Este reportaje fue publicado originalmente en Mongabay Latam
Todos los años, los científicos hacen llamados cada vez más urgentes para proteger la vida en la Tierra. La deforestación, principalmente de bosques tropicales, se ha convertido en una de las mayores preocupaciones a nivel mundial y, en los últimos años, los ecosistemas costeros han empezado a tomar protagonismo en las discusiones ambientales. La temporada de huracanes y tormentas tropicales en el Caribe durante 2020 —la más intensa desde que se tienen registros— fue uno de los más recientes ejemplos de los estragos que está causando el cambio climático y cómo el buen estado de estos ecosistemas es vital para mitigar sus graves impactos.
Entre esos ecosistemas destacan los bosques de manglar, zonas de transición entre la vida marina y la vida terrestre, conocidos como la sala cuna de gran parte de la vida en el océano y destacados porque cada hectárea captura y almacena más carbono que cualquier otro bosque. “Son como la piel en el cuerpo. Protegen al mar de lo que proviene de la tierra y a la tierra de lo que proviene del mar”, dice Jorge Herrera, biólogo mexicano, investigador del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav) y uno de los científicos latinoamericanos que más ha trabajado con manglares.
En el Día de la Tierra, Mongabay Latam presentó un panorama del estado de los manglares en México, Colombia y Ecuador, tres países con grandes áreas de manglar en sus territorios. ¿Cuáles son sus principales amenazas? ¿Qué pasaría si se pierden estos bosques? ¿Qué se está haciendo para restaurarlos y conservarlos?
Los manglares de América Latina
En un artículo publicado en la revista Plos One en 2010, un grupo de científicos reveló que los bosques de manglares brindan al menos 1600 millones de dólares por año en servicios ecosistémicos y dan sustento a los habitantes de las zonas costeras. Sin embargo, encontraron que están desapareciendo con rapidez pues se talan para el desarrollo urbano costero y la acuicultura; así como para obtener leña y producir combustible.
Al compilar información sobre la distribución específica, características y estado de poblaciones de las 70 especies conocidas de manglares a nivel mundial, encontraron que 11 de ellas (16 %) se encuentran en gran amenaza de extinción y que, además, “la pérdida de las especies de manglares tendrá consecuencias económicas y ambientales devastadoras para las comunidades costeras”. Por su parte, la UNESCO, Conservación Internacional y la UICN, en su iniciativa Blue Carbon, destacan que los manglares en el mundo se están perdiendo a una tasa de 2 % anual y que emiten el 10 % de las emisiones de CO2 causadas por la deforestación, a pesar de que solo cubren el 0,7 % de la superficie terrestre.
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El biólogo mexicano Jorge Herrera considera que los manglares en su país están en alto riesgo dado que las políticas de protección al ambiente han cambiado mucho en los últimos 20 años. “Se ha dado de manera ilegal una apertura a deforestar para el cambio de uso del suelo para actividades productivas diferentes a las permitidas en manglar, no obstante que México tiene una muy buena ley de protección al ambiente y que están en la norma oficial como especies en peligro”.
En Colombia, según dice Alexandra Rodríguez, jefe de la línea de Rehabilitación de Ecosistemas Marinos y Costeros del Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras (Invemar), en las décadas de los 60 y 70 la condición de los manglares en el país no era muy buena, pero en los últimos años ha mejorado.
Sin embargo, hay grandes diferencias entre lo que ocurre con estos bosques en el litoral Pacífico y el litoral Caribe. “En el Pacífico tenemos extensas áreas bien conservadas, pero en el Caribe hay problemáticas que requieren atención”, dice Rodríguez, haciendo énfasis sobre todo en la Ciénaga Grande del Magdalena, donde las carreteras y actividades agropecuarias han afectado fuertemente el flujo de agua en el ecosistema.
Por su parte, Ecuador hoy se jacta de tener uno de los planes de conservación con comunidades más exitosos de la región. Después del ‘boom’ camaronero de la década del ochenta, que llevó a la deforestación de más de 56 000 hectáreas de manglares, el gobierno emitió un decreto de uso y custodia de los manglares para las comunidades ancestrales o que tradicionalmente han utilizado los recursos de este ecosistema.
Esta labor ha permitido, de acuerdo con Fausto López, docente de la Universidad Técnica Particular de Loja y coordinador del grupo de investigación Gobernanza, biodiversidad y áreas protegidas, que haya 59 acuerdos que protegen aproximadamente 69 300 hectáreas de manglares, sumadas a las 72 500 hectáreas protegidas en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas del Ecuador (SNAP). El 87 % de los manglares del país están protegidos.
“Ahí hay un compromiso de lado y lado. Es una relación gana – gana para las comunidades y para el gobierno. Se extraen recursos de forma sustentable y el Estado se ahorra las labores de monitoreo y patrullaje pues las personas son las más interesadas en conservar los manglares para garantizar su sustento”, añade López.
Urgen acciones de restauración coordinadas
Los expertos consultados por Mongabay Latam coinciden en que los manglares se encuentran expuestos a varias amenazas que suelen ser comunes en muchos de los países latinoamericanos. Jorge Herrera menciona la extracción petrolera en el mar, el turismo, la ganadería, la agricultura, las carreteras e, incluso, el mal diseño de puertos. Natalia Molina, bióloga ecuatoriana e investigadora de la Universidad Espíritu Santo en Guayaquil, agrega a la lista la contaminación del agua por actividades mineras y agrícolas, y la expansión urbana de grandes ciudades, como otras fuertes presiones que todavía enfrentan los manglares.
Sumado a estas amenazas, los científicos aseguran que hay esfuerzos de conservación y restauración pero no existe un fuerte trabajo colectivo. “En México no hay una estrategia nacional”, reconoce Herrera. “Cuando revisas los estudios sobre manglares, no hay metodologías estandarizadas que permitan compararlos. Faltan estudios integrados sobre los manglares de América”, resalta Molina.
Si bien estos ecosistemas son altamente resilientes, la presión humana está haciendo que su recuperación sea cada vez más lenta o, en el peor de los casos, que no puedan recuperarse. Es por eso que en muchas ocasiones se necesitan intervenciones activas en restauración.
El biólogo Jorge Herrera lleva más de 30 años trabajando con manglares en México y es una de las principales referencias en temas de restauración en la región. “Empezamos a incursionar en la restauración porque veíamos que muchos proyectos de reforestación de manglar no eran exitosos. A través del tiempo hemos desarrollado una estrategia en la que, basándonos en el diagnóstico del sitio que tiene el problema, identificamos las causas de la muerte del manglar y definimos las acciones específicas a implementar”, comenta.
Aunque cada caso tiene sus particularidades, Herrera asegura que una de las acciones más importantes es la rehabilitación hidrológica, pues no se puede perder de vista que el manglar es un humedal y por lo tanto necesita agua que circule. Es necesario destapar canales de marea o crear nuevos cuando estos están completamente bloqueados. En ocasiones, el biólogo y los colegas con los que trabaja han tenido que implementar pasos de agua en las carreteras para conectar las zonas de manglar que quedaron fragmentadas.
Otra acción importante en la restauración de estos ecosistemas tiene que ver con la nivelación topográfica. “Si la materia orgánica se expone al aire, se oxida y eso se convierte en dióxido de carbono que va a la atmósfera. Además de incrementar los gases de efecto invernadero, hace que el nivel del suelo baje”.
En muchas de sus intervenciones, expertos como Herrera, utilizan las semillas y propágulos —partes de las plantas que permiten su reproducción asexual— de la zona en la que están trabajando y las siembran directamente en los lugares que quieren recuperar.
En estos procesos los científicos se han dado cuenta de la importancia del trabajo colaborativo. “Lo primero que se tiene que hacer es formar un grupo donde, idealmente, deben estar: comunidades, organizaciones de la sociedad civil, gobiernos, academia y los financiadores”, destaca Herrera.
Natalia Molina resalta el rol de las comunidades, pues a eso atribuye el éxito ecuatoriano en la conservación de manglares. “La ciencia tiene que responder a los problemas que tienen las comunidades, no es solo para que los científicos se halaguen entre ellos: ‘qué bonito tu estudio’. Estamos para servir a las comunidades porque ellos son los que sostienen el manglar y lo conocen”, asegura.
Colombia: entre la Ciénaga Grande de Santa Marta y la recuperación de Providencia
Uno de los casos más conocidos en Colombia por la afectación de los manglares, y los constantes intentos por recuperarlos, es el de la Ciénaga Grande de Santa Marta, en la región Caribe del país.
“Cuando construyeron la carretera Ciénaga-Barranquilla interrumpieron el flujo de agua marina hacia la ciénega, años después, en los setenta, construyeron una carretera paralela al río Magdalena e interrumpieron el flujo de agua dulce a la ciénega. Eso le dio muy duro a esos manglares y tenemos una deforestación gigantesca. Se han invertido más de 20 millones de dólares y la zona no se ha podido recuperar por completo”, dice José Ernesto Mancera, doctor en Biología Ambiental y Evolutiva, y líder del grupo de investigación en Modelación de ecosistemas costeros de la Universidad Nacional de Colombia.
De acuerdo con Mancera, la restauración es un tema muy serio que requiere conocimiento social, económico, de ingeniería, además del biológico. También asegura que uno de los errores más frecuentes es la falta de seguimiento a los proyectos que se ejecutan. “La mayoría de ellos se enfocan en una sola especie [mangle rojo (Rhizophora mangle)] y la gente los siembra pero falta más conocimiento sobre dónde, cómo y cuándo hacerlo”.
Alexandra Rodríguez, del Invemar, afirma que la entidad apoya una gran estrategia de conservación de manglares en el golfo de Morrosquillo, en los departamentos de Sucre y Córdoba, que busca reducir las emisiones de gases de efecto invernadero con actividades de restauración para llegar a una certificación de carbono azul a largo plazo. “Es la única zona de Colombia que tiene permisos de aprovechamiento de madera en manglares, porque tienen un esquema organizado que les permite sacarlas con las tallas adecuadas para que el bosque no se deteriore”, comenta.
Con todo, el mayor reto para el país estará en la restauración de ecosistemas, entre ellos los manglares, en la isla de Providencia, luego del paso del huracán Iota a finales de 2020. “Estamos trabajando en la estructuración de un plan de restauración de manglares que tendremos listo el próximo mes, donde se definirán cuáles son las zonas prioritarias, qué técnicas se deben usar […] Debemos proyectar a 15 años, hay que garantizar que el ecosistema se regenere por sí mismo. Parte de la estrategia es mantener un monitoreo continuo que permita implementar medidas de adaptación rápida”, dice Rodríguez.
México: recuperando la península de Yucatán
La mayoría de manglares de México se encuentran en la península de Yucatán, en los estados de Campeche, Quintana Roo y Yucatán. Allí trabaja Jorge Herrera, investigador del Centro de Investigación y Estudios Avanzados (Cinvestav), junto con la profesora Claudia Teutli de la Universidad Autónoma de México (UNAM) y el profesor José Luis Andrade del Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY).
Actualmente tienen ocho proyectos de restauración en la península. El más antiguo abarca 80 hectáreas y en 13 años han logrado recuperar el 80 % de ellas. “La velocidad de recuperación también depende mucho de los recursos económicos que tengamos para poder trabajar”, dice Herrera.
El biólogo asegura que es importante reforestar pero que esta decisión debe obedecer siempre a un diagnóstico previo y que las condiciones topográficas e hidrológicas deben ser las adecuadas para que no sea un esfuerzo perdido.
Herrera duda mucho de la eficacia de los viveros. Dice que tienen un costo muy elevado y que en realidad solo se necesitan propágulos y semillas, que de por sí ya los manglares producen en millares. Además, las condiciones favorables que tienen las plántulas en los viveros hacen que, cuando se trasladan al sitio final, tarden mucho en adaptarse o que mueran. Según dice, el 50 % de estas plantas no sobrevive mientras que, al utilizar plántulas y semillas del mismo entorno, se garantiza una supervivencia cercana al 90 %.
“Tenemos un sitio donde hicimos la rehabilitación hidrológica, luego la nivelación topográfica y después reforestamos. Tres años después ya produjeron hijos, es decir, ya son adultos y ese es un proceso que normalmente lleva entre 5 y 10 años. Hemos reducido el tiempo con esta combinación de acciones”, destaca.
Ecuador: todo comenzó en Guayaquil
La bióloga Natalia Molina es una de las mujeres que más conoce de manglares en Ecuador y trabajó en el primer proyecto de restauración de este ecosistema en su país, en el Parque Histórico Guayaquil en Sanborondón. Antes de ese proyecto, esta zona de ocho hectáreas solo contaba con árboles dispersos que estaban condenados a morir. “En ese entonces se restauraron 1,7 hectáreas. Se recolectaron plantas y se fueron acomodando las especies. Se hizo restauración hidrológica, se dragó manualmente, se evacuaron más de 5000 metros cúbicos de sedimentos para devolver el flujo del agua y allí se sembró. Eso fue ya hace 21 años”, recuerda.
Después de eso, nunca ha abandonado a los manglares. De hecho, en 2019 organizó el primer congreso de Manglares de América e invitó a colegas de toda la región para conocer sus experiencias y contar la ecuatoriana: cómo el país en 1999 generó una política de conservación de manglares luego de que décadas antes, como ella misma lo dice, “el gobierno autorizaba a las camaroneras para que deforestaran”.
Un decreto del Ejecutivo le pidió a las camaroneras la restauración del 30 % de los manglares talados. “Algunos camaroneros serios, que querían certificarse, hicieron esa restauración y algunos hicieron un poco más de lo que les exigía la ley”, asegura. También dice que luego de que la plaga de la mancha blanca atacara a los camarones ecuatorianos, muchas empresas cerraron y abandonaron sus zonas de cultivo entre el año 2000 y 2010. En medio de sus estudios, Molina ha ido a varias zonas donde la naturaleza, por su cuenta, logró regenerarse y los manglares ya sobresalen entre los muros de las piscinas de camarones.
A pesar de esto, Fausto López, de la Universidad Técnica Particular de Loja, dice que todavía hay una omisión en el control de las emisiones de contaminantes de la actividad camaronera, “que también ha sido denunciada por pescadores artesanales”.
Aunque Ecuador hoy cuenta con una de las estrategias de conservación de manglares más exitosas de la región, Molina cree que hay otro asunto sobre el que no se ha hecho nada: evitar el crecimiento de las ciudades en zonas de manglar. “Sobre eso la ley no se pronuncia. El crecimiento y la resiliencia de los manglares son maravillosos, pero cómo le dices al 60 o 70 % de una ciudad como Guayaquil que desaloje porque vamos a restaurar el manglar… No puedes… Pero tampoco hay un ‘mea culpa’ de las ciudades sobre la destrucción del manglar”, concluye.