“Mi niña, tú eres el fuego en mí, eres la belleza”, le dice Ruth Montenegro al rostro de su niña, Valentina Cosíos, impreso en el cartel que ha levantado durante cinco años. En la fotografía, Valentina tiene 11 años, el rostro travieso y descubierto, pues lleva el cabello recogido. Aparece junto a una flauta traversa, instrumento que estudió desde los seis años y con el que soñaba pasearse de escenario en escenario. “¡Lo logré, Valentina! Logré cortar esas jaulas de violencia en mi piel. Ya no duelen. Tú eres la afirmación de la vida”, le cuenta con ternura a la imagen de su hija, que cumpliría 17 años el lunes 11 de octubre de 2021. Pero lo celebrará —dice— con música, en espíritu y en corazón, porque su niña no está físicamente para recibir su abrazo: desapareció el 23 de junio de 2016. Un día después, Ruth Montenegro la encontró sin vida, con claros signos de violencia física y sexual en la escuela en la que estudiaba: la Unidad Educativa Global del Ecuador. 

Desde entonces, Ruth Montenegro ha enfrentado trabas y negligencias en la investigación para determinar quién fue el femicida de la tercera de sus cinco hijos, y la más sociable de todos. Ella dice que desde los primeros momentos de las pesquisa, hubo demasiado errores: la Policía Judicial no levantó suficientes evidencias en el sitio donde los restos de Valentina fueron hallados, el Ministerio de Educación no ha tomado acciones concretas que ayuden a esclarecer lo sucedido, los informes médico legales irregulares que dilataron la investigación y han impedido trazar una hipótesis clara para dar con los culpables del femicidio de Valentina Cosíos. 

El único proceso penal abierto  en este caso es por homicidio culposo, un delito que, según el Código Orgánico Integral Penal (COIP), sanciona a una “persona que por culpa mate a otra” —la culpa es, en sentido legal, la ausencia de dolo, que es el ánimo de causar daño. Esa es la figura que la Fiscalía ha elegido para el caso de una niña de 11 años que fue hallada con signos de violencia en su propia escuela. 

Recién el 10 de junio de 2021, luego de que el caso se mantuviera en indagación previa durante cinco años —la primera etapa de investigación que debía durar máximo dos años—, la Fiscalía ha formulado cargos. Lo hizo contra una profesora que habría sido la última persona que vio a Valentina Cosíos viva, mientras seguía en la escuela, después de terminada la jornada estudiantil, pasadas las tres de la tarde. La maestra es procesada por homicidio culposo pues, dice el argumento fiscal, infringió su deber objetivo de cuidado, es decir, la responsabilidad que tiene un profesional —en este caso, un docente— de evitar que quienes están a su cargo sufran daños.

Tres meses después, el 13 de septiembre de este año, fueron acusadas cinco personas más: el rector y propietario de la escuela Global del Ecuador y otras cuatro profesoras que también habrían visto a Valentina sola en su escuela, tras el final de las clases, y no le avisaron a su madre que su hija seguía ahí. La fiscal Mayra Soria, quien lidera la investigación, sí los apunta como responsables de que la pequeña haya quedado en una situación de vulnerabilidad grave, sin haber activado protocolos de seguridad para evitar su muerte. 

La instrucción fiscal del caso —la segunda etapa procesal que comienza luego de la formulación de cargos— duraría 90 días desde el 10 de junio, cuando la primera profesora fue procesada, pero se extendió 30 días más luego de la vinculación de los otros involucrados —es decir, hasta el próximo 10 de octubre. Ese día, se sabrá si la fiscal Soria le pide al juez del caso que sean llamados a juicio. Para Ruth Montenegro, la culminación de ese proceso penal podría marcar un precedente “contra la indiferencia social de ver a una niña sola en una escuela y no hacer nada”, pero también, un síntoma claro de un sistema de justicia “inoperante, viciado e indolente”. 

Frente a la respuesta tardía de la justicia, Ruth Montenegro reafirma la presencia de su hija como su bandera de lucha: siente que Valentina vive, con ella ríe —dice— y en la alegría encuentra la fuerza para seguir su causa. Por eso, cuando a Ruth Montenegro le ofrecieron la posibilidad de encontrar un mecanismo de conciliación con los acusados, se negó rotundamente. “Yo no voy a negociar con la vida de mi hija”, respondió. 

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Siempre fue la música. Desde que la llevaba en el vientre, Ruth Montenegro escuchaba música con su hija. Tenían una predilección por las canciones protesta, como aquella de Inti Illimani que dice: “Y ahora, el pueblo, que se alza en la lucha, con voz de gigante, gritando: ¡adelante! El pueblo unido, jamás será vencido…”. 

Ruth Montenegro recuerda con claridad el día en que Valentina nació. “Bienvenida”, le dijo a las 11:55 de la noche del 11 de octubre del 2004, cuando ella llegó al mundo en un parto natural y sin complicaciones. “Verla me marcó”, recuerda. Ella ya había decidido sus dos nombres: Sofía y Valentina. “Mientras yo me acercaba para darle un besito, ella me miró con esos profundos ojos oscuros. Había una inmensidad en esa mirada”, cuenta. Esa niña creció, e iba por la vida haciendo amigos con su voz dulce, esa que sus amigos escuchaban con atención. “Ella llegaba a un espacio y a los 10 minutos parecía que era su conocida de toda la vida”, dice sonriendo. 

Y como siempre fue la música, Valentina Cosíos entró en 2013 al Conservatorio Nacional de Música, siguiendo el ejemplo de Ismael y Nina, sus hermanos mayores. Eran pocas las escuelas que permitían a los niños convivir con la formación colegial y artística. “Más de una vez me dijeron que tenía que decidir entre la escuela y el conservatorio, pero no era una decisión mía, sino de mis niños”, cuenta. Primero, intentaron en una escuela del barrio. “Cerró porque su infraestructura era muy pequeña y no tenían los recursos económicos para ampliarla. Seguimos buscando y buscando, hasta que llegamos a la escuela Global del Ecuador”, recuerda. 

La oferta era prometedora. Su rector le dijo que entendía bien lo que implicaba tener un hijo artista. “Me comentó que su hijo también estudiaba en el conservatorio y que no habría problema si Valentina debía asistir a un concierto”, recuerda. Además, la escuela ofrecía educación personalizada —no más de 15 niños en cada curso. Había que estirar la economía, cuenta Ruth Montenegro, pero “creía que esa era la mejor opción para ellos”. No imaginaba lo que ocurriría tres años después. 

diptico Valentina Cosíos

El cartel —donde resalta el rostro de Valentina— que Ruth Montenegro levanta desde hace cinco años. A su lado, uno de sus dibujos y su libro favorito. Fotografía de Vanessa Terán para GK.

En esos años, además, la relación entre los padres de Valentina Cosíos se resquebrajó. “Vivía una violencia económica muy fuerte y ya no daba más. Tenía mucho temor de que mis guaguas tuvieran que dejar de estudiar durante un año.”, dice. En 2016, Ruth Montenegro empezó los trámites de divorcio. Como producto de la separación, su hija tendría que cambiarse de colegio el próximo año lectivo. 

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Aquel 23 de junio de 2016, cerca del final del año escolar, Valentina Cosíos debía ir a ensayar al conservatorio a las cuatro de la tarde. Su madre iba siempre a recogerla a la escuela Global del Ecuador, en las avenidas 6 de Diciembre y Colón, y luego iban a los ensayos. Pero, si Ruth Montenegro no llegaba, su hija ya sabía que debía ir a sus clases musicales tomando uno de los buses del sistema público Ecovía junto a sus compañeros de la escuela. Debía recorrer poco más de cinco minutos para llegar al conservatorio. 

Ese  fue uno de esos días. Por la crisis económica que atravesaba, Ruth Montenegro no logró juntar los centavos que necesitaba para pagar el pasaje hasta la escuela de su hija. Buscó de bolsillo en bolsillo, pero no alcanzaba. Decidió esperar a que otra de sus hijas, Nina, llegara con el vuelto del dinero que le sobraba del pasaje que usó para trasladarse a su colegio. “Aquel día, con los recursos justitos, me trasladé directamente al conservatorio, donde se suponía que debía estar Valentina”, cuenta Ruth.

Normalmente, Ruth Montenegro solía llegar a la escuela Global del Ecuador a la una y treinta de la tarde. A veces comían cerca del conservatorio, otras, en la misma escuela. “Por eso dicen que Valentina solía quedarse más tarde ahí, pero, claro, estaba conmigo, no sola”, cuestiona su madre. 

Ruth Montenegro llegó al conservatorio a las cuatro de la tarde, justamente cuando las clases debían empezar. Sin embargo, el ensayo había cambiado de lugar al sexto piso del edificio y se había restringido el paso solo para estudiantes. Valentina Cosíos debía bajar una hora y media después.

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Su madre esperó. Cuando dieron las cinco y media, comenzaron a bajar sus compañeros, pero ella no estaba. “Como era amiguera, pensé que quizá se quedaría un rato más, pero nada. Entonces, le pregunté al inspector del Conservatorio si la había visto y me dijo que sí, que fue a uno de los teatros donde había una presentación”, dice Ruth Montenegro. 

Para ella, la afirmación del inspector es una omisión que pudo haber cambiado la historia. “Si esta persona me hubiese dicho que no, lo más lógico hubiese sido regresar a la escuela. Le insistí tres veces y me dijo que sí, que efectivamente la había visto”, lamenta. Ella esperó hasta las seis de la tarde en la única entrada que había en ese teatro, pero su hija nunca salió. Varios de sus compañeros le dijeron que quizá Valentina había ido a un edificio abandonado del conservatorio y que tal vez se había caído. El sol comenzaba a ponerse, y la oscuridad avanzaba como un derrame de sombras. “Con mi celular y una linterna la busqué, pero nada. Era imposible que se hubiera ido sola o con alguien. Estaba desesperada y decidí regresar a la escuela”, cuenta. 

Llegó a Global del Ecuador, junto al padre de sus hijos, a las siete y cincuenta de la noche. No había nadie. Gritó, golpeó e incluso pensó en treparse por la puerta, aunque tenía una cerca eléctrica y pensó que estaba activada. Luego, durante las investigaciones, supo que en realidad no servía. “Aún así, no la hubiese encontrado. Sabemos que quien puso su cuerpo en donde la hallamos, probablemente la tuvo en otro lugar y después la puso allí”, sostiene. Buscó en varios buses, se subió a las paradas de la Ecovía para preguntar por ella, recorrió su barrio. Finalmente fue a una Unidad de Policía Comunitaria del sector a denunciar la desaparición de su hija. Allí, recuerda, los policías le dijeron: 

—¿No tuvo un problema en casa? 

—¿No se iría con su novio? 

—¿No perdería su instrumento y por eso estaba escondida? 

—No podemos receptar la denuncia. Tienen que pasar 24 horas. Tenemos tantas alertas innecesarias, esperen mejor a que regrese. 

Las preguntas de los policías le parecían absurdas. Insistió en que, por lo menos, asignaran una patrulla para buscarla en el sector. “Dijeron que iban a coordinarlo, luego supimos que la radiopatrulla por la que se comunicaban ni siquiera servía”, recuerda. Los padres de Valentina Cosíos la buscaron por su cuenta hasta las dos de la mañana. Luego esperaron al amanecer para continuar. 

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La llamada llegó a las siete de la mañana del 24 de junio. “¿Usted es la madre de Sofía Valentina Cosíos? Acérquese a la escuela, porque queremos hablar con usted”, le dijo una mujer a Ruth Montenegro. Luego, supo que la voz era una docente, ahora una de las procesadas por homicidio culposo. Se emocionó: pensó que quizá Valentina se quedó encerrada. Tenía muchas preguntas, pero estaba tranquila porque su hija estaba viva, a salvo. 

Cuando llegó a la escuela Global del Ecuador, diez minutos después de esa llamada, entró por la puerta principal. Mientras caminaba, se dio cuenta de que, a unos quince metros, estaba su hija, tendida en el suelo, bajo unas barras metálicas de juegos donde más de un niño se había lastimado. “Pensé que se accidentó, pero luego vi que estaba cubierta desde la cabeza. Vi sangre en su boquita y no comprendía. Intenté acercarme y un policía lo impidió”, recuerda.  “Se ve que la niña estuvo jugando y se cayó”, le dijo el agente. Junto a él estaban autoridades de la escuela y las profesoras de Valentina. “Esas barras tenían una base muy gruesa y en varias ocasiones se prohibió que jueguen ahí. Luego entendí que por eso quien abandonó su cuerpo la dejó ahí para que pareciera que fue un accidente”, afirma Ruth Montenegro.   

“¿Qué le pasó a mi niña?”, preguntó. No entendía. Todos, recuerda, decían que no habían visto nada, que vieron el cuerpo pasadas las siete de la mañana, cuando llegó una furgoneta que trasladaba a varios niños. Sin embargo, dice la madre de Valentina Cosíos, en la semana del 27 de septiembre de 2021, un extrabajador de la escuela que rindió versión en el caso de homicidio culposo en calidad de testigo, dijo que “no era verdad, que a las seis y treinta de la mañana, las puertas estaban ya abiertas y encontró a varias maestras con la novedad de que habían encontrado a Valentina. Pero ahora, en un espíritu de cuerpo, dicen que nunca la vieron”, cuestiona.

flauta Valentina

Ruth sostiene en sus manos la flauta traversa de su niña de Valentina Cosíos, el instrumento con el que soñaba protagonizar cientos de escenarios. Fotografía de Vanessa Terán para GK.

Los agentes de la Policía Judicial cercaron el área de la barra de juegos como escena del crimen, pero no exploraron otras zonas. Para Ana Vera, abogada de Ruth Montenegro y su familia, ese es el mayor error que se cometió en las primeras horas de la investigación. “Tenían que haber tomado todos los indicios posibles aunque se hubiesen quedado horas y horas. Tenían que haber sacado a la gente que estuvo ahí y mandado a los niños a sus casas, garantizarles el debido cuidado y no permitir que nadie más ingrese a la escena del crimen, pero no lo hicieron”, cuestiona Vera. En su lugar, los agentes creyeron la primera versión de las autoridades de la escuela Global del Ecuador que dijeron que habría sido un accidentey las clases continuaron normalmente pese a que aquella mañana una niña fue encontrada sin vida dentro de la escuela. 

Antes de conocer los resultados de la autopsia, Ruth Montenegro se preguntaba si había sido un accidente. Pero había demasiadas preguntas: ¿cómo se accidentó y nadie vio nada?, ¿por qué no la socorrieron si el lugar donde la encontramos estaba a pocos metros y todos podían verla?, ¿por qué mi niña se quedó aquí y no me avisaron? Las profesoras y el rector dijeron que no la habían visto. Pero, luego, durante las investigaciones, se supo que sí la vieron entre las tres y cuarto y las tres y media de la tarde del día anterior, incluso, dice Ruth Montenegro, bromearon con ella. “¿Qué, no tienes casa?”, le dijo una de ellas, según la versión que reposa en el expediente del caso. Nadie le alertó que su hija seguía ahí.  

La escuela Global del Ecuador fijó una versión: nadie sabía nada, mientras Ruth Montenegro daba la suya ante los agentes de la Policía Judicial. “Incluso tergiversaron lo que dije”, reclama  Montenegro, “les expliqué cómo fue la situación y los agentes escribieron que yo me había retrasado. Me culparon a mí”.

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La tarde de ese 24 de junio de 2016, por la tarde, Ruth Montenegro y un representante del Ministerio de Educación, fueron a la oficina de una médico perito legal de la Policía Judicial que le informaría sobre los resultados de la autopsia. “No señora, ¿cómo le digo? No fue accidental”, le afirmó la legista. “Ella me dijo: a su niña la agredieron sexualmente y luego la estrangularon. Hemos tomado varias evidencias del cuerpo de la niña para que pueda hacer la denuncia porque a su niña la mataron”, recuerda. Sin embargo, la médico recibió una llamada, salió de la oficina y a su regreso, después de 10 minutos, dice Montenegro, se retractó. “Mi colega acaba de llamarme para avisarme que encontraron una bufanda en el cuerpo de la niña. Yo no sabía eso, así que asumí que se trataba de una agresión sexual, pero con estos nuevos elementos, se trataría de un accidente”. Ruth estaba atónita y le preguntó: ¿cuántos años lleva haciendo esto, cómo es posible que se equivoque tanto? La perito solo respondió: “Lo siento, señora, gracias a Dios, solo fue accidental”. 

Ruth Montenegro exigió una nueva autopsia. De hecho, recuerda, pidió que la realizara un equipo del departamento de criminalística de la provincia de Tungurahua, debido a que, relata la madre, se trataba de un equipo más completo, pero, sobre todo, porque no confiaba en los peritajes realizados por la Policía Judicial en Quito

Sin embargo, el fiscal que llevaba la investigación en aquellos días, Darwin Jaramillo, le dijo que no era posible, que iba contra la ley y que estaría agendada para el miércoles 29 de junio. Lo que no entiende Ruth es que, en lugar de ejecutarse durante la fecha pactada, se hizo el domingo 26. “El fiscal me dijo que era para acelerar mi proceso y apaciguar mi dolor. Era mentira. El informe de ese perito era igual al de la otra médico legista”, reclama. 

Ruth no estaba conforme con ese segundo informe y lo cuestionó ante el fiscal Jaramillo. “Él me dijo que la única que sabe lo que pasó ahí era mi hija, que haga el favor de sacar sus restos de Criminalística”, afirma con indignación Ruth Montenegro. Entonces exigió que el fiscal fuera cambiado e inició el trámite para lograrlo. Quien asumió la investigación durante ese mismo año fue la fiscal Mayra Soria, quien también lideró el caso de Juliana Campoverde, desaparecida el 7 de julio de 2012. La de Juliana fue una sentencia histórica: por primera vez la justicia emitió una condena en 2019, sin cuerpo o testimonio directo, sino con prueba indiciaria.

Dos meses después de su muerte, en agosto de 2016, se ordenó la exhumación del cuerpo de Valentina y quien la practicó fue un equipo de peritos de Ambato, de la provincia de Tungurahua. Ese informe, en cambio, confirmó que Valentina fue ahorcada, posiblemente con un elemento externo como un cable, y agredida sexualmente. Además, se encontró ADN de dos hombres en su ropa. 

La abogada Ana Vera dice que también se realizó una auditoría, luego de la exhumación, cuyo objetivo principal era determinar quiénes fueron las personas que cometieron errores durante las autopsias realizadas. Aunque la actuación del fiscal Jaramillo y de los dos médicos peritos —autores de los primeros dos informes— son cuestionables, “no se ha iniciado ninguna acción legal ni administrativa en su contra”, sostiene Vera. 

Aún con el informe detallado, la investigación para encontrar al autor —o autores— de la muerte de Valentina no tiene luces. Para Vera, el máximo error durante el proceso, repite, es la falta de evidencias recabadas. “La Policía no podía solo creer en la versión de la escuela, tenía que haber investigado profundamente y no lo hizo. Además, permitieron la contaminación de la escena”, refuta Vera. Ella dice que, aunque la fiscal Soria hubiese querido impulsar aún más la investigación, era casi imposible por la ausencia de elementos e indicios probatorios. “El proceso de Valentina da cuenta de la necesidad de que existan protocolos adecuados en la investigación de muertes violentas contra mujeres y niñas”, afirma Vera. 

Ruth Montenegro también ha denunciado públicamente al Ministerio de Educación por omisión. En aquellos años, el entonces ministro Augusto Espinosa, le dijo, durante una reunión, aduce Ruth, “que no podía intervenir porque era un colegio privado”. 

Recién en septiembre de 2016, tres meses después del femicidio de Valentina Cosíos, el Ministerio de Educación abrió un sumario administrativo contra la escuela Global del Ecuador. La investigación reveló que la institución no contaba con los permisos legales para funcionar, ni con protocolos de seguridad, y que sus cámaras de seguridad eran obsoletas. En febrero del año siguiente, se ordenó el cierre definitivo del centro, sin embargo, la disposición se cumplió al año siguiente.

Para Ruth, exigir justicia en este país es sobrevivir a más violencia. “Justicia sería tener a mi niña con vida. Justicia sería que los responsables hubieran respondido hace cinco años, pero sobre esa violencia se cierne la impunidad. Es un doble y hasta triple femicidio el que he tenido que vivir”.

§

Ruth Montenegro le canta siempre a su hija. Lo hace delante del rostro de Valentina Cosíos, plasmada en esa fotografía a su memoria, desde la que pareciera que nos mira. 

Y cuando te arrebataron, Valentina de mi lado, esos que te asesinaron, me juré desde aquel día, en tu nombre Valentina, radicalizar mi lucha y te convertiste, entonces, en mi dulce rebeldía. 

Un atardecer de tonos rojos y naranjas empieza a diluirse en el cielo quiteño. La noche cae sobre la misma banca del parque La Alameda, en la que, hace tres años, conversé por primera vez con Ruth Montenegro. Ella sonríe apaciblemente, y prosigue: 

Desde entonces no he parado por mantener tu memoria

 ¡Viva siempre, siempre viva!, mi amada Valentina, a pesar de los pesares, de la vida cuesta arriba.

Ruth Montenegro suele decir que el dolor limpia. Lo gestiona a través de las lágrimas, pero también con el amor que ha marcado su camino. Ella se ha convertido en uno de los rostros más visibles de la lucha feminista en Ecuador: su voz y su música —plasmada en su proyecto Mujer, Canto y Memoria— retumba en cada marcha y movilización contra la violencia machista en el país: en los últimos 7 años, 921 mujeres, niñas, adolescentes y mujeres trans han sido asesinadas en Ecuador.

Ruth Montenegro

Ruth Montenegro es uno de los rostros más visibles de la lucha feminista en Ecuador. Su lucha es por Valentina, pero también por las sobrevivientes y las mujeres que hoy son semilla. Fotografía de Vanessa Terán para GK.

Ruth fue una de las fundadoras de la Plataforma Vivas Nos Queremos Ecuador, que busca justicia y reparación tras los femicidios de Vanessa Landínez, Johanna Cifuentes, Valentina Cosíos y Angie Carrillo. El colectivo cerró en 2020, pero su búsqueda se convirtió en un sentimiento que hoy mueve a miles de voces. “Ruth es un ejemplo de resiliencia”, dice Graciela Ramírez, especializada en el abordaje de violencia de género. Pero “no de aquella que leen los operadores de justicia como una curación inmediata y maravillosa, no, sino aquella que ha sido elaborada y sostenida durante los años”, explica. 

Ruth Montenegro levanta su voz, sobre todo, porque quiere vivir. Ese es el amor más grande que su hija le dejó. Faltan apenas días para que el cumpleaños 17 de Valentina Cosíos llegue. Días antes de su muerte, Valentina acompañó a su madre a su primera presentación como parte de la agrupación musical Coral Amaranto. Nadie más sabía que Ruth Montenegro había empezado a cantar ahí. Cuando el concierto terminó, Valentina la abrazó y le dijo al oído: “Te amo, mamá, estoy muy orgullosa de ti”. 


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