Katty Bustos se limpia las lágrimas con el dorso de su mano. Hoy son 15 días desde que vio por última vez a sus hijos, Josué e Ismael, de 14 y 15 años. Con ellos también estaban Saúl Arboleda y Steven Medina, de 15 y 11. Bustos, de piel negra y brillante, está en medio de doscientas personas con carteles y vuvuzelas que protestan por la desaparición de cuatro niños en Guayaquil. Están de pie afuera de la Fiscalía del Guayas, en el centro de la segunda ciudad más poblada del Ecuador.
Una periodista intenta acercarse a Katty Bustos. Dos mujeres que la acompañan, le dan la espalda: le dicen que la madre de los dos adolescentes no quiere hablar, que respete su dolor. En un video publicado hace tres días, sollozando, Bustos dijo: “Yo no tengo más palabras para decir, estoy cansada de que la gente me pregunte qué pasó. No sé nada de ellos, no tengo comunicación con ellos. No quiero que me estén preguntando de los hijos”.
Hoy también solloza, mientras consuela a una niña que está a su lado.
“¡No olviden sus nombres!
¡Tienen que volver!
¡Ismael, Steven, Saúl!
¡Y también Josué!”
Gritan, con el mismo ritmo, los cientos de manifestantes que han bloqueado la intersección de las calles Víctor Manuel Rendón y General Córdova. Una señora llora después de gritar. No es la única. Otra grita: “Yo soy madre, y no puedo permitir que los niños estén inseguros”. Otro grupo le responde a un conductor que está molesto porque bloquearon la calle y no puede pasar: “¡Únete a protestar, son cuatro niños desaparecidos!”.
Si la indignación tuviese un espacio físico en el país sería este: el 23 de diciembre de 2024 en el cruce de dos calles céntricas de Guayaquil.
Son las 10:15 de la mañana y hace poco, cerca de cincuenta personas se sumaron al plantón que empezó antes de las 9. En ese grupo estaban Katty Bustos y su pareja, Luis Arroyo. De camiseta blanca manga larga, el padre de Ismael y Josué sostiene su celular para grabarse él y a las personas que lo rodean.
Luis Arroyo, la cabeza calva y la barba un poco cana, tiene la mirada triste y hoy, cuando llegó encabezando a ese grupo de protestantes, fue flanqueado por decenas de periodistas y ciudadanos que apuntaban sus celulares y cámaras hacia él. Su rostro fue conocido por ecuatorianos hace menos de una semana cuando se viralizó un video en el que cuenta que la noche que desaparecieron sus hijos, el 8 de diciembre, recibió una llamada de un hombre que decía que estaba con los cuatro niños y adolescentes.
Arroyo pidió hablar con uno y, dijo, le pasaron a Ismael. “Estoy asustado, tengo miedo”, le dijo a su padre. Cuando lo contó frente a una cámara, Luis Arroyo rompió en llanto. Hoy observa, grita, graba con su celular a quienes han venido a acompañarlo en su dolor.
¡No son terroristas!
¡Son niños futbolistas!
¡No son terroristas!
¡Son niños futbolistas!
Gritan quienes rodean a Luis Arroyo. Un señor levanta con la mano una pelota de fútbol y con la otra unos guantes de arquero. Otra persona alza, como pancarta, una camiseta de un equipo de fútbol. Al lado, otra sostiene un cartel con las fotografías de Josué e Ismael con sus uniformes de algún campeonato escolar. En unas aparecen posando frente a la cámara, en otras se los ve corriendo en una cancha.
Los pitos de las vuvuzelas y gritos de pronto se opacan por un pum pum pum de tambores. Al menos siete niños y niñas, que llevan una camiseta naranja con amarillo que dice Batucada Popular, tocan sus tambores y bailan lento mientras el resto los observa y ondea banderas del Ecuador. El grupo musical de jóvenes acompaña un momento la protesta y por un rato no hay gritos.
Luego, los gritos vuelven con la misma fuerza.
¡No son terroristas!
¡Son niños futbolistas!
¡No son terroristas!
¡Son niños futbolistas!
Gritan que no son terroristas porque es un término que el presidente Daniel Noboa y su gabinete repite para etiquetar a quienes sospechan que pertenecen a grupos de delincuencia organizada. Gritan que no son terroristas porque los niños y adolescentes, según testigos y un video de cámaras de seguridad que fue mostrado hoy en la Asamblea Nacional, fueron detenidos en un operativo militar en el sur de Guayaquil.
En el video se ve cómo suben a uno de ellos al balde de una camioneta blanca y lo golpean.
Los operativos militares son permitidos en la ciudad portuaria porque Guayas, la provincia donde está Guayaquil, vive un estado de excepción —que este año no ha tenido nada de excepcional— que fue renovado hace apenas 21 días. El estado de excepción permite, entre otras cosas, que las Fuerzas Armadas estén en las calles.
¡Vivos se los llevaron!
¡Vivos los queremos!
¡Vivos se los llevaron!
¡Vivos los queremos!
Los gritos empiezan por una mujer que sostiene un megáfono rojo. A ratos, por otra mujer que no tiene megáfono pero sí una potente voz.
Aunque algunos llegaron poco antes de las 9 de la mañana, no pasa un minuto sin que al menos un grupo grite una de las consignas que han acompañado al plantón durante poco más de dos horas.
Aplaudan, aplaudan, no dejen de aplaudir
Que la Fiscalía nos tiene que oír
La Fiscalía investiga la desaparición de los cuatro niños y adolescentes luego de que Luis Arroyo denunciara el secuestro la noche del 8 de diciembre. Doce días después, el viernes 20, el Comité Permanente para la Protección de Derechos Humanos de Guayaquil (CDH) presentó un hábeas corpus para pedir que el delito se investigue como desaparición forzada.
En medio de la gente con pancartas, con un chaleco azul con las siglas CDH, el director ejecutivo de la organización, Billy Navarrete, dice que en términos de derechos humanos cambiar el delito tiene una repercusión mayor porque involucra la responsabilidad del Estado. “No es una conducta individual de gente que va, se lleva a una persona y la desaparece, sino que incluye un encubrimiento, una estructura”, dice Navarrete.
Detrás de él, ocho personas sujetan los cuatro carteles que tienen las fotografías, los apellidos, los nombres y las edades de los cuatro adolescentes que viven en Las Malvinas, un barrio popular al sur de Guayaquil. Arriba dice, en una franja roja: Urgente; abajo, también en una franja roja: Desaparición forzada.
La noche del sábado 21 de diciembre de 2024, el ministro de Defensa, Giancarlo Loffredo, dijo que llamar desaparición forzada a este caso es “hacerle el juego al crimen organizado y a las mafias”. Dijo que se está intentando manejar una narrativa que pretende vincular a las Fuerzas Armadas con grupos delincuenciales “para debilitar su trabajo”.
Es un mensaje que puede calar en parte de la población. Entre las personas que caminan cerca de la manifestación, se quedan, observan, y se van, una señora de blusa blanca con negro se acerca y casi susurrando me dice “aquí hay gente infiltrada, lo que quieren es hacer quedar mal al gobierno, el Presidente sí ha hecho cosas”. Como no le respondo, se va, despacio, sin darse cuenta que quizás quizás sea ella la infiltrada en una manifestación que le reclama al gobierno de Daniel Noboa que responda por lo la desaparición de Saúl, Ismael, Steven y Josué.
¡Noboa bananero!
¡Los niños son primero!
¡Noboa bananero!
¡Los niños son primero!
A las 11:30 de la mañana quedan apenas cincuenta personas. Siguen gritando afuera del edificio con las gigantescas letras doradas que dicen Fiscalía del Guayas.
“¡No olviden sus nombres!
¡Tienen que volver!
¡Ismael, Steven, Saúl!
¡Y también Josué!”
Katty Bustos y Luis Arroyo ya no están en la calle. Están en un lugar cerrado donde se conectarán a la sesión de la Asamblea Nacional donde intervendrá Luis para hablar de la desaparición de sus hijos.
Pero los nombres de sus hijos sí están en la calle: en las decenas de carteles escritos con rojo, morado, azul, y acompañan las fotografías que han recorrido el país en los últimos días.
Fotografías que nos recuerdan al caso de los hermanos Restrepo, desaparecidos en 1988 por la Policía. Fotografías que nos recuerdan que la desaparición forzada es un tema que no se ha terminado en Ecuador.
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