
Belleza invasora
La coqueta y aparentemente inofensiva susana de ojos negros es en realidad un peligro para la vegetación quiteña.
Todos hemos visto en todas partes estas lindas florcitas naranjas con un ojo negro pechiche que parece verlo todo. Como si fuera el ojo en la torre de Sauron, y nosotros simples habitantes de la Tierra Media a quienes siempre observa. Se la conoce coloquialmente como susana de ojos negros, aunque algunos la llamen susanita u ojo de poeta. Su apariencia amable esconde su verdadera y terrible identidad: su nombre formal es Thunbergia alata y es en realidad una villana vegetal. Es una especie de planta trepadora invasora, originaria del África oriental, que asfixia la vegetación nativa de Quito.

Es, precisamente, su belleza el disfraz que oculta su naturaleza villana. Es una suerte de madrastra malvada de cuento de hadas: una hermosa, seductora y casi ingenua figura que lleva por dentro una bruja malvada con intenciones claras de apoderarse del reino. En este caso, del Reino de Quito.
Sumada a esa apariencia coqueta e inofensiva, la capacidad de esta trepadora para crecer y propagarse, le ha permitido poblar la capital ecuatoriana, desplazando —y en los casos más extremos, exterminando— la flora autóctona de Quito.

Se ha trepado la trepadora por laderas, quebradas, calles, fachadas, parques, lotes vacíos, veredas, rejas, galpones, canchas de fútbol, estacionamientos, cerramientos y postes eléctricos desde hace, más o menos, un siglo.

Llegó a estas montañas fabulosas traída por inmigrantes europeos que querían sumar una especie exótica a sus jardines. ¿Qué mal, quizá se dijeron, podría causar una florcita tan delicada y simpática? No fue la única vez que alguien pensó que traer una planta no causaría mayores estragos y se equivocó: la importación de pinos a mediados del siglo XIX para resolver una crisis de materiales de construcción pobló el Ecuador de un árbol monocultivo que arrasa con los suelos y ha desplazado a muchas especies locales (y son, además, grandes mecheros en incendios forestales).

La susanita hizo un recorrido tedioso y largo hasta nuestras tierras. Saltó en algún punto indeterminado de África a Europa, y fue descrita por los botanistas John Sims, inglés, y Wenceslas Bojer, bohemio, en 1825. La bautizaron bajo el género Thunbergia, en honor a su colega sueco Carl Peter Thunberg, uno de los más importantes exploradores botánicos de la humanidad —y que no tiene ningún parentesco con Greta, la radical adolescente ambientalista de nuestros tiempos.

Ya en el Ecuador, empezó su silente metástasis de forma paulatina. Hace unos veinte años, su proliferación se descontroló. Se subió por todas las partes imaginables en todos los rincones posibles de Quito donde todos en algún momento la hemos visto, muchas veces sin reparar que esta pequeña flor de apariencia alegre y delicada es un peligro alienígena, que es objeto de planes municipales, académicos y científicos para su erradicación.
