
Barbería de culto, refugio punk
Estos no son barberos de los que tu abuelo hablaba.
Ningún hombre es tan vulnerable como cuando está sentado en la silla de su barbería. Expone, voluntariamente, el cuello ante una navaja afilada, a merced de, casi siempre, otro hombre que podría desangrarlo en un solo movimiento de la mano, como si fuese Sweeney Todd. Y paradoja, no hay acto masculino más cercano, íntimo, delicado y fraterno que el que ejerce aquel tipo de mandil, tijeras, cuchillas y ungüentos sobre sus clientes. Sucede a diario en Paz y Miño, una barbería de culto que es como un altar de la barbería clásica, donde se ejerce el oficio con monástica precisión y ambiente punk.

Ocupa una esquina en la calle Lérida y Pontevedra. Su tapia está tomada por un graffiti gigantesco y funciona en una casa de principios del siglo XX de dos pisos y guaraguas neoclásicas cuyos pisos de madera crujen. Es tan vieja que, en su primer piso, tiene un compartimento que servía, dice la versión oficial, como cuarto de almacenamiento —el rumor, en cambio, jura que era una celda de castigo de sirvientes.

Su dueño es Óscar Paz y Miño y los demás barberos que atienden aquí, no responden a la imagen colectiva del barbero anciano y formal. Están todos tatuados —Óscar, literalmente, hasta el cráneo, en estilo neotradicional—, y tienen un aire de rebeldes de causa recién encontrada, todos con cara de punks convertidos en estetas de la precisión milimétrica que exige un bigote, una barba y un corte de pelo.
Aquí se rinde homenaje a la barbería americana, surgida en el siglo XIX, cuando ofrecía no solo cortes de pelo y afeitados, sino servicios médicos básicos, como sangrías y extracciones dentales. Entre 1920 y 1930 vivió su auge, con rituales semanales que incluían toallas calientes y productos perfumados. La silla hidráulica, creada en 1890, revolucionó el oficio. Esas prácticas —sin la medicina rudimentaria, claro— conviven en Paz y Miño con la salsa y el punk y el ska y el rock pesado y unas máquinas de arcade de los 80s, y un locker room talk benigno pero que no pasaría el filtro de los censuradores adictos de la corrección política. en esta esquina floresteña.

Todo está en su sitio: las sillas y las máquinas y las peinillas y las navajas, en un sitio tan cuidado como el oficio que ejercen sus barberos. Además, en el aire flota, entre las sillas, los cuernos de animales disecados, las reliquias de barbería, una verdad: no es lo mismo ir a la barbería que ir al peluquero.
Paz y Miño es, además, un museo de barberos y una escuela de barberos, donde se forman otros hombres y mujeres que han encontrado en las quijadas, cejas, bigotes y mechones ajenos, una forma de servicio dedicado.

En esta barbería, el oficio se conoce a profundidad y se perfecciona con el ejercicio diario: ser barbero es un saber hacer que exige dos veces confianza: la propia y la de quien se entrega en esa silla a que otro hombre le acerque objetos cortopunzantes al rostro y, lejos de preocuparse, cierra los ojos y simplemente lo disfruta.
