En los 18 días que duró el paro nacional, Fundamedios —organización que defiende la libertad de expresión en Ecuador— registró, por lo menos, 152 agresiones a periodistas, fotógrafos y camarógrafos que cubrían los hechos. Hubo agresiones físicas, retenciones, robos y daños a equipos, empujones, amenazas y hostigamiento. Hubo, además, un clima de constante amenaza para quienes cubríamos lo que estaba pasando.
Los periodistas de televisión tuvieron que retirar el cubo con el logotipo de sus medios a sus micrófonos. Tampoco pudieron usar chalecos distintivos o llevar sus carnés a la vista porque todos esos elementos que, normalmente sirven para proteger a los periodistas, se convirtieron en una amenaza a su integridad.
Poder o no cubrir la manifestación parecía depender del ánimo de los manifestantes y de la simpatía o animadversión que tuvieran hacia un medio determinado. Un criterio tan subjetivo, arbitrario y, además, contrario, a todos los estándares internacionales que protegen el ejercicio del periodismo. Todo, incompatible con una genuina democracia.
Estas son 6 lecciones que nos dejó el paro sobre el rol de la prensa en una república.
Un medio no es una caja de resonancia
Esto debería ser evidente, pero no lo es para cierta parte de la audiencia. En momentos de marcada polarización, muchos ciudadanos suelen esperar que los medios de comunicación digan exactamente lo que ellos quieren escuchar.
Eso significa que si un grupo considera que los manifestantes tienen razón absoluta en lo que piden y cómo lo piden, entonces los medios se tienen que alinear a esa visión. Sin ningún cuestionamiento o sin ningún contexto de, por ejemplo, sus pedidos. Si el medio no lo hace, entonces, “desinforma y miente”.
Esa visión simplista del mundo y sus problemas, no permite mirar que en la exigencia de que un medio de comunicación tenga la misma visión que un actor de la vida pública o política del país es un disparo al pie. Si un medio no puede cuestionar a un actor político, ¿quién lo hará?
Pretender que todos los medios tengan la misma visión de quien los mira es pretender uniformizar a un país diverso.
No se puede, ni se debe, haber intentos de hacerlo. De lo contrario, estaríamos de acuerdo con que un periodista o medio sea silenciado porque no nos gusta. Eso es peligroso porque mañana el que será silenciado, bajo la misma premisa, será aquel que sí nos gusta.
Periodismo no es militancia
El periodismo debe tener una mirada crítica de todos los actores. No se puede pretender que el periodista milite en las causas que está cubriendo porque eso le hace parte involucrada. Por lo tanto, puede sesgar su visión sobre la realidad.
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Es cierto que todos tenemos un bagaje que incluye una visión política, ideológica o religiosa. Todos venimos de un contexto específico que nos hará proclives a compartir más una visión que la otra. Eso no quiere decir que debamos cegarnos.
Pretender que la única forma de que los manifestantes no te agredan es que “duermas y comas” con ellos, es profundamente reduccionista y, sin decirlo con palabras, avala que aquellos periodistas que no lo hacen, sean agredidos.
Jactarse, como lo hizo una periodista de un medio comunitario, de que “a mí sí me permiten cubrir el paro”, haciendo mofa de aquellos periodistas a los que no —porque los amenazan, los golpean o los hostigan—, solamente profundiza la polarización.
Crea la idea, además, de que hay periodistas amigos, afines, cercanos, que merecen cubrir las protestas en paz, y hay otros, enemigos y malvados, que merecen ser agredidos. En una democracia, esa visión es inaceptable.
Un periodista puede —y, en mi opinión, debe— ser crítico y tomar la mayor distancia posible de la militancia política o partidista en su cobertura. Especialmente de los que le agradan o con los cuales comparte su postura.
Eso significa que no podamos tener afinidad con una organización o un gobierno. Las pasiones sobran en este oficio porque nos ponen una venda en los ojos.
La autocrítica no se exige a golpes
“Ustedes se creen intocables”, le gritó un manifestante a un equipo de televisión que estaba siendo hostigado durante el paro. “Piensen por qué les odian”, les insistió mientras lanzaba una piedra hacia el sitio en el que estaba el periodista, su camarógrafo y un asistente. ¿Cómo una persona pretende que la otra reflexione a punta de piedrazos? No se puede.
Hay que ser autocríticos siempre y el periodismo —como muchas otras profesiones en el país— necesita serlo.
Lo ocurrido en el paro, el rechazo a los medios de comunicación y las amenazas constantes pueden tener varias explicaciones. Un discurso de odio contra la prensa que caló muy profundo, una sensación de que los medios están desconectados de la realidad de la gente, una idea de que los periodistas son parte de una élite que blinda al gobierno, el convencimiento de que “mienten” porque no dicen lo que el ciudadano quiere escuchar.
¿Qué podemos entonces hacer los periodistas? Ser autocríticos y evaluar nuestro trabajo. Cuestionarnos con la misma dureza con la que cuestionamos a otros.
Conversar entre nosotros, hablar de ética periodística, entender los contextos, no adelantar criterios, evitar hacer coberturas desde las vísceras y con juicios de valor precipitados.
Para hacerlo, no necesitamos, como incentivo, un golpe, una amenaza o un insulto. Nadie puede ser autocrítico cuando se siente agredido. Hay mecanismos para exigir a los medios una cobertura de calidad —financiar los medios independientes cuyo trabajo quieran respaldar o dejar de consumir los medios que no les gusten— y en ninguna de las opciones están las agresiones a los periodistas que trabajan en el medio.
Irónicamente muchos de los que exigen que los medios sean autocríticos, no están dispuestos a serlo ni en sus organizaciones ni en su militancia ni en sus acciones.
Los medios pueden cubrir lo que haces, aunque no te gusten esos medios
Una noche durante el paro, una mujer le preguntó a una periodista que cubría las manifestaciones en El Arbolito: “¿Qué prensa son, corrupta o de la buena?”.
Las intenciones de la mujer que, enseguida exigió el carné de prensa para verificar el medio, eran decidir si las periodistas que estaban ahí merecían estarlo.
El ejercicio de la libertad es individual y por lo tanto, cada ciudadano debería poder decidir qué medio consume sin necesidad de que otros decidan por él.
Cuando un manifestante amedrenta u hostiga a un periodista está obligándolo a retirarse de una cobertura en la que ese periodista, como cualquier otro, merece estar. Al hacerlo, priva a su audiencia de la posibilidad de informarse.
Aquí no tiene nada que ver la calidad de un medio, ni tampoco el criterio que una persona tenga sobre él. Puede no gustarnos el periodista, puede enojarnos el tipo de cobertura que hace, pero no puedes, por eso, amedrentarlo para que no haga su trabajo o pretender direccionarlo hacia la narrativa que, como manifestante o actor del paro nacional, nos gusta. Lastimosamente eso sí ocurrió durante estos 18 días de paro nacional.
Muchos manifestantes se molestaban si se registraban imágenes de ellos. Un hombre que estaba en los exteriores de la Contraloría durante un plantón, le exigió a una periodista que grababa los hechos que no lo haga. “No sea sapa, grabe a los policías no a nosotros”, dijo, en todo amenazante. En su intento, el hombre pretendía coartar la libertad de la periodista de registrar tanto la actuación de la policía como la de los manifestantes, porque eso es lo que hace el periodismo: intentar buscar todas las dimensiones de una historia.
Por eso, que una persona pretenda definir qué, cómo y desde dónde un medio debe cubrir cualquier evento noticioso es una completa distorsión del rol de la prensa. Es el medio y sus periodistas quienes definen ese trabajo. Y que la línea editorial no le guste a un ciudadano —o a muchos ciudadanos— no es razón suficiente ni para considerar que es “mal periodismo” ni para pretender censurarlo.
“La verdad” no es necesariamente lo que quieres escuchar
“Dirán la verdad”, “Prensa mentirosa”, “No mientan”, son algunas de las consignas que gritaban algunos manifestantes en las protestas. ¿Qué es la verdad? ¿Quién la tiene?
Cuando se cubre un evento tan confuso como el paro nacional, la verdad depende de las posibilidades de quien reporta. No siempre el reportero puede acceder a los hechos desde el sitio en el que ocurren: si una redacción no tiene equipo en Shushufindi, ¿cómo puede reconstruir lo ocurrido con el militar que murió en un enfrentamiento?
Tiene que recopilar las versiones de quienes estuvieron ahí y muchas veces esas versiones son contradictorias. Las organizaciones de derechos humanos contaron, durante el paro, versiones diametralmente opuestas a las que contaron los policías o militares. Esas versiones tampoco son estáticas, pueden cambiar conforme se obtiene nueva información.
Lo que una autoridad dice no es una verdad absoluta. Tampoco lo es lo que dice una organización de derechos humanos. Sobre todo cuando tiene una postura abiertamente favorable a uno de los actores del paro nacional, pues entonces se convierte en parte interesada.
Y está bien. Todas las organizaciones pueden tener las posturas políticas que les convenga pero pretender que los medios asuman las mismas posturas es absurdo. Igual de absurdo es señalar a los medios como “enemigos” si tienen una mínima visión crítica de los actores del paro.
La transparencia es esencial
“¿Quién te paga?”, le gritaba alguien dentro de una turba a un periodista de radio y televisión que pretendía reportar en la zona de la Casa de la Cultura.
Con esas palabras, quienes lo hostigaban buscaban poner en duda su integridad, como si un periodista fuese menos íntegro dependiendo quién paga su sueldo.
El periodismo es un trabajo como cualquier otro y, por lo tanto, los periodistas deben recibir una remuneración por su trabajo.
Eso no quiere decir, necesariamente, que quienes pagan ese sueldo, ordenan lo que el periodista debe o no debe hacer e intentar posicionar esa idea resulta perverso. ¿O de qué debe vivir entonces un periodista?
Entre los muchos mecanismos de financiamiento que puede tener un medio, la pauta por publicidad es tan válida como cualquier otro cuyo origen sea lícito, incluyendo las donaciones, membresias, suscripciones, convenios y demás formas de financiamiento. Es justo con las audiencias informarles cómo se financia el medio.
Los periodistas están desprotegidos
Una periodista de televisión fue hostigada por un grupo de manifestantes mientras transmitía en vivo, en el sector aledaño a la Casa de la Cultura.
A otra, le robaron hasta los aretes tras insultarla, lanzarle objetos y hostigarla para que abandonara la cobertura en la misma zona.
A un camarógrafo y un asistente de un canal de televisión los retuvieron y destruyeron el control del dron que estaban utilizando para cubrir la protesta.
Son solamente tres casos. Todos demuestran que no hay ninguna garantía para el ejercicio periodístico en Ecuador.
Que durante un paro nacional se registren más de 200 agresiones a periodistas y medios de comunicación, demuestra que los supuestos mecanismos existentes, han quedado en el papel.
Uno de esos es el Comité para la Protección de Periodistas, creado tras el secuestro y asesinato de los periodistas de El Comercio. Supuestamente, el Comité —que estaba a cargo del Ministerio de Gobierno— se activó en el paro de octubre de 2019. Hoy no se sabe si aún existe y si es así, qué hace o quién lo lidera.
Ninguno de los actores políticos del paro exigió que se permita el trabajo de la prensa. No hubo condenas públicas que respondan a la magnitud de la violencia contra los periodistas y, más allá de las alertas levantadas por organizaciones Fundamedios o la Fundación Periodistas Sin Cadenas, no existe ningún mecanismo que permita, en la práctica, garantizar la labor periodística.
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Estas lecciones no son una lista taxativa. Admiten ampliaciones y extensiones. También pueden ser debatidas en democracia, lejos de las amenazas de la violencia y la sospecha.
Pero es importante que las consideremos. De lo contrario, la democracia es la única sufre.