¡Hola, terrícola! Espero que hayas disfrutado (o sigas disfrutando) de este feriado de Carnaval —aunque todos seguimos pendientes de lo que sucede entre Rusia y Ucrania.

flecha celesteOTRAS HAMACAS

Después de cuatro días de guerra, el Ejército ruso no ha avanzado como esperaba: la capital ucraniana, Kiev, sigue en control del gobierno de Volodimir Zelenski. Ayer se reportaba que la lucha por Kharkiv, la segunda ciudad rusa (y su capital mientras fue un estado soviético) se hacía cuadra por cuadra. Hoy se dieron las primeras conversaciones entre ambos países, aunque Zelenski dijo que no pensaba que habría mayores acuerdos en la reunión. 

Es difícil saber qué estaba pensando el autoritario presidente ruso, Vladimir Putin, cuando lanzó su ofensiva contra Ucrania. Pero por los resultados que está obteniendo, cualquier cosa que tenía en mente, falló, coinciden todos los análisis internacionales.

¿Por qué? Después de leer mucho, me atrevo a decir que Putin se equivocó al lanzar una guerra del siglo XX en el siglo XXI. Su apuesta nacionalista invasora y bélica tendría sentido en un mundo menos globalizado, menos interconectado, y uno en que la paz no fuese la norma internacional. 

La paz

El historiador y filósofo Yuval Noah Harari publicó hoy un editorial en el diario británico The Guardian en el que asegura que Putin ya perdió esta guerra, incluso si logra doblegar la feroz resistencia ucraniana e instalar un gobierno títere en el país. Semanas antes de la invasión, cuando las tensiones ruso ucranianas escalaban, Harari dijo en The Economist que lo que estaba en juego en esa crisis era la dirección de la humanidad.

Harari, que es el autor de una fantástica trilogía de libros que explican el pasado, el presente y el futuro de la humanidad, decía en la célebre revista británica que uno de los grandes cambios que ha experimentado nuestra especie es que la guerra no solo ya no es una opción, sino que es reprochable moralmente. “Por primera vez en la historia, el mundo tiene élites que ven la guerra como algo malo y evitable”, escribió Harari. 

Esto ya lo decía el psicólogo evolutivo Steven Pinker en En defensa de la ilustración: durante siglos la guerra fue la norma. Los poderes militares la veían como apetecible e incluso todas las grandes religiones del planeta las bendijeron y auspiciaron. 

Pero ahora la guerra es ilegal e inmoral. Los actos imperialistas de expansión son condenados, vengan de donde vengan. “El declive de la guerra ha sido un fenómeno tanto psicológico como estadístico”, escribió Harari en The Economist, alegando que su característica más importante es el cambio en el significado mismo del término “paz”: Durante la mayor parte de la historia, paz significó solo “la ausencia temporal de la guerra”, explicó Harari. Pero en las últimas décadas, “paz” ha pasado a significar “la inverosimilitud de la guerra”.

Es curioso pero solo los fanáticos de izquierda y derecha han aplaudido la acción de Putin. Todo el resto del espectro político, que cree en la democracia y los derechos humanos como el sistema para crear un mundo cada vez más justo y próspero, ha rechazado la invasión.

Putin ya tiene un puesto entre los Trump, Maduro y Jim Jong-un del mundo, pero ahora ha reclamado para sí mismo el puesto estelar entre ellos. Es un mensaje claro de quiénes son los enemigos de la democracia global: tanto el venezolano Maduro como el estadounidense Trump celebraron a Putin por su invasión. 

En la civilización global en la que vivimos, la gran discusión no será de derecha versus izquierda, sino de demócratas versus demagogos autoritarios, de mesías salvadores versus estadistas realistas. Ya los vemos en todos nuestros países, en Europa y América: líderes que enarbolan el nacionalismo, se presentan como salvadores y señalan a críticos y límites institucionales (como cortes independientes o prohibiciones de eternizarse en el poder) como enemigos a destruir. 

La agresión rusa a Ucrania nos recuerda que este mundo polarizado en el que vivimos solo le conviene a los fanáticos. No solo es posible, sino que es necesario, vivir en sociedades donde la diversidad de pensamiento, de opinión, de asociación —en resumen, el estándar internacional de derechos humanos— florezca. 

No es enemigo el que piensa distinto a uno. Enemigos son los extremistas —incluso los que están de lo que podríamos llamar “mi lado” del pensamiento. Si soy conservador, más daño me hace un ultraconservador fanático que un liberal; si estoy más a la izquierda del espectro político, más daño me hace un fanático de la ultra izquierda que un conservador dispuesto a dialogar. 

Y es una lección para los políticos moderados: sus desaciertos en garantizar políticas públicas para el bienestar de las grandes mayorías, tienta a estas a radicalizarse hacia los polos. Los Putin y los Trump emergen y se celebran entre ellos. 

La globalización

Otro aspecto que ha jugado un rol fundamental contra Rusia es que vivimos en una civilización global. 

En este planeta, la gran mayoría disfruta y celebra nuestra diversidad cultural. Hemos creado un sistema legal internacional (las Naciones Unidas tienen más de 190 estados miembros) en el que la igualdad entre las personas es uno de los valores supremos.

Eso era impensable hace apenas unos ochenta años —¡es nada! Es casi la edad de mi papá. Los argumentos de Putin de que el Estado ucraniano es un mito y que había que “desnazificar” Ucrania y de detener un supuesto “genocidio” contra rusos en sus territorios se parecen demasiado a las mentiras del Tercer Reich nazi para invadir Polonia que desataron la Segunda Guerra Mundial. En realidad, Hitler necesitaba una excusa para lanzar la guerra que, según él, serviría para germinar el gran imperio alemán que duraría mil años (otra lección: cuidado con la gente que ofrece cosas que durarán cientos de años).  

Desde hoy, dice Harari, Putin se parece más al brutal dictador alemán. “El déspota ruso debería saber esto mejor que nadie. De niño, creció con una dieta de historias sobre las atrocidades alemanas y la valentía rusa en el sitio de Leningrado. Ahora está produciendo historias similares, pero poniéndose a sí mismo en el papel de Hitler”, escribió Harari en The Guardian

Sus amenazas nucleares, lejos de amedrentar a Ucrania y sus aliados occidentales, los han fortalecido. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en lugar de tomar en serio el bluff atómico de Putin, lo ha desestimado. Ya hay quienes sospechan que Putin está mentalmente inestable y que ha perdido contacto con la realidad —aunque otros creen que es una fachada que el ex oficial de la KGB quiere presentar. 

Más allá de eso, las reacciones de todo el mundo, desde todos los ámbitos —salvo los dictadores ya mencionados— han sido elocuentes. Las condenas han venido hasta de lugares poco esperados. Por ejemplo, desde el deporte. La Fórmula 1 ha cancelado su gran premio, la FIFA ha dicho que Rusia no podrá participar como país en las eliminatorias al mundial de Catar (sino solo como la Unión de Fútbol Rusa, jugando de local en territorio neutral).

Más relevante, por supuesto, han sido las durísimas sanciones económicas que Occidente le ha impuesto a Rusia. La expulsión de los bancos rusos del sistema SWIFT (que sirve para hacer transacciones internacionales) podría hacer que el PIB ruso se contraiga hasta en un 5%. Es una medida que se ha tomado antes, pero que por su severidad ha sido llamada “la opción nuclear”. 

Además, se han congelado bienes y capitales rusos en todo Occidente. Incluso la aparentemente sempiterna neutralidad de Suiza ha dado un giro: el país, que es un destino favorito del dinero de oligarcas y plutócratas rusos, anunció que congelaría fondos rusos. Por otro lado, Alemania suspendió la certificación del gasoducto Nord Stream 2. Es una medida valiente, dada la dependencia germana (y europea) del gas ruso. Pero la ética democrática alemana ha prevalecido, consolidando su lugar como nuevo líder del mundo libre

Como consecuencia de todas las medidas, el rublo se desplomó, el mercado ruso también y miles de rusos retiraron fondos de sus bancos. La estrategia de Occidente será seguir socavando el valor del rublo. Su moneda, explican Patricia Cohen y Jeanna Smialek en el New York Times, es su mayor debilidad. “Las decisiones de Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea que restringen el acceso del Banco Central de Rusia a gran parte de sus reservas de divisas extranjeras, valoradas en 643.000 millones de dólares, han desbaratado gran parte de los cuidadosos esfuerzos del Kremlin para suavizar el impacto de posibles sanciones”, dice Cohen y Smialek. 

A medida que termino esta hamaca, escrita casi en vivo por la naturaleza cambiante de la situación, aparecen más sanciones, más condenas, y más lecturas de que Putin ha cometido un terrible error al lanzar una guerra de inicios del siglo XX en el globalizado planeta del siglo XXI.

Por supuesto, no es que todo está dicho. Como bien explica Harari, esta guerra puede tomar incluso años. Quizá Putin logre una victoria militar. Quizá instale un gobierno marioneta en Ucrania. Pero sus pretensiones de convencernos de la inexistencia de Ucrania, su gente y su intención de reinstalar un imperio ruso a la imagen y semejanza de la Unión soviética, han ya fracasado. 

¡Que tengas un gran final de feriado!

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José María León Cabrera
(Ecuador, 1982) Editor fundador de GK. Su trabajo aparece en el New York Times, Etiqueta Negra, Etiqueta Verde, SoHo Colombia y Ecuador, entre otros. Es productor ejecutivo y director de contenidos de La Foca.

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