El canciller Juan Carlos Holguín es el nuevo blanco de la crítica por un pecado imperdonable en Ecuador: hacer su trabajo. Holguín tenía la responsabilidad de evacuar a los ecuatorianos en Ucrania tras la invasión rusa a ese país. Lo ha estado haciendo a tiempo, a pesar de las obvias dificultades que implican ese tipo de operaciones en contextos bélicos. No fue suficiente: según uno de los estudiantes rescatados, la Cancillería no hizo “absolutamente nada” excepto “ayudar a cruzar la frontera, encontrar un refugio y viajar con el avión humanitario sin costo.” Así de irónico, como el poema de Rafael Pombo de la pobre viejecita “sin nadita que comer/sino carnes/frutas, dulces/tortas, huevos, pan y pez”.
Por supuesto, una cosa son las declaraciones de alguien que ha sido víctima de la situación y que podría seguir en shock, otra la campaña para menospreciar los esfuerzos de la Cancillería, como si no estuvieran en juego vidas, y como si echar lodo en una situación en medio de una guerra fuera solución para algo. Como si eso fuese hacer oposición política. Pero no lo es.
La Cancillería no merece pleitesías por hacer su trabajo. Pero tampoco merece lodo lanzado a mansalva. La crítica debería ser capaz de fiscalizar el proceso, atender las denuncias y reclamos y, al mismo tiempo, mitigar el proselitismo que hace fogatas enormes de árboles caídos. Hacer oposición también conlleva responsabilidad. En medio de un conflicto armado con consecuencias mundiales, no puede ser solo trolleo, berrinche y denuncia. Esto no es un juego.
Se trata de una forma de hacer oposición que renuncia a las ideas y tesis contrapuestas y opta por la destrucción de la parte por el todo. Es decir que, en aras de oponerse al gobierno, sus críticos niegan cualquier resultado de su gestión, sin importar ni cómo ni dónde. Palo porque hace, palo porque no hace. Es una oposición que parece no entender ni la función, ni la necesidad de la crítica, porque es incapaz de hacer distinciones o valoraciones objetivas y responsables de errores y aciertos: una oposición que solo hace zancadillas.
Esta era la prueba más seria para el Canciller en funciones hasta ahora. Y, por supuesto, no ha salido sobresaliente. Empezó con tropiezos que no fueron ignorados por, entre otros, Rafael Correa: Holguín dijo en rueda de prensa que para “manejar el riesgo de los ecuatorianos en Ucrania y Rusia”, apoyaría la Secretaría de Gestión Riesgos. Se equivocó, ya que esa no es competencia de dicha secretaría. ¿Criticable? Sí. ¿Imperdonable? No.
Aparte de ese error inicial, los esfuerzos de Cancillería han sido evidentes. No es una situación fácil. ¿Cuántas veces hay que repetirlo? Estamos en una guerra. Estamos en una guerra. Estamos en una guerra.
En una entrevista para GK, el mismo Canciller recordaba a quienes proponían solamente “entrar con un convoy para retirar ciudadanos”, algo que ningún país ha hecho, porque, de hecho, no es una opción responsable: en Ucrania rige una ley marcial, hay bombardeos documentados, incluso contra civiles. ¿Qué hubiera pasado si el dichoso convoy era alcanzado por fuego cruzado y un ecuatoriano moría?
OTROS COLUMNAS DE OPINIÓN
Holguín incluso mencionó las disculpas que dio la Unión Europea porque su sistema de protección de derechos, que atiende a refugiados en caso de conflictos armados, no pudo activarse a tiempo.
Lo dijo después de hacer un mea culpa —cosa tan rara entre funcionarios públicos— sobre las dificultades de Cancillería en comunicar la gravedad de la situación y los retos que esto implicaba para el desplazamiento de ecuatorianos. La invasión, según el Canciller, fue tan repentina que “organismos internacionales como Cruz Roja Internacional y ACNUR” tampoco se pudieron activar de inmediato.
Hubo más dificultades: el primer vuelo debía recoger apenas 50 ecuatorianos en Eslovaquia, pero por decisiones de última hora, recogieron 90. Esto causó errores de registro luego, por lo que en Varsovia hubo un grupo de ecuatorianos que no pudo abordar como estaba planeado. En medio del caos, además, hubo reclamos porque en Varsovia no fueron embarcados algunos niños, por ejemplo.
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Finalmente —y más allá de las fallas— la Cancillería consiguió resultados. En el segundo vuelo humanitario que llegó desde Ucrania el 5 de marzo, había 209 personas que se suman a las 246 que llegaron en el primer vuelo. Es un total de 464 ecuatorianos que han vuelto al país. Y de los casi mil ecuatorianos que viven en Ucrania, 850 ya fueron evacuados. Casi un centenar sigue allí porque prefirió quedarse en ese país.
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Esta es una vieja historia que supera partidos. La oposición en este país se turna para irreflexivamente quemar la administración de turno. Luce incapaz de cambiar su estrategia.
Tras el terremoto de abril de 2016, por ejemplo, critiqué la compulsión de muchos medios de aprovechar la tragedia para hacer campaña en contra de Rafael Correa. En ese entonces pasaba lo mismo: medios y políticos de oposición insistían en convertir al entonces presidente en chivo expiatorio para darle sentido proselitista a una catástrofe sobre la que un gobierno tiene control muy limitado. Algunos no esperaron ni 24 horas.
En esos años, lo mismo llamaba mi atención con figuras del correísmo –o de su gobierno– a quienes se les negaba cualquier crédito por el hecho de ser parte de ese gobierno, incluso a pesar de su buena gestión: la ministra de salud Carina Vance, por ejemplo.
Luce casi como una condena, una maldición para la política nacional: creer que para hacer oposición hay que negar absolutamente todo, desde los mandos más altos, hasta los medios y cualquier decisión menor que haga parte de la política gubernamental. A muchos detractores del Canciller no les importa los hechos de su gestión; les importa su pertenencia al gobierno.
Es el fenómeno del pastorcillo mentiroso, fábula atribuida a Esopo, de un pastor que para pasar el tiempo engañaba a los pueblerinos cercanos avisando que había llegado un lobo a comerse a sus ovejas. Las primeras veces lo tomaron en serio y fueron a rescatarlo. Después, cuando en verdad llegó un lobo, no hicieron nada.
Ahora, muchos detractores de Holguín parecen el pastorcillo, tan obsesionados con negarlo todo, que lucen incapaces de matizar o distinguir entre fallas denunciables e inaceptables y errores propios de todo proceso en emergencia.
Esto ha sido advertido por figuras sensatas del correísmo como la exministra María Isabel Salvador, quién dijo que “las críticas que se hacen al canciller @juancaholguin, caen en el odio político que tanto hemos criticado y rechazado, y pretendemos desterrar” y que “nada más difícil que coordinar la salida de casi 800 ecuatorianos de Ucrania, ubicados en distintas ciudades de un país en guerra. + difícil aún cuando muchos no se han podido comunicar o no han sido ubicados”. La oposición no es la declaración de una guerra destinada solo al descrédito total, de cara a las elecciones más próximas: es un ejercicio de crítica constructiva, reconocimiento de errores y aciertos, así como de contextualización de la realidad. Si no lo entendemos, gobierne quien gobierne, nuestra democracia sufre.