El domingo 13 de abril de 2025, el presidente Daniel Noboa fue reelecto hasta 2029 tras superar a la correísta Luisa González por más de un millón de votos en las elecciones de 2025.
En esta segunda vuelta, entre la disputa entre Noboa y González, hubo claves que definieron la contienda, como el voto nulo o el porcentaje del electorado que Leonidas Iza, entonces candidato de Pachakutik, logró durante la primera vuelta.
También es importante analizar el voto en bastiones históricos de la Revolución Ciudadana, como las provincias de Manabí y Guayas, y la polarización de los ecuatorianos.
Te explicamos las 6 claves de las elecciones de 2025.
1. Una competencia binaria con implicaciones mayores
Lo que ocurrió en esta segunda vuelta fue más que una competencia entre binomios. Fue una elección en la que el país se enfrentó a dos formas opuestas de entender el poder, el Estado y la democracia.
La estructura de la competencia en general fue binaria, cerrada, sin espacio real para terceras fuerzas.
La disputa se dio entre un oficialismo que intentó consolidarse como continuidad institucional bajo la figura de Daniel Noboa y un correísmo que buscó reaparecer no como novedad, sino como propuesta de restauración simbólica del pasado reciente.
2. La batalla fue territorial
Las provincias de Pichincha, Azuay y Guayas fueron decisivas. Allí se produjeron no solo los mayores saltos porcentuales de Noboa, sino también diferencias amplias e importantes respecto a su contrincante.
En Pichincha, Noboa pasó de 48% a 62,37%, sacando 460.000 votos de ventaja. González apenas subió 0,4% entre ambas vueltas.
En Azuay, Noboa subió 17 puntos, hasta llegar al 62,36%; mientras que González retrocedió -1,4%, con una diferencia final de 117.300 votos.
En Guayas, el oficialismo creció 8,8%, mientras la candidata de la Revolución Ciudadana se mantuvo o incluso bajó casi en -1%, marcando una diferencia de 116.000 votos.
En conjunto, 693.300 de los 1.179.000 votos de diferencia total provinieron de estas tres provincias. Es decir, el 58,80% del margen de victoria.
En esas jurisdicciones, Noboa duplicó en diferencia neta, aunque no en proporción directa, a su contrincante. Esta relación no se repitió en todo el país. En otras provincias como Imbabura, Cotopaxi o Bolívar, la candidata correísta logró pequeños avances. Sin embargo, fueron excepciones.
En la mayoría de territorios su voto se estancó o decreció, lo cual confirmó que su margen de crecimiento se agotó en esta vuelta.
Noboa, en cambio, mostró un crecimiento sostenido entre ambas vueltas en casi todo el país.
En provincias como Cotopaxi (+25,2%), Tungurahua (+17,6%), Napo (+20,7%) y Orellana (+12,7%) logró saltos porcentuales de doble dígito. Incluso en bastiones tradicionalmente adversos como Manabí o Los Ríos, logró avanzar 6,5% y 5,8% respectivamente.
Esta dinámica puede leerse como que el oficialismo pudo haber canalizado buena parte del voto huérfano de las 14 candidaturas de primera vuelta.
De hecho, la diferencia del 11,2% entre Noboa y González fue muy similar a la suma de todo el espectro político eliminado tras la primera vuelta (11,8%), lo que sugiere que una porción significativa de ese electorado pudo haber encontrado su segunda opción en el presidente-candidato.
O quizás Noboa era su segunda opción en la primera vuelta, y pudo manifestarse en las urnas en la segunda.
3. ¿Qué pasó con los votantes cercanos a Iza?
Una observación relevante es el comportamiento de los votos que quedaron huérfanos tras la salida de Leonidas Iza y el movimiento indígena —que quedó en tercer lugar.
Daniel Noboa logró sumar 1,2 millones de votos adicionales respecto a su rendimiento en primera vuelta. Luisa González apenas creció en 60 mil votos. La magnitud de esa diferencia es reveladora. No solo muestra una preferencia clara del votante adicional por el oficialismo, sino que también opaca la idea de que los votos ideológicamente más afines al correísmo —como los de Pachakutik— se alinearon automáticamente con González.
Provincias con alta presencia indígena como Cotopaxi y Chimborazo fueron de las pocas donde la candidata de la Revolución Ciudadana creció de manera visible. Pero incluso en esos casos, Noboa creció aún más.
En Cotopaxi, por ejemplo, el oficialismo creció 68%, mientras González creció apenas 37%. En Chimborazo, él sumó 40% adicional; ella, 24%.
Pichincha, que concentraba más del 20% del voto de Iza, fue uno de los territorios donde González no logró crecer prácticamente nada. En Guayas perdió votos. Y en provincias como Manabí o Los Ríos, el crecimiento fue marginal, lo cual se explica por el ya alto nivel de apoyo que había registrado en la primera vuelta.
En suma, el gran caudal de sufragios liberados tras la salida de las otras candidaturas —incluida la indígena— no migró hacia la oposición como habría anticipado una lectura lineal de afinidades ideológicas.
Lo que sugiere que el voto de segunda vuelta fue menos doctrinario y más defensivo, instrumental o incluso antagónico a uno de los proyectos en disputa.
4. Lo que dice el nulo (sin decirlo)
Una dimensión más silenciosa, pero no menos política, fue la del voto nulo y blanco. Aunque su protagonismo no se robó los titulares, su comportamiento aportó matices sobre el clima electoral.
Como ha ocurrido en todos los balotajes desde 2002, los votos en blanco disminuyeron notoriamente entre la primera y la segunda vuelta. Este año cayeron más de 1,5 puntos, una reducción consistente con lo observado históricamente: cuando la contienda se vuelve binaria, el blanco se retrae.
El voto nulo, en cambio, permaneció prácticamente en el mismo nivel que en la primera vuelta. Pero sí hubo variaciones por el volátil contexto de esta elección: pudo haber votantes que anularon en primera vuelta que no lo hicieron en segunda, y quienes en primera eligieron a su candidato, pero en segunda anularon.
Sin un detalle minucioso de datos (hasta ahora el CNE solo tiene desagregado por provincias), es imposible determinar a cuál de los dos finalistas benefició o afectó ese comportamiento.
Lo que sí queda claro es que el voto nulo no debe leerse como una constante pasiva: funciona como válvula de escape, como gesto de rechazo, o incluso como respuesta ética frente a una disyuntiva que muchos ciudadanos perciben como imposición.
No creció, pero tampoco se desmovilizó. Y eso, en un contexto de creciente desafección institucional, no es un dato menor.
5. Alta volatilidad, máxima polarización
Esta transición cambiante puede explicarse mejor a través de los índices electorales. El Índice de Volatilidad Electoral (IVE), que mide el cambio en las preferencias del electorado entre dos elecciones consecutivas, marcó un valor de 42,92, considerado altísimo.
El índice reflejó un electorado inestable, con baja fidelidad partidaria y decisiones volátiles.
Candidatos relevantes en 2023 desaparecieron del mapa en 2025 (como Jan Topic, Otto Sonnenholzner, la representación de Fernando Villavicencio). El voto se reconfiguró totalmente.
El Índice de Competitividad Electoral (ICE), que mide si una elección es fragmentada o hegemónica, marcó 99,83. Es decir, competencia extrema, sin espacio a la fragmentación. Cada punto porcentual podía alterar el resultado.
Aunque la diferencia final fue amplia, el entorno fue de alta tensión hasta el cierre.
Este no fue un país que votó con brújula ideológica, sino con un termómetro. Se trató de un votante más pragmático que doctrinario, guiado por urgencias materiales —economía familiar, condiciones de convivencia en sectores ocupados por el narcotráfico— más que por lealtades simbólicas.
6. El reto no es solo gobernar
En definitiva, esta elección no solo definió un ganador sino que redibujó el mapa político, territorial y simbólico del país.
Noboa fue ratificado, pero cargará con la gestión. González resistió, pero no logró trascender su legado. Y el país votó pero también evaluó, juzgó, comparó y expresó su agotamiento con los relatos vacíos, lo que también deriva en polarización por la falta de apuesta en las terceras vías.
Ahora el reto no es solo gobernar sino cogobernar con la oposición, sobre todo en el plano legislativo. Es reconstruir la política como espacio de lo común, donde la pluralidad no implique fragmentación y el disenso no derive en ruptura.
El Ecuador de 2025 no es solo un país dividido: es un país que exige representación sin nostalgia y soluciones sin espectáculo.
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