El 26 de enero de 1995 estalló el último conflicto armado de la historia del continente americano:  conflicto del Cenepa. Ramiro Rea, combatiente de la Guerra de Cenepa, recuerda en esta entrevista cómo fue el conflicto que desembocaría en la firma de la paz entre Ecuador y Perú, dos países con diferendos y disputas limítrofes históricas. 

El 13 de diciembre de 1994, el teniente coronel Manuel Lazarte, comandante del Batallón de Selva 25 del Perú, pidió una reunión con el teniente coronel César Aguirre, comandante del Batallón de Selva 63 Gualaquiza, de Ecuador. En esa reunión, Lazarte acusó a Ecuador de haber infiltrado destacamentos en territorio peruano, en la naciente del río Cenepa. Según Rea, Lazarte le dio a Ecuador un plazo de tres días para desalojar el área.

Pero las tropas ecuatorianas no se fueron. Aseguraban que el territorio era suyo. Así escalaron las tensiones hasta que el 26 de enero de 1995, la guerra estalló. Duró poco más de un mes y terminó el 28 de febrero de ese mismo año con la firma de un alto al fuego definitivo

Usted fue uno de los combatientes de la Guerra del Cenepa ¿Por qué deberíamos recordar esta fecha? 

Una de las ventajas logradas en el año 95, durante y después de la guerra del Cenepa, fue la unidad nacional. Puedo decir con toda seguridad que los niños, jóvenes —todo el pueblo ecuatoriano, se unió.

Fue el año en que nació la unidad nacional. 

¿Cómo recuerda usted el inicio de la guerra?

Mi familia y yo vivíamos en las villas de la brigada de Fuerzas Especiales, camino a Latacunga. Mi hija tenía 4 meses de edad, y mis dos hijos varones, uno siete años y el otro un poco menos de seis. 

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Comento esto para que entiendas el entorno familiar, las vivencias, que como soldado paracaidista, soldado de la brigada de Fuerzas Especiales, viví en la Guerra del Cenepa. 

En ese entonces, yo tenía el grado de Mayor del Ejército: era el comandante del primer escuadrón del Grupo de Fuerzas Especiales número 27. 

Ya a mediados de diciembre de 1994, empezaron a producirse pequeñas escaramuzas en algunos destacamentos de la Cordillera del Cóndor. Entonces fue evidente y muy oportuno que el mando tomara la decisión de que ingresáramos las Fuerzas Especiales. 

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Entramos tropas, comandos, y paracaidistas a relevar al personal que se encontraba en los destacamentos adelantados. Principalmente los de Tiwintza, Base Sur, Cueva de los Tayos. 

Y así estuvimos todo diciembre. Pero cada vez aumentaba la intensidad de las escaramuzas y el riesgo hacia el país.

combatiente de la Guerra del Cenepa

Los soldados fueron enviados a destacamentos en la Cordillera del Cóndor. Fotografía cortesía de Ramiro Rea.

Entonces supimos que un comandante peruano infiltró personal militar hacia las cabeceras del Cenepa, y que incluso crearon una base. Cuando el mando militar se enteró de esto, le contaron al Presidente de la República, Sixto Durán-Ballén, y él ordenó el desalojo de las tropas peruanas. 

El 26 de enero de 1995, un equipo de combate del Ejército ecuatoriano, al mando del capitán Isaac Ochoa, empezó esta misión. Así comenzó la guerra no declarada entre Ecuador y Perú.

Y ya cuándo la guerra comenzó, ¿cuál fue para usted el momento más difícil?

Esta profesión militar que queremos tanto nos preparó para ese momento. Ya teníamos la experiencias de 1941 y de 1981, de Paquisha, Mayaycu y Machinaza, de combates en la Cordillera del Cóndor. 

Entonces en 1995, nuestro ejército logró tener una magnífica preparación y actuar con decisión en la conducción militar. Hubo gran liderazgo; verdaderos ejemplos de algunos jefes militares y una firme decisión política.

Un día mi comandante, el coronel Jaime Córdova, jefe de Estado Mayor de la brigada de Fuerza Especiales, me dice: “Mayor Rea, prepárese porque nos piden apoyo en el área de combate y el primer escuadrón en salir será el suyo”. Entonces llegó la hora de la tarde y ya tenía la orden de salir desde el aeropuerto de Latacunga en un avión C130 de la FAE con un escuadrón de comando paracaidistas.

Ya cuando viajábamos, ciertamente, la camaradería, el espíritu de cuerpo, y el espíritu militar de cada uno de los soldados, se hacía valedero.

¿Qué pasó cuando llegaron al destacamento?

Al llegar al destacamento, nos recibió el teniente coronel Luis Bolívar Hernández Peñaherrera, hoy ministro de Defensa Nacional. Él de manera formal, nos hizo un resumen de la carta de situación de la realidad y nos dio un mensaje muy claro de que entrábamos a combatir. 

Realmente, habíamos sido ya atacados en varias ocasiones, y nuestro personal seguía defendiéndose en los destacamentos de Cueva de los Tayos, Base Sur, la Y, Tiwintza. Además, ya habían iniciado las hostilidades en los destacamentos de Santiago, del batallón de selva Santiago, y esperábamos fortalecer esos destacamentos para evitar ser desalojados.

Con esta información llegamos al Cóndor Mirador, un destacamento del batallón de selva 63, en Gualaquiza, a 2.000 metros de altura. 

Era un mirador perfecto desde el que se observaba todo el valle del Cenepa. Pero también se podía ver el destacamento de avanzada del Perú que se llamaba Soldado Pastor. Y en los días que estaban despejados, se veía cómo los helicópteros peruanos se acercaban hacia allá y llevaban personal y abastecimientos, para reforzar sus escuadrones e intentar tomarse los destacamentos ecuatorianos.

combatientes de la guerra del cenepa

Los combatientes sabían que iban a combatir. Fotografía cortesía de Ramiro Rea.

Eran ya los últimos días de enero, cuando hubo un bombardeo sobre el destacamento Cóndor Mirador. 

Esa fue una de las primeras experiencias difíciles que viví. El lugar donde estaba el destacamento, estaba en medio de la selva y era un lugar pequeño. Ahí estábamos grupos especiales, una batería antiaérea, un grupo especial de guerra electrónica y escuadrones de Fuerzas Especiales, cuando de repente recibimos un bombardeo aéreo. 

Ahí nos reencontramos con nosotros mismos y nuestra profesión, porque realmente sentir el avión sobre nosotros, dándose las vueltas, era preocupante. 

En el momento en que soltaban las bombas como bengalas, parecía que se rompía el viento, y se escuchaba cómo bajaban y luego el gran estruendo que causaban. Pero bueno, gracias a lo accidentado del terreno y a los refugios que se preparaban en el día, las bombas no causaron mayor efecto.

Sin embargo, eso aumentó la intensidad del combate, que cada vez iba cobrando más fuerza. Desde el Cóndor Mirador se observaba los frecuentes bombardeos hacia la Cueva de los Tayos, hacia la Base Sur, y hacia Tiwintza. Esos sectores eran bombardeados constantemente para debilitar a las fuerzas ecuatorianas y permitir la entrada de tropas peruanas. 

Con estos antecedentes, el comandante del Grupo de Fuerzas Especiales, el coronel Milton Osorio, recibió la orden directamente del general Paco Moncayo de que mi escuadrón entrara en las mediaciones del Río Cenepa, para brindar apoyo a la altura de Cueva de los Tayos. 

Nuestra misión era impedir el ingreso de las tropas peruanas que venían del destacamento Soldado Pastor para atacar al Ecuador.

Llegar a ese lugar desde la posición en la que estábamos llevaba aproximadamente 5 días porque era un terreno agreste. 

¿Qué llevaron con ustedes a esa misión? 

Nuestro armamento, equipo especial y buenas raciones de combate que nos permitirían alcanzar la misión. Sin embargo, el camino era desconocido y teníamos que superar varios obstáculos. 

Entonces nos tocó ir dejando cosas.  

Ahí viene una reflexión. Hay veces en la vida en las que la misión es más importante que el equipaje. Entonces eso hicimos. Nos desprendimos de lo que menos íbamos a utilizar. Lo único que no dejamos en ningún momento fue nuestro armamento, las municiones y el equipo básico que necesitábamos para cumplir la misión.

Además, no teníamos mapas apropiados del terreno y en el año 95 todavía no había el GPS, entonces fue difícil avanzar por la selva. 

¿Y cómo lograron ubicarse?

A través del declive del terreno, y el estruendo de los fusiles y las ametralladoras que se escuchaban de los combates nos íbamos guiando. Gracias a eso sabíamos a dónde teníamos que dirigirnos. 

guerra del cenepa

En esa época no había GPS para que los soldados se ubicaran en la abundante selva amazónica. Fotografía cortesía de Ramiro Rea.

Nuestro movimiento comenzó el 5 de febrero y el 10 de febrero estábamos ya en el río Cenepa. Ahí, una de las impresiones más grandes fue escuchar desde tierra, el combate aéreo en el que nuestros pilotos ecuatorianos lograron una victoria militar frente a los aviones peruanos. 

Era un estruendo verdadero el que se escuchaba en las alturas, con el cielo parcialmente nublado. Pero nosotros manteníamos nuestras posiciones en tierra, porque teníamos la orden de estar siempre un paso adelante para cumplir la misión. 

¿En qué le hace pensar ese recuerdo?

A mí me hace reflexionar en la capacidad, el profesionalismo, y el valor de nuestro personal militar y nuestros soldados. 

¿Por qué?

Porque a pesar de los pocos recursos que teníamos y a pesar de que estábamos lejos de las líneas logísticas que dominábamos y que algunos helicópteros y líneas se quedaron atrás, nosotros seguimos adelante con mucha decisión y con mucha fe. Y así, solamente mirando al objetivo, y pensando en cumplir la misión, seguimos adelante. 

Me he detenido un momento en esta reflexión porque en otras profesiones posiblemente podemos reunirnos y hacer una presentación, y sacar conclusiones. Pero acá no. Acá cada paso que dábamos era una conducción en guerra. Nosotros caminábamos, cada vez más, en un entorno de guerra y sabíamos que éramos la primera línea.

Además, era difícil. Teníamos que hacer reconocimientos del terreno, cambiarnos de base y no teníamos muchas cosas. 

Los útiles de aseo y ropa eran muy limitados, muy escasos. 

¿Y la comida?

Eso sí llegaba. Nos llegaban las raciones de combate.

 Con ellas a veces recibíamos cartas alentadoras de niños y de niñas de las escuelas, de jóvenes, de trabajadores, de empresas públicas y privadas, y del pueblo ecuatoriano que se volcó apoyar con decisión al presidente de ese entonces, Sixto Durán Ballén. Él logró esta gran unidad nacional con su grito y su lema: “Ni un paso atrás”. 

¿Cuántos años tenía usted en esa época?

Yo tenía 34 años de edad.

Era joven, ¿qué sentía al estar en una guerra a esa edad?

Bueno éramos todos jóvenes oficiales y la tropa que estábamos ahí. En esos momentos tan tensos, veíamos un lugar inhóspito, y cualquiera podría preguntarse ¿qué hago aquí? Pero nosotros teníamos la respuesta muy clara y cierta: éramos los comandos de Ecuador, los que debíamos de estar en la primera línea.

Tomábamos con mucha responsabilidad el mandato y la obligación de estar al frente en estos momentos que el país nos necesitaba. 

Pero igual éramos solidarios. Un día cuando estábamos en el lugar preparando nuestras misiones, la patrulla del teniente Efraín Egas capturó a dos prisioneros de guerra del Perú. Eran dos soldados peruanos muy jóvenes y los llevaron a mi puesto de mando. 

Ahí, les hicimos un pequeño interrogatorio, y encontramos que tenían un croquis del eje de avance y la proyección de ataque de nuestras unidades que eran: Base Sur, Cueva de los Tayos, Tiwintza, y Base Norte. Pero no les hicimos nada. Con las medidas de seguridad, con el cuidado y la consideración que se merece el prisionero de guerra, los evacuamos y esa fue una gran satisfacción.

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En la guerra, también se capturó a soldados peruanos. Fotografía de Ramiro Rea.

Ya en abril o los primeros días de mayo, cuando volví a Quito, pregunté por ellos. Me dijeron que se encontraban todavía en los trámites para ser evacuados a su país, a través de los canales diplomáticos. Entonces pude visitarlos y cuando llegué me reconocieron y hablamos. Realmente me agradó que hayan llegado bien y que se estuvieran preparando para volver. 

También visité a mis oficiales heridos, a héroes de guerra que cayeron en campos minados y todavía estaban hospitalizados. 

Recuerdo que visité al teniente Ignacio Fiallo y al teniente Luis Pinto, que hoy son coroneles en servicio activo del Ejército y les comenté lo de los prisioneros de guerra. Dejamos los resentimientos a un lado y celebramos el haber cumplido la misión, con la conciencia en paz. 

¿Qué tan difícil fue la guerra?

Bueno, cada vez la intensidad de la guerra Del Cenepa subía más. Pero eso afloraba una fuerza interior, que ya era más de espiritual que física. Porque estábamos cansados. 

Muchos días habíamos incluso compartido una ración diaria de comida o una ración que era para uno, la dividíamos para tres o cuatro personas. Pero así, aunque sea un poco, eso ayudó a que el escuadrón siga cumpliendo la misión. Claro, físicamente sí íbamos en desventaja. 

Sin embargo, mantuvimos hasta el último momento nuestras posiciones hasta que se empezó a evacuar a las tropas tanto peruanas como ecuatorianas y hubo una desmovilización total.

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Los soldados permanecieron en el campo hasta que fueron evacuados. Fotografía cortesía de Ramiro Rea.

Pero fue duro. Hasta no hace mucho tiempo se ha tenido que trabajar bastante para desactivar trampas y minas que fueron colocadas por el Ejército peruano y por el Ejército ecuatoriano en el sector. 

No sé si ha escuchado, pero los peruanos siempre dicen que Ecuador no ganó la Guerra del Cenepa, que la ganaron ellos. ¿Qué opina usted de esto?

La gente dice que fue una victoria contundente, y que todo habla de una gloriosa victoria militar ecuatoriana. Pero yo no: yo no creo que se puede vanagloriar de la derrota al enemigo. 

Realmente, cuando estábamos en los combates, una de las cosas que uno sabe todo el tiempo es que el oponente está al otro lado del río. Y nosotros sabíamos que estábamos en ventaja, por nuestro profesionalismo, por reconocer con quién nos enfrentábamos.

¿Qué reflexión le podemos dejar a los jóvenes que no vivimos esta guerra?

Yo opino que los valores y principios de la unidad nacional. En estos momentos en los que nuestra patria se ve gravemente amenazada por la inseguridad, es donde todos estos valores de la unidad nacional deben ser vividos intensamente. Además, tenemos que tener esa seguridad de que la paz es el camino. “No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”, dijo Mahatma Gandhi. Eso debe hacernos pensar que por más ideales que uno tenga, debe evitar a toda costa la violencia porque eso no nos conduce a nada positivo. 

Con valores, con principios, tratemos de alcanzar esa paz que tanto necesitamos actualmente para seguir avanzando en el desarrollo nacional.

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Doménica Montaño
(Quito) Ex reportera de GK. Cubre medioambiente y derechos humanos.

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