“A mis ojos, Javier era una perla en la ciudadela, estaba siempre ahí, siempre”. Son esas las palabras con las que Sergio Angeletti, miembro del Comité barrial de Los Ceibos, recordará siempre a Javier Rosero, al “inge” o “cangrejo” —como solían llamarlo—, presidente de dicho comité, asesinado a tiros la mañana de este 13 de enero de 2023. Viajaba junto a su esposa en la camioneta negra que todos sus vecinos conocían en un paso a desnivel en la avenida del Bombero, cuando fue alcanzado por, al menos, ocho balas disparadas por sicarios en la avenida Primera, en la ciudadela guayaquileña Los Ceibos, donde más de 900 familias se rehúsan a vivir bajo un régimen de violencia. 

➜ Otros Contenidos
El periodismo independiente necesita el apoyo de sus lectores. Hazte miembro de GK

El atentado —que ocurrió a las diez y media de la mañana— dejó en pausa al tráfico en Los Ceibos, el mismo sector donde fue secuestrado Antonio Ycaza, gerente de la Corporación Nacional de Electricidad, el 22 de diciembre de 2022. 

Un día después del sicariato de Javier Rosero, la mañana del 14 de enero, la policía ecuatoriana anunció la detención de siete personas, presuntos responsables de su muerte, luego de desarrollar siete allanamientos en la Plazoleta de Ceibos, una de las entradas a la ciudadela donde fue asesinado. Ellos son:

 

  • Víctor S., quien sería uno de los sicarios. Él tenía, además, una boleta de captura en su contra por el asesinato de un hombre llamado Érick Espinoza en marzo de 2020, en el distrito 9 de octubre. 
  • Robert J., quien sería el segundo sicario. También tenía antecedentes penales por asesinato. 
  • Edison Q., quien habría alquilado el vehículo en el se transportaron los sicarios.
  • Luis P., quien habría sido el intermediario para el alquiler del carro. 
  • Andy L., quien habría sido el conductor del vehículo. 
  • Jorge Enrique A., quien habría sido el custodio del carro. 
  • Robert A., quien habría sido el coordinador logístico del sicariato. 

Los sospechosos fueron detenidos en medio de allanamientos focalizados en Portete, Esteros, Durán y el cantón Bucay, entre la noche del 13 de enero y la madrugada del 14 de enero. Durante la detención, se decomisó una motocicleta reportada como robada—que habría sido usada para el sicariato— que fue abandonada en Mapasingue Este, un vehículo modelo Aveo plateado, en el que habrían escapado los hombres luego del asesinato. 

También hallaron dos armas de fuego y una de fogueo. 

El 14 de enero, los detenidos fueron trasladados a la Unidad Judicial Cuartel Modelo, en Guayaquil, para luego asistir a la audiencia de formulación de cargos. Una vez instalada la diligencia, se supo que uno de los sicarios tenía la boleta de detención aún pendiente. Pasada la medianoche de ese mismo día, un juez dictó prisión preventiva contra los procesados por asesinato. Cumplen con la orden en la Penitenciaría del Litoral. 

Detrás de quienes ejecutaron el asesinato del dirigente Rosero, hay un autor intelectual. El ministro del Interior, Juan Zapata, dijo, el 16 de enero ante medios de comunicación, que conocían la identidad de quien habría mandado a matar a Javier Rosero. Aseguró que los sicarios mantuvieron comunicaciones con un intermediario que “estaba acompañado de un hombre que es del círculo cercano de Javier Rosero”. Dijo, incluso, que los gatilleros reconocieron su rostro [el del supuesto autor inmaterial] en varias fotografías.

Las investigaciones aún continúan —la instrucción fiscal culminará en 30 días, es decir, a mediados de febrero—, pero Zapata sorteó una hipótesis: habría una deuda de por medio. Pero aún no hay indicios o evidencias que lo prueben. 

De acuerdo con investigaciones preliminares de la Policía, el crimen de Javier Rosero habría tenido un valor ínfimo: mil dólares. Los dos sicarios cobraron, al menos, 350 dólares cada uno, mientras que el intermediario habría cobrado 300 dólares. 

El asesinato fue uno de los pocos crímenes condenados por el presidente Guillermo Lasso que, tras la detención, dijo: “Este es un recordatorio para las mafias: si actúan responderemos”.  Sin embargo, esas palabras a la comunidad no le alcanzan: solo en 2022, 16 personas fueron asesinadas en una ciudadela donde hasta 2021, no se documentaron muertes violentas.

El último adiós a la memoria de un dirigente barrial

El Comité barrial que lideraba lo despidió el viernes 13 de enero, desde las siete de la noche. Con velas, flores y cánticos le darán el último adiós al líder que impulsó como eje central de su gestión a la seguridad en la zona. 

La esposa de Rosero —cabello rubio recogido, intentando limpiarse la sangre del rostro— gritaba, lo tomaba del rostro, como intentando buscar aún un halo de vida. En la misma camioneta en la que fue alcanzado por las balas, lo llevó hacia el hospital del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social de Los Ceibos. Pero él no logró sobrevivir a las heridas. 

En Los Ceibos —una ciudadela asentada en el norte de la ciudad portuaria hace más de sesenta años—, sus habitantes se niegan al silencio y a la violencia en Guayaquil, la ciudad que lidera la segunda tasa de homicidios más alta del país: 46,6 por cada 100 mil habitantes, solo después de Esmeraldas. Javier Rosero, un hombre imponente, moldeado por la gimnasia constante y tez bronceada, era uno de ellos.  

En 2020, El inge —como lo llamaban— asumió la presidencia del Comité de Los Ceibos. “No lo digo porque ya no esté, pero Javier era una persona que trabajaba por y para la comunidad. Le importaba: hacía reuniones por la noche, por el día”, cuenta Sergio Angelleti, un vecino que lo conoció en ese año y con quien compartió días de conversaciones y planificación. 

¿Quién era Javier Rosero?

Javier Néstor Rosero Quirós fue un tecnólogo pesquero y empresario guayaquileño, padre de dos hijos y tenía 52 años.  Estudió su bachillerato en el Liceo Naval —lo culminó en 1984— y se decidió por la pesca y acuacultura como carrera universitaria. En 1988, se graduó como tecnólogo pesquero en la Escuela Superior Politécnica del Litoral. 

Cuatro años después, en 1992,  logró un máster en Administración de Negocios —enfocado en negocios orgánicos y uso de tecnologías verdes. Durante los años siguientes se dedicó a investigar hasta que decidió emprender, en 2002, junto a un socio, la fundación de la empresa Mundo Verde, que fue nominada, en 2012, entre las 25 mejores empresas ambientales de América Latina. Nació a partir de la investigación que Rosero había hecho en torno al sector pesquero hasta 1999 en el Instituto Nacional de Pesca donde laboró como especialista en Extensión Marino Costera. 

Con su experiencia, Rosero —hermano de Oswaldo Rosero, actual gerente general de la Empresa Pública Flota Petrolera Ecuatoriana— también se había dado cuenta de que el consumo de alimentos “verdes” hacia Europa era un buen mercado al que podía explorar.

A partir del 2013, aquella empresa cambió de nombre y mutó a GreenTech Solutions que se enfoca en el desarrollo de tecnologías sostenibles para diferentes sectores productivos y en diferentes líneas de productos para agricultura, hogares, mantenimiento de jardines y salud pública, control de plagas, entre otros servicios. 

También —de acuerdo con un documento del Ministerio del Ambiente— fue asesor técnico de la Subsecretaría de Gestión Marino Costera. También fue representante de Ecuador ante la Comisión Internacional de Animales en Peligro de Extinción (CITES) en Qatar. 

Y ya en el cargo como presidente del Comité, comenzó su camino como líder en su comunidad, apuntando a un conflicto que hoy es el reclamo diario de los ecuatorianos: la seguridad. Lo siguió haciendo hasta enero de 2023, aunque ya de forma temporal, pues el Comité estaba esperando que el Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda aprobara la nueva directiva 2023-2024.

Dice Sergio Angeletti que en el 2020, el Comité —liderado por Rosero— presentó un proyecto que apuntaba a la seguridad y hoy responsabiliza al Municipio de Guayaquil por su falta de cumplimiento. “Lo que se proponía era un control de acceso a la ciudadela y la construcción de un parque para regular el tránsito de dos peatonales”, explica. 

Angeletti se refiere a las peatonales que conectan a Los Ceibos con dos sectores: Mapasingue y Santa Cecilia. “Desde hace más de cincuenta años se ha querido cerrar la ciudadela, pero lo que decía Javier era que había que llamar a arquitectos y urbanistas para hacer las cosas bien. Y así fue. Lo que se quería es construir esa área verde para reducir la capacidad de tránsito, para que de alguna forma podamos protegerla”, relata Sergio Angeletti. 

La idea, dice Angeletti, era que se “cerraran” las puertas desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana. Cuenta él que sí se “consiguió la autorización municipal para hacerlo, pero nunca se construyó”. 

La voz de Rosero —y la de sus compañeros— también se opuso a la construcción de un edificio de nueve pisos en el barrio. Incluso se hicieron protestas ciudadanas para impedir la edificación. “Hubo denuncias y una lucha contra eso. No precisamente con el constructor, sino que nuestra queja principal era con el Municipio que se equivocó dando los permisos”, relata. 

Angeletti dice que eran varios los nudos críticos de aquella construcción, pero lo ejemplifica: “esta es una ciudadela urbana programada para una densidad de 6 mil personas de población y de un plumazo deciden que suba a 24 mil: ya no eran 200 habitantes por hectárea, sino 600. No fue bien pensado”, acota. 

Su vecino, Wilson Gallegos, dice que Rosero mantuvo diálogos con los empresarios de la constructora para llegar a un acuerdo. “Pero recibió amenazas de juicios y lo llamaron a una confesión judicial por las marchas de protesta que se hicieron”, recuerda. 

El Comité, ahora, ya no cuenta con la mirada de Javier Rosero. Y en los habitantes de Los Ceibos hay incertidumbre: ni siquiera los ciclistas se sienten seguros, pues, cuando transitan por la zona, han sido empujados para ser asaltados. 

Solo dos días antes del asesinato de Javier Rosero, Sergio Angeletti atestiguó un asalto a mano armada a una vivienda continua a la suya. “Nos sentimos impotentes. Y ahora, sinceramente, sentimos que ya no podemos ni salir de nuestras casas”, acepta, con la voz baja, algo resignada. 

El impacto en la comunidad

Hay vecinos que dicen que Rosero habría sido amenazado por bandas delincuenciales que buscan centralizar sus operaciones en el sector. Javier Rosero no temía denunciar a personas que delinquían en la zona con la Policía. Pero Angeletti dice no saber sobre si su compañero recibió amenazas. “No es algo que yo pueda comprobar. Solo puedo decir que Javier sí se cuidaba bastante”, cuenta. 

Aún las investigaciones están en curso, y sería apresurado —sin evidencia alguna— acelerar criterios sobre lo ocurrido con Javier Rosero. 

Lo cierto es que en Los Ceibos, al igual que en toda la ciudad portuaria y en el país, en general, hay un miedo profundo por la falta de medidas efectivas que cesen la violencia. 

Rómulo León, quien vive en Los Ceibos desde hace 31 años, no niega que desde hace ya varios años en su barrio son comunes los robos. Pero dice que desde 2019, la violencia se ha disparado. “Son los robos más violentos y ahora, mire, no podemos ni salir a la tienda del barrio, ni a la farmacia. Lo que pasó con el señor Rosero es el clímax de todo lo que estamos viviendo”, cuenta. 

En el sector, hay una sola Unidad de Policía Comunitaria. “Y los policías, sinceramente, dan pena. A nosotros nos han dicho que nos dejemos robar, porque ellos no pueden hacer nada”, cuestiona. 

El chat de WhatsApp de los vecinos de Los Ceibos se ha llenado de dolor y memoria. “Respetaba y escuchaba las ideas de los demás. Sirvió al Comité y estaba esperando a que el nuevo directorio ingresara”, escribió Wilson Gallegos. Y animó a sus vecinos a “no quedarse callados” por el crimen que arrebató la vida de Javier Rosero. 

Sergio Angeletti dice que extrañará ver a Javier Rosero esperando a sus compañeros de Comité sentado en la camioneta donde fue asesinado. “Ese recuerdo jamás se irá, porque él era así. Siempre estuvo. Y no tenía miedo. No sabemos cómo vamos a salir de esto”, admite, con la voz entrecortada. 

KarolNorona 1 150x150
Karol E. Noroña
Quito, 1994. Periodista y cronista ecuatoriana. Cuenta historias sobre los derechos de las mujeres, los efectos de las redes de delincuencia organizada en el país, el sistema carcelario y la lucha de las familias que buscan sus desaparecidos en el país. Ha escrito en medios tradicionales e independientes, nacionales e internacionales. Segundo lugar del premio Periodistas por tus derechos 2021, de la Unión Europea en Ecuador. Recibió una Mención de Honor de los Premios Eugenio Espejo por su crónica Los hijos invisibles de la coca. Coautora de los libros 'Periferias: Crónicas del Ecuador invisible' y 'Muros: voces anticarcelarias del Ecuador'.
Y tú ¿qué opinas sobre este contenido?
Los comentarios están habilitados para los miembros de GK.
Únete a la GK Membresía y recibe beneficios como comentar en los contenidos y navegar sin anuncios.
Si ya eres miembro inicia sesión haciendo click aquí.
VER MÁS CONTENIDO SIMILAR