Daisy Dota sabe que cultivar cebollas es un riesgo porque su precio es inestable y en la última cosecha de 2019, por el saco que un año antes vendió en 30 dólares, le dieron apenas 5. Sin embargo, su economía no le permite diversificar con otros productos porque tampoco conoce muy bien cómo sembrarlos. Su esfuerzo diario se centra en lograr que en la seca y árida Seucer, un poblado de la parroquia Sumaypamba, del cantón Saraguro, de la provincia de Loja, llegue el agua a través de canales, tuberías y reservorios.

Daisy Dota espera que el agua del canal llegue a las parcelas donde están las cebollas y se asegura que no se inunde. Para bloquear el paso del agua, pone tierra entre los surcos.

El sembrío de cebollas de Daisy Dota y su esposo en Seucer es un parche verde en medio de tanta aridez.
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Para regar sus cultivos, Daisy mueve la manguera hacia uno de sus reservorios. El otro extremos de la manguera está encima del canal natural por donde pasa el agua.

El riego por inundación o gravedad es el más utilizado por los agricultores. Su defecto es que arrastra los nutrientes de la tierra.

Para protegerse del sol, Daisy usa una chaqueta jean y un sombrero. Para no hundirse en la tierra húmeda, viste botas de caucho.

Daisy pela una de la cebollas recién cosechadas para que percibamos el olor de una cebolla fresca.
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Después de cuatro horas de regar su cultivo de cebollas, Daisy regresa a su casa y prepara el almuerzo para sus seis hijos. En su tiempo libre, juega fútbol.

Daisy utiliza las cebollas recién cosechadas como uno de los ingredientes para preparar su almuerzo. Las coloca en agua para bajar la intensidad del sabor.