Hay comentarios que revelan mundos. No es tanto el caso de los errores fácticos o lingüísticos—a pesar de que lo que haya dicho Freud— que en teoría se salen del libreto oficial, sino de analogías elaboradas como la que hizo el presidente Guillermo Lasso en su visita a España en respuesta a una carta escrita por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador al monarca español Felipe VI: “Decir que España nos tiene que pedir perdón es como ir donde tu mamá y decirle: oye Mami, vas a tener que pedirme perdón porque me diste algunos coscachos”.
Si bien es simplista reducir el choque cultural de la Colonia —el sincretismo y mestizaje que suscitó— a un evento maniqueo entre buenos y malos, la respuesta del presidente Lasso reveló, una vez más, su dificultad para empatizar con preocupaciones y heridas ajenas.
Y no, no fue solo un tema de forma: después de meses de mirar hacia otro lado, el presidente también aceptó firmar la Carta de Madrid, una iniciativa de Vox, un partido español de ultraderecha.
Lasso hizo todo esto durante su visita a España, después de participar en la COP26, en Glasgow, donde, en cambio, lanzó un notición histórico para los ambientalistas del mundo: la creación de una nueva reserva marina de las islas Galápagos.
Si en Glasgow habló de economías circulares y responsabilidad ambiental, en España describió las posibles disculpas del eximperio como “contra natura”: “Eso es contra la naturaleza. Yo no participo de esas ideas”, dijo.
Hasta la noche del domingo 7 de noviembre, la Secretaría General de Comunicación todavía no había confirmado si el presidente ya firmó la carta o no, pero da igual: tanto su comentario sobre la conquista española como sus guiños a la ultraderecha ibérica ponen muy en riesgo sus llamados al diálogo con el movimiento indígena y lo vuelven a alejar del centro al que apeló desde el inicio de su mandato.
Esa incapacidad para reconocer la violencia que marcó la colonización de América revela la ceguera del presidente. Su ceguera y sus convicciones históricas.
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Una cosa es reconocer las contradicciones del mestizaje y de la violencia que históricamente ha marcado gran parte de los choques culturales, otra reducir la conquista a los coscachos que da una madre a su hijo malcriado. Porque su analogía convierte a España en una autoridad maternal con el deber de educar y disciplinar a los pueblos originarios del continente americano: unos niños según la metáfora.
Es una imagen que fracasa como explicación, analogía o metáfora. “Hacer bien las metáforas es ver lo semejante”, explicó Aristóteles en su Poética. Según él, era lo más importante de la poética misma –y de la comunicación– al producir más sentido, más sentido común y más ciencia (más conocimiento sobre el mundo a través de imágenes que “ponían a los conceptos ante la vista”).
No son cualquier cosa: ver lo semejante significa empatía, ver al otro. El intento de Lasso es, en ese sentido, un fracaso retórico que, de todas maneras, pone sus prejuicios, como diría Aristótoles, “ante la vista”.
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El presidente, finalmente, no niega la relación de poder entre los invasores y los invadidos: los retrata como una madre con su hijo, después de todo. Su metáfora más bien acepta que hubo violencia, pero la minimiza y justifica para convertirla en una suerte de mal necesario y superable: el coscacho, en general, equivale a un jalón de orejas, un castigo leve y juguetón a la equivocación o desobediencia del subalterno.
Y no fueron coscachos. Aunque es difícil establecer con certeza cifras sobre la población americana antes de la llegada de los europeos, muchos historiadores han llegado a un consenso sobre la catástrofe demográfica que vivió el continente.
Esta, por supuesto, se debió a múltiples factores que incluyeron las enfermedades traídas de Europa. La destrucción fue, de todas maneras, gigantesca: según el antropólogo Darcy Ribeiro, la población estimada antes de 1492 era de setenta millones; 150 años después era de tres millones y medio. El mismo Bartolomé de las Casas, cronista e historiador del siglo XVI, estimaba que sólo en La Española (actual República Dominicana y Haití) murieron hasta tres millones de indígenas entre 1492 y 1542.
Puede haber debate, por supuesto, sobre las causas y las motivaciones detrás de la catástrofe o sobre las diferencias entre la conquista española y la de otros imperios como Inglaterra, Portugal u Holanda. La historia es así: herida, cicatriz y memorias en disputa . También puede debatirse el significado real de disculpas como las que demandó Andrés Manuel López Obrador, con fenómenos tan complejos como el mestizaje. El Nobel Vargas Llosa sugirió que López Obrador se enviara la carta a sí mismo, por ejemplo, y el expresidente español José María Aznar le recordó al mexicano, en tono burlón, que su nombre era, después de todo, español.
Lasso no debate, ni problematiza los matices de la historia. Es, al contrario, incapaz de ver sus semejanzas. Descarta el dolor y trauma histórico de los indígenas al comparar los efectos de la conquista con coscachos y a ellos con niños mal agradecidos. En ese sentido, los invisibiliza.
Y no por falta de una disculpa —que también puede ser un gesto vacío— si no por la incapacidad de reconocimiento y empatía. Su mala metáfora fue más que un desliz: al igual que su acercamiento a Vox, ésta no dijo nada sobre las complejidades de la Conquista, pero dijo mucho sobre él. Fue, aristotelicamente, puesto a la vista.