El Presidente de la República ha traspasado una vez más las prioridades. “Pretenden enlodar mi nombre y el de mi hogar. Eso se llama intento de asesinato a la reputación”, dijo en la dijo en la cadena nacional que se transmitió tras conocerse que la Corte Constitucional dio luz verde para que continúe el juicio político en su contra.

¿Cree el Presidente  que a los ciudadanos podría importarles su nombre y el de su familia cuando, a diario, miles de familias viven angustiadas porque son asaltadas, secuestradas, extorsionadas o asesinadas. 

“Debo defender mi nombre y el nombre de mis hijos, el de mis nietos, de mi esposa y de todos quienes componen nuestro hogar”, dijo el  mismo día en que circularon las imágenes de un hombre cuyo torso estaba envuelto en explosivos. Había sido secuestrado y se había negado a pagar una vacuna extorsiva en Guayaquil. 

El Presidente no tuvo ni una palabra de empatía para los ciudadanos que, como ese hombre, sufren y palpan  horror de la violencia a diario. Parecía más preocupado por su reputación que por calmar un país espantado. Los egos desbordantes de nuestros gobernantes ya no deberían sorprendernos. 

El fin de semana anterior a su discurso, nos despertamos, a día seguido, con las noticias de que dos directivos de hospitales públicos en Guayaquil y en Esmeraldas, fueron asesinados. Sobre eso, ni una palabra. 

Es como si hubiese perdido la dimensión de la realidad. Él habló de asesinar la reputación. Más allá de que todas las personas tienen derecho a su buen nombre (aunque los funcionarios públicos estén mas sujetos al escrutinio), la elección de palabras fue, más que desafortunada, indolente. 

Como si más preocupación le generara la supervivencia de su reputación, y no la violencia real, brutal y desgarradora de todos los días

El jefe de Estado es el hombre que tiene la responsabilidad de garantizar la seguridad a los ciudadanos. El mínimo. Y eso no ha podido cumplir. Por lo tanto, cuando, en su discurso dice que le “indigna el ataque a su reputación” y a la de su “hogar” ahonda en la sensación que, hace meses, alimenta a los ciudadanos: al Presidente no le importan sus mandantes. 

Si el juicio político es procedente o no; si hay intereses ocultos detrás o no, pasa a un segundo plano cuando la realidad del país nos explota, a diario, en la cara. 

Y con las noticias del horror, el sentido de desprotección del país es muy  profundo. En ese contexto, escuchar al Presidente, con tanta vehemencia, decir que debe “defender el buen nombre” de su “hogar”, parece reafirmar las acusaciones que hacen sus detractores: la incapacidad de gobernar el país es tan profunda que el gobierno ni siquiera logra algo tan elemental como comunicarse adecuadamente en un momento de severa crisis. 

El Presidente es muy afortunado al tener que únicamente preocuparse por el asesinato de su honra. 

En cambio, miles de ciudadanos son asesinados tras un secuestro, en un asalto, por negarse a pagar una extorsión o por una bala perdida.  Decenas policías que intentan hacer su trabajo, son asesinados porque no tiene chalecos antibalas, no tienen armas, no tienen patrulleros para la lucha contra el crimen. Los médicos, dejan sus vidas, víctimas del sicariato. Los periodistas enfrentan serias amenazas a su vida por ejercer su profesión. Y de eso, el Presidente no ha dicho ni una sola palabra. 

El dolor de su familia por el ataque a su reputación no se compara con el dolor de miles de familias que no tienen el privilegio de usar esas comparaciones demagógicas porque para ellas, el asesinato significa perder la vida. Para el Presidente, perder el poder. 

Maria Sol Borja 100x100
María Sol Borja
Periodista. Ha publicado en New York Times y Washington Post. Fue parte del equipo finalista en los premios Gabo 2019 por Frontera Cautiva y fue finalista en los premios Jorge Mantilla Ortega, en 2021, en categoría Opinión. Tiene experiencia en televisión y prensa escrita. Máster en Comunicación Política e Imagen (UPSA, España) y en Periodismo (UDLA, Ecuador). Ex editora asociada y editora política en GK.
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