Hace cinco meses los más de cuatro millones de estudiantes de escuelas y colegios que hay en el Ecuador solo han visto a sus profesores en los cuadritos de una videollamada. En junio de 2020, Jofre Irua, un niño de 11 años, terminó el séptimo grado de educación básica recibiendo clases por el celular de su mamá. Estudia en la Unidad Educativa Fiscal Consejo Provincial del Carchi, en Tulcán, frontera norte con Colombia. Jofre tuvo que aprender las fracciones viendo a su profesora por una pantalla y sentado en la sala de su casa. Compartía con sus dos hermanos el celular de su mamá para recibir las clases. La pandemia del coronavirus ha cambiado la rutina, forma y proceso de aprendizaje de Jofre Irua y de millones de alumnos más. Los resultados son inciertos,  pues el sistema educativo público no estaba preparado para esta radical alteración.  

El 12 marzo de 2020, los estudiantes dejaron las aulas por las videollamadas. El Ministerio de Educación creó el plan educativo Aprendamos Juntos en Casa para que los estudiantes continúen con sus clases. Cuatro días después, el Ministerio de Educación presentó una plataforma virtual en la que publicó el plan educativo con más textos e infografías para que los estudiantes encuentren tareas y refuercen los conocimientos, dijo la Ministra de Educación, Monserrat Creamer, en una rueda de prensa que dio ese día. En su plataforma, el Ministerio publica contenidos educativos, y los transmite por radio y televisión pero muchos niños y jóvenes, no se sabe cuántos con exactitud, no tienen una computadora o celular con conexión a internet. En las zonas rurales más remotas tampoco tienen señal de radio o televisión, lo que ha retrasado el aprendizaje que antes era presencial. 

Más de cinco meses después, el 23 de agosto, el Ministerio anunció que, salvo dos colegios privados de Guayaquil y Samborondón (donde hay un plan piloto voluntario de retorno a clases presenciales), el año lectivo seguirá haciéndose virtualmente. Con esta confirmación, entender cuán preparado está el sistema educativo (colegios, alumnos y profesores) para hacer un año lectivo en línea es apremiante. 

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Los profesores pasaron de enseñar frente a un pizarrón a una pantalla. Jofre Irua recibía una o dos clases diarias que duraban entre 30 y 40 minutos en la plataforma Zoom. “A las 7 y 59 teníamos que estar conectados a la clase, la profe nos decía que apaguemos el micrófono, solo para responder teníamos que prenderlo”, dice el estudiante. Luego de su clase de Matemática, Lengua o Ciencias Sociales, su hermano de décimo grado tenía el turno para usar el celular, a él le seguía su otro hermano que estaba en cuarto grado. El comedor, las habitaciones o la sala se convirtieron en aulas de clases.


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Clara Soto es la mamá de Jofre Irua. Dice que cuando comenzó el confinamiento, su celular no paraba de sonar, uno tras otro llegaban los mensajes de las profesoras de sus tres hijos. En ocasiones las clases virtuales para Jofre y alguno de sus hermanos eran a la misma hora. 

En su casa hay una computadora de escritorio, pero no han podido descargar las aplicaciones de videollamada. La computadora solo les sirve para consultas. El internet de su casa le cuesta 43 dólares mensuales. “Yo le dije a alguna de las maestras que ciertos días mi hijo no iba a poder ingresar porque no había celulares para cada uno”. Mientras alguno de los hermanos del niño estaba en las reuniones de Zoom, Jofre Irua hacía las tareas en sus cuadernos, esperaba que sus hermanos lo dejaran de usar y tomaba una foto a lo que escribía en las hojas y se la enviaba por Whatsapp a su profesora. 

En Ecuador más de nueve millones de personas usan Whatsapp, según el último informe de julio de 2020, hecho por Mentinno – Innovation & Lifetime Value Partners, empresa ecuatoriana consultora de Marketing. Aunque Whatsapp se puede abrir en una computadora de escritorio, necesita un número de celular. Además, según el último informe de Tecnologías de Información y Comunicación del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, en el 2018, 37,2% de hogares de Ecuador tenían acceso a Internet. En las zonas urbanas, hay un total de 46,6 % de hogares con el servicio; en las zonas rurales es de 16,1%. Para que el internet llegue a más personas dice Tania Valdivieso, experta en diseño de cursos en educación a distancia y en línea y docente de la Universidad Técnica Particular de Loja, una solución sería que los Gobiernos Autónomos Descentralizados activen los infocentros, que son los espacios de conexión comunitaria y gratuita a internet, aplicando todas las medidas de bioseguridad para evitar los contagios del covid-19. Pero la experta insiste en que si los profesores y estudiantes no pueden usar bien una computadora o internet, de nada sirven esos esfuerzos. 

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En la educación en línea los estudiantes necesitan más seguimiento de sus profesores. No solo tienen problemas para comprender las ecuaciones o qué es la democracia sino que no pueden enviar una tarea por internet o descargar una aplicación de videollamadas .“No entendía bien las clases porque a veces se me iba la señal del internet y me salía del Zoom”, dice Jofre Irua con voz de insatisfacción. Cuando Irua lograba conectarse a la clase virtual  su profesora le preguntaba a él y a sus compañeros si habían entendido lo que acababa de explicarles. Si respondían que no, les repetía la clase en otra sesión de Zoom, porque la primera se acababa luego de 40 minutos

Jofre Irua siente que no aprendió tanto en las clases virtuales como lo hacía yendo a la escuela de lunes a viernes. La ministra Creamer, en una entrevista vía Zoom, dice que los estudiantes piensan que no están aprendiendo porque estaban acostumbrados a recibir gran cantidad de contenidos y “ahora están aprendiendo a ser autónomos”, justifica. Tania Valdivieso dice que para que los estudiantes sientan que están aprendiendo, el profesor debe generar el interés permanente y explicarles que solo les va a dar los contenidos esenciales. 

Quizá haya respuestas poco convencionales para aprender.Valdivieso dice que los profesores deben permitir que los estudiantes usen aplicaciones móviles como Whatsapp o Tik Tok o las que sean más adecuadas en su entorno para que aprendan.  “El estudiante es el protagonista de su aprendizaje pero con las reglas claras que le da el profesor”. Pero esto, que suena ideal en teoría, en la práctica se convierte en un reto. 

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Lo que están viviendo los profesores, estudiantes y padres de familia no es una educación en línea sino en emergencia, dice Tina Zerega, asesora educativa y vicerrectora académica de la Universidad Casa Grande. Zerega dice que la educación se adaptó a nuevos soportes durante las semanas del confinamiento. La emergencia educativa tiene que ver con las condiciones y recursos de los estudiantes, las capacidades de los profesores, cómo planifican las clases, cómo retroalimentan, cómo acompañan a los estudiantes que viven con discapacidades. Por ejemplo, según Zerega, al revisar tareas en línea, el profesor se puede tardar tres veces más de lo que le tomaba físicamente. Por eso, dice que ampliar el número de estudiantes en el sistema público sin considerar estos aspectos, viene desde una mirada tradicional de la educación. 

Hasta el 20 de agosto, el Ministerio de Educación calculaba que  136 mil niños y niñas que inician la etapa escolar o estaban en escuelas y colegios privados se trasladaron al sistema público. “El sistema cuenta con 500 mil cupos para estar seguros que todos nuestros estudiantes sigan con los estudios y aprendizajes”, dijo la ministra Creamer. Esos estudiantes se cambiaron de la educación particular a la fiscal porque sus padres ya no podían pagar las pensiones o matrículas a causa de la pérdida de ingresos que provocó el covid-19. Esto podría tener graves consecuencias en la educación —y por tanto, el futuro— de esos miles de niños (y también de los millones que ya asisten a planteles fiscales).

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La educación virtual es un modelo de deserción escolar, coinciden las expertas Zerega y Valdivieso. Jofre Irua se turnaba el celular con sus dos hermanos y a veces no se conectaba a las clases, y aún así siguió estudiando hasta el fin del año escolar. La ministra Creamer dice que aún no tiene cifras exactas de cuántos estudiantes abandonarán el colegio en el régimen Costa-Galápagos que empezó el 1 de junio de 2020, pero Rosana Palacios presidenta de la Unión Nacional de Educadores (UNE)  estima que serán más de 17 mil. “Los profesores en su vocación, salen a buscar a los estudiantes y ellos les dicen ‘ya no queremos estar en la escuela’, ‘ya no quiero, me voy a ayudar en la finca’”, dice Palacios. Sin los recursos mínimos y la falta de comunicación con sus profesores, los estudiantes pierden el interés de ir a clases. 

La falta de preparación del Ministerio de Educación para la educación virtual se ha vuelto evidente. “Pero ha ido mejorando”, dice Valdivieso. Las fichas pedagógicas que tiene en su plataforma digital son recursos que los estudiantes llenan con ayuda de los padres de familia con los contenidos que deben realizar en la casa. La ministra Creamer dice que las fichas pedagógicas se envían por Whatsapp y que también las han entregado impresas en las zonas rurales, y han sido traducidas a 12 lenguas de los pueblos y nacionalidades indígenas. Con este material intentan que el estudiante ya no esté frente a la pantalla todo el día. “Si la hora de clase tiene 45 minutos el recurso tecnológico no puede ser utilizado más allá de 12 minutos”, dice Tania Valdivieso. La idea es conectarse por pocos minutos para recibir indicaciones de los profesores y el resto del tiempo usar las fichas del Ministerio.

Eso haría que los niños, niñas y adolescentes se comiencen a adaptar a la educación en línea o “educación híbrida” como la llama la experta. Pero no son solo ellos quienes deben acostumbrarse a la nueva realidad. Sus maestros, también. El Ministerio de Educación abrió 82 cursos virtuales para los docentes. Hasta hoy, 194 mil han tomado esos cursos sobre cómo trabajar en ambientes virtuales, cómo dar apoyo emocional a los estudiantes. Sin embargo, Rosana Palacios de la UNE dice que no todos los profesores han recibido los cursos. “La realidad es otra, sin conectividad, los profesores no podrán capacitarse, ni los niños podrán tener derecho a la educación”. La educación en emergencia es un barco que hace agua por todos lados. 

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Con la pandemia los problemas de la educación cambiaron de lugar. El consumo de drogas en los colegios, el acoso y violencia sexual en las aulas se han diferido o movido a otros espacios. Ahora, el más latente de todos es la falta de recursos digitales para que miles de niñas y niños estudien. Eso impactará en su vida: tendrán falencias a la hora de aprender a leer o contar los números, reconoce la ministra Creamer, quien dice ahora están enfocados en enseñar “habilidades para la vida” que permita a los estudiantes vivir en armonía, como analizar los hábitos de higiene, crear rutinas diarias, participar en la preparación de alimentos, hacer una huerta para cuidar el ambiente. 

Los estudiantes que estaban en primero y segundo de bachillerato aprenden con una guía a crear su proyecto de vida para encontrar qué carrera universitaria seguir. Johanna Moreno de 17 años se graduó de bachiller en la Unidad Educativa Fiscomisional Pacífico Cembranos en la amazónica ciudad de Lago Agrio en el año escolar Sierra-Amazonía que terminó en junio de 2020. Ella no compartía con nadie de su familia la computadora portátil, el celular, o el escritorio para estudiar y pasaba todos los días más de una hora frente a la pantalla de la laptop o del celular recibiendo clases de Lengua y Literatura y Física. 

De las otras 12 materias que tenía en tercero de bachillerato solo recibían indicaciones y tareas de sus profesores por Whatsapp o la plataforma que su colegio habilitó para estudiar. Ella dice que todos sus compañeros se graduaron directamente, sin rendir exámenes supletorios como les hubiese pasado antes de la pandemia. “Era súper fácil, cumplir talleres de la plataforma y ya”, dice Moreno. 

No tener conexión a internet, una computadora y paralizar el aprendizaje es un mal regional. En Bolivia las autoridades se dieron cuenta que la brecha digital no les permitía continuar con las clases virtuales y el 2 de agosto ordenaron finalizar el año escolar haciendo que todos los estudiantes pasen de año, ninguno reprobó. Es, también, global. En Kenia, el gobierno suspendió las clases por la falta de conexión a internet para todos y dijo que los más de 18 millones de estudiantes repetirán el año escolar en enero de 2021. Todo esto significa graves retrocesos en áreas que la educación ayuda a mejorar: el acceso a una educación posterior que les permite adquirir habilidades para tener una vida laboral digna, lo que compromete sus posibilidades de salir de la pobreza 

En Ecuador, la dificultad de aprender en línea no es culpa de los profesores, ni de los estudiantes: ninguna autoridad educativa jamás previno que en algún momento la educación sería virtual. Pero ese futuro que parecía distópico, está aquí. 

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Después de recibir clases por Zoom, llenar cuestionarios, completar portafolios, Johanna Moreno seguía frente a la computadora pero más relajada en una videollamada con sus amigas de clase o miraba películas. Jofre Irua salía a jugar con sus hermanos y primos en el patio de su casa. Ambos extrañaban ir a las aulas. 


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