Dos años, más de 30 ministros, nueve preguntas de consulta popular ganadas y seis perdidas.
El gobierno de Daniel Noboa enfrenta el momento más tenso desde su llegada al poder.
¿Cómo un liderazgo que irrumpió en plena crisis, con una velocidad política inusual y una narrativa de renovación, podría estar atrapado en dudas sobre su capacidad de proyectarse?
Estas son 4 claves para entender los dos años de Daniel Noboa.
1. Una figura que apareció en medio de la crisis
Daniel Noboa llegó a la Presidencia en noviembre de 2023 en medio de conmoción política y social: el país venía de la muerte cruzada que precipitó la salida de Guillermo Lasso, un Legislativo paralizado por disputas internas y una crisis de seguridad sin precedentes. Durante la campaña presidencial, uno de los candidatos, Fernando Villavicencio, fue asesinado.
La figura de Noboa irrumpió como una respuesta joven a un vacío de gobernabilidad.
Su imagen moderna y pragmática caló en una ciudadanía agotada por la inercia y la retórica. Esa adhesión inicial fue menos ideológica que emocional: una búsqueda de orden y renovación.
Autores como Guillermo O’Donnell y Adam Przeworski explican este fenómeno. O’Donnell habló de “zonas marrones”, donde el Estado se debilita y la gente busca figuras de autoridad. Przeworski sostiene que en las crisis prolongadas los votantes aceptan apuestas nuevas, incluso sin certezas.
Noboa encajó en ese patrón: una promesa más que un programa.
Pero la emergencia que lo llevó al poder no desapareció con su posesión. Persistieron los mismos problemas estructurales: violencia, servicios públicos colapsados y una economía frágil.
La legitimidad de corto plazo que da la promesa empezó a medirse en resultados.
Como advertía David Easton, la legitimidad emocional solo se sostiene si se convierte en eficacia.
Pierre Rosanvallon lo resume con claridad: cuando la brecha entre la narrativa del cambio y la gestión se hace visible, comienza la erosión de confianza.
Durante los primeros meses, Noboa apostó por decisiones de alto impacto comunicacional: estados de excepción, intervención militar en cárceles y la convocatoria a una consulta popular sobre seguridad y justicia.
Cada medida buscó enviar el mensaje de que el control volvía al Estado.
Pero ese ritmo vertiginoso también mostró una gestión que privilegiaba el impulso y la exposición mediática sobre la consolidación técnica.
Ese desbalance entre velocidad política y solidez administrativa explica por qué el capital inicial sirvió para ganar respaldo, pero no para sostenerlo.
2. Seguridad, reformas y consultas: un gobierno que apostó por medidas excepcionales
En estos dos años, Noboa gobernó con respuestas excepcionales ante problemas estructurales.
La seguridad se volvió el eje central. En enero de 2024, el Decreto Ejecutivo 111 declaró el “conflicto armado interno” para permitir la intervención militar contra grupos criminales y en centros penitenciarios.
Pero los índices de violencia no mejoraron.
Entre enero y octubre de 2025 se contabilizaron alrededor de 7.439 asesinatos, una cifra que supera los registros previos (5.597 en 2024 y 6.717 en 2023), convirtiendo a este año en uno de los más violentos de la historia reciente del país.
En lo económico, el Riesgo País bajó de 1.915 puntos (en 2023) a 640 (en noviembre de 2025).
Pero ese avance financiero tuvo un costo político alto: aumento del IVA, recortes y eliminación del subsidio al diésel. La medida provocó protestas y un paro de más de 30 días.
El retiro del subsidio fue presentado como una corrección fiscal necesaria, pero su implementación sin una interlocución amplia y sin medidas paliativas robustas generó descontento social y una crisis de gobernabilidad en las rutas rurales y en sectores productivos.
A ello se sumó la derrota en la consulta popular del 16 de noviembre de 2025, cuando la ciudadanía rechazó las cuatro preguntas impulsadas por el gobierno.
Fue la tercera vez en poco más de un año que Noboa apeló al voto directo para legitimar reformas. En abril de 2024, el SÍ ganó en nueve preguntas y el NO en dos.
Un año más tarde, perdió, y el revés marcó el límite de su narrativa de renovación. La consulta dejó claro que las medidas excepcionales sin respaldo social terminan agotándose.
3. Un gabinete inestable y un poder concentrado
En dos años, Noboa nombró a más de 30 ministros. El Ministerio de Salud tuvo cinco titulares y el de Gobierno, siete. Cada cambio implicó agendas interrumpidas y pérdida de continuidad.
La rotación constante reduce la capacidad de planificar y refuerza la percepción de improvisación. En un gabinete donde pesan más las lealtades que las trayectorias técnicas, los conflictos internos se traducen en descoordinación y pérdida de rumbo.
La otra cara de esa inestabilidad es la concentración de decisiones.
En 727 días, Noboa firmó 876 decretos ejecutivos: un promedio que denota poder centralizado y preferencia por la vía administrativa.
Los decretos son herramientas legítimas, pero su uso sistemático puede reemplazar el debate público por decisiones unilaterales.
Esa tendencia erosiona la confianza en las instituciones y amplifica la polarización.
La oposición percibe autoritarismo; el Ejecutivo acusa bloqueo.
La derrota en el referendo fue la manifestación más visible de esa tensión.
4. Los dilemas del segundo año
Al cerrar su segundo año, Noboa enfrenta cinco dilemas que definirán su futuro político:
Primero, la legitimidad.
Tras la derrota electoral y el aumento de la conflictividad social, su margen de maniobra se redujo.
Recuperar gobernabilidad requiere diálogo real con organizaciones sociales, sectores productivos y la Asamblea.
Segundo, la eficacia estatal.
Las medidas de emergencia resolvieron coyunturas, pero no fortalecieron las instituciones. La alta rotación ministerial impide construir equipos estables y políticas sostenidas.
Tercero, la tensión entre mano dura y derechos.
La militarización parcial del país busca mostrar control, pero casos como el de Los 4 de las Malvinas —donde 19 militares habrían coordinado versiones sobre una desaparición— plantean dudas sobre los límites del poder coercitivo.
Seguridad no es solo despliegue militar: también implica inteligencia, justicia y política social.
Cuarto, la comunicación y la agenda internacional.
Las giras y acuerdos proyectan liderazgo, pero en un país exhausto pueden leerse como desconexión.
La narrativa internacional sólo funciona si se traduce en beneficios domésticos visibles.
Quinto, el dilema económico y social.
Ordenar las finanzas es condición para atraer inversión, pero sin redes de protección social el costo político será alto.
El reto está en equilibrar disciplina fiscal con equidad.
En resumen: los dos años de Noboa condensan la paradoja de los gobiernos jóvenes y veloces.
Su capacidad de tomar decisiones rápidas y comunicarlas le dio impulso; su dificultad para institucionalizarlas le resta sostenibilidad.
La derrota en la consulta del 16 de noviembre de 2025 no es solo un revés electoral, sino un diagnóstico ciudadano: el país percibe que la promesa de renovación no se ha convertido en gobernanza efectiva.
Recuperar la iniciativa política exigirá menos gestos espectaculares y más ingeniería institucional: equipos estables, diálogo genuino y resultados concretos en seguridad, salud y servicios.
Solo así el “nuevo Ecuador” dejará de ser un eslogan y empezará a parecer un Estado que funciona.
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