María Corina Machado, líder de la resistencia democrática en Venezuela, ha ganado el Nobel de la Paz 2025. Es un llamado al mundo a volver a mirar con ojo crítico la crisis que vive Venezuela bajo la dictadura de Nicolás Maduro. Pero también es una invitación a reflexionar sobre el estado de la democracia no solo en ese país, sino en América Latina. En Ecuador, puntualmente, debería servir para reflexionar sobre el rumbo que escoge nuestro país cuando la sombra del autoritarismo empieza a opacar la tenue luz de nuestra libertad.
En el mundo actual, las distintas tendencias políticas compiten en el teatro de guerra digital por la atención del público a su visión distorsionada del mundo, alimentando la polarización. Para sostenerla, buscan poner en duda la autoridad simbólica de las instituciones que no pueden controlar.
El Premio Nobel de la Paz es una de las pocas instituciones que todavía goza de autoridad moral en un mundo fragmentado y polarizado. Quizá porque Donald Trump, el presidente estadounidense y líder de uno de los movimientos globales en favor del autoritarismo, buscaba hasta hacía poco la legitimidad que ofrece el Premio Nobel, el Comité Noruego no había sido blanco en la guerra cultural, tal como ha pasado con la prensa, las Naciones Unidas, el sistema internacional de derechos humanos, y otras instituciones que han visto atacada su reputación.
El Nobel a María Corina Machado es también un intento de recordar la importancia de un mundo con principios básicos, incluyendo la idea de que a todo nos beneficia un orden político basado en reglas que sirven al interés del bien común.
María Corina Machado empezó su activismo político en los años 2000 cuando fundó una organización cívica para, entre otras cosas, monitorear elecciones. Ella reconoció con claridad que el exmilitar y golpista fallido, Hugo Chávez, no llegaba a la presidencia de Venezuela con un compromiso genuino con las instituciones democráticas.
En sus primeros años de gobierno, cuando Hugo Chávez se presentaba como un aliado de las clases populares que logró tomar el gobierno de las manos de la oligarquía, el mensaje de deterioro institucional de María Corina Machado no resonaba.
En 2004, María Corina Machado participó activamente en el referéndum contra Hugo Chávez, enfrentando incluso acusaciones de traición luego archivadas por presión internacional. En 2005 lo confrontó directamente en el palacio de Miraflores, sede del gobierno, y en 2010 fue elegida asambleísta, consolidándose como una de las principales voces opositoras.
En 2024 ganó la primaria presidencial, pero fue inhabilitada por las cortes chavistas. A pesar de ello, lideró simbólicamente la campaña, movilizó multitudes, devolvió la esperanza a los venezolanos y denunció internacionalmente el fraude electoral que perpetuó al heredero de Chávez, Nicolás Maduro, en el poder.
A pesar de la persecución por parte del dictador Maduro, María Corina no se ha ausentado de Venezuela, incluso cuando sus aliados han tenido que buscar asilo político en otros países. Ella sigue manteniendo en estado crítico las esperanzas de los venezolanos, una mecha en tiempos de incendios forestales.
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En 2025, el autoritarismo vive un buen momento en América Latina. Cada país vive su lucha contra la delincuencia y el crimen organizado financiado por el gran negocio del narcotráfico global.
Si antes los narcotraficantes buscaban realizar su negocio en las sombras, hoy buscan tomar los gobiernos para lavar su dinero y asegurar su impunidad. Las pandillas que antes eran netamente locales ahora tienen huella transnacional.
Desde el ámbito urbano hasta los perímetros de la Amazonía, donde manejan operaciones clandestinas de minería ilegal, el narcotráfico representa el peor tipo de oligarquía que hemos enfrentado. Por ello, muchos buscan la mano dura a través del tipo de gobierno no limitado por derechos humanos o por los excesos de la presunción de inocencia. Estamos en crisis, dicen muchos. Ya no tenemos tiempo para aquellos lujos de la democracia.
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La figura del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, mantiene vivo ese sueño. Desde lejos, parecería ser la mano dura que haya tenido éxito en combatir el crimen organizado. A través de sus policías empoderados y cárceles modernas, Bukele ha hecho que El Salvador pase de ser uno de los países más peligrosos a uno de los menos peligrosos de la región.
Claro, puede que una que otra persona inocente esté en la cárcel sin opción de apelar su caso, pero para muchos la paz comunal lo justifica. ¿Cómo podemos argumentar en favor de la democracia cuando los resultados del autoritarismo son tan claros?
El problema con el autoritarismo es que cuando estamos desesperados, parece una solución, pero en el momento del temor nos olvidamos de dos cosas: primero, hay mucho autoritarismo que llega prometiendo resolver un problema que nunca resuelve.
Venezuela es el caso emblemático. La revolución socialista liderada por Hugo Chávez prometió eliminar la desigualdad para redirigir los recursos petroleros a servicios para el pueblo. Más de 25 años después, la desigualdad en Venezuela nunca ha sido peor: los pobres son más pobres, los servicios públicos son casi inexistentes, la crisis económica ha obligado a la migración masiva de millones de personas, y la corrupción imparable ha enriquecido a las personas cercanas al poder Ejecutivo, creando una nueva oligarquía que roba sin temor a la justicia.
La segunda cosa de la que nos olvidamos es que mientras a todos nos tienta la idea de un gobierno autoritario basado en nuestra visión, a nadie le gusta vivir bajo el gobierno autoritario dirigido por personas con visiones distintas.
Cuando el gobierno autoritario empieza a desbaratar las instituciones que no le convienen y a atacar a quienes le son incómodos, toma poco tiempo convertir la promesa de orden en una pesadilla de arbitrariedad. Hoy el gobierno autoritario puede perseguir a un delincuente y mañana puede ser un opositor cuyo crimen es expresar su opinión. El autoritarismo no diferencia entre los dos.
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Como ella misma reconoció en la llamada que recibió para avisarle que había ganado el premio Nobel, la tarea de María Corina Machado no ha terminado.
Venezuela aún vive una dictadura incapaz de reformarse y ofrecer soluciones a las múltiples crisis (social, económica, de seguridad) que afrontan los venezolanos día a día. Mientras tanto, María Corina sigue en su lucha. El premio Nobel representa un reconocimiento a una mujer valiente que dedica su vida a una causa mayor merecida.
A la vez, es un recordatorio de que la defensa de la libertad nunca se terceriza. La democracia no se construye solo en elecciones, sino con la defensa del institucionalismo, los mecanismos ineficientes pero oficiales para tomar decisiones y las garantías que nos protegen de los abusos del Estado.
María Corina Machado defiende lo que nos olvidamos de defender. Hoy con el Nobel de la Paz 2025, el mundo lo recuerda.
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