OTRAS HAMACAS
El último domingo, mi equipo (gracias, son lo máximo) les compartió una noticia increíble: la coqueta primera imagen de Sagitario A*.
Si son nuevos por estos vecindarios, o si no leyeron la hamaca pasada, el 12 de mayo de 2022, un grupo de astrónomos reveló esta primera “foto” de Sagitario A*, el agujero negro que existe en el centro de nuestra galaxia.
La imagen fue producto del Telescopio Horizonte de Sucesos, una red mundial de radiotelescopios y uno de las tantos inventos que cumple el sueño de los niños de la década de 1980: tener un objeto como la espada del augurio de Leon-o, que permitía al señor de los Thundercats “ver más allá de lo evidente”.
De Sagitario A* sabemos hace mucho. Las primeras pistas de su supermasiva existencia se dieron en 1933, cuando Karl Guthe Jansky publicó un artículo científico que cambió nuestra historia: Perturbaciones eléctricas aparentemente de origen extraterrestre.
En él, Jansky, que trabajaba para Bell Telephone Laboratories, tratando de mejorar las radiocomunicaciones, fundó la radioastronomía. “Perturbaciones eléctricas aparentemente de origen extraterrestre es en efecto una boda. Une la ciencia de la astronomía y la ciencia de la radio y la ingeniería eléctrica. Une estas ciencias por lazos inseparables”, escribió su hermano C.M. en 1956 (Karl había muerto 6 años antes, a los 44, por una condición cardíaca).
En ese paper, Jansky describió una compleja fuente de ondas originadas a la que llamó Sagitario A (venía de la dirección de la constelación Sagitario). Poco después de su muerte, se supo que ese punto era muy probablemente el núcleo de la galaxia.
Unas dos décadas después, los astrónomos Bruce Balick y Robert Brown descubrieron que la fuente tenía varios componentes. Había uno muy brillante, que fue bautizado Sgr A*.
A la par, se empezó a elucubrar que era un agujero negro. En las siguientes décadas se fue aportando más evidencia sobre su existencia. En 2002, los astrofísicos Reinghard Genzel y Andrea Ghez descubrieron que en el núcleo de la Vía Láctea había “un objeto compacto supermasivo”.
Sí: Sagitario A*. En 2020, Genzel y Ghez compartieron el Nobel de Física con Roger Penrose por este y otros hallazgos sobre agujeros negros.
Ahora no solo sabemos que existe, sino cómo se ve.
Leía con asombro sobre la imagen de Sagitario A* por los mismos días en que encontré un libro de Carl Sagan: La diversidad en la ciencia, una visión personal de la búsqueda de Dios. Es un compendio de las conferencias Gifford, de las que Sagan participó en 1985.
En ellas, lo siento si pensaban otra cosa, Sagan discute la conexión entre la necesidad de una fuerza superior y lo desconocido. “Muchas religiones han intentado hacer grandes estatus de sus dioses, con la idea, supongo, de hacernos sentir pequeños a nosotros. Pero si ese era su objetivo, ya pueden quedarse con sus míseros íconos. Para sentirnos pequeños, basta con que levantemos la mirada”, dijo el gran científico.
Después de voltear nuestros ojos al cielo, dijo Sagan, “mucha gente llega a la conclusión de que el sentimiento religioso es inevitable”.
Pero de ese ejercicio “no se deriva ninguna conclusión teológica concreta. Más aún, cuando entendemos algo de la dinámica astronómica, de la evolución de los mundos, nos damos cuenta de que los mundos nacen y mueren como los humanos y que, por tanto, si bien en el cosmos hay mucha vida, también hay mucho sufrimiento y muerte”, dijo, confrontándonos con una realidad durísima: hemos creado dioses y sistemas de creencias (incluyendo religiones sin deidades y pseudociencias, como la astrología) a nuestra imagen y semejanza de las que el Universo no da cuenta.
Sagan nos hace ver lo chiquitas, incompletas y, pues, equivocadas, que son nuestras explicaciones de la existencia. Cada vez que la ciencia da una explicación, una justificación teológica retrocede. “Pero lo que evidentemente ha ocurrido es que ante nuestros propios ojos ha ido apareciendo un Dios de los Vacíos; es decir, lo que no somos capaces de explicar, se lo atribuimos a Dios. Después, pasado un tiempo, lo explicamos y entonces deja de pertenecer al reino de Dios”, dijo Sagan. Esa idea trasciende a la mitología, el esoterismo y otras fallidas explicaciones. Ya lo hemos hablado varias veces en esta hamaca. Pero me sigue intrigando nuestra fijación en insistir en estas hipótesis que ya no tienen cabida en el siglo XXI.
Como bien nos recuerda Sagan, todo en el universo muere. Una estrella llega a su vida final y acaba con los planetas que la orbitan. Si en ellos hubo vida, se extinguió con esa estrella. Es el destino de nuestro sol y nuestro planeta, aunque falten aún 5 mil millones de años para que suceda. Como falta tanto tiempo, dice Sagan, “no es nuestro problema apremiante. Pero es algo a tener en cuenta. Tiene implicaciones teológicas”.
Yo he regresado a esta hamaca hoy porque las leyes de la física newtoniana me lo permiten: puedo desplazarme en el espacio casi a mi total voluntad, aunque no pueda hacer lo mismo con la dimensión temporal de la existencia. Si eso fuera posible, Juan Gabriel estaría para regocijo de todos, cantando de nuevo en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México.
Pero no. Las leyes de la física rigen en todo el universo. Todo el material cósmico es el mismo: estamos hechos del polvo de las estrellas, dijo Sagan. No puedo imaginar otra línea tan literal y tan poéticamente potente.
Estas ideas no deben inquietarnos. Deben inspirarnos. La ausencia de una vida después de la muerte (en otro “plano” o “reencarnado”) es una gran noticia: somos los hijos de la privilegiada casualidad cósmica.
Podríamos no estar aquí. Si el asteroide que extinguió a los dinosaurios no hubiese golpeado la Tierra hace 65 millones de años, “quizá yo mediría tres metros de altura, tendría escamas verdes y afilados dientes puntiagudos, y ustedes serían también altos, verdes y con dientes puntiagudos. Tanto ustedes como yo nos consideraríamos extremadamente atractivos ¡Qué guapos somos!”, dijo Sagan.
Hoy sabemos más de ese destino único, cósmico e irrepetible. Deberíamos proponernos hacer lo mejor de este breve paso por la Tierra.
Hay cosas que debemos aceptar. Por ejemplo, que no podemos viajar al centro de la galaxia donde está Sagitario A* (nos tomaría 25 mil años llegar). Pero sí podemos viajar al centro de nuestro corazón y reconciliarnos con la belleza del universo indiferente, feroz y masivo en el que tenemos la suerte de brevemente existir.