Dos estudiantes universitarios de mi clase de Sociología Criminal fingen que son periodistas de televisión y que tienen que entrevistar a un reportero de investigación llamado Mistral Valencia. Valencia es interpretado por el reportero de investigación (en la vida real) Juan Carlos Calderón. El ejercicio es una excusa para discutir la más reciente novela de Calderón, Noticias del nuevo reino, que funciona como una radiografía ficcionada del narcotráfico en Ecuador.

Los estudiantes —o periodistas de televisión— conducen el noticiero Nuevos detalles sobre el Nuevo Reino. Mientras hablan a su audiencia, fotografías de alias Gerald, Leandro Norero y Daniel Salcedo —todos criminales asociados al narcotráfico— se proyectan. Pero cuando se refieren a ellos, los alumnos usan apellidos ficticios: Macías, Weber, Benítez. Son los mismos pseudónimos que emplea la novela para hablar de estos personajes. 

Uno de los estudiantes menciona el caso Metástasis, en el que la Fiscalía investiga los vínculos entre el sector judicial, la política, y el crimen organizado, y le pregunta a Mistral Valencia (Juan Carlos Calderón): ¿Es un golpe a la narcopolítica o una cortina de humo?

Mistral responde que el panorama del narcotráfico sigue intacto. “Lo que no se topa son estructuras superiores. Norero es la punta de un iceberg enorme. Hay muchos Noreros. Hay muchas economías ilegales, tráfico de armas, de personas, minería ilegal. Es como un pulpo, en el que hay muchos brazos que manejan dinero y muchos brazos son élites empresariales, que interactúan y usan el dinero del lavado dinero”.

Juan Carlos Calderón habla de su novela pero habla al mismo tiempo de lo que pasa en el país. 

El reportero de investigación dice que el dinero del narco, que puede ser entre el 3 y 10% del Producto Interno Bruto (PIB), no puede lavarse sin complicidades de empresas y del Estado. Ese dinero está en la vida común y corriente. 

“¿Dónde están esos alcaldes, políticos, funcionarios y abogados que hacen la contratación pública, los administradores de puertos y aduanas, los grandes empresarios con empresas legales, los meros capos? ¿Dónde?”, pregunta Juan Carlos a los estudiantes.

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El libro y la actividad planificada por los estudiantes es un juego de espejos. El ejercicio sirve para hablar y compartir miradas sobre la obra que muestra la fotografía ficcionada del narcotráfico.

Cuesta distinguir entre la trama de la novela y la situación del Ecuador. Remanso, el país ficticio del libro, podría ser cualquier territorio azotado por el crimen organizado: Ecuador, Colombia, Perú, Brasil, México.

Tampoco importa si el objeto del crimen organizado es la cocaína, las armas, la trata de personas, los combustibles, los minerales, los medicamentos, la información, la tecnología. Macías podría ser Gerald, el Paturdo cualquier mando medio de los carteles, Valencia podría ser Fernando Villavicencio, Richard cualquier abogado defensor de narcos, Weber cualquier inversionista extranjero metido en el negocio inmobiliario. Como dice uno de los personajes de la novela, en nuestro país “lo ilegal pasó a ser legal y los criminales pasaron a ser empresarios, los policías ladrones y los ladrones presidentes.” 

Tengo que reconocer que, a pesar de que he intentado leer las investigaciones y ver reportajes televisivos, mi cabeza no podía atar cabos entre tantos personajes, actividades, muertes, masacres, autoridades judiciales, abogados. Ni cabos entre tantos escenarios, que van desde la esquina de un barrio marginal hasta las decisiones de un gobierno, pasando por la administración de las cárceles, los puertos y ciertos barrios marginales. 

Pero lo logré leyendo la novela de Juan Carlos Calderón. 

La obra, una versión ficcionada del narcotráfico, pertenece al género que se conoce como novela negra, en la que encontramos violencia, injusticia, corrupción, miedo, crimen, ambientes turbios y degradados, e intriga desde el primer momento hasta el final. 

Una novela es por esencia una obra de ficción. Pero es inevitable asociar a los personajes y escenas con nuestros personajes de la realidad ecuatoriana. En más de una escena, hay que hacer una pausa para googlear y comprobar si es cierto lo que se cuenta. 

Por ejemplo, en el capítulo 4, la novela describe un matrimonio con una fiesta exclusiva, llena de excesos y excentricidades, a la que los invitados llegan en aviones privados, copan hoteles de lujo y es oficiada por el ministro del interior de Remanso. Me pregunté si algo así pasó en Ecuador y no me enteré. ¡Sí pasó! El hijo de un empresario venezolano, reclamado por la justicia norteamericana, se casó con la hija de una empresaria pesquera manabita. La autoridad que los casó fue José Serrano, en aquel momento ministro del Interior del Ecuador. A esa boda asistieron 150 personas venezolanas que llegaron en 6 aviones privados. 

Otro ejemplo, que admito que pensé que era pura imaginación de Calderón, está en el capítulo 6 donde se describe a un asesinato a sangre fría. Un personaje de la novela, Richard, quien actúa por interés y para enriquecerse sin escrúpulos, mata a sangre fría a su supuesto mejor amigo, Sam, un estadounidense que había montado una empresa inmobiliaria en Ecuador. Pocos días después, Richard aparece como dueño de la empresa de Sam. 

Después hay una lucha de los padres de Sam para que el asesinato no quede en la impunidad, la manipulación de la justicia —dificultades para condenar y luego las formas para evitar el cumplimiento de la condena— es indignante. 

Esta escena es tan desgraciada que uno piensa que es ficción. ¿Puede haber alguien tan desalmado? ¿Puede la justicia ecuatoriana ser tan patética? Googlé de nuevo, por si acaso. Y sí otra vez: el hecho sucedió. Hubo un crimen en el 2009, una condena de 20 años, y el sentenciado, que estudió Derecho, salió a los pocos años como inocente para convertirse en un empresario.

A lo largo de la trama, con un poco de perspicacia, se puede identificar la génesis de Los Choneros, su crecimiento y ocaso. Incluye la detención en Colombia de Gerald, las masacres carcelarias, y muchos otros hechos relacionados con el crimen organizado, las empresas, la justicia y la política ecuatoriana. Aquí, cualquier parecido con la realidad no es mera coincidencia. 

La virtud del libro es poner todas las piezas en orden para tener una imagen completa del escenario. Los pedacitos de realidad, que son noticias que suceden a lo largo del tiempo o una tendencia temporal en las redes sociales, de pronto tienen sentido. 

Por eso, si alguien quiere entender la situación del país, este libro es imprescindible. 

Esta novela es la séptima publicación de Juan Carlos. Después de seis libros propios de un periodista de investigación —El gran hermano, historia de una simulación; No me toques; En el origen del futuro; Naufragio; Periodismo de investigación; y Quince miradas— , el autor se libera de la atadura de de su oficio, que le exige demostrar cada hecho, y se lanza a la ficción. 

“¿Pero dónde está la ficción, cuando uno encuentra tanta coincidencia con la realidad?”, le pregunta un estudiante a Calderón, luego de que el espacio del noticiero ficticio termina.

Juan Carlos contesta que la clave está en la construcción de los personajes que tienen vida cotidiana, contexto, sentimientos, motivaciones, sueños, debilidades, maldades, virtudes. En imaginar la personalidad de cada ser que aparece, que se construye con varias experiencias de vida. 

Por ejemplo, el periodista de la novela tiene algo de él cuando se jugó por el caso Restrepo —reportando las actualizaciones del caso y acompañando a Pedro Restrepo en la Plaza Grande cada vez que podía—, algo de sus amigos de oficio, de personajes de otras muchas novelas que ha leído, de un periodista por ahí que vive en Manabí. 

Otro ejemplo es Richard, un personaje que durante la novela parecería que no tiene miedo y que su ambición no tiene límite. Pero cuando está en la cárcel y presencia una masacre, tiene terror y se siente frágil. Ahí, en imaginar y describir el terror que siente, está la ficción. 

Al final de la novela uno entiende por qué a este tipo de delincuencia le llaman crimen organizado. La organización que demanda un negocio global requiere un alto grado de complejidad y de una estructura que debe funcionar como un reloj. 

Esa estructura requiere personas que cosechan, siembran, procesan, transportan, corrompen, extorsionan, matan, secuestran, detienen, distribuyen, consumen y lavan dinero. En esa cadena estamos, de una u otra forma, todos. Unos más metidos que otros. Los que piden mano dura, los que se enriquecen desde empresas supuestamente legales, los que ponen los muertos, los que caen presos, los que administran el tráfico, los que consumen drogas como si nada de eso pasara, los que informan y se juegan la vida por la verdad (en Ecuador tenemos 12 periodistas exiliados por amenazas), los que piden mano dura, los que ponen la mirada en otro lado.

El narcotráfico está con nosotros, a nivel social y político. Y desde hace rato: ¿se acuerdan del caso Reyes Torres en los 90 y el caso Caranqui en los 2000? ¿O que ya teníamos jueces asesinados, en concreto Iván Martínez en 1988, y una jueza que sobrevivió a un sicariato, Patlova Guerra, en 2006?  

No se puede reducir el problema del Ecuador a un lunes de “terrorismo” en enero de 2024, a 22 bandas delincuenciales armadas, a la declaración de guerra y a la asistencia militar y policial. Tampoco podemos reducirlo a un período presidencial ni a un ministro X. La mira está en la punta del iceberg. “Simplificar es el peor ejercicio mental”, dice Juan Carlos. Y esto hacemos.  “Ecuador ha tenido esta enorme capacidad de hacerse el cojudo en las cosas que nos afectan. Después nos despertamos y decimos huy esto ha sido terrible. No es de un día, ni de gente que llegó de pronto de Marte.  Esto se ha ido larvando en mucho tiempo”, agrega el escritor y periodista.

La complejidad del problema global demanda la unidad. Pero no alrededor de la guerra sino sobre la necesidad de aportar, desde distintas disciplinas y saberes, para entender y solucionar este problema. 

Por el momento solo se deciden expertos en guerra y seguridad, que poco saben sobre prevención y política criminal en estados constitucionales y democráticos. Hay que mirar a toda la estructura y a las causas profundas del problema. No hay que poner rostros solo a los Noreros, Fitos, Rasquiñas. También hay que ver los rostros de nuestros políticos y empresarios, que se benefician y mucho de un negocio violento, y mirar los rostros de quienes operan globalmente.

La novela tiene un final imprevisto. 

Juan Carlos Calderón pregunta a los estudiantes: ¿se imaginaban un final así?. No, responden al unísono en la clase. “Yo tampoco”, dice Juan Carlos, “en la vida real como periodista nunca haría algo así”.

Esta novela refleja el compromiso de Calderón para entender el problema y su deseo más íntimo, como confesó al terminar la sesión, es para que toda esta trama de violencia y corrupción “se pare y ojalá algún día se cambie.”

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Ramiro Ávila Santamaría
(Ecuador) Constitucionalista andino, fat free, enriquecido con calcio y minerales, 100% natural.
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