, secretario de Administración Pública.
Recién en la tercera fila apareció una mujer. Por la distancia era muy difícil identificarla. ¿Era María Gabriela Aguilera, ministra de Desarrollo Urbano y Vivienda? ¿Era Andrea Montalvo, la secretaria del Senescyt? Sí, ese fue el nivel. Una foto que vi luego, de mi compañero Diego Lucero me revelaría que era María Brown, ministra de Educación.
De ahí llegó un video que, como anticipo del informe, mostró varias de las cosas que luego Lasso iba a decir.
Precisiones que incluso enunció la semana pasada, durante su defensa en el juicio político al que lo sometieron, horas antes de que decretara la muerte cruzada.
Este es —que no quede duda— un discurso conocido: decir que el país se encuentra estable, repetir una y otra vez los mismos datos casi del mismo tirón, sin ofrecer fuentes. Como eso de que se han creado más de 500 mil empleos, lo que durante el informe a la nación 2023 se escuchó más de una vez.
O como dar nombres de personas o ciudadanos con los que Lasso dice haberse reunido y que le sirvieron para, justamente, ejemplificar lo bueno que está haciendo.
Una estructura comunicacional conocida, que nos llega desde la época de la campaña política con la que Guillermo Lasso consiguió ser presidente en 2021.
Hoy, a dos años de llegar al poder, sin Asamblea Nacional que escuche sus palabras, Lasso cumplió la formalidad del informe a la nación de una manera curiosa.
Curiosa porque no hay Asamblea Nacional, porque la situación política del país nos ha llevado a este punto, en el que se dio un informe de gestión bajo un sentido de festejo. En un punto, durante la espera en los exteriores, sonó la voz de una mujer por los parlantes, cantando algunos versos de Yo soy ecuatoriano, sí señor, el tema de Damiano. Nunca se pudo ver a la cantante.
Todo buscaba mantener una idea de normalidad, constitucionalmente posible, pero descabellada.
Sí, Ecuador está sin Asamblea y en el fondo, a pesar de ser el resultado de un mecanismo democrático, no deja de ser extraño. Y es posible que estar sin Asamblea sea también peligroso.
“Ya estamos en los últimos meses de esto”, dijo una una mujer que trabaja para el gobierno, que llevaba una credencial de la Vicepresidencia, y caminaba de un lado al otro, procurando que todo estuviera listo. Lo dijo como si estuviera cansada y lo inevitable la estuviera saludando muy de cerca.
Un día antes de este informe a la nación de Lasso, el Consejo Nacional Electoral aprobó las fechas de las nuevas elecciones, y todo se volvió inevitable. En noviembre habrá nuevas autoridades presidenciales y asambleístas.
Entonces, en medio de palabras hechas, solo faltaba lo que todos necesitaban escuchar. La verdadera razón, la necesidad de la frase, de ese “voy para la reelección” que funcionarios gubernamentales dijeron que ya estaba decidido, mientras iban de un lado al otro del auditorio durante la intervención de Lasso.
Pero no. No lo dijo.
Lasso se guardó ese detalle y todo se acabó. Los músicos militares intentaron afinar de nuevo sin conseguirlo y Guillermo Lasso salió del auditorio, acompañado de su esposa María de Lourdes Alcívar.
Caminó con dificultad, como lo hace desde que inició su mandato. Siempre cuidado y apoyado por personas a su lado, para evitar que tropiece.
Se subió al auto que avanzó lentamente, con la seguridad corriendo a su alrededor, como pasa en las películas.
Y de golpe, en la Plataforma Gubernamental de Desarrollo Social, al sur de Quito —que nunca interrumpió sus funciones— volvió una normalidad que quizás no se rompió.
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