Kendall Roy —Jeremy Strong— mira hacia el agua, hacia el río, incrédulo. Sin piso. Sin futuro. Ese es el final que una serie como Succession necesitaba. En el fondo no hay mucho que decir, ya estaba todo definido desde antes. Y lo que Jesse Armstrong —el guionista y creador de esta serie, basada en la familia Murdoch, los magnates mediáticos— ha conseguido es mostrarnos la jugada sin dejar en claro todas las cartas.

Las cartas van a aparecer sobre la mesa por segundos, para ayudarnos a entender lo que ha sucedido en el final de Succession. 

Los hijos de Logan Roy —un formidable Brian Cox— no podían ser los sucesores y herederos de la Waystar RoyCo, la empresa mediática que el viejo Logan consiguió convertir en una de las más importantes de Estados Unidos.

No podían pese a que cada domingo, durante la emisión de los episodio de cada temporada, nos pusiéramos en los zapatos de Kendall, Shiv —Sarah Snook— y Roman —Kieran Culkin, fantástico—, e intentábamos dilucidar quién podría ser el hijo que lo comande todo.

Armstrong, como creador y responsable de la serie, diseñó este juego de gato y ratón con propiedad. Casi como un acto de magia: algo veíamos y disfrutábamos, pero algo más no podíamos ver. 

En uno de los mejores episodios de la serie —el tercero de la cuarta temporada— Logan Roy muere en un vuelo. Sus hijos, distanciados de él por las tácticas de negocio entre ellos —su padre estaba completamente en contra de dejar la empresa a sus hijos y estaba más interesado en que GoJo comprara WayStar— deben vivir ese momento a la distancia, a punta de llamadas telefónicas, con las que buscaron despedirse. La muerte está lejos. 

Los tres hermanos Roy —hay un cuarto hermano, Connor, que es un peligroso espectro— son el eje y no lo saben todo.

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La base de la serie no es lo que ellos quieren hacer para quedarse con el imperio de su padre: Succession se trata del ruido alrededor de ellos y de cómo todos los demás —animales completos de negocios— pueden hacer lo que sea para romper sus sueños.

No hay nadie que juegue limpio con ellos. Y ellos tampoco pueden jugar limpio entre ellos. 

Porque en un universo narrativo plagado de tiburones y gente despreciable, los tres hermanos Roy lo tuvieron todo desde siempre —se supone—  y creen que están llamados a ser los que continúen el legado. 

Los Roy,  pobres niños ricos

Durante las tres primeras temporadas, asistimos a la delimitación de los personajes y sus universos. El exceso, el dinero,  las ausencias, el cariño roto, el amor y el odio. Billonarios con serios problemas mentales.

Los Roy convierten a la lucha del poder en la lucha por el afecto del padre.

Armstrong se esforzó en que su serie fuera sobre ese afecto, sobre la aprobación paterna. Sin embargo, desde el primer episodio nos dejó en claro que estábamos ante un Roy Logan que sí quiere a sus hijos, pero que entiende que en el capitalismo no existen lazos y, que si puede usar a sus hijos a su conveniencia, lo hará. “Los quiero, pero no son gente seria”, es lo último que escucharán que Kendall, Shiv y Roman escucharán de su padre, una noche antes de que muera.

En realidad, todo está ahí. La serie de HBO es un ejercicio de crítica a la forma en que grandes medios de comunicación construyen la realidad. También a la manera en que el sistema económico cada vez más está separado del día a día.  Sí, pero en el fondo es una clásica historia que desde los griegos la humanidad ha conocido: la tragedia del ser humano, vista a través de las acciones y vivencias de esas personas poderosas.

Cada episodio era una preparación para lo que estaba por venir: el final del viaje y de la esperanza. Los Roy van a entrar a su infierno personal.

Primero está Kendall, que siente que debe ser él quien maneje el reino del padre. No es el hijo mayor, pero ha tomado ese rol. Está obsesionado con serlo, lo sabemos desde el primer episodio. 

Quiere ganarse a su padre de todas las formas posibles. Cuando eso no funciona, se enemista con él. Kendall siente que lo suyo es una especie de mandato divino. Por eso, su caída es la más fuerte. Casi una especie de muerte. Porque si no es la cabeza de Waystar, qué es.

Shiv —diminutivo de Siobhan— es la más parecida a Logan. Pero es mujer y eso, en el absurdo y desagradable machismo del mundo de los negocios, le juega en contra. Ha encontrado una manera de enfocar sus estrategias. De ser una tiburón, de dejar los lazos de lado y de usar lo que esté a su alcance para alcanzar el triunfo o una forma de triunfo. 

Lo que no significa que le vaya a jugar a favor, pero lo intenta. Shiv, aparentemente, comete el más grande acto de traición al final de la serie, pero todo lo que hace es encontrar maneras de caer de pie. Aunque es consciente del costo.

Roman —el mejor personaje de la última temporada, no se diga más— es quien tiene para sí el mejor arco. De la absoluta desconexión con todo a su alrededor, su humor arrogante y el maltrato a los otros, Roman va transformándose en un ser humano que ya no quiere saber nada del espacio en el que se encuentra —sobre todo por la muerte de su padre, que lo golpea a niveles que ni él tenía claros y al distanciamiento con Gerri, interpretada por J. Smith-Cameron, con quien tenía una conexión especial. Sin embargo, todavía no se hace responsable de lo que ha hecho, es cierto, pero solo será cuestión de tiempo. Roman es quien entiende la decisión de Shiv y la respeta. Además de ser el único de los tres hermanos que reconoce que son una basura y que no deben seguir en ese negocio.

Pero si de los hermanos Roy hay que hablar, quizás Connor —Alan Ruck— es el más despiadado. En una de las entrevistas realizadas a Kieran Culkin sobre esta última temporada, él lo define mejor: “Connor es un hombre terrible e impredecible, que básicamente compró a una persona y la metió en un rancho. No quiero decir que lo hizo en contra de su voluntad, pero creó una jaula de oro para ella y ella se siente atrapada y él lo sabe”.

Esa mirada sobre los Roy

Si nos ponemos exquisitos, es claro que la serie nos muestra lo que sucede desde la perspectiva de los Roy y de la gente más cercana, como miembros de la mesa directiva y familiares directos, como Tom —Matthew Macfadyen— y el primo Greg —Nicholas Braun—. Lo demás aparece en las sombras, conocemos las consecuencias, las decisiones y lo que sucede y deben los personajes soportar.

Succession engaña y lo hace como pocas series. ¿Solo de los tres Roy iba a salir quien herede la empresa? Siempre pensamos eso de manera directa. 

Pero nunca fue así. El triunfo de Tom Wambsgans  —el esposo de Shiv— como cabeza de Waystar deja en claro la intención del creador de la serie y de todos los escritores. Succession es sobre la familia, sobre los dolores familiares y las necesidades que se van creando. Y si bien, en el último capítulo podemos ver mucha de la jugada de los suecos de GoJo para comprar Waystar —Alexander Skarsgård como Lukas Matsson es una especie de Greg que parece estar desligado del mundo de los negocios, pero eso es solo una apariencia—, mucho de lo que ellos hacen es parte de un truco.

Con las manos nos muestran algo, pero lo que no vemos es lo que termina por consumar el truco.

Usan a Greg para que avise a los hermanos de que hay un cambio de planes en la compra de Waystar. Y con eso generan una cadena de reacciones que son las que van a terminar en la decisión de Shiv, una vez que Tom le dijera que él iba a ser el nuevo chairman de la nueva empresa.

Los Roy han sido vencidos, un tipo de maldad venció a otra. Era algo que iba a pasar, porque no son los tiburones, nunca lo fueron. Roy Logan lo fue, sus hijos no. Quizás Connor, pero él decidió salir del mundo de negocios. 

Así, Succession nos muestra que importa lo que vemos tanto como lo que no vemos.

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Eduardo Varas
Periodista y escritor. Autor de dos libros de cuentos y de dos novelas. Uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina según la FIL de Guadalajara. En 2021 ganó el premio de novela corta Miguel Donoso Pareja, que entrega la FIL de Guayaquil.
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