Después de tanta expectativa, Barbie, como todas las películas, recibió críticas y halagos. Hay quienes la consideran una desilusión; hay quienes quedaron sorprendidos. Yo me esperaba más. Es una película que intenta abordar demasiados temas necesarios, pero que no profundiza en ninguno. A pesar de esto, me parece que Barbie tiene un mensaje poderoso sobre la maternidad. 

En el filme, las barbies viven un mundo de fantasía. Las mujeres toman las decisiones y todo parece estar bien, hasta que Barbie, interpretada por Margot Robbie, comienza a tener pensamientos sobre la muerte. En su cuerpo aparece celulitis. Sus pies arqueados se vuelven planos. Y, la cotidianidad de lo que parecía perfecto, empieza a cambiar. Para solucionarlo, Barbie debe viajar al mundo real, encontrar a “su niña” —quien juega con ella— y ayudarla a navegar los pensamientos negativos. 

Pero cuando creía haberla encontrado, descubre que ella, Barbie, no es la muñeca que todas las niñas quieren. Descubre que es un ícono dañino que perpetúa estándares de belleza superficiales. Se da cuenta que las adolescentes están conscientes de eso. Descubre también que a quien en realidad estaba buscando, “su niña”, es Gloria, la humana interpretada por America Ferrera. 

Gloria, mamá de la adolescente Sasha, nos recuerda que las madres, aún cuando aman a sus hijos, deberían seguir siendo las protagonistas de sus propias historias. Porque sienten, sueñan y viven por ellas mismas. Las madres tuvieron y siguen teniendo proyectos que cumplir. 

Cuando recuerdo mi niñez, que no es tan lejana, me veo jugando con mi hermana, imaginándonos ser veterinarias, dentistas o abogadas. Las dos creamos escenarios muy variados: desde estar en la playa hasta viajar al espacio. Y cuando terminábamos de jugar, dormíamos o hacíamos deberes. A mí me hubiese gustado que mi mamá, y todas las mamás del mundo, hubieran vivido una niñez así: estudiando, divirtiéndose y soñando. 

Pero sé que no es una realidad de todas.

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Muchas niñas tienen que asumir responsabilidades que no les corresponde a su edad, como cuidar de sus hermanos más pequeños o incluso ser madres. En Ecuador, cada día siete niñas, de entre 10 y 14 años, se convierten en madres.  

En una de las primeras escenas de la película, las niñas juegan con nenucos. Y, al ver a Barbie, se despojan de los bebés juguetes, los rompen y lanzan. Desde allí, parece iniciar una nueva fase para las niñas. Sin embargo, en la vida real, lejos del rosado y la vida de plástico, muchas son condenadas a maternar y cuidar de otros niños, que son sus hijos o hermanos. No pueden mágicamente dejar de hacerlo. 

En una sociedad que todavía nos impone a las mujeres ser madres y asumir los roles de cuidado, una película que promueve la importancia de ser profesionales y de ser lo que queramos ser, es transformadora.

Y esto no significa que querer ser madres esté mal, o que para ser una mujer exitosa debamos descartar el proyecto de vida familiar. Al contrario, se trata de que las mujeres tomemos decisiones de forma autónoma y libre sin ser cuestionadas e invalidadas por la sociedad. 

Como interpela Gloria en la película, “ser madre y no trabajar, trabajar demasiado o simplemente decidir no ser madre, todas estas elecciones están sujetas a juicios y presiones sociales”. En una de las escenas más relevantes de la película, Gloria apela no sólo a la maternidad sino a lo que la sociedad espera de las mujeres. “Debes ser jefa pero no puedes ser dura; debes liderar pero no puedes aplastar ideas. Debe encantarte ser madre, pero no debes hablar de tus hijos todo el tiempo. Tienes que ser una profesionista pero también siempre cuidar todo el tiempo a todos los demás”.

Todo es muy difícil y contradictorio. 

La escritora feminista Silvia Federici, en su obra El Patriarcado del Salario, dice que el trabajo doméstico, tal y como lo conocemos, es una creación bastante reciente que aparece a finales del siglo XIX. Surge cuando la clase capitalista de Inglaterra y de Estados Unidos, presionada por la insurgencia de la clase obrera y necesitada de una mano de obra más productiva, emprendió una reforma laboral que transformó la fábrica, la comunidad, el hogar y, por encima de todo, la posición social de las mujeres. 

Esta reforma podría ser la responsable del concepto de “ama de casa a tiempo completo”: obligó a las mujeres, especialmente madres, a salir de las fábricas, aumentó considerablemente los salarios de los hombres proletarios e instituyó formas de educación popular para enseñar a la mano de obra femenina las habilidades necesarias para el trabajo doméstico.

Muchas mujeres, sobre todo las inglesas de clase obrera, se negaban a asumir un rol doméstico y amenazaban la moralidad burguesa con sus “hábitos masculinos” como beber y fumar. En ese contexto, incluso los líderes políticos de ese entonces, propusieron modelos que castigaban a las mujeres que no atendieran a sus hijos y a su hogar de forma adecuada. 

En Barbie, Gloria estaba en un conflicto constante, culpándose por la relación distante con su hija adolescente y esforzándose por tener un desempeño sobresaliente en su trabajo. Las mujeres, a menudo, se enfrentan a una presión continua en una sociedad que las obliga a elegir entre el éxito profesional y ser madres “ejemplares”.

Las iniciativas que castigaban a las mujeres con hábitos “masculinos” fracasaron por la resistencia de las trabajadoras, quienes consideraban que así se quitaba el sustento a las mujeres mayores que ya no podían trabajar en las fábricas y vivían de lo que ganaban cuidando a los hijos de otras mujeres.

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Vi la película con mi madre. Ella siempre me repite que ama ser mamá y lo disfruta, pero mientras en el filme se escuchaba What Was I Made For? de Billie Eilish, pensé a cuántas cosas tienen que renunciar las mujeres para ser madres. En ocasiones renuncian a una profesión, a viajar solas, a divertirse. 

Mi madre siempre me cuenta historias de su abuelita, quien, a pesar de no haber finalizado sus estudios primarios, le enseñó muchas cosas que en la escuela no le enseñaron. Se llamaba Ernestina y era partera, pero también rezadora. Solía coser y transformar ropa vieja. Además, cocinaba muy bien. Ernestina tomaba la última decisión en el hogar y así, desafiaba las reglas patriarcales que, en esa época, estaban cimentadas con fuerza. 

Por eso, cuando veo en la mujer que me he convertido, veo en mí, pedacitos de mujeres que me han criado y que han estado en mi historia, pero también veo sueños que no pudieron ser cumplidos. Hace días, mi abuelita materna, quien tampoco concluyó sus estudios, me contó que le hubiese gustado ser contadora pero que nadie le preguntó qué sueños tenía cuando era niña. 

Ella no sabía que soñar era una posibilidad.

A menudo, las madres son las verdaderas arquitectas silenciosas de los éxitos de sus familias, las que tejen las alas de sus hijos e hijas y quienes ponen en segundo plano sus propios deseos y aspiraciones. Se convierten en modelos de persistencia y dedicación, demostrando a sus hijos e hijas la importancia de luchar por lo que se desea en la vida, incluso si eso significa sacrificar sus propios deseos.

Seguramente muchas lo hacen porque quieren que sus hijas o hijos cumplan los sueños que tal vez ellas no pudieron cumplir, o simplemente lo hacen porque no hay otra alternativa.

Representar en el cine las luchas sociales y el feminismo no es fácil. Greta Gerwig se aventuró a posicionar valientemente en la industria del cine una obra que aborda temas con los que no todos nos sentimos cómodos o estamos acostumbrados a consumir cuando buscamos entretenimiento. Uno de esos temas es la maternidad, que Gerwig desafió alejándose del paternalismo y la romantización. 

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Nohelia Rivas
Estudiante de Derecho. Miembro del Movimiento Por Ser Niña - Plan Internacional y Coordinadora de Comunicación de la Red de Organizaciones por la Defensa de los Derechos de Niñez y Adolescencia (RODDNA). Es U-Reporter de Ecuador.
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