No es nada nuevo que el sufrimiento de la gente increíblemente rica y poderosa sea motivo de nuestra atención. Quiero decir, siempre ha sucedido así. Ya sea por la búsqueda de algún tipo de conmoción, emoción o catarsis: esa gente que en teoría lo tiene todo, puede ser que no lo tenga todo y que sufra igual o más que nosotros. Por eso necesitamos, casi como una droga, ver en qué termina la saga de los Roy, en Succession.

Porque la cuarta temporada, que se estrena este domingo 26 de marzo de 2023, será la última. Revelará quién será el hijo o hija que herede el imperio mediático de Logan Roy, un fantástico Brian Cox interpretando a un verdadero desgraciado, mentalidad de tiburón.

Y que nos apasione esta historia, así como muchas de hoy —como The White Lotus, Billions, Schitt’s Creek, etc— responde a quiénes somos como consumidores o espectadores. Estamos dispuestos a ver el sufrimiento y las tribulaciones de aquellos que, aparentemente, tienen la vida resuelta y no se preocupan por pagar el Impuesto a la Renta o por llegar a fin de mes con el dinero para el colegio de los hijos y pagar la tarjeta de crédito.

Esa disposición ha existido desde siempre. 

Desde el siglo VIII al siglo VI antes de Cristo, cuando apareció La Ilíada, estamos enfrentados a los dilemas de la realeza, de la gente con dinero y poder. En la clásica obra que se ha atribuido a Homero, un joven príncipe troyano, Paris, se lleva a Helena, esposa de Menelao y realeza aquea, porque se enamora de ella. Y esto da origen a tremenda guerra entre ambos pueblos, donde van a morir héroes, gente importante, elevada.

Claro, es una guerra y alguien más morirá: soldados, peones, gente que no importa. 

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Importan los comandantes, los reyes, Héctor peleando a muerte contra Aquiles. Príamo rogándole a Aquiles que le dé el cuerpo de su hijo para las honras fúnebres. Eso es lo que atravesamos como lectores.

Somos los seres que contemplan los malestares y las alegrías de quienes nunca seremos. 

Y leer, conocer, ver y disfrutar de esto es un gesto absolutamente humano. Es tan antiguo como todos esos clásicos griegos, que son parte de nuestra memoria colectiva. La pregunta es ¿por qué?

Hay algo que nos atrae, que nos hace querer saber qué más va a pasar entre Shiv —Sarah Snook—, Kendall —Jeremy Strong es de otro planeta— y Roman —Kieran Culkin, hermano de Macaulay— y su padre Logan. Una tensión familiar por el poder, por ser quiénes tomen las decisiones que el resto deberá obedecer. Algo que, en el fondo, sucede en hogares con menos millones de dólares en las cuentas bancarias.

Existe una identificación, sin duda. Pero no solo eso.

La psicología de la persona televidente

“Hay placer en ver a gente rica que parece tenerlo todo y estos programas nos recuerdan que, bueno, en realidad no lo tienen todo”, es lo que explica Elizabeth Cohen, profesora adjunta de la Universidad de Virginia Occidental, responsable de una investigación sobre la psicología de los medios de comunicación y la cultura pop. De acuerdo a un texto de David Oliver, publicado en USA Today, Cohen profundiza. “Y quizá ni siquiera se lo merezcan, necesariamente”.

Es decir, se da una especie de juicio, de distanciamiento, también. 

Esto se complica un poco cuando, de acuerdo a Cohen, se considera a la teoría de la comparación social —que desarrolló Leon Festinger en 1954—, por la cual las personas reconocemos nuestro valor personal y social comparándonos con otros. Así que, a veces, cuando vemos televisión, quizás también nos estamos mirando a nosotros mismos.

Somos quienes somos frente a los personajes de la TV. Esos seres de ficción de Succession como Logan Roy, su traicionero yerno Tom —Matthew Macfadyen—, o ese familiar lejano que es Greg —Nicholas Braun—. Nos podemos identificar y separar de lo que vemos. Nos reconocemos en ese espejo de lo que no somos. 

Y si seguimos con esta teoría, estaríamos constantemente evaluando las acciones de los personajes como acciones nuestras. Para concluir que no somos como esos tipos y eso está bien. Lo que, en el fondo, nos dice que todos, hasta quienes ostentan poder, podemos ser un desastre. 

La ficción es una válvula de escape. Poderosa.

Un terreno para ver a unos seres comportarse de formas extrañas y hasta con maldad. Y lo hacemos con placer, con una conciencia interna de que las historias deben moverse: si hay alguien que lo tiene todo, la lógica de la narración es que deje de tenerlo o que aparezcan las dificultades. 

Y ahí radica todo ese encanto. Hemos entendido —y lo llevamos en nuestro ADN gracias a la Antigua Grecia— que el sufrimiento de la gente con poder genera una respuesta dramática y humana en nosotros que, como observadores, nos permite interesarnos en esas historias.

Una de las tantas formas, una de las más poderosas. 

Eduardo Varas 100x100
Eduardo Varas
Periodista y escritor. Autor de dos libros de cuentos y de dos novelas. Uno de los 25 secretos mejor guardados de América Latina según la FIL de Guadalajara. En 2021 ganó el premio de novela corta Miguel Donoso Pareja, que entrega la FIL de Guayaquil.
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