¿Por qué no solo es válido sino necesario que incluyamos el vestuario, los accesorios y el lenguaje corporal de los políticos en los análisis de sus discursos y acciones? La semana pasada, una breve crónica de Isabela Ponce sobre una rueda de prensa de la Secretaria de Derechos Humanos, Bernarda Ordóñez, incluyó referencias a su chaqueta morada, su prendedor de mariposa en la solapa izquierda y sus uñas color lila. 

Ordóñez viste morado, el color del feminismo

En la rueda de prensa, como en otros espacios, Bernarda Ordóñez usó morado, el color del feminismo. Fotografía de Isabela Ponce.

La convocatoria a los periodistas fue para hablar de la situación de las casas de acogida y centros de atención para mujeres víctimas de violencia. El texto publicado en GK se enfocó en la evasión de Ordóñez para dar una respuesta clara sobre el tema. Pero algunos lectores interpretaron las menciones al look de la funcionaria como algo innecesario, frívolo, o incluso machista, que no aportaba en nada al contexto de la nota. 

Pero, si analizamos cada frase de cada discurso de los políticos y sometemos a fact-checking cada cifra que enuncian, ¿por qué dejaríamos de lado su vestimenta, que en algunos casos puede decir mucho más que sus palabras?

En el caso concreto de Bernarda Ordóñez, hay que considerar que se trata de una funcionaria que ha usado su vestuario y accesorios, desde el día en que asumió su cargo, para reflejar su compromiso con la erradicación de la violencia contra las mujeres. 

Ordóñez suele usar el color morado en sus distintos tonos, un color con fuertes vínculos al feminismo desde inicios del siglo XX, cuando era utilizado por el movimiento sufragista de Inglaterra, y luego el de Estados Unidos. Lo viste en eventos oficiales y durante entrevistas. Otro accesorio que luce son los prendedores de mariposa en su solapa, una referencia a Patria, Minerva y  María Teresa Mirabal,  hermanas dominicanas que fueron asesinadas por la autocracia del dictador Rafael Trujillo, y en honor a quienes se celebra el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la mujer cada 25 de noviembre.

Atuendo Bernarda Ordóñez

El día de la posesión de Guillermo Lasso, Bernarda Ordóñez se vistió en tonos rosas y llevó, como siempre, los prendedores de las mariposas.

Las elecciones estéticas de Ordóñez no parecen casuales ni secundarias. Son intencionales y premeditadas, porque ella conoce con claridad la carga simbólica que conllevan. Por lo tanto, no debería resultar banal un análisis de su discurso y acciones que incluya estos elementos. 

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En 2018, una chaqueta marca Zara impresa con la leyenda “I really don’t care, do u? ” (Realmente no me importa, ¿y a ti?) en la espalda, disparó uno de los escándalos mediáticos más memorables de los Estados Unidos en la última década. La dueña y portadora de la prenda era Melania Trump. 

flecha celesteCONTENIDOS SOBRE DERECHOS DE LAS MUJERES

La exmodelo y entonces primera dama estadounidense dueña de un clóset multimillonario repleto de diseñadores como Valentino, Balmain y Gucci había elegido esa prenda de 39 dólares para su visita oficial a un refugio de niños migrantes. Lo hizo en medio de una avalancha de críticas al gobierno de su esposo Donald Trump, por su política migratoria tachada de inhumana que provocó la separación de familias en la frontera con México. 

Las fotos circularon en Twitter minutos después del abordaje de Melania Trump al avión que la llevaría a la frontera sur del país, en el estado de Texas. Los análisis duraron varios días. ¿Había sido una elección intencional de la Primera Dama, conocida por elegir con minuciosa precisión cada uno de sus atuendos? ¿O se trataba de un error, desafortunado aunque genuino, por parte de ella y su equipo de comunicación? 

Melania Trump

Cuando fue a visitar un refugio de niños mexicanos en la frontera, eligió este atuendo.

Sus asesores insistieron en lo segundo. Su esposo, en cambio, buscó posicionar la idea de que se trataba de un mensaje para la cobertura obsesiva que según él tenía la “prensa liberal” sobre su esposa. No era, dijo el Presidente, una toma de posición acerca de la situación de los niños migrantes. Unas semanas después, en una entrevista con ABC News en octubre de 2018, Melania Trump repitió la afirmación de su esposo: “fue un mensaje para mis críticos”, dijo. 

Quizás por su pasado como modelo, acostumbrada a que su imagen pública sea diseccionada minuciosamente por la prensa y el público, Melania Trump cambió radicalmente su look a partir de la campaña presidencial de su esposo que los llevó a la Casa Blanca. 

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Su estilo moderno, fashionista y bastante sexy fue reemplazado por una imagen recatada. Estaba alineada a las exigencias de su rol como esposa de un candidato a presidente (y, luego, del Presidente). Escogió un cuidadoso seguimiento del protocolo, el balance justo entre sofisticación y prendas consideradas tradicionalmente “femeninas”, un vestuario clásico que jamás opaque a quien debe ser el centro de atención: el candidato. 

El contraste entre la imagen impecable de Melania y la de su esposo —con sus trajes mal entallados, sus corbatas demasiado largas y anchas (color rojo fuego, baratas, made in China) y su característico pelo naranja— resultaba extraña. Al mismo tiempo, ayudaba a diferenciar a los Trump del resto del establishment político, del cual Hillary Clinton, con sus pantsuits y su larga trayectoria en Washington, era vista como máxima representante. 

El cuidado de Melania por su imagen y su ropa fue revisado minuciosamente por analistas políticos y críticas de moda, como Vanessa Friedman del New York Times y Robin Ghavin del Washington Post. Ellos lograron ver en sus atuendos lo que la Primera Dama a veces rehuía a comunicar en público.

Bernarda Ordoñez y Melania Trump no tienen nada en común más allá de ser figuras públicas. Sólo comparten la importancia que cada una le otorga a su forma de vestir para expresar sus posturas políticas.

En el terreno político, detrás de cada candidato y funcionario público de alto rango hay un equipo (a veces enorme) de asesores y consejeros dedicados a analizar, medir y tomar decisiones de cada ínfimo detalle. Cada punto del protocolo, cada hora de su agenda, cada palabra que dirá en una entrevista. Pensar que allí no pudiera tener un rol importante la moda, y asumir que la imagen y el lenguaje corporal son algo secundario o espontáneo, es ingenuo. 

La percepción de la moda como un tema banal y frívolo es anticuado. En política, una prenda de vestir puede comunicar tanto o más que una frase filtrada y pulida por un equipo profesional de comunicadores.

¿Qué sería de Bernie Sanders sin su imagen despeinada, sus trajes arrugados, su look de “everyday man” que trabaja tan duro que no puede ocuparse de su aspecto, y que combina tan perfectamente con su discurso popular? 

El análisis no se trata de decir si nos parece lindo o feo lo que elige ponerse un político, sino en buscar qué mensajes refuerza (o contradice) a través de la ropa que usa.

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Las mujeres que hacen política siempre enfrentarán un escrutinio mayor sobre su aspecto (como en todos los otros campos donde nos desarrollamos profesionalmente). Pero también hay hombres que han sabido identificar la importancia del vestuario y usar ese recurso a su favor. 

Desde el día en que asumió la Presidencia del Ecuador, Rafael Correa hizo un statement al preferir una camisa bordada con símbolos de culturas ancestrales andinas, sobre las occidentales corbatas, para acompañar su traje sastre. No fue una elección menor, ni casual: el discurso de Correa hacía énfasis en un nacionalismo con raíces en los pueblos ancestrales del Ecuador (si era un uso utilitario o no, podría debatirse, pero ese no es el punto de esta columna).

Rafael Correa con camisa bordada en Zuleta

Todas las camisas de Rafael Correa eran bordadas por mujeres de Zuleta. Fotografía de UN Geneva bajo licencia CC BY-NC-ND 2.0.

Al usarlas, Correa reforzaba la imagen que quería proyectar: la del político de izquierda orgullosamente latinoamericano, y tomaba distancia de sus pares de la región (mayores en edad, más conservadores en su manera de vestir, siempre con corbata), fortaleciendo su marca personal y conectando su vestimenta directamente con su postura ideológica.  

Las camisas bordadas por mujeres siguiendo varias décadas de una tradición que surgió en Zuleta, en el suroriente de Imbabura se convirtieron en su uniforme oficial y durante sus 10 años de mandato. Mientras que otros miembros de su gabinete, como el canciller Ricardo Patiño y los ministros Guillaume Long y Raúl Vallejo, usaron sus propias versiones en distintas ocasiones. 

En la campaña presidencial de 2021, el entonces candidato Guillermo Lasso también hizo su statement de imagen. 

En una entrevista apareció ataviado con un blazer crema, una camisa a cuadros rosa pálido, un pantalón color salmón y unos zapatos deportivos rojos —tan rojos que era imposible que pasen desapercibidos. 

Ropa de Guillermo Lasso

Durante la campaña, Guillermo Lasso apareció con un look muy distinto a su sobrio terno azul y corbata.

Su aparición marcó el inicio de su ascenso en las encuestas, luego de una primera vuelta efectiva pero cuestionada por su incapacidad para conectar al candidato con sus electores. 

Todo el outfit fue una sorpresa y un cambio refrescante frente al insistente uso del azul marino (en ternos, jeans, sweaters, chaquetas) y las camisas blancas que suelen ser su impronta. El relato oficial es que todo fue una elección personal de Lasso, que internamente jamás se previó que esos zapatos en particular darían tanto de qué hablar, mucho menos que se convertirían, literalmente, en el símbolo más importante de su campaña. 

Aún así, una vez que la prenda caló, se convirtió en un recurso esencial de su comunicación y de la toma de postura. Miles de personas fueron a votar el domingo 11 de abril, cuando Lasso derrotó al visualmente olvidable Andrés Arauz, usando zapatos rojos. Sus votantes incluso se identificaron con un emoji de zapatos rojos en redes sociales. Su entourage de asesores políticos no pudo lograr, en tres campañas presidenciales, lo que logró una prenda de vestir en una entrevista.

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La relación entre la moda, la imagen y la percepción que tenemos de los políticos se vuelve aún más relevante en un contexto hipermediático. La mayoría de las autoridades son fotografiadas a diario y tienen una presencia fuerte en redes sociales que busca comunicar la intensidad de sus agendas. En el caso de Ordóñez, su cuenta de Instagram evidencia su preferencia constante por el color morado.

La vestimenta jamás debería opacar las acciones de un funcionario. Pero puede, en el mejor de los casos —y siempre que sea entendida como un elemento más de sus herramientas comunicativas— reforzar la imagen que busca proyectar y cuáles son los puntos clave de su discurso. 

Es cuestión de prestar atención: el contraste entre la imagen de un político y sus decisiones, respuestas y resultados, puede generar tensiones y poner en evidencia incoherencias entre la realidad y el personaje que el político y sus asesores quieren construir. 

Por eso, hay una disonancia fuerte entre el uso persistente del morado en los atuendos de Bernarda Ordoñez, con sus infaltables prendedores de mariposas, y su incapacidad para dar respuestas concretas sobre el futuro y supervivencia de las casas de acogida para mujeres víctimas de violencia. 

La moda es política. A veces, puede decir lo que el político se niega a enunciar. 

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Nessa Terán
(Quito, 1988) es periodista, publicista y tiene un máster en Media Management por el New School de Nueva York. Le apasiona la intersección entre moda, política y cultura pop. De 2017 a 2020 manejó Soy la Zoila, una plataforma creada para cerrar la brecha de género en los medios tradicionales y la opinión pública. En 2020 fundó Severo Editorial junto a Fausto Rivera. Ha trabajado y colaborado en los principales medios escritos del país como Revista Diners, El Comercio y El Telégrafo.

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