¡Hola, terrícola! Hace unos meses me crucé con una obra de la artista contemporánea Alicia Eggert que quería compartir contigo. Ella trabaja dándole forma al lenguaje y el tiempo, “poderosas pero invisibles fuerzas que dan forma a nuestra percepción de la realidad”. Una de sus obras se llama This present moment (me iba a atrever a traducirla como Este preciso momento, pero ya sabes: traduttore, traditore). La pieza, una escultura de neón, es una reflexión sobre lo que alguna vez fue el futuro inimaginable: hoy.
OTROS HAMACAS
El arte (en especial, el contemporáneo) tiene esa capacidad reflexiva y enunciativa. “Una obra de arte es una definición a la que se ha dado una representación”, dijo el filósofo Arthur Danto en su célebre libro ¿Qué es el arte?
Es una pregunta que nunca pierde vigencia porque existe una tensión permanente e intrínseca en el ejercicio de hacerla y contestarla. Según Danto, y el consenso actual, arte es lo que la institucionalidad (museos, academia, artistas, y otros actores del circuito) catalogan como tal. En esa lectura, el valor estético de las piezas es secundario e incluso irrelevante.
Por eso es que los cuadros que pinta la vecina o las cerámicas que hace una amiga de mamá, no son arte y el urinario de Duchamp sí. Por supuesto, la tensión se da porque al evolucionar el mundo, al cambiar las tecnologías y los medios de representación, el círculo que encierra lo que el arte es se va ampliando.
Por eso, los NFTs, esas formas digitales de producción y mercado (como esta columna del New York Times), están hoy en el centro de la discusión sobre su naturaleza artística. Sin embargo, los bodegones que pinta mi tía, jamás entrarán en ese espacio de conflicto.
Por supuesto, podemos discutir si un NFT es simplemente un medio, como un pedazo de lienzo, arcilla, un tubo de neón o el cuerpo mismo del artista, y no una forma de arte en sí misma.
Si el óleo es apenas un material, ¿por qué un grupo de píxeles o líneas de código no es también solo un soporte (aunque inmaterial) más? Si la señora que hace portavasos de cerámica empieza a hacer NFTs, ¿se convierte inmediatamente en artista?
La respuesta es no. Si un NFT es apenas una reproducción sin significado, sin enunciación, sin la capacidad de transmitirnos algo, es como cualquier otra obra sin valor artístico.
Por supuesto, todos somos libres de poner sobre nuestras paredes, colgar de nuestros techos y posar sobre nuestros pisos lo que nos provoque. Basta con que nos guste, nos haga sonreír o nos parezca que se ve bien. No tiene que ser arte para hacernos felices.
Pero de los NFTs ya hablaremos en extenso en una próxima edición.
La hamaca de hoy buscaba reflexionar sobre la obra de Alicia Eggert.
Pero el arte tiene eso: es como abrir una puerta en un sueño. Uno piensa que está en un sitio y aparece en otro lugar, completamente distinto. Por eso, uno de mis consejos recurrentes al equipo de GK es ir a muestras, conocer artistas jóvenes, sentir y preguntarse qué te dice una pieza. Es un ejercicio de pensamiento lateral formidable.
Por ejemplo, recuerdo la obra de Pablo Cardoso, quizá el artista contemporáneo de mayor trayectoria del Ecuador, que se llama Sour Lake – Lago Agrio.
En ella, Cardoso retrata su viaje entre la ciudad amazónica de Lago Agrio hacia su homónima tejana, Sour Lake, donde a inicios del siglo XX, la petrolera Texaco extrajo por primera vez crudo del subsuelo.
Lleva con él, una botellita con agua contaminada por la operación de la empresa en la Amazonía norte ecuatoriana.
Al llegar a Sour Lake, un pueblo tan distinto y al mismo tiempo similar a Lago Agrio, vierte el líquido tóxico sobre el monolito que conmemora aquella primera extracción petrolera. “Es un acto de devolución”, dijo Pablo en un episodio de Aurora. El gesto es un potente puñal poético en el costado extractivista de nuestra historia.
A mí me ha hecho pensar por años. La obra de Eggert también me da vueltas en la cabeza desde que la vi en Instagram y en reportes de prensa. Espero verla en algún momento en vivo.
El neón, tan pedestre y cotidiano y tan absorbente y efectivo, ha sido un medio dilecto de muchos grandes artistas: Tracy Emin, Mauricio Bueno, Mona Hatum.
Ahora Eggert lo usa para unir en un pensamiento el pasado, el presente y el futuro. Su obra me ha hecho pensar en mi infancia ochentera, en mis preocupaciones infantiles cuando cayó la Unión Soviética. “¿Y ahora qué va a pasar con todos los mapas de la escuela?”, le pregunté a mi papá.
Recuerda cómo imaginabas el 2022 cuando veías Los Supersónicos (por cierto, se supone que George, el papá, nació en 2022). O cuando viste por primera vez Volver al futuro.
¿Es esto lo que siquiera imaginabas?
Quizá se parezca más a la ilustración de 1962 de un artista italiano de cómo serían los carros en 2022 (no es una profecía del covid, como se mintió en redes sociales).
Quizá. Quizá no.
El futuro no es lo que esperamos, sino lo que moldeamos. El problema es que a veces no nos damos cuenta de que lo estamos delineando en este preciso momento.