La mano está sobre el pectoral izquierdo donde, dice la creencia popular, está el corazón, para cantar el himno nacional, que sale de los parlantes de la computadora de escritorio. Jorge Luis Nazareno Roldán de 9 años está con su uniforme escolar de gala: suéter de lana gris, camisa blanca, pantalón de tela azul marino, zapatos negros brillantes y un peinado recién hecho en su cabello corto y rizado. A su lado está su mamá, Fátima Roldán. Él está listo frente a la computadora para un segundo comienzo de clases virtuales en la pandemia del covid-19. Madre e hijo cantan el himno nacional, cuyo compás iba adelantado al de ellos —un desfase parecido al de tener que volver a clases sin volver a las clases.
Jorge Luis Nazareno tiene una sonrisa que se esconde entre las ansias por conectarse a la videollamada para el comienzo del año lectivo 2021-2022 en la Sierra y la Amazonía (el Ecuador tiene dos regímenes escolares: uno para la Costa y otro para estas dos regiones). A las 8 y 27 de la mañana de hoy, 1 de septiembre de 2021, Jorge Luis Nazareno recibió en el grupo de Whatsapp de su escuela, el link para el acto inaugural.
Hoy 1,7 millones de estudiantes de la Sierra y Amazonía debían regresar a clases. Pero según el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) solo “el 6% de los niños retornan a clases presenciales” en Ecuador. Unicef ha dicho que el retorno a las aulas es seguro, especialmente si se compara con lo que pierden los niños en aprendizaje, su salud mental, su alimentación y su actividad física, cuando se tienen que quedar en casa a recibir sus materias.
Desilusión profunda. El enlace que le mandaron a Jorge Luis Nazareno, que esperaba con impaciencia su primer día en sexto grado de básica, es de una transmisión de Facebook. Sus profesores aparecen en una llamada de Zoom, pero él solo tiene el link de la red social. Ahí no va a poder prender la cámara, tampoco el micrófono para decir “presente”, como reafirmación de su asistencia y de su condición de alumno. “Yo no quiero clases virtuales pero así mismo me da miedo el contagio”, dice Jorge Luis mientras hace clic en su computadora para entrar a la inauguración virtual.
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Jorge Luis estudia en la escuela de educación básica El Quiteño Libre en Pomasqui, una parroquia al norte de Quito, pero hoy el escritorio de vidrio templado donde está la computadora es su aula de clases, su rincón de juegos y a veces es su comedor. Este año escolar será igual al anterior —que fue diferente a todos los anteriores.
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Fátima Roldán, su mamá, no tuvo que comprar una interminable lista de útiles para llevar en su mochila cada día. El Ministerio de Educación ordenó que los padres de familia decidieran qué comprar para el aprendizaje de sus hijas e hijos.
Ayer, 31 de agosto, Fátima le compró un cuaderno grande de hojas de cuadros, en el que anotará todo lo que le enseñen por la pantalla, compró esferos, lápices y un borrador. Cada semana, su hijo debe escribir en su cuaderno el número de la semana en la que está. Hoy escribió Semana 1 junto a un dibujo de cuadrados rojos. “Estoy haciendo la carátula”, dijo Jorge Luis a las 7 y 30 de la mañana, cuando aún no sabía que no podría ver a su nueva profesora y amigos al menos en la pantalla.
“Buenos días con todos” repiten de forma mecánica los profesores de la escuela de Jorge Luis Nazareno en la llamada desde sus casas. Uno a uno saluda a los estudiantes y papás por la transmisión de Facebook. Una profesora da indicaciones: lavarse las manos con agua y jabón, usar mascarilla. También les dice “continuaremos con el Plan Educativo Aprendemos Juntos en Casa”, un plan que comenzó en el gobierno de Lenín Moreno en marzo de 2020 para continuar las clases desde la casa a través de internet, radio, televisión o con fichas pedagógicas mientras duraba la cuarentena por el covid-19.
Para muchos niños, ese plan se terminó. Pero para tantos otros no: Jorge Luis Nazareno es uno de ellos. Su escuela no tiene un plan para el regreso presencial a las aulas. Jorge Luis seguirá al frente de su computadora.
Roldán dice que estos 17 meses de clases virtuales han sido andar por un laberinto. “Para mí como madre soltera y trabajando fue difícil porque al comienzo solo tenían mi celular para que ellos estudien”, dice. Roldán, una mujer de 39 años, cabello rizado y una sonrisa que acapara su cara, es mamá de cuatro, dos de ellos siguen estudiando: Jorge Luis de 8 y Denis de 12.
Los dos estudiantes usaron su celular para recibir y enviar las tareas y conectarse a las videollamadas de clases. Jorge Luis Nazareno y su hermano Denis son parte del 90% de los niños, niñas y adolescentes de hogares de estratos bajos que accedieron durante buena parte del año escolar en pandemia a través de un teléfono celular, que por lo general es uno de sus padres y no siempre tiene buena cobertura de internet, dice Unicef. El jefe del trabajo de Fátima le ayudó a conseguir una laptop usada —que hoy está dañada— y la computadora de escritorio que usó Jorge Luis Nazareno para la inauguración del año escolar.
Después de que el himno nacional deja de sonar y sus profesores se presentan, Jorge Luis Nazareno sigue pintando su carátula. Ya son las 9 de la mañana. El acto inaugural del año lectivo ha terminado.
Su mamá toma su mochila, se despide de sus hijos para irse al trabajo. El comienzo de clases no fue como Jorge Luis Nazareno esperaba: si no iba a la escuela al menos quería ver las pantallas de sus compañeros parpadeando en el Zoom. “Quisiera jugar con mis compañeros, extraño el recreo, la salida”, dice con su voz en declive por la decepción. Mañana a las 7 y 15 de la mañana, tendrá su primera clase, por fin verá a su profesora y amigos, aunque no pueda jugar o salir al recreo con ellos.