Podría decirse que la conciencia sobre el cuidado del planeta es más o menos reciente: aunque hay registros desde 1969 de su conmemoración, recién 50 años después, las Naciones Unidas institucionalizó el 22 de abril como el Día de la Tierra. Es una fecha clave para recordar que tenemos un solo planeta y crear conciencia sobre la contaminación y la depredación de los ecosistemas. Ante las alarmantes cifras del último informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus sigla en inglés) de febrero de 2022, volcamos los ojos a la Amazonía, bioma único que juega un rol clave en la regulación del clima de la Tierra.
Según científicos del IPCC y del Panel Científico Amazónico, la situación planetaria es más grave que nunca. En las últimas décadas, la mayoría de estudios han apuntado a que estamos en riesgo de seguir una trayectoria hacia una “Tierra Invernadero”, un término acuñado por un grupo de científicos que plantea que el clima se estabilizará a largo plazo en un promedio global de 4-5 grados centígrados más que las temperaturas preindustriales. Esto haría que la Tierra sea inhabitable.
Este escenario se daría si ocurren eventos naturales que lleven al planeta al punto de inflexión irreversible. Uno de estos eventos es la sabanización o muerte de la Amazonía, que ya está amenazada por la deforestación, los incendios, la minería, la explotación de gas y petróleo, grandes hidroeléctricas, monocultivos industriales, ganadería e invasiones ilegales. Es un futuro que podemos y debemos evitar. Para ello, hay que recordar la importancia de la selva amazónica para el planeta.
En la Amazonía coexisten el 10% de todas las plantas y especies conocidos en un mosaico de diversos y extraordinarios ecosistemas terrestres y acuáticos, únicos e irremplazables. En ella habitan más de 300 diferentes pueblos indígenas, en contacto y en aislamiento.
Este ecosistema, de más de 7 millones de kilómetros cuadrados, genera importantes cantidades de agua por sus ríos y aguas subterráneas. Pero también por lo que ahora se conoce como ríos voladores de la Amazonía, un fenómeno que empieza en los árboles de la cuenca amazónica y que con la evaporación liberan toneladas de vapor de agua que se enfría y forman las nubes, equilibrando el clima no solo de América del Sur, sino de África y del planeta en general.
El fenómeno de los ríos voladores no se produce en las sabanas sino que necesita de la diversidad de flora y fauna para existir, y las actividades antes señaladas ponen entonces en riesgo no solo a la Amazonía sino al clima del planeta mismo.
Frente a esta realidad, la humanidad debe ser consciente de que debe mitigar los efectos catastróficos pronosticados por los científicos, tanto para la región amazónica como para el planeta en su conjunto. En ese sentido, se debe reducir de manera fuerte, rápida y sostenida los gases de efecto invernadero. No sólo reduciendo el uso y quema de combustibles fósiles y conservando los sumideros de carbono, sino dejando al menos los dos tercios de las reservas de carbón y petróleo en el subsuelo como recomendó, en el 2012, la Agencia Internacional de Energía.
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Además, se debe trabajar en acciones complementarias, eficaces y de bajo costo. Entre ellas, la conservación de ecosistemas y bio-regiones que ya juegan un papel importante en la regulación del clima y que proveen mecanismos que “enfrían” el planeta. Ya está demostrado que, entre otras, una de ellas es la Amazonía.
La Amazonía y los pueblos que la habitan pueden ser determinantes. Es el bosque tropical más grande del mundo. Además, siendo un mosaico de pueblos y nacionalidades indígenas, tiene el potencial de ser muy bien conservados por ellos ya que han demostrado ser los más eficaces a la hora de conservar bosques.
Según cifras del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF por sus siglas en inglés), los bosques amazónicos retienen entre 90 mil a 140 mil millones de toneladas métricas de carbono. Sin embargo, debido a presiones y amenazas latentes y sostenidas como la deforestación y actividades extractivas, parte de la Amazonía brasileña ha pasado de ser un sumidero de carbono a liberarlo a la atmósfera y acelerar el cambio climático.
Por eso, salvaguardar los últimos ecosistemas biodiversos como el bioma amazónico, tendrá un efecto determinante entre el colapso total o la adaptación a una nueva realidad. Los científicos no dejan de puntualizar que el planeta tiene toda la capacidad de recuperarse por su cuenta si no se alteran sus ciclos y sus dinámicas internas.
Sin embargo, en regiones como la Amazonía que tienen esta importancia, es clave también apoyar a los mejores guardianes de estos bosques, que son sus pueblos. Fortalecer y expandir esfuerzos de este tipo desde los gobiernos y la sociedad civil, no es solo necesario sino indispensable y urgente ante la grave situación del Planeta.
En este sentido, y aprovechando la coyuntura del Día de la Tierra, es muy importante visibilizar los grandes esfuerzos que vienen haciendo las organizaciones indígenas amazónicas, con la colaboración de distintas organizaciones de la sociedad civil, con la intención de actuar antes de que sea demasiado tarde.
Por nombrar un par de ejemplos, la propuesta de la Coordinadora de las Organizaciones Indígenas de la Cuenca Amazónica (Coica) que fue aprobada en 2021 para proteger al menos el 80% de la Amazonia hasta 2025, llamada 80×25, es un paso relevante en el que los pueblos amazónicos se ponen al frente de la urgencia climática en instancias internacionales.
Otro importante esfuerzo es el que realizan los pueblos amazónicos de Ecuador y Perú con una alianza desde 2017: las Cuencas Sagradas. Esta iniciativa propone la protección del alto Amazonas —el nacimiento de los afluentes más importantes del río Amazonas como el Napo, el Pastaza, el Tigre y el Marañón, entre otros.
Con proyectos como estos, pero también con consciencia de la importancia de la Amazonía, es factible tener esperanza y creer que la crisis climática será superada. Pero solo si nos lo tomamos en serio.