Cuatro días después de la desaparición de la abogada María Belén Bernal, el Ministro del Interior, Patricio Carrillo, confirmó que ella entró a la Escuela Superior de Policía, en Quito, con Germán Cáceres, su esposo, un teniente  policial. “Hay registro de un vehículo conducido por el oficial de policía, su esposo, con vidrios polarizados, al cual no revisaron y no se percataron si salió o no salió”, dijo el Ministro en una entrevista en Teleamazonas. Lo dijo con una tranquilidad que parecía un estado de negación de una verdad horrenda: en el Ecuador,  una mujer puede entrar y desaparecer con una facilidad escalofriante de una institución policial. Un sitio, en teoría, seguro y confiable. 

Las palabras de Carrillo no dimensionan el rol de la Policía, como institución, en la desaparición de María Belén Bernal. El Ministro no ve la realidad que tiene delante: una institución ya desprestigiada por los delitos en los que se han visto implicados muchos de sus miembros, suma ahora la desaparición de una mujer al interior de uno de sus recintos. 

Los casos para cuestionar a la Policía Nacional no son pocos. Desde 2018 hasta el primer semestre de 2022, 1.898 policías ecuatorianos fueron apresados por haber cometido contravenciones o delitos. En una línea: al menos un policía es arrestado en Ecuador cada día. 

En 2022, se han multiplicado las noticias de policías detenidos en delitos flagrantes. En septiembre, cinco personas fueron detenidas al simular un operativo policial en Guayaquil para robar un edificio. Dos de ellos eran policías en servicio activo. A finales de agosto de 2022, tres policías  fueron detenidos en Cuenca por su presunta participación en un crimen, después de que en un video los mostrara metiendo en su patrulla fundas de basura que sacaron de la casa de un hombre que fue asesinado.

Esa es la institución que hoy debe ser parte de las investigaciones para determinar qué pasó con María Belén Bernal después de que entró a la Escuela de Policía. Es esa la institución que debe recabar indicios —se sabe que ya se encontró, en unas escaleras aledañas a los dormitorios, la cartera y una zapatilla de Bernal y que hay manchas de color marrón en las paredes del cuarto del esposo de Bernal.

Carrillo dijo que no revisar el auto en el que el esposo de Bernal salió “fue una falla de seguridad”. A eso, se suma la confirmación de que nadie sabe dónde está Germán Cáceres. Rindió su versión — en la que, según el Comandante de la Policía, Cáceres habría dicho que salió con su esposa, tras una discusión y la dejó en la Avenida Simón Bolívar a que tomara un taxi— y hoy no sabe dónde está. Un escalón más hacia la impunidad. 

¿Si ese tipo de fallas se cometen para resguardar un recinto policial, qué otras “fallas” podemos esperar cuando la Policía resguarda a los ciudadanos? “El domingo, aproximadamente a las 20 horas existe la salida por una puerta posterior del sujeto, esta persona conocía todas las instalaciones, aprovechó un momento de falencia”, dijo también Carrillo en Teleamazonas. “Un momento” que puede ser crucial para determinar dónde está María Belén Bernal. “Un momento” que podría haber significado la diferencia entre la vida y la muerte para María Belén Bernal. 

En el mejor de los casos, esta serie de hechos ocurridos entre la madrugada y la noche del domingo 11 de septiembre, pueden ser un cúmulo de negligencias y omisiones por parte de una institución que no se las puede permitir. De ella depende la vida de los ciudadanos. En el peor de los casos, estamos frente a una institución que, con su espíritu de cuerpo, prefiere proteger a quienes considera “los suyos” al costo que fuere. 

Pero las palabras de Carrillo no se quedaron ahí. “Nosotros lamentamos muchísimo que haya sucedido este acto, humano, irracional, pero es humano”, dijo en la entrevista televisiva. Es inaceptable que el ministro del Interior hable con tanta ligereza sobre la desaparición de una mujer. En sus palabras se cuelan un tufo a justificación que no puede ser tolerado, mucho menos viniendo del representante político de la Policía Nacional. 

“Este acto”, dice Carrillo sin precisar cuál. ¿Su desaparición? ¿Un posible atentado a su integridad física, psicológica, a su vida, o incluso un potencial femicidio

Decir que cualquier acto que vulnere a las mujeres es “irracional pero humano”, solo minimiza la violencia sistemática que viven miles de mujeres a diario. Plantea a la violencia como un hecho fortuito, casi accidental, desconociendo por completo que, lastimosamente el acto más extremo de violencia —el femicidio— sigue cobrando la vida de centenas de mujeres. Y desconoce que es un problema estructural de la sociedad ecuatoriana. 

Para muestra, las cifras de 2022: hasta agosto, se contaron 245 femicidios, el número más alto desde que se los empezó a contar en 2014. 

Ojalá María Belén Bernal no engrose esa lista, como si su vida fuese solo un número. No lo es. Su hijo está esperando su regreso. Su madre también. 

Las palabras de Carrillo son indignantes. Indigna que una institución que debería garantizar nuestra seguridad pueda, con su inoperancia, abonar a la impunidad. Indigna que tenga que haber presión social y mediática para que el Ministro, finalmente, cuatro días después de la desaparición de María Belén Bernal, ordene que se suspendan todas las actividades en la Escuela Superior de la Policía y se inicie una búsqueda exhaustiva. 

Cuatro días después. ¿No podía dar esa orden apenas se supo de su desaparición? Carrillo es un policía en servicio pasivo. Seguro sabe que las primeras 48 horas son clave en la búsqueda de personas desaparecidas. 

El Ministro debería saber, también, que sus palabras importan. Un funcionario de tan alto rango tiene la autoridad y las audiencias para dar mensajes claros contra la violencia contra las mujeres. Si él minimiza los hechos, y los reduce a llamarlo un simple acto “lo irracional pero humano”, continúa perpetuando las falencias estructurales de la sociedad que generan las alarmantes cifras de violencia de género en el Ecuador.

Maria Sol Borja 100x100
María Sol Borja
Periodista. Ha publicado en New York Times y Washington Post. Fue parte del equipo finalista en los premios Gabo 2019 por Frontera Cautiva y fue finalista en los premios Jorge Mantilla Ortega, en 2021, en categoría Opinión. Tiene experiencia en televisión y prensa escrita. Máster en Comunicación Política e Imagen (UPSA, España) y en Periodismo (UDLA, Ecuador). Ex editora asociada y editora política en GK.
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