¡Hola, terrícola! Es curioso cómo las semanas van moldeando estas hamacas. Tenía pensada y avanzada una historia sobre agricultura orgánica, pero el jueves se me cruzó esta noticia: se identificó el primer caso en una década* de la terrible poliomielitis —o simplemente polio— en los Estados Unidos (el asterisco es porque tengo dudas de la fecha).

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Me interesó el caso por el peligro de salud pública que representa. Pero aún más, porque es una señal de lo que puede pasar cuando la demagogia, el populismo, la pseudociencia y otros enemigos  del progreso se juntan y nos ponen en riesgo. 

Para los lectores más jóvenes de la hamaca, la polio es apenas un punto más en la lista de Vacunas que me pusieron cuando era niño. La generación que le siguió a la  mía, no ha visto —me atrevo a generalizar— ni un enfermo de la terrible enfermedad: según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), el último caso de poliomielitis en las Américas se había identificado en 1991 en la hoy conflictiva ciudad de Durán, Ecuador.

En Estados Unidos, el caso anterior al que se ha descubierto el 21 de julio pasado, era de 2013, según el Departamento de Salud del estado de Nueva York. El asterisco de más arriba es porque la información del Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) dice que fue en 1993 (ya estoy tratando de ver quién está equivocado). 

De cualquier forma, ese fue un caso importado: alguien llegó al país ya contagiado. El último paciente que se contagió en suelo estadounidense fue en 1979 ¡Es casi medio siglo! 

El hecho de que la polio se vea como una enfermedad distante, un mal de un tiempo menos feliz, ha hecho que mucha gente pierda la noción de lo terrible que es

El virus que la causa ataca al sistema nervioso y puede “causar parálisis en cuestión de horas”, dice la Organización Mundial de la Salud (OMS). La agencia internacional explica que el virus se transmite de persona a persona por la ingesta de materia fecal, en muchos casos mediante alimentos o agua contaminada. Hay registros, aunque menores, de contagios por saliva o secreciones respiratorias. 

Sus síntomas iniciales son fiebre, cansancio, dolor de cabeza, vómitos, rigidez del cuello y dolores en las extremidades. “Una de cada 200 infecciones produce una parálisis irreversible (generalmente de las piernas), y un 5% a 10% de estos casos fallecen por parálisis de los músculos respiratorios”, dice la OMS.  En algunos casos, la pérdida de movilidad era permanente, y la deformación de las extremidades, severa. En algunos, los más extremos, se recurrió incluso a la amputación.

La poliomielitis afecta, sobre todo, a los menores de cinco años. “La poliomielitis no tiene cura, pero es prevenible. Cuando se administra varias veces, la vacuna antipoliomielítica puede conferir una protección de por vida”, dice la Organización. En el caso descubierto en Nueva York hace unos días, el paciente no estaba vacunado.

Al parecer, fue contagiado por alguien que recibió una vacuna oral de la poliomielitis. Aunque es segura y muy efectiva, por su composición de virus atenuados, puede transmitir el virus a personas no vacunadas. En Estados Unidos, como en muchas otras partes, se prefiere, por este motivo, la vacuna de inyección

La persona contagiada, cuya identidad sigue en reserva por privacidad, es parte de una comunidad judía ortodoxa, según el New York Times. En esa comunidad cada vez menos gente se vacuna. En 2018 y 2019, reportó el Times, hubo ya en la comunidad un brote de sarampión. 

La efectividad de la vacuna es entre 99% y 100%. Su descubrimiento cambió el mundo. Lo hizo el doctor Jonas Salk, uno de esos héroes científicos que nos cambió la vida. Nunca se lo hemos agradecido lo suficiente. Hoy, en la época en que juveniles ignorantes entusiastas creen que el mundo siempre tuvo el estándar de vida, salud y prosperidad que ellos dan por sentado, su nombre y contribución corre el riesgo de perder su importancia y dimensión. 

Pero en 1966, fue una fiesta. La recordamos en esta misma hamaca el año pasado. Los diarios lo anunciaron en primera plana.  “Se guardaron momentos de silencio, sonaron las campanas, las bocinas y las sirenas de las fábricas, se dispararon salvas. La gente se tomó libre el resto de la jornada, se cerraron las escuelas, se convocaron fervorosas asambleas en ellas, brindaban, abrazaban a los niños, acudían a las iglesias, sonreían a los desconocidos y perdonaban a sus enemigos”, contó Steven Pinker en En defensa de la ilustración, citando Breakthrough, la saga de Jonas Salk, un libro de Richard Carter de 1966.

Salk se convirtió en el científico más amado de los Estados Unidos (y el mundo). Declinó amablemente el desfile celebratorio que Nueva York le ofreció. La ciudad canadiense de Winnipeg, que tuvo una gran epidemia de polio en 1953, le envió un telegrama de gratitud de 64 metros de largo. En él, iban escritos los nombres de todos los sobrevivientes. 

Por si fuera poco, Salk se negó a patentar la vacuna: “¿Podría patentar el sol?”, le dijo a un reportero que le decía de quién era la patente de su invento.

Esta es la fantástica y nada gratuita ni automática senda del progreso que necesitamos defender y seguir. La que nos asegura la salud, la prosperidad y la libertad. Lo contrario, son peligrosos cantos de sirena. 

Veamos el estado del mundo. Pensemos hacia dónde queremos ir. Ese mismo jueves 21 de julio de 2022, la Asamblea del Ecuador pasó una muy cuestionable reforma a la ley de comunicación, destinada a cercenar y silenciar el disenso y debate público.  Rusia sigue su ilegítima invasión a Ucrania. Los jefes del CDC y la OMS no solo no han sido celebrados como Salk alguna vez lo fue, sino que han sido demonizados por hordas de fanáticos ignorantes (que están sanos gracias a, precisamente, gente como Salk, Antony Faucci y Tedros Adhanom Ghebreyesus). 

Que una enfermedad como la polio reaparezca no solo es una alerta de salud pública. Es un llamado de atención sobre el futuro. Sobre a qué caballo le estamos apostando. La democracia, el intercambio internacional (tanto comercial, como cultural y social), la ciencia y los derechos humanos están bajo amenaza.  

Cuando nos dejamos marear por los promotores de su socavamiento, pronto empezamos a ver las consecuencias. Este caso de polio en Nueva York, que ya está controlado y no es contagioso, es una clarma alarma. Porque para que la vacuna funcione como una protección social (la ahora famosa “inmunidad de rebaño”) precisa que al menos el 80% de la población esté vacunada. El condado donde se dio el contagio de 2022, supera apenas el 60%

Cuando las ideas perniciosas del dogma, la superstición, la pseudociencia, el nacionalismo y la demagogia se juntan ponen en riesgo nuestras vidas.

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José María León Cabrera
(Ecuador, 1982) Editor fundador de GK. Su trabajo aparece en el New York Times, Etiqueta Negra, Etiqueta Verde, SoHo Colombia y Ecuador, entre otros. Es productor ejecutivo y director de contenidos de La Foca.

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