La Posta fue, otra vez, trending topic. Ya es tradición. Ayer fue después de su estreno en televisión nacional. En un segmento sobre Leonidas Iza, uno de los presentadores clavaba dardos (sí, ni siquiera los lanzaba. Repito: los clavaba) en el rostro del presidente de la Conaie, mientras el otro llenaba un acróstico de la palabra “CABRÓN” con características que, según ellos, describen al dirigente indígena. Como el humor es subjetivo, lo digo en primera persona: no me pareció gracioso. 

Más allá de eso: fue un ejemplo de lo especialmente rigurosa que debe ser la prensa cuando se casa con el humor. Una cosa es ser payasos (lo cual tiene sus propios códigos y lógicas) y otra payasos periodistas como lo han sido en el mundo John Oliver, John Stewart, Francesca Fiorentini y Maria Paulina Baena, de la Pulla en Colombia. Es un tema paradójicamente serio: mientras más irreverente, provocativo y “sexy” quiera ser un medio, mayor es su responsabilidad. 

El segmento generó rechazo generalizado: desde —obvio— Leonidas Iza,  hasta —menos obvio— el secretario de comunicación, Eduardo Bonilla, que pidió sanciones para TC Televisión, un canal del Estado. El gerente del canal, Rafael Cuesta, también pidió disculpas públicas a Leonidas Iza en el noticiero estelar, a las 8 de la noche. El presentador Luis Eduardo Vivanco primero resistió con comparaciones al segmento del Boludo de la Semana del periodista argentino Jorge Lanata. Luego, La Posta reconoció “una embarrada”, aunque a GK, que hizo una explicación de todo el problema, Vivanco le dijo que las críticas en su contra eran parte de “la corrección política tan propia de Twitter”. Es decir, fue un mea culpa a medias. 

El segmento por el que se les critica esta vez no es una afrenta a la corrección política. No tiene nada que ver, de hecho. Resulta chocante por el epíteto a Iza (de quien justo escribía yo en mi columna semanal aquí mismo) sin datos o un análisis a profundidad que justifique en lo más mínimo el juego con los dardos (aparte de una mal lograda analogía con “el tablero político”) o el uso de la palabra “cabrón”. Hay más juicios de valor que información. Y así solo avivan el fuego de la polarización. 

Lo describen como narcisista, obsesivo y bronquista —en vertical hasta completar el insulto “cabrón”— y ya: no se analiza con cuidado la historia de Iza en octubre de 2019, ni se explica su surgimiento como presidente de la Conaie. Tampoco se cubre su relación con Pachakutik. Se quedan en lo superficial. Con tanto humor y análisis que, de hecho, se podría hacer sobre Iza, este fue un desahogo infantil sin mayor gracia y sin fondo. 

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Al llamarse periodistas (y no comediantes), ese es el problema. Aunque sea al desnudo y con la triple equis. La irreverencia —o, en otras palabras, el rechazo a la normas— exigía en este caso más cuidado, reflexión y más periodismo. Porque, primero que nada, no rechazan las normas sino que las reproducen. Repiten el tipo de humor estereotípico que plaga la televisión nacional.  No lo cuestionan

Y, por otro lado, no se debaten ahora solo los límites del humor y la corrección política (un debate en sí mismo), sino la responsabilidad de la prensa pública (como lo es ahora), más aún cuando hace sátira. Ahí, el humor debe cumplir una función y atenerse a los códigos éticos que distinguen el amarillismo de la prensa seria y financiada con el dinero de todos.

Así que sí: la prensa puede ser satírica, obscena, provocativa y seria a la vez. Puede y debe. 

Eso no requiere de tribunales de burócratas que la persigan sino de mucho trabajo y respeto a los códigos éticos de todo medio periodístico. O de debates como estos. Cuando era guionista del programa La Foca, también transmitido en televisión nacional, no había un chiste que no fuera analizado y discutido antes de quedar en un monólogo. Estábamos conscientes del alcance del humor y de su capacidad de informar y comunicar. Era precisamente por eso que cada chiste se sometía al más duro escrutinio. Discutíamos con frecuencia y muchas ideas quedaron afuera. También cometimos errores. Pero aunque nunca dejamos de jugar con lo obsceno y lo incómodo, lo que se publicaba tuvo siempre sustento periodístico. Y cuando era más irreverente más cabeza y cuidado le metíamos. 

Hay muchos ejemplos de esa relación amorosa entre el periodismo y el humor incorrecto, cruel y duro. En el programa Daily Show con el comediante Trevor Noah, el presentador se burló de la posición de la iglesia católica sobre la gente trans con un chiste desgarrador: “El Vaticano condena a la gente trans porque según ellos, Dios hizo al hombre y a la mujer para reproducirse”, dice Noah.  “Primero que nada, la gente trans puede reproducirse. Y además, ¿por qué les molesta? La Iglesia no deja a los suyos reproducirse. Las monjas no pueden tener relaciones sexuales y los curas no pueden embarazar niños,” dice para rematar. 

El chiste toca una cuestión muy difícil y violenta —la violación de niños— y la utiliza para criticar la hipocresía institucional. Revierte una realidad para argumentar algo urgente. Eso es derrotar la corrección política: superar las formas. Noah lo hace de manera graciosa e ingeniosa y, por sobre todo, con datos verificables que justifican la comparación. El chiste está bien escrito porque golpea con un dato obvio que se vuelve sorpresivo. Irrumpe con fuerza en una afirmación que al inicio parecería más inocente. Como el humor es subjetivo, lo vuelvo a decir en primera persona: ese chiste me pareció gracioso. 

La sátira periodística también puede ser agresiva. Cuando Jorge Yunda anunció que había dado positivo para covid-19, se ofendió por una caricatura del diario La Hora que lo mostró “finalmente con un resultado positivo”. “Dios quiera que ninguno de estos amigos periodistas se contagien, ni sus familiares, la pandemia es tan cruel que ni siquiera se presta para lo político” escribió. En este caso, aunque la temática y el contexto del chiste —la pandemia— era oscura y cruda, el remate apuntaba a la gestión del alcalde, condenada por datos verificables y mucha investigación. 

En el caso de La Posta e Iza, el remate no llevó a ninguna parte que no sea el ataque personal y la humillación al dirigente y sus orígenes. No irrumpe, no critica, ni renueva. Tampoco informa. 

Aunque para la comedia resulta maniquea la idea de que “siempre se debe golpear arriba y nunca abajo” (el arriba y abajo son relativos), en periodismo hay una responsabilidad ulterior sobre el efecto de lo que se publica, su valor informativo y su facticidad. Si recurre a la irreverencia, su trabajo exige una escritura rigurosa, así como una investigación pulcra para cada dato y cada analogía.

Precisa cumplir con un mandato que quizá no rija para los comediantes, pero sí para los periodistas: su trabajo debe estar alineado con la ética propia del oficio que, además, está consagrada en regulaciones internacionales sobre la libertad de prensa, que exigen el ejercicio de ese derecho con una puntillosa responsabilidad. Acá no hubo nada de eso. Solo el insulto por el insulto. Solo humor soso, y facilón.Y eso puede ser muy peligroso en estos tiempos de sobreproducción informativa y desinformación. 

¿Por qué? Por una razón sencilla: los periodistas son el decodificador de la realidad para las grandes audiencias. Lo que dicen suele estar revestido de una garantía de fiabilidad. Cuando todos estos seguros fallan, se resquebraja el periodismo como oficio pero también como pilar democrático. La idea de entretener e informar de La Posta no es mala. Ahora deben asumir lo que eso implica, en especial, desde un canal incautado por el Estado. La responsabilidad con triple equis es posible y urgente. Como audiencia incluso debemos exigirla. Lo otro es una trampa para ganar sin mayor esfuerzo o trabajo: como hacer un tiro al blanco sin lanzar los dardos.