“Ya no valen de nada las cebollas, se lancharon, se quedaron vacías”, dice Deisy Dota. La mujer campesina de voz firme dice que la temporada de lluvias ha sido tan fuerte en 2023 en Seucer —un pequeño pueblo de la provincia de Loja— que perdió la mayoría de sus cultivos de cebolla colorada. Según el Ministerio de Agricultura, en el invierno de este año, en todo el país, hay más de 7 mil hectáreas de cultivos afectados. El de Daisy Dota es uno de ellos. Ahora, la pequeña agricultora pide ayuda.
Para saber cómo ayudar a Deisy Dota, desplázate hasta el final de la nota
Deisy Dota no sabe con exactitud cuánto sembró, pero mide su producción por las libras de semilla: esta vez fueron cinco. Perdió poco más de tres. Las cebollas que se salvaron, dice al otro lado del teléfono, están “ni muy gruesas ni muy delgadas”. En cada libra vienen aproximadamente 105 mil semillas.“La pérdida es de unos seis mil dólares”, se lamenta, con el canto cadencioso de su acento sureño.
La primera vez que Deisy Dota usó la palabra lanchar para explicarme cómo una cebolla se puede pasmar, quedar pequeña y no crecer más, fue en noviembre de 2019. La fotógrafa Ana María Buitrón y yo viajamos hasta Seucer para contar la historia de Deisy Dota y otras tres campesinas que viven en el desierto de Jubones [nota del editor: el texto recibió el premio Ortega y Gasset de periodismo en 2021, uno de los más prestigiosos del mundo iberoamericano].
En el reportaje Las mujeres que le ganaron al desierto retratamos cómo las cuatro campesinas se adaptan al cambio climático sin conocer a profundidad el concepto. Lo hacen aplicando técnicas para que al agua les dure más en sus pueblos que tienden a estar secos la mayor parte del año. Lo hacen para cultivar en medio de un desierto, vender sus productos y mantener a sus familias.
En ese entonces, para explicarme el término, Deisy Dota me mostró la cebolla lanchada: pequeña, casi aplanada, seca. Parecía una bombilla eléctrica chiquita, morada y pálida. Eso, me explicó en noviembre de 2019, puede pasar cuando el cultivo recibe muy poca o mucha agua. Cualquier extremo es dañino. Esta vez, me dijo en abril de 2023, el invierno ha sido demasiado intenso. Hubo heladas y no logró controlar el flujo de agua en sus plantaciones.
La cebolla es el único producto que cultiva en sus terrenos. Ella y su esposo, Franklin Dota, me dijeron en 2019 que sí quisieran diversificar con otros productos. Sin embargo, no sabían cómo sembrarlos y sus ingresos tampoco les permitía tomar esa decisión.
El precio de la cebolla paiteña —como también se conoce a la colorada— es muy inestable. En la última cosecha de 2019 que tuvo Deisy Dota, vendió cada saco en 5 dólares. Un año antes lo había vendido a 30.
“Desde marzo de 2023, más o menos, empezó a llover, cuando las cebollas llevaban un mes y medio de desarrollo. Luego cayó la helada. No se hicieron papita”, me explica Dota. La mujer usa el término “papa” o “papita” para explicar cuando un alimento crece a su tamaño esperado.
Al otro lado del teléfono, Deisy Dota está frustrada. Para esta cosecha que no fue, pidió un préstamo bancario de 3 mil dólares. Ahora, no solo ha perdido lo que invierte en las semillas, la maquinaria, los pesticidas, la gasolina de la moto para moverse entre su casa y los cultivos. Ha perdido su tiempo.
Cuando la visité en 2019, durante cuatro horas seguidas, bajo un cielo sin una nube y un sol que hincaba, la vi trabajar incansablemente con una pala más grande que ella. Con esta herramienta sacaba y colocaba tierra entre los surcos que separan las líneas de cebollas.
Corría, se detenía, observaba, y lo repetía las veces que fueran necesarias para que el agua llegara a todas las plantas. Las cuatro horas fueron solo para una parcela. Esa vez había sembrado cuatro. En noviembre de 2019 era época seca y el agua venía por una manguera, conectada a los reservorios que ella misma construyó.
Hoy, con el dinero que esperaba ganar con el cultivo que perdió, tenía planeado comprar nueva membrana para reforzar el reservorio. En 2019, me contó que sospechaba que una de estas gigantes piscinas tenía una filtración y se estaba desperdiciando el agua.
En el pequeño poblado de Seucer tienen una Junta de Regantes para cuidar el agua. Son 71 socios y cada uno puede abrir “su llave” cada 8 días. Si alguien abre el paso del agua un día y hora que no le corresponde, debe pagar una multa de 20 dólares y devolver el agua a quien le tocaba el turno. Para que les dure esa semana y un poco más, tienen reservorios.
Cuando Deisy Dota me llamó a contar que había perdido casi todas sus cebollas, le pregunté cuánto creía que necesitaba y para qué. Me dijo que necesita comprar más geomembrana, una manguera, y otra tubería para intentar instalar un sistema de riego a goteo. Hoy la agricultora pide ayuda; si quieres hacer una donación para Deisy Dota, su número de cédula es 1103510168, y su cuenta de ahorros en Ban Ecuador es 4019947728, o escríbeme a isabela@gk.city
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