A Pedro Restrepo —una de las voces más potentes de la defensa por los derechos humanos en Ecuador— lo vi por primera vez cuando tenía nueve años. 

Estaba con su sombrero blanco, sentado frente al Palacio de Carondelet, en el centro de Quito, con una bandera con los rostros de Santiago y Andrés, “los niños”, como les dice, que ahora tendrían 52 y 49 años si no hubiesen sido desaparecidos por agentes del Servicio de Investigación Criminal, SIC-10. 

Aquel escuadrón volante ilegal de la Policía Nacional, creado en el gobierno del presidente León Febres-Cordero, se ha convertido en un membrete histórico de la violencia y tortura que la institución no ha logrado borrar. 

De aquel primer encuentro, han pasado 18 años y Pedro Restrepo no ha abandonado su reclamo, tampoco regresó a su tierra, Medellín. Ya no viste su sombrero blanco y se le dificulta caminar, en ocasiones. Pero a él la memoria no le falla. 

Quizá por eso su casa parece un altar gigante, impecable, poblado de fotografías de Andrés, “el Nené” colgadas en la pared y las pinturas que bosquejaba “el Santi” en la entrada a cada cuarto. 

Pedro Restrepo asegura que es un hombre de pocas palabras, pero en aquella casa de la memoria, hablamos más de dos horas sobre las ausencias, la lucha social, la violencia en las cárceles, el vicio de las instituciones estatales y de por qué aquellos adolescentes, de 17 y 14 años, lo mantienen vivo. 

Usted lo ha dicho más de una vez: “uno sabe cuando las luchas comienzan, pero no cuando terminan”. ¿Cómo ha sido vivir la ausencia de sus hijos por más de tres décadas? 

Esos niños están aquí a toda hora. Mire la casa: llena de ellos. 

La gente dice “¿por qué es masoquista?, ¿usted se quiere matar?” No es eso. Pero es que a un hijo se lo quiere por encima de todo y ese amor no termina cuando muere o cuando no está. 

El amor se multiplica. Mi amor por Santiago y El Nené se ha multiplicado mucho más en estos años. Claro que los he soñado, claro que los tengo en mi mente cada día. Pero de esa ausencia, de ese dolor, nació este reclamo. 

Usted está hablando aquí conmigo porque he luchado. 

De otra manera, me hubiese pegado un tiro, me hubiera muerto bebiendo de la nostalgia, de la impotencia. Nuestra lucha es lo que nos mantiene vivos, porque nunca va a terminar: si nuestros niños fueron desaparecidos, debemos seguir buscando.

Es un acto de amor, sí, pero la lucha también desgasta.

Mucha gente solía preguntarme por qué no me fui de Ecuador. 

Me decían que cómo era posible quedarme en un país donde desaparecieron a mis hijos. Pero es que no fue Ecuador, fueron sus autoridades, fueron los chapas [nota de los editores: “chapas” es un modismo para referirse a los policías en Ecuador]. 

Para ellos hubiese sido más fácil que nos fuéramos. Pero por eso seguimos aquí 34 años después y no pierdo la oportunidad de recordarles que son asesinos. 

Los policías siempre han tenido el gatillo fácil, y pareciera que el presidente [Guillermo] Lasso quiere hacer lo mismo: darles rienda suelta porque están “defendiendo el orden”. Ahora es más importante seguir luchando y salir a las calles. 

Usted era conservador. Incluso apoyó a Febres-Cordero cuando era candidato, ¿también creía en la Policía antes del crimen contra Santiago y Andrés?

Es una buena pregunta. Mire, yo nací en una familia muy conservadora. 

Es que en Colombia, y mucho más en Antioquia, o eras liberal o eras conservador. Y la ideología era muy importante en aquella época. 

Apoyamos a Febres-Cordero porque pensábamos que era una política adecuada, no que era un sinvergüenza. 

En Colombia siempre ha habido violencia y no ha cambiado. Además, los antioqueños son pendencieros, a veces la gente se mata porque se cruzan las miradas y viví en medio de eso. 

No es como aquí, que a veces dicen “cójame, cójame” y no pasa nada. En aquellos años, la policía era usada por el Estado para la persecución política. A las siete de la noche, los muchachitos ya teníamos que estar en casa, sino venía la Policía y nos metía a la cárcel. O te daban garrote y tus papás los apoyaban.  

Yo le tenía miedo a la policía. Entonces, enfrentarlos, denunciarlos y estar frente a ellos era una cosa que en mi interior era muy difícil. 

Santiago y Andrés

Pedro Restrepo sostiene los retratos de sus hijos Santiago y Andrés Restrepo, desaparecidos por la Policía Nacional en 1988. Fotografía: Vanessa Terán para GK.

¿Cómo fue, entonces, enfrentar a la Policía después de la desaparición? 

El miedo es natural, inclusive necesario, porque es importante hasta para la defensa. 

Pero lo importante no es tenerlo, sino controlarlo. Ese miedo sigue ahí, pero las caras de esos niños pidiendo justicia pesaron más y empezó la lucha. 

En Ecuador la gente creía mucho en la Policía. Jamás nadie criticó a la policía en aquella época, ni siquiera los medios de comunicación. 

Esta era una isla de paz, aquí no pasaba nada, pero resulta que en esta isla de paz estaban los SIC-10, en campos de concentración donde desaparecían, mataban y torturaban personas. Nadie decía nada. 

Más bien, había la idea de que la policía estaba para ayudar. Y si alguien sentía su abuso, que ocurría a toda hora, no lo denunciaban, lo encubría.

Fue tanto el miedo que cuando comenzamos a denunciarlos de frente, sin embalajes, nuestros amigos colombianos dejaron de apoyarnos porque tenían miedo. Y la gente pensaba que estábamos ofendiendo a sus “héroes”. 

Allí comenzó el estribillo de que éramos mafiosos. La paradoja: los asesinos culpándonos a nosotros de ser criminales. 

flecha celesteOTROS CONTENIDOS SOBRE VIOLENCIA DE GÉNERO

Pero ahí se gestó algo nuevo. María Clorinda Guzmán, madre del escritor Gustavo Garzón, desaparecido en 1990, me dijo que usted y su esposa Luz Elena la salvaron, la ayudaron, la sostuvieron…

Sabe, la salida nuestra a la Plaza Grande se convirtió en algo anecdótico. 

Siento que, también, folclórico y curioso; llamaba la atención. 

Siempre estuvimos Luz Elena, mi cuñada Martha, que ahora es mi esposa, la hermana Laura de Cedhu y yo. [nota de los editores: la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos (Cedhu) es una organización de la sociedad civil]. 

Poco a poco comenzaron a sumarse otras voces. Recuerdo que yo estaba en la Plaza con mi cartelito y de pronto veo por allá a una figura flaca, desgarbada, con una trenza, la guitarra al hombro, joven. Era Jaime Guevara. 

Me preguntó si no me molestaba que nos acompañara. Desde allí se convirtió en una persona fija, un adalid solidario de las causas justas. 

Días después, llegó la señora Clorinda y otras madres cuyos hijos habían sido torturados. Trajeron sus fotografías y las hicimos ampliar para que cada uno las sostenga. Muchos dejaron de ir, pero yo me quedé con los cuadros y los montaba en cada plantón. 

Yo, que alguna vez fui conservador, vi que la gente que me apoyaba eran ecuatorianos, de ideas socialistas, de izquierda, los artífices de los movimientos sociales. 

Hay una fotografía en la que se lo ve flameando su bandera y junto a usted, las mujeres trans que lograron que la homosexualidad se despenalice en el país, ¿qué hay detrás de esa imagen? 

¡Esa historia es muy linda! 

Eso es lo que había detrás de nuestra lucha: un reclamo contra el Estado y en aquellos años, ser homosexual era un delito. 

Vinieron ellas, mujeres trans, de la Asociación Coccinelle, a la Plaza Grande. 

Las recuerdo muy bien con sus carteles, con su ímpetu para exigir. En aquel momento, yo era la figura visible con mi bandera, mi sombrero. Cada miércoles llegaban nuevos colectivos, sindicalistas, se sumó la madre de Gustavo Garzón, Jaime Guevara, el cantor anarquista que apoya las causas justas. Éramos muchos. 

Y en eso, llegan ellas y ahí hubo una cosa simpática. 

Comenzaron a recoger firmas con copias de cédulas para realizar una denuncia contra esa ley que sancionaba la homosexualidad con cárcel fuera derogada. 

Allí iban, con formulario en mano, porque querían que la gente las apoyara. La madre de Garzón estaba aterrada. 

Pedro Restrepo sonríe… 

Pero yo le decía que la Plaza Grande era de todos cuyos derechos fueron vulnerados. Iba mucho más allá de la simple moral católica absurda.

Nos juntamos e hicimos varias manifestaciones. Ellas con sus expresiones, con sus vidas. Yo iba con ellas. También estaba Alexis Ponce, y jóvenes con mucha fuerza, pasión y entrega. 

Fue algo inédito y más en Quito, pero así fuimos, luchando para seguir adelante. Si se puede hablar de éxito, es ese: la unión que sostiene nuestras luchas. 

mujeres trans

Mujeres trans, sobrevivientes de los escuadrones volantes de León Febres Cordero, se unieron a la lucha de Don Pedro (a la izquierda de la foto) y levantaron su reclamo por sus derechos. Fotografía: Asociación Coccinelle.

Las sobrevivientes de la Coccinelle han vuelto a la Plaza Grande y ahora se unen a las familias que buscan a sus desaparecidos para protestar. Es como que la historia se repitiese, y el Estado sigue sin reconocer que aquí desaparecen personas, ¿por qué? 

Al Estado no le importa, ni le importará. 

Pero por eso mismo es tan importante continuar la lucha, como lo hace Asfadec [**nota de los editores: la Asfadec es la Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas en Ecuador]. 

Muchas personas piensan que eso es inútil. No lo es. 

Con mi esposa Martha siempre lo repetimos: si no es porque a toda hora estamos luchando por esa verdad, nos hubiésemos muerto del dolor. 

La nostalgia mata, pero la carga moral también. Yo me acuerdo, y todavía lo hago antes de dormirme —en aquella época con más ahínco por la lucha viva en las calles—, me preguntaba: ¿qué he hecho yo hoy por saber de mis hijos? 

Si el balance era más o menos positivo, dormía bien. Si era negativo, en el sentido de que no había nada nuevo, aunque no era mi culpa, sentía remordimiento. 

Que no consigas nada, es una cosa. Pero que no lo hagas, es otra. Hay que luchar.

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¿Qué ha significado para usted buscar justicia en este país?

Hace muchos años, Ñito Restrepo, un político colombiano que es familia nuestra, dijo ante el parlamento colombiano “La justicia es como un perro rabioso que no muerde sino a los de ruana”. 

Yo pienso en eso: la justicia solo castiga a las personas pobres, a quienes no tienen la capacidad para defender o sobornar. La justicia es una necesidad humana, pero no existe para las voces que no son escuchadas. Pero eso no quiere decir que no se puede luchar. 

Ñito Restrepo, un economista liberal, citó aquel adagio popular un 26 de agosto de 1925, cuando en Colombia se debatía un proyecto de ley que pretendía revivir la pena de muerte. Él estaba en contra de aquella propuesta, pues decía que las cárceles estaban pobladas mayoritariamente por personas pobres. La ruana es un poncho que simboliza la igualdad, humildad y lucha, que suele ser usado por indígenas.

Pero, ¿para su familia ha habido alguna forma de justicia? 

La lucha nuestra creo que ha llevado a que muchas cosas cambien, a que se demuestre lo corrupta que fue la policía. 

Eso no hubiese ocurrido si nos hubiésemos quedado quietos, que la gente se atreva a denunciar. Pero no, nunca se puede hablar de justicia. 

¿Dónde están sus restos? 

¿Por qué los desaparecieron y asesinaron? 

¿Dónde están los otros culpables que siguen impunes? 

Esas tres preguntas mantendrán nuestro reclamo para siempre. 

Pedro Restrepo

La casa de la familia Restrepo está llena de memoria y lucha. Por los rostros de esos niños, no se rindió y denunció frontalmente la violencia estatal. Fotografía de Vanessa Terán para GK.

La Policía sigue negando el crimen y jamás se ha atrevido siquiera a decir algo tan simbólico como pedir perdón. La gente cree que es un gesto magnánimo, pero son dos palabras que pueden decirse sin sentirse. 

De todas formas, es importante. Sin embargo, el Estado ecuatoriano nunca lo ha dicho, nunca ha asumido su responsabilidad y peor pedir perdón por semejante tragedia, pese al convenio que firmó con la Organización de los Estados Americanos.

Ni en la época de Correa, aunque él fue el único que cumplió con algunos puntos del convenio, como el rastreo en la laguna de Yambo. Yo aprecio ese gesto. 

Y me ha costado que mucha gente que lo odia deje de apoyar mi causa porque yo también lo respaldé. Pero una cosa no tiene que ver con la otra, ¿cómo no los puede conmover un crimen tan bárbaro contra dos niños?

Y mientras esas fracturas ocurren, el poder político no se toca…

El poder político nunca fue tocado. 

Hubo condenados, pero es que con los niños, mucha gente tuvo que ver. Al menos 33 personas entre directos, indirectos y políticos. 

Por eso, nosotros no solo acusamos a Doris Morán, al sargento Guillermo Llerena, a Camilo Badillo, sino a autoridades estatales. Febres-Cordero y Robles Plaza, por ejemplo, y otras que en lugar de ayudar, nos querían hundir. [nota de lo editores: Luis Robles Plaza fue ministro de gobierno de León Febres-Cordero]

Una familia que decía ser nuestra amiga dijo que tenía esta casa porque soy narcotraficante. Ante los oídos de los policías, eso sonó a gloria. 

Por eso comenzaron a decir que es una cuestión de mafias de droga. Aún hay gente que lo cree. Y mire, eso también es absurdo. 

La humanidad se ha drogado toda la vida, ¿por qué no la legalizan? Yo no le jalo a la droga porque es mala para mí, no me he atrevido a probarla. 

Pero no se soluciona metiendo a los consumidores en la cárcel, están enriqueciendo a las mafias y ayudando a que crezca el mercado. 

Aquel discurso de las mafias es ahora la principal justificación para las masacres en las cárceles. Muchos celebran esas muertes, ¿cómo entenderlo? 

Mucha gente dice “si son narcotraficantes, si son ladrones, si son asesinos, está bien que los maten”. 

Esa idea de que el mal en la sociedad, la pobreza, se erradica matando gente o en la cárcel y no con justicia, persiste. 

Una persona no se hace delincuente porque nace delincuente. Yo no creo en eso, sino que es el medio en el que vive, las necesidades de la lucha por la vida, la única alternativa para sobrevivir, para comer. 

A nosotros nos insultaban y decían que éramos narcos. 

Luego, nos preguntaban por qué no matábamos a los culpables de la desaparición de los niños. 

Hubo gente que nos ofrecía armas. Cuando salía cada miércoles a la Plaza Grande, siempre pasaba un taxista que me decía “deme la orden y los mato”. Pero es que yo no soy asesino. No creo en eso. 

Para mí,  el mayor castigo es enrostrar a toda hora a los asesinos y recordarles su crimen para que no se repita.

Usted ha dicho que “el fantasma de Febres Cordero está rodeando Carondelet”, ¿cree que en pleno 2022, durante el gobierno de Guillermo Lasso, aún existen agentes Morán, sargentos Molinas, policías Badillos, generales Llerena?

¡Desde luego! Les dan toda la capacidad, los estímulos. 

Recuerde el acuerdo 179 que expidió el gobierno de [Lenín] Moreno para potenciar a las fuerzas represivas de la policía y las Fuerzas Armadas y esa ley que ahora intentan aprobar. 

Claro, nadie los va a juzgar, nadie los va a investigar. Hablan del “uso progresivo de la fuerza”. Es una falacia: es el uso progresivo total de la fuerza contra los derechos humanos. 

En la época nuestra, existía el fuero policial: los chapas eran el juez, el fiscal, el denunciante y el denunciado. Más del 90% fueron sobreseídos. Quienes están entrenados para matar nada tienen que ver con el cuidado de las personas. Tienen gatillo fácil e impunidad garantizada. Época de Febres. 

Lasso es un admirador de la política de Febres-Cordero y si lo admira, también comparte su política. Lasso, que va diciendo anarquista a quien no opina como él, de la derecha neoliberal. De manera que… cuiden a sus niños. 

Pedro Restrepo

El Santi y el Nené están presentes en la casa de la familia Restrepo, una casa de resistencia. Fotografía de Vanessa Terán para GK.

El poeta Jorge Enrique Adoum escribió que el legado de Luz Elena Arismendi, madre de Santiago y Andrés, es habernos dado la conciencia de que los derechos humanos son sagrados, no una sigla, ni un discurso oficial de sobremesa, sino en cuya defensa se muere y vale la pena morir… ¿cuál ha sido su legado en usted? 

Luz Elena está siempre presente entre nosotros, ¿sí o no, flaca? 

Pedro Restrepo mira la fotografía de Luz Elena que descansa sobre una mesa, a su lado.

Es que ella era una mujer antioqueña, paisa, tan berraquera, parada ante los policías con esa voz que tenía. Siempre estuvo a mi lado. Pienso en ella y recuerdo lo talentosa y visionaria que era. 

Mire que ella era muy entradora y decidió vender porcelana. Aquí, en Ecuador, conoció a un señor chino, ni siquiera hablaba castellano pero Luz Elena se entendía perfectamente con él, y comenzó a distribuir muchísima. Llenamos al país de porcelana. Ella hubiese sido riquísima si no hubieran desaparecido a los niños. 

Luz Elena nunca se ha ido. Y, sabe, considero que el mejor homenaje a lo que la quiero, es haberme casado con su hermana Martha, a quien le agradezco todo lo que hizo por nosotros como familia, por mis niños, y por atreverse a casarse con este partido tan malo. 

Pedro Restrepo vuelve a reír. 

En medio de toda la tragedia, fue de las cosas más lindas que han pasado. Sé que han habido muchas especulaciones. Llegaron a decir que yo maté a Luz Elena para estar con Martha. La gente es capaz de eso… Pero allá ellos. 

¿Qué les diría ahora a sus hijos, después de 34 años? 

Ay, hombre…

A Santiago y Andrés, no solo los añoro, los extraño todos los días. 

Yo a esos dos niños los llevo en mi piel, en mi mente, en mi corazón, en mí. Sí, los extraño también en su presencia física, porque no dejo de pensar que Santiago tendría 52 años y el Nené, 49.

Ya estarían casados, tendrían sus trabajos, sus hijos. A lo mejor esta casa estaría llena de nietos.

Su estudio está lleno de los logros y premios de su hija María Fernanda, que se ha convertido en una especie de guardiana de la memoria de Santiago y Andrés…

Es una niña fuera de serie y mi mayor orgullo. 

Nuestra tragedia fue total, pero para María Fernanda fue muy duro. A sus nueve años tuvo que ver de pronto cómo su mamá, una mujer vivaz, fuerte, berraquera, estaba enloquecida de dolor. 

Era tanto el dolor de ella que era como si María Fernanda no existiera. 

Ver a su papá buscando en todo lado. María Fernanda tuvo mucha fortaleza. Y entonces, entendí que los niños fueron desaparecidos y sabíamos que debíamos dedicar todo para encontrarlos, pero allí también había una niña. 

Desde el primer mes, que fue una locura, me prometí tratar al máximo que su vida no se perturbe. 

En medio de mi tragedia, seguí llevándola al colegio, a sus fiestecitas. Ella siempre estaba estudiando: fue la abanderada de su colegio, luego en la ‘San Pancho’ [nota de los editores, el señor Restrepo se refiere a la Universidad San Francisco de Quito] fue la mejor egresada y dio el discurso de graduación en el 2000. 

Después, se lanza semejante película, un documental fantástico. [nota de los editores: María Fernanda Restrepo es la directora del documental Con mi corazón en Yambo, que relata la desaparición y la búsqueda de sus hermanos Santiago y Andrés].

Pedro Restrepo

Pedro Restrepo observa el cartel del documental ‘Con mi corazón en Yambo’, dirigida por su hija María Fernanda Restrepo, y los más de 18 logros nacionales e internacionales que alcanzó. Fotografía de Vanessa Terán para GK.

Ella siempre ha sido el mejor aliciente para mi vida. 

Mire, Dios es tan grande. Quizá no tuve nietos de Santiago y Andrés, pero María Fernanda tiene un hermoso niño, Pedro Amaru, que nos tiene locos. Son alegrías en medio del dolor, pero muy grandes, que nos ayudan a seguir luchando. 

Pedro Restrepo sonríe y mira directo a su estudio, donde descansa la fotografía de Pedro Amaru, un pequeño juguetón de dos años y tres meses parecido al Nené, que hace cuernos rockeros con su manito, haciéndole honor a su camiseta de Led Zeppelin.

Pedro Amaru, entonces, es su esperanza.

Ese niño lo llena todo. 

Es una bendición y además su capacidad, su inteligencia, su dinamismo, su amor…

Sabe, uno se va mermando mucho físicamente, pero aquí está mi familia, la que me mueve a continuar por la vida, la verdad y la justicia.

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Karol E. Noroña
Quito, 1994. Periodista y cronista ecuatoriana. Cuenta historias sobre los derechos de las mujeres, los efectos de las redes de delincuencia organizada en el país, el sistema carcelario y la lucha de las familias que buscan sus desaparecidos en el país. Ha escrito en medios tradicionales e independientes, nacionales e internacionales. Segundo lugar del premio Periodistas por tus derechos 2021, de la Unión Europea en Ecuador. Recibió una Mención de Honor de los Premios Eugenio Espejo por su crónica Los hijos invisibles de la coca. Coautora de los libros 'Periferias: Crónicas del Ecuador invisible' y 'Muros: voces anticarcelarias del Ecuador'.

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