En algún momento de la tarde del domingo 15 de octubre, el correísmo supo que los números no le daban. Que Luisa González no había llegado a la presidencia. A las 4 y media, dentro de un salón del Hotel Quito, periodistas y fotógrafos esperábamos una señal. En la sala, partidarios de la Revolución Ciudadana también esperaban una señal. Sentados. Casi en silencio.
—Hay que esperar los resultados oficiales —dijo uno, en referencia a quién ganaría la segunda vuelta de las elecciones anticipadas de 2023.
Parecía que aún había esperanza. Que, dicen, es lo último que se pierde. La música que salía de los enormes parlantes negros inundaba el ambiente de decepción y pérdida. Pasó de un disco de los grandes éxitos de The Eagles a una lista de canciones en español que parecía que nos intentaba decir algo. Julieta Venegas cantaba “Qué lástima, pero adiós / me despido de ti y me voy”. Y luego Fher y Álex de Maná con “Ahhh corazón espinado / cómo duele, me duele, mamá”.
Un pastel de tonos celestes con las figuras de Luisa González y Andrés Arauz descansaba sobre el mesón de un bar, al fondo del salón. A ratos, el pastel desaparecía —quizás lo llevaban a un congelador para que se mantuviera en perfecto estado porque, al parecer, era de helado.
Una gran pantalla al fondo, con el rostro de Luisa González congelado en el tiempo, era la única señal de que ese era el lugar en el que iba a dar las declaraciones la candidata a la presidencia de la República. En el salón no había nada más. Quizás las camisetas con los logos de la Revolución Ciudadana que alguien vestía, o los borregos bordados en las chompas —otro símbolo que utilizó el correísmo para convocar a sus seguidores.
Los seguidores estaban ahí como una presencia fantasmal. Estaban ahí pero parecía que no querían estar.
A las 5 de la tarde, cuando Teleamazonas anunció los primeros resultados de un exit poll, algunos seguidores del correísmo, que habían estado sentados, conversando, se apresuraron a revisar las cifras en sus teléfonos y con la misma velocidad las rechazaron porque lo daban a Daniel Noboa como ganador.
—¡Nah! Esos son los de Cedatos. Obvio que van a decir que gana Noboa —dijo uno de ellos.
Y se alejó de la pantalla del celular, de golpe. Había confundido el trabajo de Luis Esteban Lapo —una de las personas naturales acreditadas por el Consejo Nacional Electoral (CNE) para hacer encuestas— con el de la encuestadora fundada por Ángel Polibio Córdoba.
Mientras esperábamos que Luisa González y Andrés Arauz aparecieran, sólo quedaba ver el teléfono, acomodar una y otra vez las cámaras o hacer varias transmisiones en vivo —de parte de los medios que esperaban en el salón. Conversar, ver las pantallas con las señales de TC Televisión, TVC, Ecuavisa y Teleamazonas.
Esperar, solo eso.
Para las 6 de la tarde, figuras del correísmo como Marcela Holguín, Viviana Veloz, Marcela Aguiñaga, Paola Pabón —visiblemente descompuesta por el resultado—, Pabel Muñoz y otros, llegaban, buscaban dónde sentarse, desde dónde hacer un frente común. El ex asambleísta Gabriel Rivera se acercó a partidarios de Manabí, Virgilio Hernández entró y saludó a decenas de conocidos. Lo mismo hicieron Holguín y Veloz. El asambleísta Ricardo Ulcuango ya estaba ahí.
Hablaban en voz baja, las opiniones debían quedarse entre ellos. Pero a veces ese secretismo parecía fallarles. En medio de susurros, madres, padres e hijos estaban impacientes, aburridos.
Para las 6:30 de la tarde, algunos simpatizantes lloraban mientras miraban sus smartphones. Parecía que entraban a actualizar la página del Consejo Nacional Electoral y confirmaban lo que, para ese entonces, era indecible.
Para las 7:20 ya todo estaba consumado: la Revolución Ciudadana había perdido.
Una voz sonó por los altoparlantes: Luisa González saldría a las 8 y media de la noche para hablar con quienes la esperaban.
Hubo quienes se levantaron y se fueron; ya habían esperado lo suficiente.
Desde un punto del salón, alguien que parecía un asesor de una de las autoridades correístas, dijo que la candidata no la estaba pasando bien y que por eso no salía. Que la noticia de la derrota había sido fuerte, que por eso el resto de los representantes de la RC ya no estaban en el salón. Se habían ido a verla al búnker —un lugar seleccionado en el mismo hotel— para darle ánimo.
Los periodistas teníamos que esperar. Más. Luisa no tenía más que reconocer la pérdida.
Media hora después, a las 7 y 45 la incertidumbre se había convertido en tristeza. Y la tristeza en resignación.
“No se olviden de apoyarla, ella lo necesita”, susurró uno de sus partidarios.
Cuando Luisa González entró al salón junto a Andrés Arauz, lo hizo en medio de gritos, protegida por un equipo de seguridad que quería mantener una distancia con la gente que la quería saludar. González se detuvo a para saludar y abrazar a quienes parecía reconocer. “Luisa, amiga, el pueblo está contigo” era el grito que más se escuchaba en el salón que, para esa hora tenía aproximadamente 150 personas.
Luisa González —con una chompa turquesa, el color que la Revolución Ciudadana escogió hace un par de años para reemplazar al verdeflex— sonreía, como la imagen en la pantalla sobre el escenario, como en los spots de campaña.
Pero la sonrisa no ocultaba sus ojeras de una campaña para la segunda vuelta que, oficialmente, duró apenas 19 días.
González y Arauz se pararon en el pequeño escenario en el salón, rodeados de cuadros importantes del partido como las asambleístas electas Holguín y Veloz; las prefectas Marcela Aguiñaga y Paola Pabón. Y el alcalde de Quito, Pabel Muñoz, junto a otros.
Lágrimas, cansancio, risa, hastío y apoyo.
Saludó con el brazo extendido antes de hablar. Empezó a perder la voz y pidió agua. Entre silencios y vítores reconoció la derrota:
—Al candidato, ahora presidente electo, Daniel Noboa, nuestras felicitaciones profundas, porque es democracia— dijo González.
Diez minutos duró el discurso, en el que terminó por agradecer a Rafael Correa, “líder de la Revolución Ciudadana”. Al bajarse de la pequeña tarima, regresó los pasos recorridos, mientras los asistentes le gritaban que estaban con ella, que hizo todo bien. Luisa González no dejó de sonreír mientras salía.
Por el otro extremo del salón, Marcela Aguiñaga y Pabel Muñoz salieron. Ellos sí, sin sonreír.
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