Yesenia Roldán es jefa de hogar y madre de dos niños en edad escolar, uno de 12 años y otro de 9. Desde hace una década, se gana la vida limpiando una casa ajena, al norte de Quito. Le pagan el salario mínimo: 425 dólares cada mes en 2022—. Sin embargo, algunos meses redondea hasta 500 dólares por algunas “chauchas” de fin de semana. Roldán gasta el 40% de su sueldo en comida —es decir 180 dólares, pero como a millones de personas en el mundo y el Ecuador la llegada del covid-19 en 2020 le obligó a cambiar sus hábitos alimenticios. 

En la casa en que trabaja Yesenia Roldán el consumo de alimentos también cambió. Se nota en las compras que hacen quincenalmente sus empleadores. Ahora comen más huevos y frutas. Reemplazaron el azúcar por stevia, un arbusto herbáceo utilizado para endulzar. Desde el encierro más severo en la cuarentena de la primera ola de la pandemia del covid-19, compran más insumos para hacer tortas, pasteles y otras delicadezas reposteras. 

El cambio no es solo en estas dos casas, sostenidas por el trabajo de Yesenia Roldán: ha sido en todo el país. “Hubo cambios muy drásticos en el consumo de alimentos de los ecuatorianos”, dice Rubén Salazar, gerente corporativo de Corporación Favorita, dueña de las cadenas de supermercados Akí, Supermaxi y MegaMaxi. Cuando el coronavirus golpeó al Ecuador, las personas se vieron obligadas a cambiar sus estilos de vida, porque tuvieron que permanecer encerradas en sus casas.  “Un alto porcentaje del consumo que se hacía fuera del hogar pasó a ser un consumo casi exclusivo en casa”, dice Salazar, reconociendo que aumentó la compra de productos de canasta básica —como arroz o granos—  artículos de repostería y de abastecimiento del hogar, en general.

A medida que las “medidas se han relajado los ecuatorianos han retomado el mismo ritmo de estar fuera de casa”, dice Salazar. Sin embargo, asegura que la pandemia del covid-19 dejó algunos hábitos que permanecen en los hogares ecuatorianos. “Como el hecho de desayunar más saludable, hacer postres en casa y buscar productos más sanos, como los orgánicos y bajos en azúcar”, dice Salazar. Andrés Pérez, director de relaciones institucionales de Pronaca,dice que sus clientes prefirieron comprar proteína de origen natural como el pollo o huevos porque “son alimentos que ofrecen muchos beneficios, entre ellos el mejor funcionamiento del sistema inmunológico”. En el caso específico de los huevos, Pérez dice que al inicio de la pandemia se registró un repunte en su consumo. “Es una proteína de altísima calidad y bajo precio”, dice.

Sin embargo, el cambio en la calidad de la alimentación sí estuvo marcado por las diferencias económicas. En los hogares con mayor nivel educativo hubo “menor impacto en la disminución de ingresos”, dijo Alessandro  Dinucci, representante adjunto del Programa Mundial de Alimentos en Ecuador. “Las encuestas reflejan que el consumo de alimentos saludables y no saludables de una dieta diversa se relacionan principalmente con el nivel de ingresos de los hogares y del nivel de ingresos del jefe de hogar”, dijo Dinucci. Las “encuestas” a las que él hace referencia son las que se hicieron para medir el impacto de la pandemia de covid-19 en el consumo y compra de alimentos de los adultos ecuatorianos de 2020 y 2021.

Yesenia Roldán dice que pudo enfrentar los años de pandemia  gracias a que tiene un trabajo estable. Sin embargo, su capacidad adquisitiva disminuyó porque perdió muchos de los clientes a los que les hacía la limpieza los fines de semana. Sin embargo, dice que entendió la importancia de estar bien alimentados.

“Aunque ahora ya no tengo tantas ‘chauchas, pero quiero que sus hijos estén bien alimentados y puedan resistir la pandemia”. Compra menos carbohidratos y más frutas, verduras y proteínas. Sin embargo, no todas las familias ecuatorianas han podido mejorar la calidad de la comida que consumen. Según la encuesta del Programa Mundial de Alimentos, el 38% de los hogares declararon que habían reducido considerablemente sus ingresos y el 47% de los hogares admitieron que en 2021 disminuyó el consumo de alimentos saludables.

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Pero Yesenia Roldán hace el esfuerzo. Ahora compra más granos, frutas como el limón y la naranja, que contengan vitamina C. También se aprovisiona de verduras como pepinillos, espinacas,  brócoli y tomates. Intenta comprar pollo, atún y pescado. “No es fácil comprarlos porque mi presupuesto es apretado”, admite Roldán. 

Mercados, lácteos y otros afectados por el covid-19

En el mercado de Iñaquito —uno de los más grandes del norte de la capital ecuatoriana— Mayra Zuquillo ha mantenido durante 10 años un pequeño negocio de venta de pollo, carne, huevos, manteca, sal prieta y aliños. 

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Aunque su rostro casi no se puede ver por el uso de la mascarilla y una gorra blanca que cubre toda su frente, sus ojos negros muestran una cordialidad que une a palabras amables para sus clientes. Con sus ágiles manos acomoda las cantidades y raciones de los productos que requieren sus ‘caseros’. 

Mayra Zuquillo cuenta que, desde la llegada de la pandemia del covid-19, las personas compran menos y ya no tienen la misma capacidad económica. Reconoce que el pollo y los huevos son las proteínas que más se venden por ser las más baratas. “Es lo más barato que hay. Por ejemplo hoy la libra de pollo cuesta 1,40 dólares, mientras que la libra de carne está a 3,50”, explica y concluye: “entonces la gente lleva pollo”, dice Zuquillo. La aritmética calórica alimenticia suele siempre coincidir con la de las finanzas domésticas. 

Zuquillo recuerda que antes del covid-19, sus clientes llevaban pollos enteros. Ahora solo presas. “Antes se llevaban 6 o 7 dólares en pollo, ahora lleva un pechuga que cuesta 3,50 o unas dos piernas que cuestan lo mismo”, dice. Pasa lo mismo con los huevos. “Antes de la pandemia las personas llevaban dos cubetas, ahora una. Antes compraban huevos grandes y ahora medianos”, explica. 

Para Mayra Zuquillo es evidente cómo  la pandemia cambió el consumo —y, por ende, los cambios alimenticios de sus clientes. Pero cree que ese cambio está marcado por la capacidad adquisitiva que tenían sus compradores. 

Mayra Zuquillo dice que antes de la pandemia en un buen día vendía hasta 800 dólares. “Ahora en un buen día saco unos 400 dólares”, reconoce y el brillo de sus ojos cambia de amable a ligeramente tristes. “Todo se ha transformado porque las personas que llegan a este recinto casi no tienen efectivo y  terminan comprando en las grandes cadenas donde pueden comprar con tarjetas de crédito”, dice Laura, una vendedora del mercado Iñaquito que no quiere que se sepa su apellido. Esta realidad es la que vive Yesenia Roldán, que admite que prefiere “comprar la comida en un mercado porque me rinde más”, pero su ajustado presupuesto hace que compre casi toda su comida en una cadena de supermercados donde le dan crédito directo por 180 dólares mensuales y que puede ir pagando poco a poco a lo largo del mes. 

Otro cambio en los hábitos alimenticios de los ecuatorianos se dio por la suspensión de las clases presenciales que recién se están retomando —dos años después de la primera ola del covid-19 en el país. Rodrigo Gallegos, representante de la Asociación de la Industria Láctea. La principal razón para que suceda esto fue que los niños dejaron de ir a la escuela y las familias comenzaron hacer compras de comidas “en grandes lotes”. Ya no compraban los tarritos de leches y yogures que sus hijos llevaban a las escuelas. Ahora las familias compran estos productos por litros y galones. Además, los programas de alimentación escolar en el sistema educativo público se suspendieron. Eso, dice Gallegos, significó una caída de ventas para el sector lácteo de un 34% en 2020. Los productos lácteos más afectados fueron los quesos maduros. Los que se mantuvieron o incluso tuvieron un pequeño crecimiento fueron las leches líquidas, que vienen en formato UHT —es decir en funda. El queso fresco tuvo un pequeño incremento, igual que el mozarella.

Recién en septiembre de 2021, la industria vio un repunto. “Ya había la expectativa de que los niños regresen a la escuela y que el gobierno vuelva a comenzar con el programa de desayuno escolar”, dice Gallegos. Septiembre, octubre y noviembre fueron meses de crecimiento —especialmente porque en diciembre hay un consumo fuerte de lácteos por Navidad y Año Nuevo. Sin embargo, Gallegos dice que el sector lácteo es muy sensible a los efectos de la pandemia. En enero de 2022, ha registrado una nueva caída en el consumo de sus productos: por la llegada de la muy contagiosa variante Ómicron, otra vez muchos ecuatorianos están trabajando o estudiando desde casa. 

Además del cierre de escuelas, al sector lácteo también le afectó la caída del turismo: los hoteles, cafeterías y restaurantes  estuvieron cerrados y aún no trabajan al cien por ciento. “Aún seguimos con problemas en estos canales y este canal era el que consumía los productos de más alta calidad, como quesos maduros, yogures y mantequillas”., dice Gallegos.  Con la evolución de la pandemia y con el retorno a las actividades ‘normales’, el sector de lácteos se encuentra a uno o dos puntos de las ventas que tuvo en  2019, año en el que todavía funcionaban las estrategias comerciales de la vieja normalidad.

 Rubén Salazar reconoce que también ha cambiado la forma de comprar. “Antes de la pandemia muchos clientes hacían una compra grande y luego varias veces por semana volvían para un reabastecimiento del día a día”, dice el ejecutivo de La Favorita. Ahora, dos años después de la pandemia, por los aforos y restricciones, sus usuarios se volvieron “más organizados y empezaron a realizar compras más grandes y planificadas”, dice Salazar. Es una costumbre que se mantiene en muchos clientes. Una de ellas es Yesenia Roldán, quien compra la comida para su casa dos veces al mes. “Antes compraba poco a poco la comida y en diferentes lugares, a veces en el mercado, en la tienda, en verdulerías”, cuenta. Ahora compra muy poco fuera de casa. “No solo por el temor de contagiarme, sino porque no tengo efectivo para realizar las compras”, explica con implacable lógica sanitaria y económica. 

Hubo cambios en otros rubros también

 Felix Narváez es dueño de un local en el mercado de Iñaquito desde aproximadamente dos años —más o menos el mismo tiempo que lleva la pandemia del coronavirus. Al inicio él no se dedicaba a la venta de alimentos básicos sino de licores y otros productos importados. Cuenta que tenían una gran venta de alcoholes nobles.Sin embargo, cuando arribó el covid-19, la gente priorizó los productos de primera necesidad. Ahora, en su local vende azúcar y aceite. La demanda manda. 

También comenzó a vender confites como la garrapiña de tostado —maíz tostado y caramelizado—, las frutas deshidratadas, nueces, porque hoy en día los consumidores “buscan comprar alimentos más naturales, sin colorantes, conservantes o preservantes”, cuenta Narváez. Él ha notado que solo durante fechas especiales, como Navidad y San Valentín, la gente se decanta por chocolates, dulces o bombones. 

En su local también vende productos de origen colombiano, peruano y de otros países. Ha notado que tienen bastante aceptación. Específicamente porque grupos de migrantes de esos países van en busca de una conexión con sus tierras. 

Pero ellas también compran menos. “Antes se vendía una crema de licor importada de Ron Viejo de Caldas, pero ya no: la gente prefiere comprar harina Pan y chocolate Corona”, explica Narváez para explicar por qué dejó de importar ese licor. También explica que si antes se vendía un Johnny Azul —el whisky más costoso de la gama Johnnie Wlater, cuya botella fácilmente alcanza los 400 dólares— ahora ya no se vende en absoluto.  “Ahora compran licores más económicos como Johnny Negro”, dice Narváez. “La gente no ha dejado de tomar, pero ya no gasta como antes”. Narváez cuenta que en su negocio, antes del covid-19, las ventas diarias no bajaban de los 1.000 dólares. Ahora sus ventas alcanzan los 450 dólares en un buen día.

El fenómeno del cambio en el consumo hay que tomarlo con pinzas. Los datos demuestran que a diciembre del 2021, el ticket promedio en tienda se incrementó de 1,40 a 1,80 dólares, dice Carlos Castillo, gerente general de Dichter & Neira Research en Ecuador, empresa que realizó un estudio durante ese año. Según los datos recabados por esta empresa, existe mayor gasto por persona, aunque, claro, todavía no se alcanza el ticket promedio pre pandemia, que llegaba a los 2 dólares en 2019. Castillo dice que la gente sigue comprando lo mismo, como gaseosas y snacks solo que en tamaños más grandes, y ahí está la diferencia de valor. Las presentaciones “para compartir” son las que más éxito han tenido, pero son más costosas; de la misma manera, las gaseosas pasaron de ser de tamaño individual a familiar. 

Según esta consultora, los productos más consumidos por los ecuatorianos, en las tiendas tradicionales, son las gaseosas, snacks, agua embotellada, energizantes, helados, aceites y azúcar. Entre los  10 más consumidos, 8 de estos están destinados a satisfacer un antojo, como las frituras. 

Siendo la alimentación y los antojos el 65% del gasto familiar, las otras categorías en las que se registró cambios en los hábitos de consumo son limpieza, con el 15% y el 20% restante. Se reparten entre el cuidado personal, recargas de celulares, papelería y bebidas alcohólicas. Además, el estudio indica que conforme avanza el día la gente gasta más dinero. 

Durante la mañana, explica Castillo, se realizan consumos puntuales de alimentación,  como aceite, azúcar, atún; durante la tarde ya aparece el antojo y en la noche las bebidas alcohólicas, especialmente la cerveza. Además, existe un gasto combinado en tiendas. Por ejemplo, entre las más comunes están un snack con una gaseosa o una cerveza, pero también se han visto otras combinaciones aparentemente incompatibles como cuando una persona entra por una recarga de teléfono y sale, además, con una gaseosa. 

Yesenia Roldán reconoce que el hecho de intentar “sobrevivir a la pandemia» le ha obligado a comer mejor y enseñar a sus hijos a comer más ensaladas y verduras que antes no lo hacían. Sin embargo, espera que pronto el covid-19 no sea letal para tener una vida más tranquila y el “trabajo mejore”. Sentimiento que comparten Mayara Zuquillo y Felix Narváez.

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Liz Briceño Pazmiño
Periodista. Ex reportera de GK. Ha publicado en El Mundo (España) y Axios(EE.UU). Es becaria del International Center for Journalists (ICFJ). Máster en Producción, Edición y Nuevas Tecnologías Periodísticas. Cubre migración, derechos humanos y economía.

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