Desde que Ecuador lanzó y abandonó el proyecto del Yasuní-ITT, un programa que buscaba compensación global a cambio de no extraer petróleo en una de las zonas más biodiversas del planeta, el mundo ha cambiado. A diferencia de 2007, cuando se lanzó el Yasuní-ITT, hoy hay un mercado grande y creciente de empresas que buscan compensar su huella ambiental a través de esquemas de secuestro de carbono. 

El secuestro de carbono no es otra cosa que remover este gas de la atmósfera y almacenarlo o transferirlo a sitios donde es necesario y no dañino, como los suelos. En 2007 no había demanda para estos esquemas. Hoy el mercado de carbono representa 851 mil millones de dólares. El valor de la tonelada de carbono secuestrado creció en un 60% comparado con el 2021.  

El problema de hoy es que hay más demanda que oferta: es decir, hay más empresas que buscan comprar capacidad de secuestro de carbono de la oferta en el mercado. Ecuador podría aprovechar esta nueva industria para por fin tener un modelo económico que pueda financiar la conservación y reforestación y protección de biodiversidad, pero tiene dos obstáculos: la constitución, y el presidente Lasso. 

Deforestación en la Amazonía

Deforestación en la Amazonía. Fotografía de Luis Barreto para WWF.

En el acuerdo de París, firmado el 12 de diciembre de 2015, los países suscriptores anunciaron su intención de hacer que el planeta sea neutral en su emisión de gases invernadero para el año 2050. En términos sencillos, cuando emitimos carbono a la atmósfera, éste se combina con oxígeno y forma dióxido de carbono, un gas que captura calor y calienta el planeta. 

Los efectos de una planeta más caliente son drásticos. En el Ecuador, poblaciones litorales como Guayaquil podría sumergirse por debajo del nivel del mar. Sus terrenos agrícolas perderían los sistemas climáticos que los hacen productivos, aumentando el costo de la comida para todos. El mar entraría en un proceso de acidificación, dejando de producir alimentos (los peces son el mayor banco de proteína de la humanidad). La Amazonía empezaría un proceso de desertificación, afectando la producción de comida en todo el mundo debido a su papel en el desarrollo de sistemas climáticos en el planeta. 

Un porcentaje cada vez mayor del presupuesto del Estado se dedicaría a la reparación de infraestructura dañada en eventos climáticos cada vez más frecuentes y fuertes, como aluviones e inundaciones. La única solución para evitar este destino es empezar a sacar carbono de la atmósfera. 

El mundo tiene un gran desafío. No solo tiene que reducir sus emisiones actuales, sino sacar de la atmósfera el carbono que hemos estado emitiendo desde finales del siglo XVIII, cuando empezó la época industrial. 

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La buena noticia es que ya existen sistemas naturales que cumplen con esa función: los árboles pueden guardar carbono durante 100 años. Los manglares están entre los sistemas más efectivos del mundo en capturar y conservar carbono. Los mismos sistemas del mar que alimentan el ecosistema de vida también pueden ayudarnos capturar carbono. Dado su abundancia de sistemas biodiversos, Ecuador podría volverse en una potencia global de captura de carbono, si quisiera. Seríamos lo que Arabia Saudita es para el petróleo. 

Las metas del acuerdo de París se dividen por país. Hay cada vez más conciencia de las empresas multinacionales de la responsabilidad que tienen en disminuir y, en un punto, neutralizar su impacto de carbono. En algunas partes, como California y la Unión Europea, hay marcos legales que obligan a las empresas calcular y compensar por su emisión de carbono. Otras multinacionales, como ciertas aerolíneas, por ejemplo, han optado por participar en mercados voluntarios de carbono sin obligación gubernamental. 

Cuando quiere reducir su huella ambiental, una empresa tiene dos opciones: adoptar prácticas más sostenibles (insetting en inglés) o pagar a alguien que genere una capacidad de secuestro de carbono (medido en toneladas) en el nombre del emisor (offsetting en inglés). En un mundo ideal, se harían ambas cosas. 

Siendo una industria nueva, los mercados de carbono tienen muchos problemas que resolver. Por ejemplo, si el Municipio de Quito pusiera a la venta la capacidad de secuestro de carbono del Parque Metropolitano Guangüiltagua, no habría ningún beneficio neto para el planeta, ya que el parque no está actualmente bajo amenaza de perder su capacidad de secuestrar carbono. 

Si, en cambio, el municipio decidiera comprar terrenos cercanos al Parque, plantear árboles y reforestar, si contaría como nueva capacidad, porque cumple con un requisito que se llama “adicionalidad”. Por otro lado, si el Municipio ofrece reforestar predios en un lugar y luego opta por deforestar en otro, tampoco habría beneficio ambiental. 

Una de las formas más comunes de offsetting, son los créditos de carbono. Son instrumentos económicos que compra una compañía y equivalen a una tonelada de dióxido de carbono que ha sido dejada de emitir. En pocas palabras: se paga porque alguien más no emitió ese gas.

Después de varios escándalos, los compradores de créditos de carbono están cada vez más interesados en conocer y verificar el origen de un crédito. Un crédito de carbono representa una tonelada de carbono que no se emite a la atmósfera. 

Los compradores quieren asegurar que están, a través de su compra, agregando a la capacidad del planeta de secuestrar carbono. Por otro lado, quieren evitar la acusación de “greenwashing”, una práctica que sucede cuando una empresa hace publicidad falsa sobre su impacto ambiental. 

Los compradores de carbono prefieren comprar créditos emitidos por nuevas fuentes de energía renovable ya que su adicionalidad es poco discutible. Luego, les interesan las fuentes acuáticas, que pueden ser más potentes en su capacidad de secuestrar carbono y llevan menos riesgo que los proyectos que dependen de árboles que son vulnerables a amenazas como incendios, invasiones, entre otros.

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En el caso de Ecuador, los proyectos de emisión de carbonos basados en la no explotación de recursos petroleros tienen adicionalidad clara. 

La demanda mundial de petróleo hace evidente que cualquier fuente de crudo está bajo amenaza. Tomando en cuenta que el petróleo ecuatoriano se encuentra en su mayor parte en territorios ancestrales llenos de biodiversidad única, no sería difícil encontrar quién compre a un valor premium nuestros bonos de carbono. 

El primer problema que enfrenta el Ecuador en tratar de monetizar la conservación de su riqueza natural es la falta de visión de nuestros presidentes que tienden a ser cortoplacistas, sin jamás cuestionar el origen de nuestro malestar económico. 

Continuando con ésta tradición, en su discurso a la nación del 24 de Mayo 2022, el Presidente Lasso reconoció que la tendencia mundial es dejar los hidrocarburos. Sin embargo,  llegó a una conclusión sorprendente para alguien que es conocido por su visión empresarial: “Vamos a extraer hasta la última gota de provecho de nuestro petróleo, para que llegue al servicio de los más pobres, respetando el medio ambiente.” En otras palabras, según el Presidente, en lugar de liderar la nueva economía, vamos a ser los últimos en dejar la vieja economía.

Romper con el modelo extractivo es un desafío que supera la imaginación de los presidentes ecuatorianos. Viendo al petróleo sólo como un mecanismo de financiar las operaciones del Estado del corto plazo sin contar con sus costos en contaminación, salud, y corrupción, presidente tras presidente falla en analizar los resultados reales del modelo extractivo comparado con su promesa. Repiten constantemente la línea que el petróleo ayuda a los pobres, sin analizar si sea verdad o no.

No cuestionan que atar la tesorería nacional al precio de un commodity nos ha dado altibajos constantes: gastamos de más cuando el precio del barril de crudo está alto, y regresamos al Fondo Monetario Internacional y a China para endeudarnos cuando el precio inevitablemente baja y el Estado no puede cumplir con sus promesas y obligaciones. El costo de mantener nuestras deudas perjudica a los más pobres. 

Es más, a pesar de siempre estar rodeados de economistas de renombre, los gobiernos se han olvidado de la enfermedad holandesa, fenómeno económico en que la dominancia de un sector de recursos naturales en una economía estanca el desarrollo de otros sectores.

Si el Presidente Lasso realmente cree que el mundo dejará los hidrocarburos, como dice, significaría que anticipa que el precio del petróleo va a bajar. Aún así, su propuesta económica es basar la economía del futuro en un producto cuyo valor él ve en decrecimiento. 

¿A qué costo? 

El petróleo ha enriquecido una oligarquía de proveedores de servicios petroleros nacionales e internacionales sin mencionar una cadena de actores involucrados en el negocio, muchas veces un negocio corrupto, de gestionar el petróleo desde su extracción hasta su venta en el mercado internacional. 

En su estela, el precio por la extracción de petróleo lo han pagado las comunidades de la Amazonía en ríos contaminados y altos niveles de cáncer y otras enfermedades. Incluso sin valorar el costo ambiental y humano que cobra el negocio petrolero, debemos preguntarnos ¿quién es el ingenuo: el ambientalista que cuestiona los resultados del pasado y el futuro del modelo extractivista y llama la atención sobre la emergencia de un nuevo mercado basado en recuperar la naturaleza, nuestra única ventaja competitiva mundial, o el político que apuesta por un modelo económico que está en su clara decadencia? 

deforestación bruta en Ecuador

Los ecosistemas con mayor superficie de deforestación bruta en Ecuador son los bosques de la Amazonía norte, del Chocó y los deciduos de la Costa. Fotografía de Rhett A. Butler.

Si las únicas cosas que diferencian al Ecuador como territorio, son las islas Galápagos y su Amazonía, ¿tiene sentido desde el punto de vista competitivo acabar con nuestra naturaleza en el corto plazo, dejando nada único a los herederos para sobrevivir en la economía del futuro? 

Si los gobiernos no entienden el valor de ser primeros en aprovechar los mercados de carbono creados con los acuerdos de París, tal vez sus ciudadanos sí. Sería fácil que grupos que sean conformados por ambientalistas y/o empresarios trabajen con terratenientes pequeños y grandes para entrar en esquemas de secuestro de carbono y empezar a generar actividad económica basada en la sostenibilidad. 

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Pero aquí aparece otro problema. El artículo 74 de la constitución dice que todos tenemos derecho a beneficiarnos del ambiente y de las riquezas naturales que permitan el buen vivir. Pero luego agrega que “los servicios ambientales no serán susceptibles de apropiación; su producción, prestación, uso y aprovechamiento serán regulados por el Estado”.

Si un grupo de empresarios o ciudadanos quisieran crear flujos de ingresos por vender su capacidad de secuestro de carbono en mercados internacionales, según la interpretación de varios abogados que consulté, el artículo 74 les prohibiría la venta privada de créditos de carbono porque se los considerarían servicios ambientales. 

Vale la pena recalcar algo: la razón principal que las fuerzas de destrucción de naturaleza les ganan a las fuerzas de conservación es porque las fuerzas de destrucción tienen capital ilimitado debido a su capacidad de producir un retorno de inversión. De su lado, las fuerzas de conservación dependen de los recursos que la gente está dispuesta a regalar. 

deforestación de bosques en Ecuador

En los bosques tropicales de Ecuador hay más de 5000 especies de plantas nativas que tienen diversos usos. Fotografía de Richard Fischer.

Tomando en cuenta que los gobiernos cambian y por ende son pocos confiables como gestores de naturaleza (pensemos en el gobierno brasileño, liderado por el antiambientalista Jair Bolsonaro), y que el capital de fundaciones y organizaciones no gubernamentales es limitado, los mercados de carbono son tal vez la única fuerza que puede contrarrestar el avance de las fuerza de destrucción. Si por la Constitución hemos decidido excluirnos de ésta oportunidad económica, hemos elegido un lado en la batalla del futuro del Ecuador. 

Luego viene la pregunta ética: ¿deberíamos hacer algo para poder decir a nuestros hijos y nietos, herederos del planeta debilitado por el cambio climático, que hicimos algo? La respuesta más común en Ecuador es: “bueno, solos no vamos a poder hacer mucho.” 

La excusa basada en la impotencia de cada nación genera un círculo: Ecuador no debe hacer nada porque Estados Unidos tampoco va a hacer nada. Estados Unidos no hace nada porque China no hace lo suficiente. China no hace nada porque el resto del mundo combinado tampoco hace nada. 

Primero, Estados Unidos tal vez no hace suficiente al nivel de su gobierno federal, pero los gobiernos estatales y municipales, sin mencionar el liderazgo de su sector privado, son los principales impulsadores de la nueva economía. China, a pesar de su gran huella ambiental, también busca ser protagonista de una economía basada en energía renovable. 

Pero más allá de eso ¿Qué le diremos a las próximas generaciones cuando nos pregunten si sabíamos del cambio climático, por qué no hicimos nada? Porque decidimos “extraer hasta la última gota de provecho de nuestro petróleo, para que llegue al servicio de los más pobres, respetando el medioambiente”. Es poco probable que nos crean o nos respeten.

No hay que engañarnos y pensar que el cambio de modelo económico de un país sería fácil o rápido, o que los mercados de carbono podrían inmediatamente producir las divisas equivalentes a los ingresos petroleros. No se regalan modelos de negocio; hay que construirlos y aprovechar de ser primeros en hacerlo.

Al mismo tiempo, debemos aceptar que seguirnos anclando a un modelo económico que fue y sigue siendo dudoso no lleva consecuencias negativas para el Ecuador y el planeta. Ningún empresario vería a la venta de los activos de la empresa como un modelo económico sostenible en el largo plazo. 

De la misma manera, la liquidación de nuestro patrimonio natural tampoco representa un plan viable. Sobre todo cuando lo seguimos haciendo justo en el momento en que emerge un modelo alternativo. 

Hace falta la visión de un emprendedor que ve hacia dónde va el mundo y aprovecha para crear un producto o servicio que estará en alta demanda gracias a los cambios de comportamiento de los consumidores. Como dice Larry Fink, banquero y gerente de la firma financiera más grande del mundo, BlackRock: “Cada compañía y cada industria será transformada por la transición a un mundo con cero emisiones netas. La pregunta es, ¿usted liderará o será dirigido?” Los ecuatorianos nos hacemos la misma pregunta. 

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Matthew Carpenter-Arévalo
(Canadá, 1981) Ecuatoriano-canadiense. Escribe sobre tecnología, política, cultura y urbanismo.

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