¿Cómo nos estamos sintiendo?, pregunta Lizeth Tito, una de las profesoras de la asignatura Inteligencia Emocional, a sus 19 estudiantes de tercer nivel de la carrera de Optometría del Instituto Tecnológico Universitario Cordillera en Quito. Ellos la escuchan a través de sus computadoras o celulares —vivimos aún, aunque cada vez menos, en los tiempos de las aulas remotas. La clase comienza con el tradicional paso de lista. Los alumnos encienden cámara y micrófono. “Presente”, dicen, uno a uno, cuando escuchan su nombre y apellido. 

 El Instituto Tecnológico Universitario Cordillera comenzó en 2019 el proyecto de transversalización de la inteligencia emocional. Suena rimbombante pero José Andrés Cortés, su líder, dice que la transversalización consiste en desarrollar las habilidades emocionales de los estudiantes desde el proceso de admisión al Instituto hasta la graduación. Una de esas acciones es que tomen la asignatura obligatoria de inteligencia emocional. La intención es que los estudiantes sepan percibir sus propias emociones, las de los demás, aprendan a gestionarlas e identificarlas. 

La clase dura una hora. En ella se hacen actividades para desarrollar la percepción, compresión, socialización y manejo emocional. Dependiendo de la actividad, prender la cámara puede ser obligatorio o voluntario. Por eso, en la clase de Tito algunas cámaras permanecen apagadas todo el tiempo. 

Es una materia que no está apuntada al aprendizaje cognitivo, sino emocional. En Ecuador, una clase así podría significar salvar vidas: según el informe Situación de la niñez y adolescencia en Ecuador, una mirada a través de los ODS publicado en 2019, en el Ecuador el suicidio es la primera causa de muerte violenta en adolescentes. Además, un reporte del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos dice que entre los 19 a 59 años son las edades en las que más las personas viven episodios depresivos. 

Joven Salud Mental

En el transcurso de la clase hay pocas cámaras encendidas, los estudiantes asintiendo con la cabeza a través de las pantallas. Da la sensación que ponen completa atención a las preguntas de su profesora: “¿Por qué creo que me siento así?, ¿Qué palabra describe mejor mi estado actual?”, continúa Tito preguntando mientrsa proyecta en la pantalla una imagen de cuatro cuadros: rojo que significa emociones desagradables y con alto nivel de energía, amarillo que significa emoción agradable y con alto nivel de energía, azul que representa a las emociones negativas desagradables y bajo nivel de energía y verde, que significa emociones agradables y baja energía. Hay un silencio incómodo o tal vez meditativo sobre las preguntas. Se interrumpe cuando un estudiante, enciende su cámara y su micrófono y comienza a responder. 

—Me calma bastante estar con mis animalitos, que mi gato ronronea, dice Mateo, el estudiante que responde.

Hacer esas preguntas, de ese cuadro que se llama medidor emocional, es parte de un proyecto del instituto para hablar sobre la salud mental y las emociones. Tener inteligencia emocional es tan importante como desarrollar la inteligencia verbal, la matemática o la abstracta. María Isabel Ruiz, coordinadora de Unidad de Bienestar Estudiantil y docente de la asignatura, dice que desarrollar esta inteligencia ayuda a tener menos posibilidades de vivir depresión, a tener mayor rendimiento académico, mejorar las relaciones de pareja o con el entorno e, incluso, puede aportar a conseguir más ascensos laborales. 

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La inteligencia emocional no es otra cosa que la empatía. “No es un aprendizaje concreto en sí mismo sino que es una práctica vivencial”, dice Alessandra Dirani, psicóloga educativa y ex docente universitaria. Se debería practicar desde la escuela y la secundaria, dice Dirani, para aprender a entender a los otros y la empatía con los demás. 

En promedio, cada semestre, mil estudiantes reciben esta materia. “El desarrollo de la inteligencia emocional en el Instituto está comprobado científicamente”, asegura Cortés, y dice que ha sido validado por un grupo de expertos de la Universidad de Barcelona, España. Cuando los estudiantes comienzan esa asignatura les aplican el Emotional and Cognitive Cordillera Test (en español, el Examen Emocional  y Cognitivo Cordillera).

La prueba ya ha arrojado resultados. Antes de asistir a esa clase los estudiantes calificaban “regular” en manejo emocional. Luego de recibir esa clase pasaron a “alto”. Por ejemplo, antes de la clase, los estudiantes respondían en el test que se dejan llevar por la ira fácilmente, pero después de tomar la asignatura, ya no.  

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Avanza la clase por las pantallas de las computadoras. Otra estudiante abre el micrófono: “Tal vez la tranquilidad es pensar positivamente o a veces no pensar mucho”, responde a la profesora Lizbeth Tito. Además le dice que siente que está en el cuadrante amarillo: alto nivel de energía y siente emociones agradables. 

Los estudiantes de tercer nivel de las diez carreras que tiene el Instituto reciben tres horas a la semana la clase de inteligencia emocional. María Isabel Ruiz, coordinadora de Unidad de Bienestar Estudiantil, dice que la carga horaria de esta asignatura es igual a las otras clases como Matemáticas o Marketing, porque es igual de importante dentro de su modelo pedagógico. El modelo tiene tres esferas: la pedagogía del amor que es trabajar la idea del amor hacia los estudiantes, los valores y los resultados del aprendizaje. 

No es propiamente una asignatura tradicional donde los estudiantes asisten por una calificación a cambio de tener conocimientos. “Va a ser significativa en la medida que quieran involucrarse, eso no se les puede obligar ni se califica el nivel de involucramiento, es una decisión personal”, dice María Isabel Ruiz. Es posible que un alumno saque la máxima nota en la materia, porque estudia, hace los ejercicios y cumple con las tareas, pero de nada servirá ese puntaje si no aplica nada lo que aprende en su vida real. 

Que la clase se dé en tercer semestre tiene motivos. Cortés explica que no se da en primer nivel porque puede haber deserciones, aunque asegura que el abandono de los estudios en el instituto es bajo. Cortés dice que se dicte en tercer nivel es “porque te vas a sentir cómoda hablando de ti misma cuando ya has tenido confianza con tu grupo”. Según Cortés, para entonces los estudiantes ya conocen el método de enseñanza del instituto. “Has visto que puedes hablar con tranquilidad y funciona mejor la materia”, dice.

Estudiantes Gradas Salud Mental

Además de la asignatura hay otras actividades alrededor de la salud mental. María Isabel Ruiz dice que también hacen mensajes en los perfiles de las redes sociales del Instituto, sobre emociones y bienestar. Ruiz dice que la pandemia creó la necesidad de hacer más acciones y dar más recursos, las dos psicólogas del instituto grabaron videos llamados Pastillas de bienestar, en los que enseñan pautas de autocuidado, cómo lidiar con el duelo o con el covid-19, el aislamiento o qué hacer ante algún síntoma de ansiedad. El proyecto de transversalización de la inteligencia emocional implica que en todas las clases y a cada momento los estudiantes y profesores hablan de sus emociones. “Hemos querido generar esto aparte ser una herramienta preventiva, queremos potenciar lo que está bien”, dice Ruiz desde su pantalla en una videollamada.

La inteligencia emocional no se ha formalizado como una asignatura pero en la educación superior ha habido intenciones de desarrollarla. La psicóloga educativa Alessandra Dirani dice que cuando era docente incluía en el plan de estudios de sus materias a la inteligencia emocional a través de proyectos que realizaban sus estudiantes de otras universidades y carreras como medicina, enfermería, psicología, fisioterapia, nutrición. “Mi finalidad era que esos profesionales en sus consultas, pudieran incorporar esa inteligencia emocional”, dice Dirani. Cuenta que conoce a profesores o decanos que también incluyen a la inteligencia emocional en sus enseñanzas por iniciativa propia.

El programa de inteligencia emocional del instituto Cordillera incluye una rama llamada Soy docente feliz. En su primera edición, ofreció el cupo para 20 profesores de los 150 que hay en el Instituto, ahí aprendieron sobre cómo potenciar el bienestar con ejercicios prácticos para aumentar la inteligencia emocional, o sea la empatía.

Hablar de las emociones no solo se queda en la clase de inteligencia emocional, los profesores de otras asignaturas también se involucran. “Todos los profesores preguntan ‘¿cómo están chicos?’. Es un ejercicio permanente”, dice Jonathan Ruiz, 33 años, quien cursa el quinto semestre de la carrera de Gestión de Producción y Servicios.

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La clase de inteligencia emocional fue diseñada para realizarla en el aula pero tuvo que ser adaptada para la teleeducación por la emergencia sanitaria del covid-19. “La pandemia nos mostró que se agudizaron muchos malestares”, dice María Isabel Ruiz. “Salieron a flote muchos problemas de salud mental, que tal vez estaban ahí latentes pero se volvieron evidentes, con el confinamiento, con el temor al contagio”, explica. Ella reconoce que la virtualidad limita el proyecto.

En las clases presenciales, cuando hacían los ejercicios de relajación los profesores podían ver cómo los estudiantes abrían sus ojos o en su rostro expresaban sus sentimientos. “Pero ahora, no podemos obligar a que todos prendan su cámara”, dice Ruiz.

Aparte de las cámaras apagadas, hay otros obstáculos, sobre todo durante las primeras clases de la asignatura. Tito con su voz casi semejante a la de una locutora de un programa radial, dice que un obstáculo en esta clase es el bagaje cultural sobre las emociones que tienen los estudiantes; por ejemplo, la idea de que los hombres no lloran. “Hemos tenido que trabajar en romper el prejuicio de que los hombres tienen que ser fuertes, o que tienes que estar bien”, dice Tito. Ahora, ella dice que sus estudiantes debaten más sobre emociones y buscan normalizar expresarlas.

En la segunda parte de su clase, Lizbeth Tito hace un ejercicio de mindfulness técnica de estado de conciencia sobre el presentecon sus 19 estudiantes. En la clase o más bien en la videollamada, hay silencio, más allá de los micrófonos apagados, también hay cámaras apagadas.

Para la clase de ese día cada estudiante debía llevar un alimento. Algunos tenían en su mano manzanas, peras o bananos, papas fritas o galletas. Tito les pide que se sienten erguidos, pero desde la pantalla no se alcanza a ver esa posición, luego les dice que huelan el alimento que tienen en las manos, lo palpen, lo observen, lo pongan en su boca, lo mastiquen, lo sientan en la boca. Es un ejercicio para hablar sobre el presente. El ejercicio termina. Hay más micrófonos abiertos queriendo contar lo que sintieron.

“Las estrategias que nos da la profe en clase me han ayudado muchísimo a ser más comprensiva con ciertas expresiones o actitudes de mi familia”, dice Kaybet Ayala, 26 años, quien cursa el tercer nivel de la carrera de Marketing. Ella recibe la clase de inteligencia emocional con Thairi Salvador, una de los seis profesores de esa asignatura. “La idea es ir normalizando la salud mental en la educación”, dice Salvador. La profesora reflexiona que se tiene la idea que la educación es “aprendo conocimiento, el manejo de herramientas y hasta allí”. Pero dice que en la materia que ella dicta se desarrolla y fortalece las habilidades emocionales de los estudiantes en el campo laboral y en su vida personal.

Cuando el Instituto se propuso enseñar inteligencia emocional, algunos profesores dijeron que no se sentían capaces de impartirla. “No se animaron, dijeron no, prefiero seguir dando esta otra materia”, dice María Isabel Ruiz.

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Luego o mientras dura la clase de inteligencia emocional los estudiantes que quieran pueden recibir atención psicológica privada. José Andrés Cortés, líder del proyecto, dice que sus estudiantes pueden ir a la Unidad de Bienestar Estudiantil para recibir atención, pero si ese departamento no se abastece, el Instituto tiene un convenio con un centro psicológico externo, que ha atendido a al menos 225 estudiantes desde el 2019Pero al parecer la difusión de esta alternativa no es conocida por todos. “No tenía conocimiento de que ellos brindaban el servicio de psicología porque sino yo ya lo hubiera pedido”, dice la estudiante Kaybet Ayala.

Cortés dice que en el proyecto se han invertido alrededor de 10 mil dólares desde que comenzó en 2019. Hasta ahora, luego de más de dos años, el proyecto no se ha replicado en otras instituciones universitarias de Ecuador. Sin embargo, han tenido conversaciones con autoridades de otros institutos. Hay la intención, dicen los profesores del instituto. 

El ejercicio de mindfulness termina con la mayoría de cámaras encendidas, con más voces nuevas participando. “Pude descubrir algo nuevo, fijarme en los detalles”, dice una estudiante. La profesora Tito concluye que el propósito del ejercicio es pensar en el presente porque vivimos pensando en el pasado y en el futuro. 

La clase, dice Tito, se ha convertido en un lugar seguro para que los estudiantes cuenten que viven con depresión o ansiedad. Dependiendo de los temas de la clase o los ejercicios, los estudiantes han contado que viven con depresión, y cómo es su día a día. “Todo esto nos ayuda a generar empatía, conectar con la otra persona, que es sumamente importante dentro de la inteligencia emocional”, explica Tito.  La clase continúa con la proyección de la pantalla de la profesora Tito sobre los beneficios de la inteligencia emocional en el ámbito laboral.  Las cámaras siguen encendidas.

Mayuri Castro Tapia 150x150
Mayuri Castro
Ex reportera de GK, donde cubrió educación, migración interna y los derechos de las mujeres. En 2021 ganó la Mención de Honor en Acceso a la Salud del Premio Roche por el reportaje El consuelo de un país en crisis recae en sus estudiantes de psicología . Fue parte del equipo de Mongabay Latam y GK nominado al premio Gabo 2021 en la categoría texto con el especial Mujeres en la Amazonía: lideresas indígenas que están cambiando el rumbo de sus comunidades.

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