Arnold Schwarzenegger no puede dejar la actuación, incluso a sus 75 años. A una edad en la que se supone que hay que descansar —y él tiene el dinero para hacerlo, para mandar al diablo todo y vivir con calma—, Arnold ha decidido recuperar su carrera. Lo hace con una serie creada por el escritor Nick Santora. Se puede ver por Netflix.
La serie parodia su pasado cinematográfico como hombre duro del cine y funciona también como el siguiente capítulo de esa imagen. FUBAR —acrónimo de fucked up beyond all recognition; algo así como jodido más allá de toda posibilidad— ha estado en los primeros lugares de Netflix en varios países. Y tiene sentido. Porque en clave de True Lies —esa maravillosa película de James Cameron, de 1994— Schwarzenegger y el equipo que dirige consigue mezclar el humor con la acción y lo trágico.
Es probable que FUBAR no sea para todo el mundo, pero eso no le quita su calidad. Es decir, es un producto construido desde todo lo inapropiado y lo imprescindible de las películas de los años 80 y 90. La serie tiene una clara conciencia de eso.
Arnold es Luke Brunner, la cabeza de un equipo de black ops de la CIA que descubre que su hija, Emma, es también agente como él. La situación de peligro que desencadena ese encuentro entre ambos en el terreno, hace que la misión falle. Los Brunner están obligados a trabajar juntos para acabar con el peligro.
Fundamentalmente, esa es la sinopsis de la serie. Pero FUBAR —que ya fue renovada para una segunda temporada— no es la única experiencia audiovisual que hay sobre Schwarzenegger en Netflix en este momento.
También está la miniserie biográfica de tres episodios llamada Arnold. Dirigida por Lesley Chillcot, la miniserie cuenta la historia de la vida del actor, deportista y político nacido en Austria. Está incluido el pasado nazi de su padre, Gustav Schwarzenegger, quien llegó a ser policía militar en las invadidas Polonia, Francia y la Unión Soviética.
Se puede hablar mucho de este hombre duro y de acción: que se casó con Maria Shriver, del clan Kennedy; que tuvo 4 hijos con ella; que se registró como republicano y que fue de 2003 a 2011 gobernador de California.
O se puede hablar del hijo fuera de matrimonio que tuvo con la mujer que trabajó en casa de los Schwarzenegger por casi 20 años y que le significó uno de los divorcios más caros y largos a inicios del siglo XXI.
También se puede decir que es empresario, campeón de fisicoculturismo y que intentó ser candidato presidencial de Estados Unidos.
Se pueden decir más cosas de Arnold. pero de lo poco que se ha dicho es que Arnold Schwarzenegger es, de todo el grupo de los héroes de acción de los 80 y 90 —Sylvester Stallone, Chuck Norris y Jean-Claude Van Damme a la cabeza–, el que mejor lo ha hecho.
El acento que nunca dejó de lado y el físico que lo convirtió en héroe para una generación completa parecen estar más vigentes que nunca.
El actor subestimado y sus terminators
Arnold Schwarzenegger nació el 30 de julio de 1947 en Thal, un poblado en Austria. De los gimnasios y de los torneos de fisicoculturismo —ha ganado siete veces el premio de Míster Olimpia, uno de los más importantes en esta disciplina— pasó al cine de Hollywood, en 1970, con 23 años.
Cincuenta películas después, con papeles en clásicos absolutos como The Terminator, Conan el bárbaro, Comando, Depredador, Total Recall, Eraser, Gemelos, Junio, End of days, Jingle all the way y otros, a Schwarzenegger todavía tiene poder y más que mostrar. Ya sea en géneros como la acción y el humor.
Solo hasta 2014, de acuerdo a la web The Numbers, los filmes protagonizados por él habían recaudado más de 4 mil millones de dólares.
Hoy es otro momento, uno en el que es capaz de burlarse con mucha más conciencia de lo que hizo —es la segunda vez, ya lo intentó con Last Action Hero, de John McTiernan, en 1993. Arnold es fabuloso. No solo en FUBAR sino en lo que supone revisar su filmografía en este momento, para descubrir qué significa este retorno.
El resultado es revelador.
Contrario a lo que se puede y se quiere creer, Arnold Schwarzenegger nunca fue un mal actor.
Aunque nunca cambió su acento o se podría decir que no se esforzó para cambiarlo y quiso convertirlo en parte de su firma —antes de que lo hiciera Sofía Vergara—, hay un trabajo actoral que sorprende. Y que va más allá de prejuicios. Porque Arnold actúa.
Basta revisar lo que ha sido su rol en la saga de Terminator, por ejemplo. Hay tal trabajo que el cyborg que interpreta nunca es el mismo en todas las películas —ha salido en cinco de los 6 filmes de la saga, por ejemplo. Ese robot impávido que solo quiere matar a Sarah Connor es, en la primera película —de 1984—, una máquina desprovista de cualquier gesto o emoción. Solo va a cumplir su misión y ya. Schwarzenegger es frío y distante y eso funciona en este primer momento. Lo vuelve tenebroso, una fuerza con la que no se puede razonar.
Para Terminator 2: Judgement Day —de 1991—, Arnold es un cyborg del mismo modelo del anterior que regresa al pasado, pero esta vez para defender a un adolescente John Connor, de un robot mucho más desarrollado y mortal, el T-1000.
Aquí, con la relación que se establece con John, casi como de figura paterna, el terminator empieza a entender más sobre la voluntad humana y a encontrar formas para violentar lo que es su naturaleza: matar a seres humanos. El cambio es sutil, no es que se vuelve amoroso, ni nada por el estilo. Pero el terminator es capaz de escuchar con atención y podemos intuir su proceso de reflexión solo con mirarlo en escena.
Eso es actuación.
Para Terminator 3: Rise of the Machines —de 2003—, Arnold intenta ingresar al reino de la comedia, utilizando ese estilo inexpresivo y neutral de decir las cosas, con ese acento de hablante alemán que intenta pronunciar frases en inglés. No lo consigue del todo, pero ya es un personaje que conoce y sabe cómo manejarlo. No es la mejor de sus interpretaciones. Pero es funcional para la película.
Pasarían 12 años para que Arnold volviera a ser un terminator en el cine. En Terminator Salvation —de 2009— aparece una figura digital basada en el Arnold de la primera película, pero él no juega ningún rol en este filme. Ya para 2015 llegó la infravalorada Terminator Genisys y aquí llega un gran momento de interpretación por parte de Arnold Schwarzenegger.
Porque este es un primer terminator completamente distinto, claro en sus gestos y acciones. Uno que ha pasado casi 40 años conviviendo entre humanos y ha comprendido, por experiencia, todo lo que debe y puede hacer. Más allá de eso, Genisys le permite a Arnold combinar otro de sus fuertes: la comedia. Aquí es el terminator absolutamente más gracioso de toda la saga. Y eso no se vuelve una afrenta a la historia de estos filmes, ya que dentro de esta película la actuación tiene mucho sentido y funciona.
Arnold Schwarzenegger puede y gestiona su actuación, con las deficiencias que puede tener, ya sea con pequeños gestos o acciones grandilocuentes.
En la última película, hasta el momento de 2019, Terminator: Dark Fate, Arnold regresa a hacer de un terminator de una línea temporal distinta. Y si bien es un filme muy flojo, con un ritmo que no le ayuda, no es hasta que él aparece en escena, desde la mitad de la película, que todo se eleva. ¿Por qué? Porque este terminator —casi como el de la película anterior— ha experimentado la humanidad, lo que es ser humano.
Pero a diferencia de lo anterior, no hay humor involucrado. Existe una responsabilidad grande en este cyborg, que es capaz de aceptar sus deficiencias y admirar al ser humano; además de reconocer que no podrá ser uno jamás. La voz de Arnold, siempre inexpresiva en las otras películas, esta vez dice mucho, ya no suena a robot. El T-101 ha intentado acercarse a esa humanidad a la que debía destruir.
Eso debe tener un sentido más profundo.
El regreso de Arnold Schwarzenegger no es cualquier cosa. Es nostalgia, claro; pero es también reconocimiento. Es aceptar que toda esa compañía que prodigaron sus personajes y filmes no fue solo un gesto para vender películas o hacerlo millonario: también se trató de encontrar en él una masa de músculos capaz de emocionar.
Y hoy, a sus 75 años, él lo sigue haciendo.
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